Del Libro “La Batalla de La Tablada 200 Años” De: Juan Ticlla Siles
Bernardo Trigo Batalla de La Tablada 15 de Abril de 1817



RESOLUCIÓN DEL DIRECTORIO DEL «CLUB SOCIAL»[1]
El directorio del «Club Social», discierne un voto de aplauso y de honor al Dr. Bernardo Trigo, por su brillante conferencia dictada en los salones de esta institución el día 15 de abril, rememorando el 114° aniversario de la batalla de «La Tablada» y acuerda: la publicación de esta conferencia en folleto, como justiciero homenaje al trabajo intelectual del conferencista.
Tarija, 17 de abril de 1931
D. Ostria G.: Presidente
Julio Delio Echazú :Secretario
DISCURSO DE INAUGURACIÓN Y DE PRESENTACIÓN, PRONUNCIADO POR EL PRESIDENTE DEL «CLUB SOCIAL», DR. EDUARDO OSTRIA
Señoras, señoritas, caballeros:
Singular y honrosa misión la mía al representar al «Club Social» de Tarija, en este acto de trascendencia cívica y social.
Es deber -y primordial- el de las instituciones sociales, mantener latente el patriotismo de los pueblos, y dar espontanea salida a sus manifestaciones en actos de fervor cívico, que reaviven la llama ardiente del más puro amor a la patria, olvidando miserias y pequeñeces de la vida diaria.
El «Club Social» de Tarija, crisol de la sociedad, pretende también -y es obligación el realizarlo- ser el baluarte del bolivianismo de Tarija. Es necesario repetir esta vez más, que la bella e ilustre ciudad de Luis de Fuentes, ha sido, es y será siempre de Bolivia; que sus mujeres llevarán en el latido de sus corazones el amor a la patria boliviana, y que sus hombres, al igual que los héroes de Boquerón, defenderán con su vida la integridad de la Nación.
Tócame también -y siempre muy honrado- presentar al doctor Bernardo Trigo, quién dictará una conferencia sobre la significación cívica y patriótica del «15 de Abril». No me creo suficientemente capacitado para hacer la justiciera presentación de este distinguido intelectual. Todos vosotros conocéis su espíritu esencialmente dinámico, su profundo y verdadero tarijeñismo, su especial vigor intelectual que se halla al margen de las situaciones, habiendo hecho de la verdad una escuela. Su crítica fina, su sonrisa volteriana la conocéis todos, y quién sabe, nos cupo el sufrirla, pero -siempre en honor a la verdad-, con fin esencialmente superior. Escuchadle y pensaréis como yo.
Antes de concluir quiero rendir mi más cálido agradecimiento a las distinguidas damas y caballeros que han colaborado gentilmente al éxito de esta velada. El «Club Social» de Tarija ya tiene anteriores motivos, pero hoy culminan sus deseos de tributarle homenaje sincero y meritorio.
Tiene la palabra el Dr. Trigo.
CONFERENCIA
Señores:
Una alta e inmerecida distinción del directorio del «Club Social», me ha señalado esta tribuna, para avivar en esta noche el recuerdo glorioso de las victorias libertarias del pueblo tarijeño.
Mi palabra no ha de marcar la ruta del sentimentalismo, mucho menos la del idealismo; ha de tocar la llaga viva de las deficiencias y ha de cantar la gloria, grande y majestuosa del pasado, para encarrilar a la juventud por el sendero del deber y del estudio.
Tarija, la ciudad bella, la de las mujeres consagradas, la cuna de los hombres que dieron a la Patria el jugo del cerebro y la solidez del acero; con Campero y con Arce, que implantaron la pureza democrática y tendieron el riel para que avance la civilización; Tarija, decimos, que en gesto homérico supo jurar vivir con Bolivia, y que sin ella preferiría desaparecer del mapa geográfico, está hoy de gala, festejando con el homenaje del recuerdo su pasado glorioso. Pueblo rebelde, que en el silencio abrumador de las montañas o en el encanto asolador de los valles, vais sembrando la simiente tentadora, que es sangre y es grito para conquistar la palma del progreso humano ¡levántate!
Ciudad querida y abandonada, que no conocéis ni el tumulto febril de las muchedumbres, ni el lamento casi humano de la locomotora, ni de las blancas cúpulas enhiestas, ni el trajinar constante de los parques exornados de flores abiertas, ni de la suave belleza de los teatros, decidme quedo, al oído, que solo aquí reparamos de vuestras tristezas: ¿cuándo se preocuparan de ti, haciéndoos comulgar la hostia inmensa y santa del libro que enseña a amar, dignificar y comprender los sagrados derechos de la personalidad? ¿Cuándo los maestros os harán sentir las épicas glorias de la patria nuestra, para que no sigáis sacrificándola en lo porvenir?
Yo me atreviera a contestar a estas interrogantes del idealismo. Cuando
Tarija comprenda su misión, sea consciente de sus deberes y exigente de sus derechos; cuando Tarija sea una, y que, en abrazo fraternal, jure ante la colina de «San Juan» hacer respetar el suelo que enalteció la sangre de nuestros mayores, sin odios, sin pasiones, pero con los gestos bravíos de los Tomatas, Chichas, Orejones y Gauchos.
Tarija atraviesa por una crisis de moralidad en sus hombres. Estimo que la preparación moral e intelectual, deben ir en fraternal connubio, si es que esa mentalidad ha de fructificar para todos, prodigándose plenamente, generosamente, en todas aquellas campañas que han de traer beneficio colectivo.
Nuestros hombres se han plasmado únicamente para los grupos detentores. Han buscado cálido refugio en el sector del mando y han olvidado a esas masas del subsuelo social, que están esperando la voz orientadora de los intelectuales, que han tranzado con todos los regímenes y se han amoldado con la acción o la resignación al silencio, para que a su sombra nazcan las amarillentas flores del indiferentismo. No hemos sabido amar, tal cual se debe amar al suelo que nos vio nacer.
Es lamentable que se haya descuidado tanto la educación ética de nuestro pueblo. No aceptamos el concepto de que la educación del carácter y la comprensión de las responsabilidades sociales, deban ser las únicas que se infiltren en el alma del pueblo. Necesitamos enseñarles a amar la tierra, a despertar en su corazón la semilla del orgullo, para que a su vera cuide su hogar, mantenga en alto la techumbre que cubre a los suyos, arrojando lejos las olas de la perfidia y de la maldad. Pueblo que no sabe amarse, envidiosamente; pueblo que no sabe acariciarse contemplando sus grandezas y cubriendo sus deficiencias, no puede aspirar al perfeccionamiento colectivo. Y ¿quién sino nosotros vamos cuidar la casa de nuestros mayores, regar el rosal de la vieja abuela, abrir la ruta por donde el pobre Joaquín ha de conducir de la mano al hijo mudo y vacilante por la miseria y la desgracia? ¿Y podríamos conceder ese derecho, ignoto quizá, al viajero de la vieja Atenas o al hijo de la pintoresca ciudad de las conquistas romanas, que pasa por nosotros confundido por el torbellino humano?... No, nunca, jamás. Somos los dueños del solar paterno los encargados de enaltecer nuestras virtudes, y somos nosotros los que hemos de tender el manto que cubra las heridas que nos deja el desengaño. Nosotros cuidamos las tumbas blancas, besamos la cruz que está señalando la morada final del viejo asmático que nos dio como derecho uso de esta vida, que es amargura dolor y desengaño...
Es así como para celebrar patrióticamente nuestro día de gloria y de verdad, no nos satisfacen programas, desfiles y veladas. Tampoco son del caso los chispazos momentáneos del patriotismo, porque patriotismo quiere decir, justicia, verdad y trabajo. Conceptos dentro de los que se cantan las glorias de los pueblos, a la sombra del comercio, de la industria, ganadería y agricultura. Precisamos hacer surgir del alma del pueblo la manifestación unánime de la redención del carácter, para conseguir el perfeccionamiento de una educación cierta y efectiva, que este encaminada a despertar el amor a la tierra. Amor que forme una sola idealidad, sin mezcla de pasiones y de odios, que pudiesen traer la desvinculación de la familia.
Y para conseguir esa idealidad, contamos con una raza pura, sana y viril, que espera el primer empuje intelectual que fortifique su organismo y que la coloque en la senda de la verdad. Ahí está nuestro pasado lleno de gloria sembrando en la tierra altoperuana, la semilla de la rebeldía; y están las tumbas de los guerrilleros velando nuestros pasos, y creo que llegarían a estremecerse si nosotros fuésemos indignos de conservar el pabellón que ellos hizaron en las astas de las torres excelsas..
Transcurre nuestra vida de pueblo joven, en un sonambulismo que enerva y que daña el corazón consiente del deber y de la responsabilidad. Los días pasan y allá en la vieja esquina del Cabildo está clavado el mismo pedrón donde Santiago señalaba a las niñas que corren al templo a recibir la bendición del sacerdote. Las viñas viejas no reciben el retoño renovador; y los días transcurren. adormeciendo el sentimiento de una mente juvenil, que aspira para su pueblo el correr de los ases de luz, y el más alto exponente de la moderna civilización. En los campos ni pájaros, ni flores, ni verde pasto que forme viva alfombra. Los árboles lacios y tristes, allá, de vez en vez, estremecen sus ramas al impulso de tenue viento. Sólo el sol claro y fuerte que, con su vaho de fuego quema el yerbaje de las praderas abandonadas. Ha muerto la suprema visión del porvenir, y esperamos que el final de la jornada esté marcado por el destino. Y esto lo debemos al olvido de nuestros deberes de pueblo, porque si no somos nosotros, quienes debemos sacudir ese indiferentismo, no creo que exista mano ajena que nos arranque de esta postración, cada día más negra, y a las que nos conduce nuestra desunión y el prejuicio de nuestras pasiones.
Quizá el recuerdo de actos de heroísmo, eslabonados con las campañas libertarias que dieron a América el dominio propio de sus actos y de sus derechos, pudiese contribuir a fortificar el alma del tarijeño. Quizá el grito cierto del dolor y de comprensión, de nuestro vasallaje, nos dé ánimo y retemple el espíritu para sacudir la melena, cual el león embravecido de la montaña.
Basta ya. Que Tarija tenga la conciencia de su deber y que, con el escudo de la altivez en el pecho, diga cuál lo dijo el Romano: «De aquí no pasarás».
Las reminiscencias históricas, cuando son festejadas anualmente, se hacen pesadas. Pero cuando existen epopeyas en las que se sintetizan el alma de una raza y de una época, no cansan nunca. Yo he dormido siempre arrullado por una leyenda. Bolívar, San Martín o Belgrano, que lucharon en el campo abierto del combate por legarnos una patria digna de la libertad, merecen vivir en el corazón, serenar las agitaciones de la lucha democrática, en la que se agitan los pueblos de este continente. Y si el sueño ha sido arrullado por el recuerdo de Melgarejo, Morales, Rosas, Francia, Andueza Palacio o Núñez, se siente un sacudimiento que conforta el espíritu cívico, al recordar una generación que supo luchar rindiendo la vida, por derrocar a esos monstruos de la civilización americana.
Todos los hechos de los hombres, a través de la distancia adquieren las justas proporciones históricas que un criterio recto y honrado les concede. Destruir los prejuicios del momento, y lejanas las pasiones que aumentan o disminuyen su tamaño, los acontecimientos se juzgan tal y como en una buena intención tuvieron origen; y los hombres que en ella actuaron se ven desde lejos, con las justas proporciones, para apreciarse el genio y la medianía. Es por esto que la historia, nos cuenta las cosas que fueron para dar su fallo justiciero, cuando los años han depurado los acontecimientos y han hecho resaltar el trabajo de sus hombres.
Ese recuerdo hemos venido a rendir, en esta noche de plácidos ensueños, en la que el espíritu muchas veces inquieto vaga por las regiones del ideal. Reconcentrarnos en la memoria de los que fueron y que, en audaz gesto libertario, empaparon las pampas de la Tablada, es nuestro deber. Avalancha de ideas, más que de fuerza bruta, es aquella rebelión, que cobijó bajo sus amplios pliegues, para sentar el hermoso postulado de la emancipación. Emancipación que no hemos sabido apreciarla, y que habíamos creído que su advenimiento traería como consecuencia el goce del derecho. Hemos nacido a la vida libre, sin más patrimonio que el odio en el corazón, con el alma llena de fanatismo; ignorancia en la inteligencia y servilismo en la voluntad. Es por esto que hasta hoy lamentamos la vileza del caudillismo. No hemos nacido para ser una demostración viviente de que la existencia es un sueño; sino actividad, lucha y movimiento; porque los pueblos que se duermen en pleno día, cansados a la primera etapa, despiertan en medio de la noche, desorientados, confusos, sin poder explicar la causa sorprendente que hace trepidar el perfeccionamiento indefinido de la civilización, en su lucha constante contra la barbarie.
La batalla de La Tablada, es un cuadro de alta moral ciudadana, en la que nos localizamos, sin pensar que la acción de los jinetes tomatas y salinas, están en toda la campaña libertaria, partiendo del año 1810, bajo la dirección de Belgrano. La historia de nuestro pasado esta guardada en los archivos de Buenos Aires, Tucumán y Salta, y desgraciadamente los historiadores bolivianos, poco o nada nos consideran en el estudio de las actividades que nos pertenecen. Esto lo hemos de demostrar, momentos más, con hechos reales y que merecen alguna consideración.
El año 1811 La Madrid penetró al territorio altoperuano, y cortó la línea de comunicaciones de los invasores de Salta, a la altura de Yavi. La Madrid rompiendo las órdenes de su comandancia exploradora, se internó a Tarija, a dar encuentro a los guerrilleros patriotas que habían servido al ejército argentino, de refuerzo y de orientación en las batallas de Suipacha, Tucumán y Salta, con los aguerridos jinetes de nuestras sierras y montañas. Quiso decir que la falta de cabalgaduras determinaba esa variante audaz, pero de lógicas proyecciones.
A La altura de Cangrejillos, una de las partidas de la expedición sorprendió un destacamento enemigo, el 8 de abril de 1817, que de Tupiza se dirigía con comunicaciones al ejército invasor de Salta, matando seis soldados y un oficial, de los doce que lo componían, y tomando prisioneros al resto, sin que uno solo escapase.
De este modo tomó el rumbo del Noreste, y marchando con suma rapidez día y noche, trasmontó la sierra, y entrando por la quebrada de Tolomosa, penetró al territorio de Tarija por la Abra llamada la «Puerta del Gallinazo», a cuyo pie se extiende la cuesta del Inca. Allí se unió el caudillo Méndez, con su partida fuerte como de cien hombres. El 14 de abril se presentó sobre las alturas que dominaban la Villa de Tarija, sin que hasta ese momento se haya sospechado su presencia en aquellos lugares, pues La Madrid había tenido la precaución de secuestrar más de cien personas de ambos sexos que encontró en su camino, a fin de que no dieran la noticia de su marcha.
La Villa de Tarija estaba atrincherada y guarnecida por un batallón de cuzqueños, mandado por el comandante Mateo Ramírez. En el inmediato valle de la Concepción, estaba acampado un escuadrón, protegido por cincuenta hombres de infantería, del cuál era jefe el teniente coronel Andrés Santa Cruz, tan célebre después, quien por un accidente se hallaba aquel día en Tarija. La Madrid, en la dirección que llevaba, dejó a Concepción a su derecha y, por lo tanto, se interponía entre ambas fuerzas, amagando a la Villa por la parte del Este. El jefe español intentó hacer una salida, pero intimado por los cañonazos que le disparó La Madrid, río por medio, se reconcentró a la Plaza. La Madrid ocupó el «Morro de San Juan», que dominaba la Villa, estableciendo en él sus dos piezas de artillería; ocupó los suburbios e intimó rendición al enemigo. Ramírez le contestó que «un jefe de honor no se entrega a discreción por el hecho de disparar cuatro tiros, y que él sólo lucharía aun cuando no le quedasen más de veinte hombres, y estos sin municiones». Al día siguiente, quince de abril, por la mañana, se presentó en el campo denominado de La Tablada la fuerza de Concepción, que al ruido de los cañonazos acudía en auxilio de la plaza, en número de cincuenta jinetes y cincuenta infantes. Lo mandaba el segundo de Santa Cruz, llamado Malacabeza. La Madrid sin desatender el sitio, salió en persona a su encuentro, al frente de sus húsares, batiéndolos completamente; le causó cincuenta muertos y tomándole otros tantos prisioneros, distinguiéndose en este encuentro el capitán Lorenzo Lugones. Bajo la impresión de este triunfo, dirigió la segunda intimación a la Plaza, concediéndole el término de cinco minutos para decidirse.
El jefe español, olvidando su arrogante respuesta anterior contestó que: ...aun cuando tenía fuerzas suficientes para sostenerse, pedía capitulación, y se entregaba prisionero con su guarnición, sin más condiciones que los honores de la guerra, garantías para los paisanos, a quienes había obligado a tomar las armas, y el uso de la espada para los oficiales, con seguridad para sus bagajes.
En consecuencia, en el mismo día rindieron sus armas en el lugar llamado Campo de las Carreras, que hoy es el lugar ocupado por el prado Zalles Calderón.
Entre los rendidos se contaban tres tenientes coroneles, entre ellos Santa Cruz, 17 oficiales y doscientos setenta y cuatro soldados, siendo los trofeos de este triunfo incruento, 400 fusiles, 114 armas de toda especie, 5 cajas de guerra y muchos otros pertrechos militares.
La noticia de la rendición de Tarija fue la primera que tuvieron los realistas de la expedición argentina, y cayó como un rayo en las provincias del Alto Perú. La fama abultó su importancia, dio a La Madrid un cuerpo de tropas de 2.000 hombres, suponiendo una combinación con las tropas de Tucumán, por la vía de Oran, lo que hizo cundir por todo el país la alarma en unos, y la esperanza en otros.
Los jefes españoles completamente sorprendidos y en la ignorancia de la suerte del ejército de La Serna, en medio de las poblaciones dispuestas a la insurrección, podían contar por lo pronto, con las guarniciones fijas en Potosí, Chuquisaca y Cotagaita y algunas columnas volantes sobre Cinti y el Río de San Juan, que reunidas alcanzaban a 1800 hombres de línea, diseminados desde Tupiza hasta Tarabuco.
El General Ricafort que mandaba en Potosí, que había sido el verdugo de los americanos en el Cuzco y en La Paz, era, empero, un militar inteligente y resuelto, y fue el primero que se puso en campaña al frente de un batallón y varios piquetes, con cuya fuerza se adelantó hasta Tupiza.
La Madrid entregó la plaza de Tarija a Uriondo; y con los jinetes que formaban la caballería tarijeña, marchó precipitadamente sobre el enemigo que lo era en ese momento el batallón denominado de La Laguna que guarnecía Chuquisaca.
Los realistas vieron avanzar a los patriotas, y parece que vacilaron, sin comprender qué clase de fuerza era la que descendía. La Madrid ordenó a sus jinetes que no hicieran movimiento alguno, se adelantó a gran galope y agitando un pañuelo blanco les gritó: Bajen, que es el auxilio de Potosí’.
El jefe enemigo, que lo era el comandante don Eugenio López, persuadido que aquella era la columna de Ostria, descendió apresuradamente seguido de algunos oficiales, y grande fue su humillación y sorpresa cuando oyó los gritos de ‘Viva el Rey’, dado por los patriotas. Se vio rodeado y obligado, bajo pena de la vida, a ordenar a su tropa que descendiera al llano, intimación que hubo de resignarse mal de su grado. La tropa ilusionada como su jefe, y engañada por él, quedó prisionera sin que fuese necesario, como dice el general Paz, disparar un tiro, desenvainar un sable, ni derramar una gota de sangre.
Esta fue la coronación de la obra patriota de los tarijeños; y esta acción los historiadores le dan el nombre genérico de Cachimayo; y Mitre la denomina con la de la ‘Quebrada de Yotala’.
Es dentro este mismo concepto que las diversas acciones de armas en las que ha brillado el valor de nuestras milicias, y la arrogancia del chapaco de estas pampas de trigo y del maizal, que tenemos derecho a la gloria, que la historia confiere a los guerrilleros en la contienda de la libertad americana.
Y esta deficiencia de datos en nuestra historia, es plena. Los tarijeños no se han preocupado hasta hoy de formar sociedades de estudio, desempolvar los archivos de Salta y Tucumán, donde duermen en cariñoso olvido las acciones bravas y las gestas rebeldes. Y es lógico, porque como deducción, deberíamos considerar que Tarija, formó parte del territorio de Salta, por real cédula de 17 de febrero de 1807, habiendo concurrido a todas las campañas libertarias con los hombres que lanzaron la chispa revolucionaria el 25 de mayo de 1809 y 1810, con Chuquisaca y Buenos Aires.
Nos atreveríamos a decirlo, arrancando nuestras investigaciones de la fecha del 13 de julio de 1811, que es la de la proclama de Tarija, y en la que se anota nuestra concurrencia en Cotagaita el 27 de octubre, en Suipacha el 7 de noviembre del mismo año, y en Huaqui el 20 de junio de 1811, que nuestros gestos libertarios de la corona de España, están radicados en los años 1809 y 1810.
Y permitidme señores que, abusando de vuestra bondad, recorra algunas páginas de la historia para reclamar con el derecho consciente del deber cívico, el galardón de la gloria que pertenece a Tarija, ya que hasta hoy ha vivido olvidada de las fiestas del civismo libertario, y que su acción ocupa lugar secundario en la historia altoperuana, olvidando perversamente, que en la Historia Americana de la emancipación, tiene un sobresaliente asiento de honor, de dignidad y de grandeza.
La junta subalterna organizada en Tarija, y cuya proclama fechada en 13 de julio de 1811, nos demuestra que José Antonio Larrea, Francisco Gutiérrez del Dozal y José Manuel Núñez de Pérez, fueron quienes representaron a este pueblo con la siguiente proclama:
Valerosos tarijeños: Desde los primeros momentos en que supisteis que la inmortal Buenos Aires trataba de defender la Patria de la esclavitud y tiranía en que ha gemido por tres siglos, manifestasteis vuestra adhesión a ese gran sistema, y cuando algunos de los pueblos circunvecinos se disponían a sofocarlo en su nacimiento, vosotros le disteis lección de patriotismo, jurando derramar vuestra sangre para sostenerlo.
Así lo cumplisteis. La Patria os llamó a Santiago de Cotagaita en su defensa y volasteis a socorrerla. Allí peleaiste, con unas tropas veteranas, aguerridas y superiores en número; y a pesar de estas ventajas, que debían asegurarles la victoria, las obligasteis a encerrarse en sus trincheras. En Suipacha os cubriste de gloria, ganando una victoria que dio nueva fuerza y energía a nuestro sistema. Hay bamboleo ahora. Por unos sucesos poco favorables de la guerra, pero no de la consecuencia que se ha figurado. En estas críticas circunstancias, os vuelve a llamar la Patria, informada de vuestro valor, que ha resonado en los ángulos más remotos de este continente.
¿Os ensordeceréis ante sus clamores? Permitiréis que allá sucumba y que vuelva a arrastrar nuevas cadenas, que la tiranía habrá de hacer más pesadas y más ignominiosas? Lejos de vosotros esa conducta que eclipsaría la gloria que habéis adquirido con vuestras hazañas, y os cubriría de vergüenza y confusión. Vosotros tenéis una gran parte en la sagrada obra de nuestra libertad, y no la dejéis imperfecta: consumadla. Vosotros habéis ceñido nuestras sienes con laureles inmarcesibles en los campos de honor: no permitáis que una infamia y cobardía los marchite. No temáis esas huestes mercenarias y cobardes, que sin prestigios y con simulaciones, pretenden colocar su infame causa. La nuestra si es justa y es sagrada.
El Cielo no puede dejar de protegerla. Aprontaos pues, para correr a Viacha, a unirnos con vuestros hermanos que han dado nuevas pruebas de valor en la acción del 20 de julio [la batalla de Huaqui]. Regad si es posible con vuestra sangre esas áridas campiñas, para que florezca la frondosa palma de la victoria, que va a decidir de nuestra felicidad y nuestra suerte. Ella lo recompensará a su tiempo y transmitirá su memoria a la posteridad más remota, escribiendo en los fastos de esta sagrada revolución, el siguiente epíteto: -‘Tarija me salvó, Tarija me libertó’.
Este notable documento nos demuestra palmariamente que Tarija se había pronunciado por la independencia del Alto Perú, allá por los años 1809 o 1810, cuya fecha precisa aún no ha sido encontrada por nosotros, porque esos archivos duermen en Tucumán y Salta, que son los depositarios de la grandeza y de la pureza republicana de este pueblo. De aquí arrancamos como lógica consecuencia que, al festejar el 15 de abril de 1817, lo hacemos de una de nuestras batallas campales, más alta, más grande y más sublime. Y lo hacemos hoy, porque recién comenzamos a vivir, dándonos cuenta que hasta el presente se nos ha negado el derecho de pueblo depositario del fuego sagrado del patriotismo.
En la memorable batalla de Tucumán del 24 de septiembre de 1812, nuestros jinetes, ocuparon el ala izquierda y tiñeron de rojo los «Campos de las Carreras», situado al Sudeste de la ciudad; y fueron los nuestros los que, a la orden del valeroso Belgrano, arrasaron con el Paura y el Fernando 1°. Allí quedó flotando en ese cielo siempre azul, como símbolo de grandeza, el grito del valeroso Uriondo: «Los tarijeños pasamos, como rayando el sendero pá la cosecha».
Y en la gloriosa embestida de Salta, el 20 de febrero de 1813, cuando el airoso asalto al «Cerro de San Bernardo», los tarijeños lucían gallardía, al decir de Mitre:
...que la caballería armada en su mayor parte de lanzas y cuchillos, y muchos sin más que puñales y lazos, presentaban un aspecto raro por la vestimenta con ponchos de todos colores, y cubiertas las piernas con anchos guardamontes de cuero, que usaban los de los valles de las Salinas de Tarija, Humahuaca y Quebrada Herrado.
Allí estuvieron, Avilés el genial guerrillero y los León salidos de la montaña de Padcaya, que en un gesto de coraje supieron retar al caído español, con la graciosa expresión de: «Corra, pero no se rinda amigo».
No olvidéis distinguida juventud, que es necesario encarnar en el corazón del pueblo las lecciones de amor a nuestras tradiciones, porque fortifican el valor, purifican las acciones y enaltecen las virtudes. Somos nosotros los que debemos predicar ese dogma, porque es nuestro orgullo: aquí esta nuestra casa; de aquí recogemos el pan para nuestros hijos, y en su suelo duermen el sueño de la muerte los que nos dejaron su sangre y nos legaron sus virtudes.
Camba, Mitre, Güemes, Uriondo y otros, dejan establecido sin lugar a duda alguna, que la acción libertaria de América, para retar a la opresión española fue conjunta, muchas veces sin relación entre los sectores criollos y otras dirigidas por la luz genial de Bolívar, Sucre y San Martín. Y existen sectores que sirvieron de estratégicos campamentos, por una o por otra consideración, siendo de notar que Tarija, era una de las vías preferidas en la estrategia militar para cortar la marcha del ejército realista por la vía de Humahuaca. La caballada del ejército patriota que dio los asaltos victoriosos en Suipacha y Cotagaita, en Huaqui y la Rinconada, fue retirada de los campos pastosos de Canasmoro, Sella, las Salinas y los valles de la Concepción. El ganado vacuno arreado a diario de nuestras sierras, sirvió para mantener el ejército que batallaba en las pampas argentinas y en el altiplano andino, nada menos que como justificación a esta verdad, citamos al historiador Mitre, cuando dice: «Las fuerzas de Güemes carecían de alimento, y grande fue la alegría cuando llegaron de Tarija dos mil cabezas de ganado de buena carnadura».
Don Francisco Uriondo, natural del Valle de la Concepción, que asistió a la batalla de Sipe-Sipe como ayudante de campo del general Rondeau, hallábase a la sazón en Tarija (noviembre de 1816) al frente de una fuerte división de patriotas que: «obraban bajo las órdenes de Güemes. Sus correrías y guerrillas en ese teatro, acompañadas de pomposas partes y proclamas, les habían dado a los tarijeños algún nombre». Fue entonces cuando La Serna trató de seducirlo para conseguir tomar la plaza fuerte de Tarija, y a cuyo fin le dirigió la notable carta, fechada en 14 de diciembre de 1816, en la que le dice:
Cree Vd. por ventura, que un puñado de hombres desnaturalizados y mantenidos con el robo, sin más orden, disciplina ni instrucción, que la de unos bandidos, puede aponerse a unas tropas aguerridas y acostumbradas a vencer las primeras de Europa, y a las que se haría un agravio comparándolas a esos que se llaman gauchos, incapaces de batirse con triple fuerza como es la de su enemigo?
A cuya amonestación resaltó la contestación de Uriondo: «Defendemos con el general Güemes nuestros derechos, luchamos por nuestros suelos, y protesto por el ultraje a nuestras milicias, y en el campo de batalla sabremos defendernos» (M. S. original en el Archivo General de Guerra, legajo de 1817). Anoto estos hechos aislados a la relación presente, para eslabonar nuestra actuación anterior al año 1816 y demostrar que Tarija fue la ruta efectiva del movimiento emancipador iniciado en Buenos Aires, y para patentizar más esta verdad, téngase en cuenta que por la parte del Orán, vifurcábanse las huestes guerrilleras con Méndez, Uriondo, los hermanos León, Avilés, Rojas y otros, siendo por esta razón, el ingreso a la quebrada de Humahuaca la arteria de vida del ejército de Güemes, que estaba resguardado por las fuerzas del coronel José Fernando Campero, conocido por el Marqués de Yavi y Tojo, quién se levantó desde los primeros momentos en armas a favor de la independencia, y fue en su hogar y en sus tierras feudales, donde los nuestros recibían las inspiraciones y las órdenes de Güemes, que fue el audaz criollo que enalteció el espíritu de la raza. El historiador Bartolomé Mitre, nos refiere sobre este particular:
El Marqués se alzó con todos sus feudatarios, organizando a su costa un cuerpo de tropas y cubrió con él la boca superior de la quebrada de Humahuaca, con lo que dominó el despoblado y mantuvo las cruzadas de ríos y selvas frondosas, que, aún puedan conducir y llegar por largos rodeos hasta Jujuy, atravesando oblicuamente el valle del Bermejo, solo podía tener por objeto inmediato a Orán
Confrontando el atlas de la confederación argentina por Martín Monssy, encontramos:
Qué en la prolongación del camino del nuevo Orán y Tarija, queda sobre la margen derecha del Bermejo el Valle de San Andrés, y hacia el Norte el de Santa Victoria, para comprender como situada la vanguardia realista en Yavi, con sus reservas en Tupiza y Suipacha, dominaba por la parte superior la boca de la Quebrada de Humahuaca, manteniendo franco por su izquierda las comunicaciones con Tarija.
Siguiendo a Mitre tenemos mayor comprensión cuando dice: «Los patriotas dueños de la quebrada de Humahuaca, podían avanzar y retroceder con seguridad, y obrar a la vez por ambos flancos, ya tomando el camino del despoblado o ya no internándose a Tarija por el valle del Bermejo».
Tal era el plan defensivo y ofensivo aconsejado por la topografía, y tal fue el que Güemes adoptó limitándose a las guerras de sorpresa y expediciones ligeras, donde estuvieron los nuestros, ya en momentos bajo la dirección de Belgrano, Güemes o de los jefes de la región, siendo esta la verdad por la que los datos de nuestras hazañas guerreras, están fuera del estudio que han efectuado los intelectuales bolivianos.
Y esta noche bella, como la del ensueño del poeta, donde nos reunimos en familia, para recordar las glorias nuestras, sin los aplausos y el coro de los que deberían en verdad enorgullecerse de las virtudes de esta ciudad, ajena a dialectos y orgullosa de su belleza, es justo que elevemos el espíritu a las regiones superiores de la idea, para jurar amarla, cantando a cada paso sus glorias y defendiéndola con el ardor que sabe despertar el amor del hogar, el encanto al suelo de la patria y la veneración al santuario de la libertad.
Méndez que fue el gaucho tomata, rebelde y bravío que vivió para ‘sus lares’, olvidando los deberes del hogar, porque había soñado que la patria es el hogar santo donde debían florecer los ramilletes de la grandeza humana, murió en aras de su ideal, en el hogar venerado de la señora Francisca Ruiloba de O’Connor, abuela materna de nuestro ilustre poeta doctor Tomás O’Connor d’Arlach, donde fue recogido por la caridad de esa matrona para curarle con ejemplar abnegación las heridas inferidas por Rosendi. Allí al calor del afecto y de la admiración heroica de este pueblo, se cerraron esos negros ojos, titilantes como chispazos de luz, reposan hoy en una torre olvidada de nuestro Cementerio, sin que las flores del recuerdo rieguen esas cenizas, que son el polvo del ensueño y el perfume de nuestra grandeza.
Rojas que fue el lugarteniente de Méndez, murió defendiendo esta ciudad, cuando Olañeta lo asaltó en las «Barrancas» que contornean esta ciudad, el 5 de abril de 1816; y sus restos sirven hoy de cimiento a la rebeldía de los bravos que saben recordarlo, sin que en su tumba se levante un homenaje de afecto.
Julián Pérez que fue el intelectual varón que unió su suerte a la distinguida dama argentina Margarita Zegada, y que su fortuna fue entregada a los ‘jóvenes patriotas’; Pérez, decimos, que lució en el congreso de Buenos Aires su oratoria soberbia y fecunda, defendiendo a Tarija, cuando llegó a exclamar: «Represento a mi país en esta reunión de hombres libres, que hemos luchado por romper el tutelaje español: y lo represento porque la acción nuestra, ha sido alta y de elevados contornos guerreros», cayó rendido por la fatiga del trabajo intelectual, y murió en un manicomio de esta ciudad, sin que sus restos recibiesen el beso de la gratitud ciudadana, para el hombre que nos honró en el parlamento argentino.
Avilés, que fue el exponente de la cultura de la época, el reflejo fiel del caballero, murió en Lima; y sobre su tumba no han corrido las lágrimas de los suyos y jamás se ha preguntado donde duerme el sueño de la muerte, para besar la tierra que lo cubre...
Los León, que fueron los jinetes altos, de apostura de conquistadores, que dominaron las montañas, y que, en maridaje con las fieras de las selvas, supieron conquistar la palma de la gloria, degollados descendieron a la fosa común, y esas cabezas, llenas de luz y de sentimiento, yacen en la «Cruce de la Matara», sin que la piedad patriótica, riegue ese santo lugar.
Uriondo, que con sacrificio de la fortuna que le legaron sus padres, organizó las milicias de la Concepción, que supieron defender los derechos de la libertad en Suipacha y en La Tablada, descansa en el cementerio de su pueblo natal, sin las oraciones y sin las plegarias cívicas que deberían orlar la frente de ese valiente guerrillero.
Y otros más, cuyas memorias sirven en esta noche de rocío purificante para nuestra reacción ciudadana, y que a no dudarlo serán guía y faro en las luchas que la democracia nos depara, ajenas al servilismo y extrañas al caudillismo, descansan hoy cubiertos por el polvo del olvido.
Y al repasar nuestra historia tal como es, rindamos exaltada gratitud a los hombres que nos legaron monumentos que son savia vigorizante, en cuyas linfas todo buen tarijeño debe robustecer su espíritu, modelándolo y fortificándolo para las grandes luchas del porvenir. Rindamos gratitud, y esa gratitud, que en esta noche ofrenda la sociedad de Tarija por medio de este homenaje de sencilla solemnidad, honre a nuestros hombres en la obra libertaria.
Señores: Un instante de recogimiento, unos segundos de oración patriótica; y elevando el corazón por nuestras glorias, contemplemos el cuadro que hoy ofrece la ciudad soñada, sin la mano protectora de sus hijos, que van mendigando piadosamente para que en la historia patria se les señale el puesto del deber, que les corresponde, por haberlo adquirido en los campos de la batalla.
Y esa obra la continuemos, con la resignación del perseguido que llevó a la antigua Roma el óleo santo de su sangre y el ósculo bendito de sus afectos, no para demandarle el pan de cada día, sino para exigirle lo que es nuestro y se nos debe.
Que el espíritu de Tarija sea uno, para defendernos y para saber triunfar en esta lucha y en esta batalla: diario de la mentira contra la verdad; de la falsía contra la ética de los pueblos y de los hombres.
Y que siempre el arrullo de nuestras mujeres, adormezca la cabeza crispada de los varones fuertes, que amándolas supieron defender los sagrados derechos de la Patria.
Y que sus notas, himno santo de redención, se eleven en plegaria única, como se elevan hacia Jesús las oraciones cristianas demandándole el efecto y el recuerdo.
He dicho.
7. Archivo General de La Nación. -Partes oficiales y documentos relativos a la guerra de la Independencia Argentina, Tomo segundo, Publicación oficial. Buenos Aires, Taller tipográfico de la Penitenciaria Nacional, 1901. [R]
[1] Bernardo Trigo, Batalla de «La Tablada». 15 de abril de 1817. Tarija: 1931. 35 p. «Conferencia dictada en los salones del Club Social por el Dr. Bernardo Trigo». [T]