Recuerdos y anecdotas
A bocajarro



A bocajarro
Un amigo de los números, llamado Manuel Ochoa, profesional en ingeniería, catedrático, en grata tertulia –que también le atrae mágicamente la literatura-- lanzó la pregunta en torno a mis preferencias:
--¿Mario Vargas Llosa, o Gabriel García Márquez?
--El Gabo, contesté, por su febril imaginación y amena prosa. Sus Cien años de soledad son insuperables.
Aunque, justo decirlo, cada uno de ellos supo legar a la humanidad una obra grandiosa, por lo que se les confirió el premio Nobel, al igual que anteriormente aconteciera con Gabriela Mistral y Pablo Neruda, para gloria de Sudamérica. Con serena mirada pareció mi amigo dar su conformidad a mi veloz apreciación. Y, en seguida, sin pausa alguna planteó otra interrogante:
--¿Octavio Campero Echazú, u Oscar Alfaro?
--Diría que ambos cultores de la poesía tarijeña empatan en calidad, el primero señorial y nostálgico; el otro pleno, sencillo y vital con médula en los poemas dedicados casi en exclusividad a la niñez.
En suma, gratísimo encuentro, porque los números y las letras no se pelean entre sí y más bien se complementan en excepcionales casos como éste, que me sorprendió positivamente.
No los olvidé
Extiendo mis brazos largos hasta Tarija, tierra de la sonrisa y encanto, para saludar a los amigos que no logré ver en apenas una semana de viaje. No los olvidé, todos están presentes en el confín de la memoria de la infancia. Imborrable el fresco recuerdo plasmado en acuarelas del alma limpia y transparente como aguas de acequia en época lluviosa, cantándole su arrullo al discurrir de los días.
Contenido de mis libros
En una entrevista se me inquirió respecto al contenido de mis trece libros, que de modo parcial y al muestreo fui explicando, y que va desde los comentarios de obras y autores, entrevistas, semblanzas literarias, novela autobiográfica y poesía. Pero para decirlo en pocas palabras, la musa no es sino la evocación de ambientes y circunstancias que me tocó vivir en mí ya larga existencia, además de cuanto emergió de mis lecturas, viajes y sueños. Nada más que eso, un testimonio de vida.
Un albino tarijeño
Los albinos son personas de piel muy delicada, sensible en extremo por carecer de pigmentación, sin que tengan buena visión y los rayos solares hieren el iris. Tuve un condiscípulo en el colegio, de buena contextura física, pero debido a ser albino era víctima de provocaciones e insultos y sólo aceptaba pelear en las noches, porque en penumbras vislumbraba a su contendor y ganaba por su fortaleza física.
Lo anecdótico es que Humberto, entonado debido a unos copetines de vino, cantaba de esta manera: “Para qué quiere el gringo casa con balcones a la calle, si el gringo no ve nada…”
Una torrentera de risa
Carlos Aróstegui Arce (1917-2001) fue un calificado poeta de los niños, novelista, profesor de primaria y abogado, nacido en Oruro y avecindado muchos años en la tierra del Guadalquivir, a quien me lo presentó mi hermano Marcelo en La Paz. Feliz acierto ya que en su compañía disfrutamos mucho. En la conversación si algo le causaba gracia desprendía una cascada de carcajadas, jamás escuchada anteriormente en mi vida, ni nada que se le parezca, y es que en sordina modulaba de tonos altos a suaves. No es posible explicar en palabras la risa de Carlos, que nacía desde el fondo de sus pulmones y brotaba a borbotones, por varios minutos.
Nuestro común amigo Roberto Echazú Navajas, en rueda de escritores, con picardía en la mirada sostuvo: “Tan especial es Carlitos que me lo comprara y lo pondría en una jaula, para que solamente me lo ría”. Gozamos a tiempo de escuchar esta festiva ocurrencia del poeta tarijeño.
Visita de la tía Betis
Prefiero olvidar el nombre de la poco atractiva tía. Sin embargo, a fin de que el lector se encuentre prevenido en buena salud es preciso concluir en que de la tíabetis, quiero decir diabetes, debes cuidarte; por cuanto según señalan las estadísticas afecta a más del diez por ciento de la población mundial, esmerándose en visitar a pasos gigantescos a masivos sectores de la ciudadanía, traduciéndose en una enfermedad que no tiene cura pero se controla.
Modos de lectura y escritura
Nunca llevé a la cama un libro para leer e internarme en sus páginas, por no sentirme a gusto; en cambio sí tengo en la mesa de noche un cuaderno destinado a apuntar las ideas y pensamientos que surgen el instante en que trato de conciliar el sueño, o en momentos en que se me interrumpe el mismo a altas horas y, antes que se pierdan en el olvido, anoto rápidamente. En algunas ocasiones enciendo la lámpara tres o cuatro veces en horas de reposo, cuando asoma sus narices la inspiración, y escribo sobre el papel en blanco. Aquí no se cumple lo que manifestó Picasso: “Cuando las musas te visiten, que te sorprendan trabajando”, pero no siempre es así, ya que, aparte de lo dicho, te sorprenden a punto de querer dormir, o ya durmiendo una de ellas en un arrebato te sobresalta. Y no te queda otra que encender la luz y apuntar, si no al despertar no existirá vestigio alguno.
Durante el día, a fin de leer y escribir en posesión de todos mis sentidos, que no son cinco, y no adormilado, como método habitual de trabajo me siento en un cómodo sillón, luego de poner previamente buena música de fondo durante el tiempo de concentración y estudio. Estas son las rutinas cotidianas de mis quehaceres.
Sabiduría popular
En mi libro Trivialidades de tiempo libre registré unas líneas bajo este subtítulo, que le agradó a mi simpática entrevistadora Andrea Baldiviezo: “Cómo no va a ser malo, amigos míos, cruzar por debajo de una escalera, tal como supone una creencia popular, ¿si al hacerlo corremos el riesgo de que una teja nos parta el crisma?¡Ah, nada como la sabiduría del pueblo! Así otro dicho previene no casarse en día martes. ¡Claro, ni aun en otro día de la semana…!