Del libro ¨Estampas de Tarija¨ 1574 - 1974
La Policía de Seguridad conocí que siempre estaba en la Plaza principal



LA POLICÍA Y LA CÁRCEL.
La Policía de Seguridad conocí que siempre estaba en la Plaza principal, con la única diferencia que el local que ocupaba permaneció durante muchos años con su segundo piso inconcluso, pero el año 1.930 ya tomó la fisonomía que todavía hoy mantiene. Los jefes de esta repartición fueron conocidos como “Intendentes”, entre los que me acuerdo que tuvieron fama por su corrección y estrictez los señores Víctor MI. Rodríguez, un caballero de regio porte, bigotes kaiserianos y que se caracterizó por su rigidez, espíritu de justicia y rectitud; fue realmente un Intendente digno de respeto. Otro señor que sobresalió por su dinamismo y trabajo fue don Roque Moreno, y así hubo varios caballeros que infundían —no digamos temor— sino admiración por saber desplegar autoridad justiciera para el resguardo de la tranquilidad del vecindario. Un militar que llegó a ser Presidente de la República y que desempeñó el cargo de Jefe de Policía después de la guerra, aunque por poco tiempo, fue el entonces capitán Gualberto Villarroel.
Los Comisarios creo que eran pocos pero conocidos por su severidad, pues no se conformaban con atender los asuntos de comisaría, sino que velaban porque la niñez y la juventud tengan buenas actitudes y modales en su comportamiento; entre los que recuerdo había un señor Cortez, pasada la guerra también fueron los señores José G. Navarro, Garlos Castrillo, Clemente Vásquez y otros.
Luego, en la rama uniformada existía un Escuadrón de Gendarmes comandado por caracterizados oficiales que llevaban uniformes azules con brillante botonadura dorada, grandes sables o espadas y también resultaban conocidos porque siempre se los veía, no sólo en la misma Policía, sino en todos los |actos públicos. A los gendarmes de tropa la gente los llamaba “rondas”, seguramente porque cumplían servicios de ronda, principalmente durante las noches, en las esquinas (boca-calles) y recorrían cuidando por la tranquilidad del vecindario, tocando sus pitos para mantenerse alertas.
Esos clásicos “rondas” de mi tierra, no sólo rondaban las calles sino que en su recorrido se fijaban en los muchachos y pihuelos, cuidando no destrozaran las plantas de las plazas, jueguen hasta tarde de la noche, se reúnan haciendo bulla o molestando al vecindario o aprendan —los más grandecitos— a “pitar” o vicios menores que en aquella época eran reprimidos. Hubieron algunos guardianes del orden muy populares a quienes incluso les ponían sobrenombres por algún defecto o porque mucho molestaban a los muchachos; así me acuerdo de un tal Manuel “culo de vidrio”, otro “Wichillo carbonada” un borrachito Aguirre y otros por el estilo, a los que se los temía por su estrictez o se les burlaban escapándose en cuanto se los veía venir desde lejos a interrumpir las correrías infantiles. También recuerdo que los gendarmes de esa época estrenaban uniformes para las fiestas patrias y usaban unos vistosos cascos para formar calle de honor cuando las autoridades iban al Te Deum de la Matriz. Tenían su linda Banda de músicos la llamada “Departamental” y que durante mucho tiempo fue la única de la ciudad porque hasta antes de la guerra muy ocasionalmente llegaban bandas militares. Durante esos tiempos fue Director de la Banda Departamental un señor De los Ríos, un caballero alto, gordo, de largos bigotes y que dirigía con una postura seria que llamaba la atención.
También la Policía tenía una perra que se hizo famosa y temible, fue la feroz “hormiga” que llegó a servir hasta vieja auxiliando a los “rondas” e incluso dejó buena descendencia de cachorros que continuaron sus servicios de apoyo a las patrullas rondadoras. Entre los oficiales recuerdo a uno de los más viejos: un tal “loro Gareca”, otro Román, al “gringo” Briegger, que era un legítimo alemán y tenía gallardo porte; otro de apellido Cordero y a Miguel Cruz que llegó hasta épocas recientes.
LA CARCEL.
En la parte posterior del edificio policial, como creo que hasta hoy, estaba la Cárcel Pública, que no fue más que una vieja casona con dos grandes patios, el uno con su amplia reja, para varones y el otro contiguo, para mujeres; en el primero había una fuente circular de agua y en el otro dos frondosos y añejos árboles de olivo.
Resultaba interesante visitar en las horas señaladas —tarde y mañana-— cuando ingresaban infinidad de vendedoras de comidas, bebidas y otras gollorías; se formaba un verdadero mercado al que solíamos ir a comprar “ojotas” (abarcas) porque allí era el único lugar donde se las hacían sobre medida. Había que ver las enormes canastas “zapas” llenas de ojotas de todo color y tamaño; de ahí sacaban vendedoras especializadas para llevarlas a la Recova.
La salida de los presos a la calle era frecuente, yendo escoltados por un “ronda” armado; interesantes cuadros dignos de admiración por lo insólitos se especiaban desde la Plaza, cuando posiblemente debido a una excesiva confianza e ingenuidad, los presos volvían de las partes altas de la ciudad (calle “ancha”) cargando en sus espaldas a la escolta y el fusil, porque aquel se había “pasado” en las copitas de chicha; constituían todo un espectáculo porque necesariamente debían atravesar por la Plaza; claro que no todos los presos fueron tan honrados, los había que tomaban “las de Villadiego”; también otros se afanaban en retornar a la cárcel cargando a su escolta, porque tenían buen negocio dentro del penal.