Del libro: Campero y Arce Esbozos biográficos
General Narciso Campero (Primera Parte)
Amados paisanos:



“Amados paisanos: A vosotros entrego mi conducta de supremo magistrado de Bolivia para que juzguéis con la lealtad de que son dueños los hijos de mi tierra querida, expresándoos que no tengo otro anhelo que el de vivir feliz en el corazón de Tarija. (Fdo.) Narciso Campero-”. Autógrafo que se conserva en el salón del H. Concejo Municipal, puesto al pie del retrato que envió de obsequio.
Introducción Don Narciso Campero es una de esas grandes figuras bolivianas cuya vida está impregnada de patriotismo y honestidad. Llegó a la Primera Magistratura de la República por voto pleno de la Convención Nacional del ochenta, reunida a raíz de los desastres de la Guerra del Pacífico. No hubieron partidos ni juegos de pasiones bastardas. Su elección nació en los campos de batalla y fue designado lejos de toda influencia política o personal en el momento supremo en que teñía con su sangre los campos de la Alianza.
Investido del mando, su pensamiento y su acción se localizaron en constitucionalizar el país y reconstruir la nacionalidad. Del civismo puro hizo una profesión de fe inquebrantable.
Estudiar su vida, analizar su obra y admirar al varón ilustre es un imperativo de la juventud. Bolivia llegará a las altas idealidades el día que sus hombres comprendan a sus Hombres, siguiendo la ruta trazada en el bien y descartando del engranaje nacional las acciones y los hechos de los que pasaron lastimando y explotando el honor y la dignidad de Bolivia.
La vida de Campero es tan hermosa que deja lecciones muy hondas de civismo, retemplando el alma y enalteciendo la mentalidad.
En la agitada política boliviana, Tarija se enorgullece de sus hijos. No dio a la patria tiranos que desolaron el patrimonio de nuestros mayores. Dio hombres que laboraron por la grandeza nacional: Arce y Campero, son un ejemplo patente. Mandatarios de una vida llena de honestidad, que defendieron el suelo patrio; Constructores que cruzaron la República de caminos, telégrafos, ferrocarriles. No llevaron los relumbrones del soldado para sembrar la anarquía en los hogares. Fueron constructores del progreso, mentores del bienestar social.
Nacimiento La cuna de don Narciso Campero fue modesta. Fueron sus padres don Felipe Campero, hermano del Marqués de Tojo (don Juan José Feliciano Campero) y doña Florencia Leyes, hija de don Pedro Leyes. Nació en las primeras horas de la noche del día 28 de octubre de 1813, en la Hacienda de Tojo, perteneciente al partido de Concepción, que hoy es Cantón de la Provincia Avilés, Departamento de Tarija.
El niño fué recogido inmediatamente de nacer por doña Isabel Galean y llevado a la casa del mayordomo de la hacienda, don José Manuel Almaráz. Allí lo amamantó la buena moza Pilar Galean durante un mes, más o menos, llevándoselo en seguida a la Quebrada de Marquiza. Fué bautizado por el cura de Tojo, don Elías Villada.
Don Pedro Leyes era un hombre muy severo y de costumbres austeras, por cuya razón doña Florencia se levantó de cama al siguiente día del parto, simulando estar «apestada». In-mediatamente cayó enferma con un abundante flujo, muriendo al siguiente día.
Primeros cuidados y estudios Momentos antes de morir, doña Florencia habló con el Marqués, y sin duda le confesó su falta, rogándole atienda al niño José Narciso. Al otro día del deceso, el Marqués llamó al doctor Andrés Pacheco y a don Manuel Jira, y les dijo: «Vayan a casa de Felipe y en mi nombre díganle que inmediatamente recoja y eduque al niño que ha dejado la Florencia». Don Felipe cumplió la orden de su hermano. El niño estuvo durante un año en casa de Almaráz y después en la Casa de Hacienda. El estudio de las primeras letras lo hizo en Livilivi, que está al frente de Tojo, en casa de una buena señora que le gustaba enseñar la Cartilla cristiana. El año 1824, su padre lo mandó a Chuquisaca para que estudie en el Colegio de San Cristóbal.
“Heredero Universal” Don Felipe redactó su testamento el 12 de agosto de 1827 y en una cláusula dice: «Una vez más declara, nombra e instituye por herederos a sus hijos José Narciso, Bernarda, Catalina, Ana María y María Manuela, sin averiguaciones ni preguntas». En dicho testamento ordena: «que de lo mejor de sus bienes se separe una cantidad apreciable para formar la carrera literaria de su hijo José Narciso».
Perfil de patriota Don Felipe murió el 13 de abril de 1828. José Narciso quedó huérfano a la edad de 15 años. Ya hemos dicho que cursaba sus estudios en Chuquisaca. Y aquí, un aparte. Nuestro hombre recordaba con profunda veneración la figura apuesta y simpática del Mariscal Antonio José de Sucre y relataba, emocionado, las incidencias del motín militar del 18 de abril, en el que se hirió al Mariscal en un brazo. Campero había presenciado, desde la torre del campanario del Colegio, todo el desarrollo del crimen.
Cuando la invasión de Gamarra, a la cabeza de seis mil hombres (1º. de mayo de 1828), en Chuquisaca se organizaron varios destacamentos militares, entre otros, uno formado por los estudiantes del Colegio Junín, bajo el comando del Rector del establecimiento. Campero, se presentó como voluntario, habiendo sido rechazado por creérselo «incapaz para el manejo de las armas». Empero, ya se perfilaba el patriota.
Estudios universitarios A la muerte de su padre don Narciso viajó a Tarija, llamado por su protector el coronel Mariano Aparicio, que lo estimaba como a su hijo. En poco tiempo arregló la situación de los bienes que heredó, designando al mismo coronel como su representante y regresó a Chuquisaca a concluir sus estudios.
Abogado El 12 de mayo de 1837, se recibió de Abogado. Se vino a Camargo donde vivía la familia del coronel Aparicio, pasando después a Tarija en busca de trabajo profesional.
Oficial de ejército El año 1838 fue amaro y doloroso para Tarija. Las fuerzas argentinas, comandadas por el general Gregorio Paz, ocuparon las Salinas, San Diego, Caraparí y parte de la Provincia Concepción (hoy Avilés y Arce), avanzando a tomar la plaza de esta capital. Quería el gobierno de Rosas reconquistar la Provincia de Tarija, ya que habían sido ineficaces las acciones diplomáticas que se intentó en diversas ocasiones. El general Santa Cruz organizó la defensa y con las unidades de Méndez, Uriondo y Rojas y con los efectivos que comandaba el general Felipe Braun, del «Socabaya» y del «Coraceros», se enfrentó al enemigo. El joven abogado—Campero —no pudo quedar indiferente. Se incorporó al Batallón 8°., con el grado de subteniente. Tócole, por esta razón, combatir en Montenegro y ser victorioso en esa acción de armas (24 de junio de 1838), habiendo ascendido a teniente primero en pleno campo de batalla. Habia comenzado su carrera militar. Colgó la toga del abogado para empuñar el sable del soldado.
Para encarrilar nuestra información, y quizá para justificar la colaboración que Campero prestó a Melgarejo en los primeros años de su gobierno, es de interés conocer el nexo y el vínculo que existía entre ambos. Es el siguiente: cuando la batalla de Montenegro, a que nos hemos referido anteriormente, Campero fue destinado al Batallón 8o. como subteniente de la Primera Compañía de la que era sargento primero Mariano Melgarejo. El jefe de ese bizarro cuerpo era el coronel Mariano Aparicio, que había formado y educado al joven Narciso. El sargento Melgarejo le prestó a Campero todo género de atenciones y de cariños correspondiendo éste con una exquisita gentileza. Concluida la campaña, ambos estaban vinculados por los lazos más sinceros de la amistad y de la camaradería.
El general Ramallo, en su biografía del general Campero, refiere unas frases del Mariscal Santa Cruz. Lo conoció después de la batalla de Montenegro y percatóse de sus alcances y sus previsiones políticas y militares. Le había dicho: «Estudie joven oficial. Llegará Ud. a ser Presidente de la República».
En el gobierno de Velasco — 1838 — Campero prestaba sus servicios en la «Legión Potosí», actuando en defensa del orden legal; y alguna vez que en el seno de la oficialidad corrían rumores de descontento y de subversión, se guardaban del oficial «tarijeño», como lo llamaban, por ser incorruptible y de una moral cívica digna de todo encomio. Ese gobierno lo ascendió a capitán.
«El año 1841 la República se hallaba dominada por la más completa anarquía. El estado del país era desconsolador; el militarismo dominaba por todas partes y los combates y escaramuzas parciales eran frecuentes entre los adeptos de uno y otro bando; parecía que la República llegaba a su fin, cuando, para colmo de males, pasó el Desaguadero un ejército de siete mil hombres, mandados por el general peruano Agustín Gamarra. En esos momentos el capitán Campero, ascendido ya a mayor, se apodera de Potosí. Recibe orden de marchar al encuentro de Bailivián que estaba encargado de salvar al país. Se incorporó en Sicasica y fue destinado al Estado Mayor General». (Miguel Ramallo).
Tócole actuar en toda esa campaña defendiendo a Bolivia de la segunda invasión armada del general Gamarra. En Mecapaca, fueron sorprendidos por la impericia de un Jefe; Campero recibió una herida en el antebrazo izquierdo.
En el extranjero En 1845, el doctor José María Linares, fue designado Ministro en misión especial ante el reino de España y el teniente coronel Campero, Secretario, debiendo pasar a Francia y a Prusia a hacer estudios militares.
En España don Narciso se vinculó con destacadas personalidades. Fue amigo del viejo general don Gregorio Valdéz, que en la guerra de la independencia alto-peruana desempeñó un alto cargo realista. «El anciano general—dice Ramallo—se complacía en departir con Campero sobre los sucesos de Bolivia en que fue actor». Dicho general consignó en el «Álbum de Recuerdos» de Campero estos conceptos: «Bolivia llegará a ser una gran Nación, pues, aunque no he conocido a los alto-peruanos sino como a enemigos, he aprendido a respetarlos por su heroico valor; y un pueblo que tiene semejantes padres, no puede menos que llegar a ser un gran pueblo».
Al poco tiempo, Campero pasó a Francia y logró incorporarse al ejército francés, para perfeccionar sus estudios. Concurrió a la campaña de Argelia, bajo las órdenes del Mariscal Puyeaut y del Príncipe de Orleans.
En París, ingresó a la Escuela Politécnica. Estudió matemáticas e ingeniería militar, llegando a graduarse como «oficial aventajado».
Caída la dinastía de Orleans, Campero, ingeniero ya, pasó a servir en la Escuela del Estado Mayor Francés. Trabajó satisfactoriamente reconociéndosele el grado que tenía en Bolivia, de teniente coronel. Ese reconocimiento se hizo después de haber actuado en la Campaña del Africa.
Declarada la guerra de Francia e Inglaterra contra Rusia (año 1854), el Tcnel. Campero fue destinado a la división del Gral. Burbaki. No se presentó a su nuevo destino ni concurrió a la Campaña, porque el gobierno de Bolivia lo llamó con carácter de urgencia.
Retorno a Bolivia Regresó a la patria después de diez años de ausencia. Estuvo en Europa consagrado al estudio.
Percatado el Congreso de la labor cultural y militar del Tcnel. Campero, lo ascendió al grado de coronel. Fue la tarjeta de bienvenida que el país le envió a su arribo al hogar.
No agradó a cierta gente en manera alguna el regreso de Campero. La emulación militar se agudizó. Hombres que habían hecho su carrera a base de infidencias y perfidias criollas, no miraban con simpatía la apostura de un Militar, Ingeniero y Abogado, llamado a mayores destinos.
El chisme intrigante corrió rápido ante el veleidoso Presidente don Jorge Córdova. Campero había publicado en esos días un interesante folleto titulado «Proyecto de Revolución», y se creía encontrar en cada línea una amenaza, un peligro. Necesitábase limpiar el camino. Conocedor, Campero, de que debía ser puesto en prisión, fugó a Tarija, «donde estuvo mucho tiempo excusado, en casa de la señora Magdalena Aparicio, que residía en su finca de Santa Ana, donde entretenía sus ocios plantando árboles y formó una hermosa calle de ellos, desde la casa principal de la hacienda hasta el río». (Ramallo).
Diputado Potosí le debía mucho a Campero. Vinculado por el afecto, unido por viejas amistades y con raigambre en el elemento minero, a quien protegió como Jefe de unidades militares en diversas ocasiones, lanzó su candidatura a la diputación por la capital: año 1857. Incorporado al Parlamento actuó con elevado criterio. Fue el autor de la Resolución Legislativa por la que se restableció la pensión vitalicia a la heroína americana Juana Azurduy de Padilla, partida que había sido cancelada «entre el tumulto de la guerra civil». Formó el grupo independiente de los «rojos» con Baptista y Galdo.
Revolucionario El 8 de septiembre, se supo en Chuquisaca que el doctor José María Linares se había presentado en Oruro proclamando la revolución. Córdova pasó a Cochabamba y el Congreso recesó automáticamente. El Prefecto, José María Aguirre, tuvo sospechas de Campero y ordenó su detención. En el calabozo, se le remachó barra de grillos. «La prisión de Campero—dice Ramallo— fue la chispa que incendió el movimiento revolucionario en Sucre». En la noche la juventud rodeó la cárcel y pidió la libertad del preso. «La columna hizo una descarga a los tumultados, lo que llenó de furor; pronto sonaron tiros dados por el pueblo y cayó sobre la policía una lluvia compacta que anonadó a los defensores del Cabildo». Campero fué puesto en libertad, y los grillos arrastrados por las calles...
La revolución en Sucre fué consagrada. Se proclamó a Linares Presidente de la República designándose Prefecto del Departamento al doctor Tomás Frías y Comandante general al coronel Narciso Campero.
Inmediatamente se organizaron unidades militares que viajaron sobre Oruro en protección de la «santa revolución» que restauró el orden. Campero fue el Jefe de esa unidad, llamada «Columna Sucre», compuesta por seiscientos hombres.
Tareas constructivas Linares, una vez que consolidó su situación, designó al coronel Campero jefe del Batallón Sucre, encargado de formar un plantel de ingenieros e instruir la oficialidad de infantería.
Toda la tendencia y el deseo de Campero desde su regreso al país, fue fundar el Colegio Militar para educar a la juventud y evitar esa formación de oficialidad viciosa que nacía de los cuarteles y de las revoluciones. Esa labor constructiva molestó a Ruperto Fernández, que gozaba de gran predicamento ante el Presidente, logrando se separe al coronel Campero del comando del cuerpo, destinándolo al Ministerio de Guerra, como Ayudante General.
Comprendió Linares la injusticia que se había hecho con Campero y, en desagravio, lo nombró Jefe Político y Militar de Potosí.
En el nuevo cargo, Campero desenvolvió una política sagaz y constructiva. Combatió abiertamente el alcoholismo y dictó acertadas disposiciones administrativas.
Pero la hidra revoltosa no cesaba un instante.
Motín militar El 28 de noviembre de 1859, estalló el motín militar. Sobre ese movimiento, el capitán Eduardo Campero (hijo del general Narciso Campero), publicó un interesante folleto, si bien es cierto que plagado de detalles y lugares comunes, pero por él sale a flote la verdad de tales sucesos. Vamos a seguirlo en algunos pasajes.
Una comisión especial inspeccionaba la casa de «La Moneda» en Potosí. Custodiaban el parque sesenta hombres desprendidos de la Columna. El coronel Felipe Ravelo, buscó la colaboración del capitán Lascano y al «¡Viva Belzu!», tomó la plaza y desprendió patrullas para capturar al coronel Campero, que estaba de almuerzo en casa del señor Hernández. Percatado don Narciso de tales hechos, organizó un grupo de juventud y se parapetó en el Huahinacerro, donde se libró un ligero combate, logrando poner en fuga a los efectivos de Ravelo; mas, cuando éste notó que sólo eran unos pocos los combatientes, reorganizó sus fuerzas y reinició el ataque, logrando dominar al enemigo y capturar al coronel Campero, que luego fué conducido a la Casa de Gobierno, donde lo recibió ásperamente el coronel Ravelo, exigiéndole firmar la orden de rendición. Campero, contestó: «No firmo». Se le ofreció inmediato ascenso a General de Brigada. Respondió: «Soy militar de honor y prefiero la muerte a comprar los entorchados de general al precio de semejante infamia». Se dio la orden de fusilarlo. Se corrieron todas las diligencias del caso; se lo amenazó, se le ofreció puestos, etc., etc. La negativa era rotunda. Pidió un sacerdote. Vino el padre Jacinto Cintora, Guardián del Convento Franciscano. Se confesó y dictó algunas disposiciones de orden familiar. Se formó el cuadro para la ejecución: «¿Firma Ud. la orden de rendición?». «No firmo...» Se le vendó los ojos. Se produjo la descarga, por cierto que al aire, para coronar el simulacro. Otra vez el oficial dijo: «¿Firma Ud?.» «No firmo, he dicho»... En ese momento apareció el capitán Napoleón Solares y presentó la orden de rendición. La ejecución se suspendió. Se había falsificado la firma del coronel Campero...
Al ingreso del coronel Agustín Morales a Potosí, con efectivos que trajo de Sucre, Campero fue puesto en libertad y rotos los grillos que se le había remachado. Se anota un hecho de alto relieve: cuando se le quitó los pesados grillos, la víctima quedó sentada sin ponerse de pie, para seguir a la muchedumbre que lo aclamaba. Alguien dijo, muy molestado por la indiferencia de éste: «Zambo vanidoso, no se ha parado siquiera para agradecer...» Momentos más tarde, se presentó el coronel Morales y lo increpó. Campero, le respondió serenamente: «Présteme su cortaplumas para sajarme estas hinchazones...» Lógicamente, no había podido ponerse de pie, por el mal estado de sus piernas... El historiador Miguel Ramallo, dice: «Este episodio de la vida del ilustre general, prueba su temperamento de alma y hace comprender que el sacrificio de su vida era nada para él, ante el cumplimiento del deber».
Tal gesto de Campero, quijotesco en extremo, aplaudido por unos y criticado por los parciales, sirvió de ruta al desahogo de viejas pasiones y de odios concentrados. El Ministro Ruperto Fernández, que más tarde fue el autor directo del golpe de estado, que en forma horripilante derrocó del poder al dictador Linares, y que la historia lo ha recogido como el reflejo de la traición más inaudita de que es capaz la fiera humana, aprovechó para calumniar y anular la acción de Campero, que gozaba de particular estimación del Dictador y que servia de obstáculo a los planes políticos de ese personaje, incrustado en la vida nacional por el albur del destino, ya que no era ni boliviano. Pues bien. Decíamos que Fernández aprovechó de la calumnia, y como Ministro de Estado ordenó el procesamiento del valiente coronel que, sin embargo, ofreció su vida antes que rendir la plaza. Y así se lo acusó de cobarde que había entregado la autoridad a los amotinados. Abierto el proceso ante la Excma. Corte Suprema de la Nación, por resolución de 24 de enero de 1860, se declaró: «No haber lugar a clase alguna de juicio, contra el referido coronel, que se ha distinguido por su honradez, fidelidad y entusiasmo patriótico que ha desplegado enérgicamente en las azarosas circunstancias en que se vió en el banquillo del ajusticiado», etc.
Solucionado el proceso satisfactoriamente, el Gobierno lo destinó a Cochabamba, como Jefe Político, donde desenvolvió labor de cordura, colaborando al Dictador en sus tareas constructivas.
“Golpe de estado” Al poco tiempo se realizó el «Golpe de Estado», producido por los ministros Fernández y Achá y el Comandante de Armas Sánchez. El viril pueblo de Cochabamba no aceptó tal orden de cosas. Protestó contra los traidores. Campero reunió al vecindario y proclamó el «Estado Federal» de la República. Se llamó a una Asamblea Nacional para que defina la situación general del país. Se desconoció en una enérgica proclama al Gobierno del «triunvirato» y se organizó un Comité Directivo, formado por los doctores Lucas Mendoza de la Tapia, José María Santivañez, Natalio Irigoyen y otros.
«Alarmado el triunvirato con la protesta de Cochabamba, llamó a una Convención Nacional —dice Ramallo — con lo que acabó el estado federal de Cochabamba y el gobierno del coronel Campero, que duró cien días».
La Convención Nacional nombró Presidente de la República al general Achá y puso fuera de la ley a don Tomás Frías y a los coroneles Campero y Peña. Al siguiente día, la Asamblea reconsideró el atentado.
Exiliado Campero comprendió entonces que el nuevo Gobierno debía mortificarlo. Estudió el ambiente de la política nacional y encontró un achatamiento tan absoluto, que optó por retirarse. Viajó a Europa en busca de tranquilidad personal. Y emprendió el largo viaje. Se estableció en París recordando sus antiguos vínculos de amistad y de cuartel. Alli vivió en lucha abierta con el destino. Cuentan las notas íntimas de su cartera, que muchas veces tuvo necesidad de dictar clases de matemáticas y de castellano, en liceos particulares y en casas de antiguos amigos...
Regreso Regresó a Bolivia en febrero de 1865. En Arica tuvo conocimiento de haber sido derrocado el gobierno de Achá por el general Mariano Melgarejo. Campero, recordó entonces su antigua vinculación con el sargento del batallón octavo, con quien compartió las fatigas de la batalla de Montenegro. «Ingreso tranquilo a Bolivia — dijo. Ha caído un Traidor que me persiguió tanto y está en el poder un camarada que compartió conmigo de la Campaña de Montenegro». Y avanzó.
Campero y Melgarejo Muchos historiadores no han podido explicar la razón o el motivo por el que Campero sirvió al «bárbaro» tirano Melgarejo; pero, relacionando los acontecimientos y eslabonándolos, se encuentra el justificativo. Don Narciso fue perseguido por el Gobierno; procesado por sus enemigos. Mendigando en el extranjero el duro pan del ostracismo regresaba a la patria a buscar el calor del hogar y la encontraba gobernada por un amigo. No preguntó más y se puso al servicio del nuevo orden de cosas. Fue recibido por el gobierno de Melgarejo con satisfacción. Se lo destinó como Ayudante General del Estado Mayor, haciéndose «acreedor al ascenso a General de Brigada», en marzo de 1865.
El país vivía las amargas horas que le deparó ese monstruo humano convertido por los vaivenes de cuartel en Presidente de la República. Bolivia no podía soportar más ignominia. En La Paz, el 22 de marzo de 1865, Belzu ocupó el Palacio de Gobierno, sin derramamiento de sangre. Culpaba Melgarejo a la cobardía del coronel Cortéz, que se había entregado sin resistencia alguna, y decía: «A este pícaro le tengo ganas...» Melgarejo, ausente de La Paz, inmediatamente emprendió viaje de retorno. En Patapujro, «cercanías de la ciudad, se encontró con el teniente coronel Vicente Cortéz, que llevado de su lealtad había escapado de la población para incorporarse al ejército». Melgarejo se enfureció al verlo y lo hizo asesinar sin escuchar los ruegos, juramentos y protestas de la víctima. Campero le había expresado: «Dolorosa su actitud, general; debió Ud. haber sido magnánimo». A lo que contestó Melgarejo: «Tarde su indicación...»
Llegó el grueso del ejército al Alto de La Paz y atacó en forma violenta, valerosa, heroica.
En ese hecho de armas, cuentan las crónicas, hubieron escenas de un valor inconcebible. Lo cierto es que se produjo la desorientación y la confusión de la tropa.
Melgarejo temerariamente se introdujo al Palacio, donde estaba Belzu, dictando disposiciones de vencedor. Entró acompañado de Campero. «Melgarejo — dice Ramallo — echó pie a tierra en el patio y subió la escalera izquierda, seguido de sus coraceros. Campero, que llegó en esos momentos, escuchó que el general era apostrofado por un individuo que le decía: «Camba pillo, ¿en cuyas manos estás?... apuntándole al propio tiempo con su rifle. Melgarejo apenas tuvo lugar de desviar el arma con el brazo izquierdo, cuando el coracero Carrasco, que iba tras él, de una lanzada clavó al agresor contra el suelo, donde el riflero Rodríguez acabó de ultimarlo».
Campero y Melgarejo avanzaron resueltamente la escalera para encontrar a Belzu. Se ha dicho que en el momento que salía a dar encuentro a los generales, que suponía prisioneros, recibió un tiro y cayó muerto. De ese crimen se culpa a Melgarejo; alguien ha supuesto que el autor fue Campero y no faltó quien lo atribuyera a uno de sus coraceros. ¿Cuál será la verdad?
Refieren las crónicas que hubo un momento, supremo, por cierto, en que Melgarejo al ver perdida su situación quiso suicidarse y Campero le dijo: «¿Qué hace mi general? A morir a Palacio, como hombre»; y, entonces, ambos se dirigieron al Palacio. Es de suponer que no entraban a pedir garantías, mucho menos a entregarse prisioneros. Quizá el atolondramiento del instante los condujo ciegamente. Luego, como consecuencia de la presencia sorpresiva de Belzu, en acto subconciente, Melgarejo usó su pistola y victimó al jefe revolucionario que le arrebataba el dominio y el mando de la República. Campero no pudo ser el autor de ese hecho de sangre. Sus antecedentes, su calidad de segundo plano en los movimientos armados, su disciplina militar, etc., lo ponen al margen de toda monstruosa imputación.
Ramallo, en su trabajo biográfico, contornea el hecho de pasajes literarios que no se encuadran a la realidad ni estudian el ambiente. Nos refiere que cuando entraron Melgarejo y Campero a la antesala del Palacio y encontraron a Belzu, éste exclamó «¡Oh!» y se arrojó en brazos del coronel Campero, momento en el que Melgarejo arrancó su revólver. Campero, tomándole de la mano, le dijo: «Mi general, Ud. no...», a lo que contestó: «Bueno, entonces ordene que...», como diciendo que lo mandó ejecutar. Agrega: «Entonces Campero, en tono de súplica, había dicho: Pero mi general, recuerde Ud...» El cronista deja comprender que había querido decirle que, en otra ocasión, Belzu le perdonó la vida. «En esos momentos, a su derecha sonó una detonación». Campero vio caer a Belzu y volviendo la cabeza encontró a un riflero que retiraba su arma con la que lo había victimado.
Sabido es que después Melgarejo salió al balcón de la esquina del Palacio y dirigiéndose al populacho que esperaba la palabra de Belzu, dijo: «Belzu ha muerto. ¿Quién vive ahora?». Se asegura que mostró el cadáver... La muchedumbre contestó : «¡Melgarejo!»...
Desde ese instante se consolidó la situación del Tirano. No se puede negar que el coronel Campero fue quien instó a Melgarejo para que vaya a Palacio; lo acompañó y fue el testigo único de ese hecho tan anormal en el juego de las pasiones y de las luchas alto-peruanas.
Melgarejo inmediatamente llamó a su Secretario, don Mariano Donato Muñoz, y le ordenó: «Vaya Ud. y en la primera casa que esté abierta pida papel y extienda el título de benemérito general de brigada en favor del coronel Narciso Campero, por su heroico comportamiento en la jornada de hoy».
Consolidado el Gobierno, Melgarejo viajó a Sucre. En La Paz quedó como Prefecto y jefe Político el general Narciso Campero. Desenvolvió una política tranquila, pero la clase obrera no olvidaba el crimen perpetrado con Belzu, del que lo culpaban directamente. La agitación era fuerte. Los efectivos militares en La Paz, muy reducidos. El Ejército cuidaba esmeradamente las espaldas de Melgarejo. «En efecto, el 25 de mayo de 1865, las turbas encabezadas por los Barragán, Llanos y otros populacheros de profesión, todos del partido belcista, se apoderaron de la plaza que no contaba con defensores».
De esa sedición, Campero salvó por su serenidad y hombría. Se asiló en el Consulado belga de donde viajó a Oruro, que estaba también en pleno movimiento revolucionario, por cuya razón se dirigió a Tapacarí. Antes de continuar viaje, le pasó al Presidente una carta, en la que después de enjundiosas reflexiones le fija dos caminos a seguir, que son:
«Primero: Apelar de una vez (sin pérdida de tiempo) a la representación nacional para deponer en ella el poder; Segundo: Proclamar la Constitución del 61 y sostener, hasta la reunión del Congreso, al Presidente llamado por ella». Agrega: «Como quiera que sea, lo que importa es que no se prolongue por más tiempo este malestar, que se salve al país de la anarquía que le amenaza y que el Gobierno de diciembre no acabe por consunción. En fin, hay en Cochabamba hombres de saber y experiencia y creo sería muy conveniente que consultara Ud. debiendo persuadirse entre tanto que si me permito manifestar a Ud. mi humilde juicio, ha sido movido por el sentimiento de verdadera amistad a Ud. no menos que por el interés de que no se hunda el país».
Melgarejo le contestó en los siguientes términos: «Los consejos de Ud. no puedo adoptarlos: es preciso matar la rebelión o perecer con gloria. Sería una demencia de mi parte transigir con los enemigos de todos los gobiernos, accediendo a los pretextos políticos que han inventado».
En otra ocasión en que Melgarejo y Campero departían tranquilamente en uno de los balcones del Palacio de Gobierno en la ciudad de La Paz, se produjo el siguiente diálogo:
—Al frente de tanta oposición, ¿no considera Ud., mi general, necesario tomar un pequeño descanso?— interrogó Campero—.
—Andan diciendo los «rojos» que Ud. es el hombre y que piensan lanzarlo... ¡Cuidado!... Si algo sucede, aqui, en mi vista, lo he de hacer fusilar...— contestó Melgarejo—.
—¡Mi general!... ya tuve oportunidad de decir a Ud. que el móvil de mis acciones no era el interés, y ahora le diré que tampoco es el temor.
Reinó un silencio abrumador. Melgarejo sonrió y cambió de rumbo la conversación.
Pero luego las relaciones entre estos dos personajes fuéronse enfriando.
El coronel Julio Díaz, dice: «Inconsecuente el tirano con Campero, tres meses después atentó contra su vida, haciéndolo sentar en el patíbulo, del que fue salvado por los Ministros Muñoz, Olañeta y los generales Lanza, Goitia y Ravelo, que con ruegos y súplicas intervinieron ante Melgarejo para que revocara la orden dada ya a sus rifleros de hacer fuego sobre él».
Conocedor el público de las relaciones nada cordiales entre Melgarejo y Campero, se quiso aprovechar el momento y fue comisionado el Dr. Donato Vásquez, por un grupo de los «rojos», para proponer a don Narciso se pusiese a la cabeza de un golpe militar. Este contestó negándose a tomar parte en movimientos subversivos que «dañan tan horriblemente — dijo — la estabilidad de la República». La carta fue publicada por la prensa. Al siguiente día, Campero concurrió a Palacio y encontró al Presidente tomando cerveza con un grupo de militares. Se lo recibió con cordialidad, pero, al pasarle un vaso de cerveza, Melgarejo le manifestó que pensaba entregar la «banda presidencial a un general digno y que no sea doctor, a pesar de las protestas de su carta dirigida al canalla revolucionario de Vásquez».
Campero, sorprendido, protestó por la forma en que lo trataba. El Presidente Melgarejo, encendido y de pie, abrió el diálogo:
— «Sí, porque es Ud. un canalla, un traidor...».
— «Sí. Por traidor a Ud. he perdido a todos mis amigos políticos; y por traidor a Ud., se me ha atacado de palabra y por la prensa... ¡Así había de ser!...»
— «Lo he de fusilar».
— «Puede Ud. hacerlo, puesto que tiene poder para ello».
Y avanzaron los cuatro tiradores. Era la segunda vez que Campero se ponía en manos del «bárbaro».
Por la intervención de sus «camaradas», salvó la vida.
Desterrado Pocos instantes después de ocurrido el incidente del que acabamos de dar cuenta, cuatro oficiales conducían al general Campero a Tacna. Allí se encontró con la declaratoria de guerra de España al Perú. Bolivia y Chile se unieron y formaron la «Unión Americana». Don Narciso, ofreció sus servicios, que fueron aceptados. No llegó a incorporarse porque la escuadra española fue destruida en el Callao, con lo que concluyó la contienda.
Pasó en seguida a Buenos Aires, en busca de trabajo. Fue plumario en el bufete del distinguido abogado don Bernardo de Irigoyen, que lo estimaba en alto grado. Más tarde, protegido por Irigoyen, abrió su escritorio, matriculando su título de abogado boliviano. Dio la buena suerte que patrocinara al general Urquiza, ex-Presidente de la República Argentina, en un valioso juicio testamentario. Demostró su preparación, diligencia y honestidad, adquiriendo la confianza del general, que lo designó abogado de su casa, con sueldo fijo mensual.
Otra vez revolucionario Se desenvolvía tranquilamente en la gran metrópoli argentina, cuando recibió de Bolivia una nota de sus amigos políticos de Potosí, comunicándole «que el general Rendón preparaba un movimiento revolucionario, que sería encabezado por el doctor Lucas Mendoza de la Tapia y por los generales José Manuel Rendón y Narciso Campero». Se le insinuaba comunicar sus impresiones. La contestación no se dejó esperar. Y comenzaron los trabajos preparatorios. Y, en ejecución de acuerdos revolucionarios, el 22 de octubre de 1870, el general Rendón se apoderó de la plaza de Potosí. Las fuerzas de Melgarejo lograron recuperarla el 28 de noviembre. Mientras tanto, el general Morales fue proclamado Jefe Supremo de la revolución, iniciada y producida ya en La Paz por Tomás Frías, Belisario Salinas, Agustín Aspiazu, Pedro García y el general Gregorio Pérez. Melgarejo, después de haber asolado Potosí, se puso en marcha sobre Oruro para reforzar sus efectivos y poder recuperar la plaza de La Paz, dejando al general Sebastián Agreda como Jefe superior del sud.
El 11 de diciembre el general Campero llegó a Yavi, de donde envió las comisiones para organizar tropas militares en el sud y utilizar el armamento que había traído de Buenos Aires. El coronel Hilarión Ortiz, viajó a Tupiza; el coronel Juan José Campero a Tarija y el coronel Lizandro Peñarrieta a Cinti. El Cuartel General se instaló en el pueblito de Cotagaita, de donde partieron con rumbo a Potosí. Al llegar al paraje denominado Alpacani, fueron sorprendidos por descargas de infantería de tropas comandadas por el general Agreda. Después de un largo y sangriento combate los «melgarejistas» fueron destruidos, cayendo prisionero el general Agreda. El general Campero ordenó que se tratase al prisionero con las mayores consideraciones. Agreda era un enemigo pertinaz de Campero y fué quien, en más de una ocasión, lo había intrigado ante Melgarejo; y, sin embargo, el caballeroso jefe victorioso, le tendió la mano. En Potosí, el populacho se lanzó al cuartel y pidió la cabeza de Agreda, reflejo personalizado de la dictadura. El general Campero, en noble gesto, le preparó la fuga en la noche del 23 de enero. El diario «La Revolución», N°. 12, refiere que Agreda, al salir de la prisión y tomar la fuga, había dicho: «Digan al general que me perdone. Siempre lo he considerado caballero».
Gobierno de Morales Pasados los primeros actos de ocupación de la plaza, se supo la revolución de La Paz y el triunfo de Morales. El general Campero «a fin de no poner obstáculos al arreglo definitivo del país, reconoció a Morales en su carácter de Presidente Provisorio de la República, con que había sido investido por el pueblo de La Paz». Licenció a su tropa y depositó en el parque todo el armamento.
El nuevo Gobierno convocó a una Asamblea Constituyente. El pueblo de Potosí nombró como a sus representantes a los señores Demetrio Calvimonte, Modesto Omiste y Narciso Campero, que encarnaban los ideales de la reconstrucción nacional.
El Presidente Morales, presentó ante la Asamblea renuncia de la Presidencia Provisoria de la República, dejando al Parlamento en libertad de designar al estadista que debía constitucionalizar al país. El diputado Evaristo Valle opinó porque se acepte la dimisión. El deseo del caudillo plebeyo, era que la sala rechace, sin discusión, la renuncia presentada y como el debate tomaba tintes subidos, se presentó Morales ebrio de alcohol y de furia y perpetró el más bárbaro de los ataques a la estabilidad representativa. Morales, retiró su renuncia y se proclamó Presidente.
Campero, consciente de su deber y «deseoso de vengar el ultraje sufrido por el cuerpo legislativo, llamó a muchos jefes prestigiosos del ejército, con objeto de sublevarlos y deponer a Morales. Y cuando estaba en momentos de ejecutar sus planes, fue interrumpido por Baptista y Calvo, que le anunciaron que el incidente había terminado con la satisfacción dada por Morales».
El 23 del mismo mes (junio), la Asamblea reanudó sus labores y «en obsequio de la paz pública, nombró a Morales Presidente Provisorio de la República (26 de junio), quien constituyó como garantía de conciliación un Gabinete parlamentario, formado de los más conspicuos representantes: Tomás Frías, de Hacienda; Lucas Mendoza de la Tapia, de Justicia y Culto; Mariano Reyes Cardona, de Instrucción e Industria; Narciso Campero, de la Guerra; y Casimiro Corral, de Gobierno y Relaciones Exteriores».
Se creía que el país ingresaba a un gobierno de orden y de respeto a las leyes. Había caído un «bárbaro» como Melgarejo. Nadie suponía, ni por un instante, que entraba un pervertido moral. Es por esto que al general Campero desempeñó el portafolio de la Guerra muy pocos días.
Matrimonio Don Narciso cutnplió cincuentinueve años de edad. Buscó la compañera que debía dulcificar su agitada vida. Contrajo matrimonio con la inteligente señorita Lindaura Anzoátegui el 24 de junio de 1872. Los desposó el Arzobispo de La Plata don Pedro Puch, siendo padrinos de la ceremonia el doctor José Evaristo Uriburo y la señora Manuela Boeto.
En servicio diplomático A principios de julio, Campero dejó el Despacho de Estado y acepto el cargo de Ministro Plenipotenciario ante los gobiernos de Francia, Inglaterra e Italia. En el Viejo Mundo su labor fue digna de encomio. Dedicó especial estudio a la empresa de navegación Madera—Mamoré, y como conclusión de él presentó al Poder Ejecutivo todo un plan de exploración y acompañó las mejores propuestas de marinos y técnicos. No fue atendido porque la gente de gobierno andaba ocupada con la politiquería y la situación inestable del país, que siempre nos han aplastado.
Vida privada De regreso al seno de la patria, Campero se dedicó a trabajar en su propiedad «El Salvador», alejado de la política y profundamente amargado de los hombres públicos de Bolivia.
En el gobierno del doctor Tomás Frías, nuestro hombre desempeñaba la Prefectura de Potosí cuando se produjo el golpe de estado que encabezó el general Hilarión Daza (4 de mayo de 1876). Campero fue víctima de los odios de sus antiguos camaradas, porque no encontraban en él al militar pervertido en las orgias de cuartel. Llamado a Sucre, fue encarcelado y procesado por «retención de armas». Después de tres meses de martirio, obtuvo libertad, bajo custodia policiaria. Retornó a su fundo rústico de Tomina.