De los duelistas y su pundonor
Que los tarijeños del mil ochocientos eran de “armas tomar”
Que los tarijeños del mil ochocientos eran de “armas tomar” lo constatan los informes policiales emitidos en los diversos años de aquella centuria y en especial –por algún motivo que desconocemos- aquellos del 1860 al 1900. Duelos, disparos al alba, heridos, listas de honor, desafiantes, desafiados, campos de honor, todo un arsenal de adjetivos para describir los singulares y sangrientos encuentros que los hombres de aquella época consideraban “de honor”.
Bravos entre los bravos eran aquellos que no dudaban en desafiar a duelo a cuanto ciudadano se le cruzase creyendo que les faltaban al honor de su apellido o de su dama…
De los más recordados duelos que están en los registros policiales debe contarse uno sucedido en la década del 1860, entre dos personalidades de Tarija, uno que por su apellido y antecedentes se vinculaba a la “más aristocrática sangre real del territorio” y el otro que por su destreza en el manejo del arma -sin menoscabar sus títulos nobiliarios- era considerado como el más “de armas tomar”.
Ya que la oportunidad se presenta y para saciar la curiosidad del lector, mencionaremos que en estos valles del Señor, y como elemento precursor de orgullo para el sector femenino, existen -existían- bellezas de ese bello sexo desde los bellos inicios de la población.
Una dama que aquí consideraban de belleza común –pero que en otros lares llamaban de belleza singular- fue el incordio surgido entre dos buenos amigos. El uno que con sus riquezas y blasones pretendía a la susodicha fémina y el otro que por más decidido logró los afectos primeros de la beldad. Sin embargo ante el empuje del “poderoso caballero don dinero” (que decía Quevedo), que traía parejo obsequios de los más finos, poemas de los más selectos y un cortejo insistente, cual asedio a toda regla, fuese girando la atención y preferencia de la maja de uno al otro.
Si a todo esto sumamos, noches de serenata, dedicatorias en los periódicos y una pertinaz presión sobre los padres de la beldad. Aspectos todos –que por otra parte- no le eran desconocidos al “de armas tomar”, bastaron para que una mañana de invierno mande sus Padrinos a concertar Duelo, convoque al Escribano a que redacte su última voluntad y asista al rezo del Angelus para encomienda de su alma, caso que la situación saliese de manera aciaga.
Y para aciagos eran los días, porque todo esto que se da a conocer sucedía un dos de agosto de 1867. La hora fijada fue las 6 de la tarde. El campo de honor la explanada contigua al cementerio.
Estos duelos tenían un protocolo (que le dicen los sociólogos de nueva trova) a cuál más interesante. En el presente caso, se adoptó el duelo “a primera sangre”, “a un tiro”, “a 7 pasos”, y “sin injerencia de padrinos”
Los duelos como actos formales y que comprometían profunda seriedad debían ser investidos, tanto en duelistas como los padrinos, con la mayor etiqueta. Es así que la dicha tarde se presentaron ambos contendientes con elegantes galas, arreglados mostachos (becquerianos de preferencia) y como elemento culmine de “parada”, lustrados revólveres como recién sacados de fábrica y las iniciales del desafiado y desafiante, enchapadas en plata fina e incrustadas en la cacha de madera.
Fue designado como “Contador” que así llamaban al que debía medir la distancia, el entonces Teniente Coronel Miguel Estenssoro, de profundo y elevado recuerdo en la más antigua sociedad tarijeña, y que figuraba –dadas las circunstancias- entonces como padrino del “duelista desafiado”
De “Señalador” fue designado el no menos reconocido e ilustre militar Jeneral Celedonio Ávila (eso de Jeneral con “J”, lo copiamos del cuaderno de investigaciones). Este “Señalador” debía indicar la posición de cada uno de los duelistas. Para ello era necesario conocimientos profundos de climatología, astronomía, topografía y demás, porque ninguno de los dos duelistas debía ser afectado en el rostro por la luz del sol, o la luna; ninguno de los dos debía verse beneficiado o malogrado por algún accidente geográfico que facilitase un tropiezo o un resbalón; que la sombras no afectasen a uno de los tiradores, certificar el manejo diestro o siniestro en cada contendiente, en fin un enorme cúmulo de “actos probatorios” que debían cumplirse rigurosamente.
Llegada la hora, cumplidas las formalidades previas. Comenzó Estenssoro a contar los pasos y establecer la distancia máxima -o mínima según los perspectivas - que debían cumplir los duelistas para voltear y descerrajar su tiro en busca de su mancillado “punto de honor”… (de ahí eso de “pundonor)
El tema es que Estenssoro era un vigoroso miembro de esta sociedad y que además de su calidad de gentes, se distinguía por su estatura elevada, con lo que un paso de él era paso y medio de los otros, su medida era tan lejana de uno como del otro duelista, que los padrinos tuvieron que intervenir –a pesar del protocolo que especificaba que no- para señalar que no se podía “ver bien”, ya que era agosto, el sol se esconde entre las 5 y y 5 y media de la tarde, la cita era las 6 de la tarde y hasta que se cumplieran las formalidad, incluidos los pasos contados por Estenssoro, estaban cerca las 7 de la noche…
Acordaron reducir dos pasos, es decir de 7 a 5, y ante la premura del párroco convocado de común acuerdo por ambos duelistas, que señalaba ya su retraso con respecto a la celebración litúrgica de las 7 en la Matriz. Dieron inicio al acto.
El nerviosismo del momento, de verdad estaba muy oscuro o el fastidio –por la espera- hizo que ni bien terminaran de contar los 5 pasos, fuese el desafiado el más célere y primero en descargar con tan mala puntería que dio a una vaca que echada en el suelo expectaba con su mirada profunda y filosófica el drama que ante ella se presentaba.
El desafiante al verse libre del proyectil se dio tiempo para “reglar” mejor y soltó su tiro…
Al igual que el primero, no tuvo tanta puntería. Apenas pudo rozar el tobillo de su contrincante logrando arrancar un simple “Ayayay carajo!”
Eso fue todo. No hubo tiempo para más.
Notificado del Duelo, el Comandante de la Columna llegó con su tropa en busca de los infractores, “quienes pudieron ponerse a lejano resguardo de la ley atravesando la quebrada montados sus caballos…” (letras copiadas, tal cual, del parte policial)
El que no pudo evadir la ley fue el herido, que acarreado a la cárcel no pudo negar su condición de participante en el duelo, pero valiéndose de su condición de no miembro de la “clase baja del pueblo o de la campaña”, pudo hacerse atender por su médico en su hogar, una vez que sus familiares se hicieron presentes para hacer valer toda su alcurnia ante la ley, que plebeya como era, no pudo evitar el fulgor resplandeciente de aquella familia de títulos, propiedades y riquezas
El punto es que la beldad, motivo del duelo en cuestión, al poco tiempo de los hechos relatados contrajo esponsales con un más modesto periodista de la localidad, pero que andando el tiempo había de ser una de las personalidades más importantes en varios gobiernos…, pero esto es para otra ocasión.[1]
Reportó:
1 PD. Esta crónica no quedaría completa si no fuera por una noticia que publicada en “El Pueblo” de abril del año 1875 dice lo que sigue: “El día 5 del corriente a las ocho de la mañana se instaló la mesa receptora para recibir el sufragio de Munícipes –a la hora poco más o menos de su instalación- se presentó el Señor Samuel Achá, pidiendo se le permite sufragar, a mérito de haber sido absuelto en el juicio criminal que se le siguió por una herida que infirió en duelo al Señor Juan José Campero…”