Microcuentos
Retazos del corazón El balcón de la luz mortecina me habla de ti. Acerca a la memoria las horas compartidas, dispersas entre las clases de facultad y el café adosado al cruzar la esquina de la plaza 25 de Mayo, frente a la catedral, sitio donde apenas se dibujaban atisbos de nuestro naciente...



Retazos del corazón
El balcón de la luz mortecina me habla de ti. Acerca a la memoria las horas compartidas, dispersas entre las clases de facultad y el café adosado al cruzar la esquina de la plaza 25 de Mayo, frente a la catedral, sitio donde apenas se dibujaban atisbos de nuestro naciente amor, cual pequeña llamita encendida que crecía sin tregua.
Promesa incumplida. Pasó el tiempo con su leal premura y el sol escondió nuestras ilusiones por azares de la vida, escapados los minutos del reloj que hoy añoro, en tanto repican las campanas del corazón a la par que las de la vecina Iglesia, custodiada por los apóstoles en toda la verticalidad de su vistosa fachada.
Volví, tras mi ausencia tú no estabas, pregunté sobre tu domicilio y nadie en la ciudad supo responderme, posiblemente te casaste y fuiste muy lejos y ya no quedan rastros del ayer. Mi alma busca tu rostro extraviado en la niebla del destino, que fue escrito para que no viviéramos juntos. Volviste amor al balcón de la luz mortecina en silueta recortada en la lejanía, apenas visible al cabo de los años.
Separación fatal
La sombra se disgregó de mi cuerpo viejo, ya no quiso caminar junto a mí. Ahora añoro la época en que anduvimos férreamente unidos –uno pegado a la otra- acunando sueños no realizados. Vuelve por favor, vuelve, vuelve.
¡No! El tiempo pasa y jamás regresa, los años que viviste sólo vibrarán en el recuerdo mientras conserves un hálito de vida y la imagen de tu amada no se borre. Tus amores tampoco volverán a la época juvenil y únicamente incrustarán sus garras en la memoria, en tanto tu cuerpo no enferme y el Alzheimer no te convierta en prisionero. Chau, te amé mucho, tanto que sólo pudo ser realidad pasajera. Borrón y cuenta nueva.
Voluntaria reclusión domiciliaria
Me encuentro más recluido que nunca en mi departamento, postrera vivienda antes de la definitiva, que no siempre lleva epitafio pero sí una lápida fría que mis ojos no podrán ver. Estoy en buena compañía sumido en mis lecturas, enfrascado en conversaciones conmigo mismo y el otro que me habita llamado yo, en alternancia con autores disímiles que siempre hablan de lo mismo: la vida. Y lo hacen, sin ser repetitivos, enfocándola en sus mil y una aristas de dedicación y entrega vital, dubitaciones sobre la existencia diaria, en veces, y otras en registro de vivencias de fe y comprensión que no se encuentra en el mundo real, así como de amores fatuos que se encienden y apagan como el día y la noche.
La poesía reafirma el paso de las horas titilantes de ensueño y fantasía. Gracias por todo, vivo feliz en soledad, ¡no!, en compañía de mis libros cuyas cubiertas guardan el testimonio de grandes amigos, mis autores favoritos y otros nuevos que acabo de conocer.
Hombre de silencios
Soy hombre de pocas palabras, tú de muchas. Observo, pienso y callo, guardo mis impresiones al interior de la mente hasta formar criterio y luego expresarlo, según mi método crítico de lectura, sin medir las consecuencias que pudieran provocar las frases hilvanadas.
Te quise intensamente, hasta que esa falta de intercambio de palabras ahogó nuestra relación, y el bla, bla y bla entre horas volátiles en tu oficina y nuestro hogar, disminuido éste en calor debido a la ausencia cotidiana, motivó que el andamiaje construido se desprendiera y cayera por la borda.
Abandonaste el nido de amor bajo el argumento de tomarnos un respiro, que se fue al galope en dos o tres encuentros semanales. Nada más. Murió el amor de modo irremediable. Mis largos silencios sabor a nostalgia hoy preguntan por ti, inquilina de mis sueños.
El balcón de la luz mortecina me habla de ti. Acerca a la memoria las horas compartidas, dispersas entre las clases de facultad y el café adosado al cruzar la esquina de la plaza 25 de Mayo, frente a la catedral, sitio donde apenas se dibujaban atisbos de nuestro naciente amor, cual pequeña llamita encendida que crecía sin tregua.
Promesa incumplida. Pasó el tiempo con su leal premura y el sol escondió nuestras ilusiones por azares de la vida, escapados los minutos del reloj que hoy añoro, en tanto repican las campanas del corazón a la par que las de la vecina Iglesia, custodiada por los apóstoles en toda la verticalidad de su vistosa fachada.
Volví, tras mi ausencia tú no estabas, pregunté sobre tu domicilio y nadie en la ciudad supo responderme, posiblemente te casaste y fuiste muy lejos y ya no quedan rastros del ayer. Mi alma busca tu rostro extraviado en la niebla del destino, que fue escrito para que no viviéramos juntos. Volviste amor al balcón de la luz mortecina en silueta recortada en la lejanía, apenas visible al cabo de los años.
Separación fatal
La sombra se disgregó de mi cuerpo viejo, ya no quiso caminar junto a mí. Ahora añoro la época en que anduvimos férreamente unidos –uno pegado a la otra- acunando sueños no realizados. Vuelve por favor, vuelve, vuelve.
¡No! El tiempo pasa y jamás regresa, los años que viviste sólo vibrarán en el recuerdo mientras conserves un hálito de vida y la imagen de tu amada no se borre. Tus amores tampoco volverán a la época juvenil y únicamente incrustarán sus garras en la memoria, en tanto tu cuerpo no enferme y el Alzheimer no te convierta en prisionero. Chau, te amé mucho, tanto que sólo pudo ser realidad pasajera. Borrón y cuenta nueva.
Voluntaria reclusión domiciliaria
Me encuentro más recluido que nunca en mi departamento, postrera vivienda antes de la definitiva, que no siempre lleva epitafio pero sí una lápida fría que mis ojos no podrán ver. Estoy en buena compañía sumido en mis lecturas, enfrascado en conversaciones conmigo mismo y el otro que me habita llamado yo, en alternancia con autores disímiles que siempre hablan de lo mismo: la vida. Y lo hacen, sin ser repetitivos, enfocándola en sus mil y una aristas de dedicación y entrega vital, dubitaciones sobre la existencia diaria, en veces, y otras en registro de vivencias de fe y comprensión que no se encuentra en el mundo real, así como de amores fatuos que se encienden y apagan como el día y la noche.
La poesía reafirma el paso de las horas titilantes de ensueño y fantasía. Gracias por todo, vivo feliz en soledad, ¡no!, en compañía de mis libros cuyas cubiertas guardan el testimonio de grandes amigos, mis autores favoritos y otros nuevos que acabo de conocer.
Hombre de silencios
Soy hombre de pocas palabras, tú de muchas. Observo, pienso y callo, guardo mis impresiones al interior de la mente hasta formar criterio y luego expresarlo, según mi método crítico de lectura, sin medir las consecuencias que pudieran provocar las frases hilvanadas.
Te quise intensamente, hasta que esa falta de intercambio de palabras ahogó nuestra relación, y el bla, bla y bla entre horas volátiles en tu oficina y nuestro hogar, disminuido éste en calor debido a la ausencia cotidiana, motivó que el andamiaje construido se desprendiera y cayera por la borda.
Abandonaste el nido de amor bajo el argumento de tomarnos un respiro, que se fue al galope en dos o tres encuentros semanales. Nada más. Murió el amor de modo irremediable. Mis largos silencios sabor a nostalgia hoy preguntan por ti, inquilina de mis sueños.