San Roque el Médico del Pueblo (Segunda parte)
Estos cánticos, son muy conmovedores, los “chunchos” lloran, sabe Dios si para el año que viene volverán. Igualmente el tarijeño que de años vuelve a su tierra, siente el recuerdo de su solar querido, se consterna y derrama lágrimas de añoranza. El “chuncho” es devoto que...



Estos cánticos, son muy conmovedores, los “chunchos” lloran, sabe Dios si para el año que viene volverán. Igualmente el tarijeño que de años vuelve a su tierra, siente el recuerdo de su solar querido, se consterna y derrama lágrimas de añoranza.
El “chuncho” es devoto que representa a los Indios “Chiriguanos” que moraban en las tierras de “Santa Ana” hasta los confines del río “Pilcomayo” en el Chaco Boreal, lo que el chaqueño, el chapaco tarijeño y algunos exploradores, conquistaron parcela por parcela conforme avanzaban.
Refiere la tradición, que también “San Roque” fue requerido por el Cura párroco de San Lorenzo R. P. Manuel Pantoja para que el Santo lleve el consuelo a esa población ante una epidemia de “Sarampión” y “Viruela”, que azotaba al pueblo y al campo.
Este es el Santo tradicional al que los tarijeños le rinden fe. Por eso lo llaman el “Médico del Pueblo”.
Asimismo, la fiesta de San Roque, representaba una feria en la cual el comerciante local ofrecía mercaderías importadas directamente de Europa y Norte América, vendiéndolas a clientes de las más diversas regiones, como ser: Las provincias de Nor y Sud Chichas, Cinti, provincias del Departamento y el Norte Argentino. Se veía un movimiento de bastas proporciones.
Hasta el año de 1914, comienzos de la primera guerra mundial, el comercio tarijeño representaba una diversificación económica.
Las casas importadoras, como: Trigo Hermanos, Jofré é Hijos, Mateo Araóz, Zenón Colodro, Rosendo Estenssoro, Pío Arellano, Juan Moisés Navajas, traían mercaderías importadas de ultramar, manteniendo esas firmas un crédito ilimitado. En esa época Tarija gozaba de una balanza económica favorable a toda prueba.
Por esa época, dos veces por semana, de cien a doscientas mulas cargadas con mercaderías, cerraban la calle “Comercio”, hoy “General Trigo”, en sus cuadras que daban al Obispado. Qué tal sería la importancia del comercio por entonces, que el Gobierno elevó al rango de Aduana a la simple agencia de ésta ciudad.
A la fecha estas firmas han desaparecido; no queda una siquiera como un “hito” de lo que fue el comercio en Tarija por esos tiempos.
Después de la procesión, en la plazuela de San Roque, se desarrollaban juegos populares, para solaz distracción de jóvenes y niños con premios especiales donados por el “Comité de Festejos”.
Ellos eran “el palo ensebado”, la “Paila de Miel”, los “Encostalados”, Valerio con su “Ancla” y “el borrachito”...!
Estos juegos eran un sano y grato sedante para el espíritu. Allá la risa, la alegría, el esparcimiento, brindaban salud, calma y despreocupación de los avatares de la vida.
“E1 Palo Ensebado”, era un mástil de seis metros más o menos, plantado muy bien en el suelo. En la punta ostentaba muchos pañuelos grandes de seda, de vistosos colores con billetes grandes, lo que incitaba a subir por ese palo para sacar lo posible.
El palo se encontraba totalmente embadurnado con sebo, de manera que para llegar a la meta, era obra difícil. Algunos muchachos expertos, se sacaban los zapatos y se llenaban los bolsillos de arena, comenzando el ascenso muy bien, los primeros minutos; pero después se los veía descendiendo sin atajo. De cien personas, cinco conseguían su objetivo,
defendiéndose de resbalarse gracias a la arena que llevaban en sus bolsillos.
¡Ver la desesperación para llegar a la meta y luego, decepcionado con el resbalón, motivaba una risa Incontenible...!
La “Paila de Miel”, igualmente era lo más divertido. Dentro de ella hasta la mitad, estaba llena de miel espesa; en el fondo había algunas monedas grandes de plata llamadas “fernandinos”. Allí el concursante debía meter la cabeza y si era “machito” sacaba las monedas con sus dientes, asunto algo muy difícil. Cuando trataban de sacarlas, esa miel espesa ahogaba al pretendiente.
Algunos hábiles bañistas, que aguantaban largo tiempo debajo del agua, conseguían retirar una o dos monedas, con gran aplauso de una gran concurrencia de mirones. Toda su cara embadurnada en miel, daba lugar a carcajadas.
Los “Encostalados”; a estos se los metía a una gran bolsa manos y todo, luego se ajustaba en el cuello. Desparramaban en el suelo algunas monedas de plata que estaban a vista de ellos, como un incentivo. Una vez listos y en número no mayor de cinco muchachos, se los largaba juntamente; desde ese instante era una “’champa fiesta”, se caían unos sobre de otros, en fin algo muy divertido verlos buscar las monedas tendidos en el suelo con la boca llena de tierra y en fin para ellos algo desesperante y la gente reía a mandíbula batiente. Al final, las monedas no alzadas, eran repartidas entre ellos.
El “ancla” y el “borrachito”.- El empresario de este juego era un cojo apellidado “Valerio”, figura señera de la fiesta. Vivía dedicado a sus quehaceres particulares durante once meses del año, el mes que faltaba, era dedicado íntegramente al “Ancla y el Borrachito”.
Hombre áspero, aislado, rencoroso, su aspecto en sí provocaba antipatía. Siempre con su bastón para la defensa de cualquier atrevido que quisiera molestarlo, fiel y permanente devoto de “San Roque”. Concurría con toda fe para arreglar el altar, él sabía que el Santo le ayudaba para su balance anual. El Capital de su banca era siempre cincuenta Bolivianos y el tiempo que jugaba eran otros cincuenta años.!
El domingo de la fiesta, a paso lento, se lo veía llegar a la plazuela, cuando repicaban las campanas de San Roque llamando a la misa mayor. Llegaba con su mesa al hombro, su largo garrote y un bulto chico en la mano. Se aproximaba al mismo sitio de hace cincuenta años Quién le iba a quitar ese lugar? ¡Jesús, María y José, Nadie...! ¡Dios nos libre del garrote de Valerio:...!
Colocaba la mesa; desenvolvía una larga tela negra, sacándola del cajón juntamente con un tarro largo y grande donde habían unos garbanzos que al sonar llamaba la atención de la gente con el traqueteo; juntamente con unos dados grandes, separados con una división.
En la tela, del tamaño de la mesa, estaban dibujadas las cuatro caras de los dados: el “Ancla”, el “Borrachito”, el “Sol” y la “Luna”.
El capital conservado durante el año era de Cincuenta bolivianos, plata en monedas llamados
“Fernandinos” muy llamativas ¡Nada de billetes! ni tampoco níquel eso era menos atrayante.
Un largo garrote contra los muchachos, los borrachos y tramposos.
Agarraba “Valerio” su cubilete haciéndolo sonar fuertemente. Y gritaba: ¡El Ancla y el Borrachito! ¡A parar la suerte...! ¡La banca nunca gana! Siempre pierde...!
Para “Valerio” comenzaba ¡Monte Carlo! Al instante el sitio estaba colmado de jóvenes, muchachos y mirones.
Los muchachos con bastante platita. Era el producto de “mete cuatro, saca cinco” a sus padres. Blandía el garrote “Valerio”, como una prevención ante una posible tropelía de los muchachos.
Todo era gritos, jaleo ¡Qué desesperación de “Valerio”. Pero ahí... estaba la alegría.
Algunas veces, caballeros y jóvenes de la sociedad, dispuestos a reír y dar colorido a la fiesta, entraban al juego con el exclusivo objeto de divertirse dándole un colerón a “Valerio” adelante con la doblona. Con capital centuplicado al de “Valerio” ¡Apuesten! ellos tranquilos. ¡Valerio suda...! Sus ojos puestos en la iglesia de “San Roque” esperando salga el Santo, y se veía en “Valerio”, su cara de súplica. ¡No era para menos ! Significa el acabóse de años de dicha.
¡Al rato el banquero levanta las manos. ¡Grita... ¡se fue todo! “Porca Madona” ¡Taitito “San Roque”, protege a tu “Valerio” ¡ Es la invocación! Saca el pañuelo, suda la gota gorda. Se ahoga. Agarra el garrote para acallar la silvatina de tanto muchacho, descapitalizados (“calampeaos”) por “Valerio”.
Todos a la calle, ¡Adiós, fiesta de” “San Roque”...!
Después de una gimoteada, maldiciones y protestas, los calampeadores devuelven el capital a “Valerio” ¡Cincuenta bolivianos fuertes de esos tiempos...! el saldo de las ganancias los caballeros echaban: “chauchita, chauchita”!!!...
Esa era la fiesta. Con este acto de desprendimiento y nobleza, vuelve la fiesta a su alegría para todos.
¡Viejos, jóvenes y muchachos...!!!
Reinicia “Valerio” el juego sacándose el sombrero con la mano en el pecho agradeciéndole al taitito “San Roque”. En estos juegos los muchachos y chicos, pasaban horas inolvidables que están grabadas en la memoria de todo tarijeño a través de los años.
Después los muchachos al volver a sus casas, recibían la reprimenda de sus viejos, por la ausencia en el almuerzo, por la falta de algunas monedas que se las llevaba “Valerio” además lo que se le iba en aloja de maní, de Doña “Jacoba” y el saldo en empanadas y rosquetes blanqueados.
Concurrían a la procesión las mujeres más lindas del agro tarijeño, chapaquitas de cuerpo esbelto, ojos azules, rubias, morenas, bien enfloradas con rosas y jazmines en las orejas y su ramo en la mano derecha, deshojando margaritas: ¡Me quieres... no me quieres... poco, mucho, nada...!
Ya entrada la noche, estas mozas, salían en rueda por las calles de Tarija al son de la caña y camacheña y que en esos tiempos hacía levantar polvareda el famoso cañero Samuel Contreras, oriundo de Carachimayo.
Por entonces mujeres muy hábiles del barrio preparaban variados platos criollos y fiambres especiales: picante de conejos con chuñuputi, de gallina, de pavo relleno, asado de cordero, keperi, matambre, chanchito al horno, butifarras, arrollado, queso de chancho, tamales, etc., para luego ser asentado con un buen vino, cerveza y “agua’i anchi”
El domingo se bailaba por la noche en la casa residencial del “Marquéz de Tojo”, Don Fernando Campero, en la octava de la fiesta, en la casa del General Manuel Ottón Jofré y Señora Natalia Arce de Jofré y la señora Adriana Arce de Aráoz. En algunas casas concurrían los chunchos en el día, invitados al almuerzo.
El pueblo como los campesinos, cantaban por las calles la tonada de “San Roque” en diversas coplas:
Esta noche me ha tocado,
salirme a divertir,
pero mañana en la noche
me recojo al buen vivir.
Modera tu corazón,
amada prenda querida,
y verás que por tu amor,
estoy al perder la vida.
Estoy al perder la vida,
en agonía muy fuerte,
al ver que todos los días,
mis ojos lloran por verte.
No te duermas mi querida,
no te duermas mi adorada,
que viene aclarando el día,
ya viene la madrugada.
Corazón dónde me llevas,
que no te puedo seguir,
Ten cuidado no te metas,
donde no puedas salir.
Tengo que morir cantando,
ya que llorando nací,
que las penas de este mundo
no todas son para mí.
Mis amores son del campo,
y no vienen al lugar,
mis suspiros son correos,
que unos vienen y otros van.
Esta noche si Dios quiere
yo me voy a divertir,
con licencia del Alcalde,
y de la guardia civil.
Aquel lucerito miyo
que va detrás de la luna,
es el que me acompaña,
la noche que estoy de tuna.
Tanto valor tiene el pobre,
como el que tiene caudal,
a cuántos ricos se han visto
de puerta en puerta llegar,
Todos los que me aborrecen,
muchos males me desean,
por eso es que estoy alegre,
por que triste no me vean.
Así me dijo mi madre,
sete bueno y querendón,
la negra que no te quiera,
róbale el corazón.
Tomá la llave dorada,
éntrate a mi corazón,
en él no has de hallar venganza,
ni menos una traición.
Ya me despido mi vida,
de tu hermosura y belleza,
para vivir o morir,
sólo aguardo tu respuesta.
A no dudar, la fiesta de “San Roque” era la más típica y tradicional de Tarija. El rico como el pobre, compartían por igual su festejo.
Tenía mucho de religioso, mucho de pagano, pero todo convergía en una finalidad: Mantener su tradición, en un abrazo de fe y alegría; el arraigo y el amor a la tierra chapaca, nuestra madre: ¡Tarija!!... Pasado que merece gratitud y recuerdo a nuestros mayores... Presente que se pisa y se pasa, sin volver la cabeza. ¡Es lo de hoy...!!!
El “Comité de Festejos”, organizado por el comercio de esos tiempos, corría con los gastos, sin fijarse en centavo más en centavo menos. También se comprende que festejaban con cariño y nobleza lo que era su comunidad.
Necesario es recordar, en este capítulo, a un tipo peculiar de la fiesta, al “chicha con ají” hermano de “atatao” ya fallecidos, quienes tocaron sesenta años el tamborcito y quenilla, llamando a ejercicios a los chunchos y concurriendo con todos ellos a la procesión del Santo. Los instrumentos eran de ellos, que enmudecían el resto del año.
Oír a mediados de agosto tocar la “quenilla” y el “tamborcito” llamando a los “chunchos” para ejercicios, era notificar al pueblo de Tarija, la proximidad de la fiesta de “San Roque”, que arrasaba el alma...!
A estos místicos hombres de la multitud, seguramente el Patrón San Roque, debe tenerlos en el “Reino de los Cielos”. Lo contrario, sería mucha injusticia.
También existía otro señor con el sobrenombre de “chicha madura”, quién tenía la devoción de salir disfrazado de “Diablo” y también de “chuncho”. Este diablo ponía en orden a los muchachos para que dejen libre las calles para la danza de los “chunchos”, sufriendo las travesuras y pedrea de los muchachos, con estoica resignación.
En esta fiesta se acostumbraba realizar la “toreada”. Aquí cabe recordar lo que fue una corrida de toros más o menos en la primera década de este siglo.
Se cerraban las cuatro bocacalles de la plazuela de San Roque, hoy “General Campero”, con una fuerte palizada de madera como trinchera. Al lado de la casa parroquial, se instalaba el palco oficial donde concurrían las autoridades y el pueblo, para presenciar esa corrida, amenizada con la banda de música.
En esa ocasión salía al redondel un hermoso toro que según su aire y mal humor, trataba de buscar camorra con algún torero estilo “Manolete”, con capa y espada, o con cualquier intruso que se pusiese al frente. Estaba dispuesto también para ver al torero colgado en sus afilados cuernos a la usanza de la ¡Vieja España!
Deseaba el toro, ver a su torero acercarse con su cortejo. Lanzar su divisa a la tribuna oficial y decir: ¡Olé España! Mi prenda !Para tí... las orejas del toro...!!! Dedicándole, las viejas estrofas de la Rancia Castilla!
Quiero que te pongas,
la mantilla blanca,
Quiero que te pongas
La mantilla azul.
Quiero que te quites
La descolorida,
Quiero que te pongas
La que yo te di....
El toro entra al ruedo y escarba el suelo levantando polvareda con su rastreo. ! Domina tiempo y espacio!
Los toreros no se presentan. El toro daba saltos de furia Pero nada! No habían valientes...!
Se coloca en media plazuela y arremete a la parte más débil de la trinchera. De un salto sale al ¡Campo libre! Estupor, alaridos, pataleo de los concurrentes, que repercutía en todo el pueblo.
Las autoridades dictan un “Ukase” ¡Agarrarlo vivo o muerto! El toro daba saltos al pié del templo, procurando orientarse. Se alista, y a trote limpio rumbea calle abajo con dirección a sus pagos. El recuerdo de su vaca “hosca” lo apresuraba. No quería entuertos ni camorras con las autoridades, mucho menos con gente arrefaldada; menos con policías ni milicos que se encontraban con sus mosquetes y sables listos para lincharlo.
Despreció honores, banda de música; prefirió su rancho tosco, al descampado, sin trincheras ni campanas.
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¡Porque allí estaba su majada...!
La gente de la calle corría despavorida, se cerraban puertas y ventanas al grito: ¡E1 toro, el toro! No era para menos, sus astas estaban bien afiladas, y un pechazo ¡Adiós valiente...!
El animal bufaba de orgullo. Ufano de tanta reverencia, se iba levantando sus narices, sin haber visto un trapo rojo.
Se cuenta que un ciego andaba por la calle y sentía decir: ¡El toro, el toro! Naturalmente, también él tenía miedo y buscaba su refugio. A paso medido atravesaba la calzada de la plaza “Luis de Fuentes”, ausente del peligro... El pobre seguía tanteando sin tener una mano amiga y piadosa. Pero también Quién se iba a animar...?
Llega el toro a su lado y al ver al intruso que obstaculizaba su paso y que no tenía ni capa ni espada, menos un trapo rojo, lo considera... Le da un cariñoso golpecito con su hocico, como si fuese un saludo. Demostrando más bien un caso de amistad y consideración personal. Siendo él un “toro” ¡Qué atención...!
El ciego furioso cae al suelo. Se levanta, alza el bastón y en son de amenaza, dice: ¡”Oiga... Para decir que viene el toro, no es preciso empujar tan fuerte”...
Esta ha sido nuestra fiesta con todo su colorido, matizada con sus “chunchos”, con la belleza e ingenuidad de sus chapaquitas, con sus gentes tradicionales pegados a la tierra chapaca como un árbol.
Hoy, sólo queda el triste recuerdo de un pasado arrinconado con el tiempo, que deja en el espíritu, una triste soledad... Ahora hay mucho apuro de vivir, el tiempo apremia. Norte América, Rusia y la Atómica empujan, no dejan tiempo libre... Ya no hay el molle añoso del patio de las “casas grandes”, esas figuras seculares del pasado que se confundían con el Santo, con la procesión y con sus glorias...
Ahora esta fiesta, sigue con su novena, sus vísperas, sus “chunchos”, su caña, sus campanas de añoranza y su encierro. Le falta el soplo divino para dar belleza y colorido como en sus tiempos de esplendor.
El “chuncho” es devoto que representa a los Indios “Chiriguanos” que moraban en las tierras de “Santa Ana” hasta los confines del río “Pilcomayo” en el Chaco Boreal, lo que el chaqueño, el chapaco tarijeño y algunos exploradores, conquistaron parcela por parcela conforme avanzaban.
Refiere la tradición, que también “San Roque” fue requerido por el Cura párroco de San Lorenzo R. P. Manuel Pantoja para que el Santo lleve el consuelo a esa población ante una epidemia de “Sarampión” y “Viruela”, que azotaba al pueblo y al campo.
Este es el Santo tradicional al que los tarijeños le rinden fe. Por eso lo llaman el “Médico del Pueblo”.
Asimismo, la fiesta de San Roque, representaba una feria en la cual el comerciante local ofrecía mercaderías importadas directamente de Europa y Norte América, vendiéndolas a clientes de las más diversas regiones, como ser: Las provincias de Nor y Sud Chichas, Cinti, provincias del Departamento y el Norte Argentino. Se veía un movimiento de bastas proporciones.
Hasta el año de 1914, comienzos de la primera guerra mundial, el comercio tarijeño representaba una diversificación económica.
Las casas importadoras, como: Trigo Hermanos, Jofré é Hijos, Mateo Araóz, Zenón Colodro, Rosendo Estenssoro, Pío Arellano, Juan Moisés Navajas, traían mercaderías importadas de ultramar, manteniendo esas firmas un crédito ilimitado. En esa época Tarija gozaba de una balanza económica favorable a toda prueba.
Por esa época, dos veces por semana, de cien a doscientas mulas cargadas con mercaderías, cerraban la calle “Comercio”, hoy “General Trigo”, en sus cuadras que daban al Obispado. Qué tal sería la importancia del comercio por entonces, que el Gobierno elevó al rango de Aduana a la simple agencia de ésta ciudad.
A la fecha estas firmas han desaparecido; no queda una siquiera como un “hito” de lo que fue el comercio en Tarija por esos tiempos.
Después de la procesión, en la plazuela de San Roque, se desarrollaban juegos populares, para solaz distracción de jóvenes y niños con premios especiales donados por el “Comité de Festejos”.
Ellos eran “el palo ensebado”, la “Paila de Miel”, los “Encostalados”, Valerio con su “Ancla” y “el borrachito”...!
Estos juegos eran un sano y grato sedante para el espíritu. Allá la risa, la alegría, el esparcimiento, brindaban salud, calma y despreocupación de los avatares de la vida.
“E1 Palo Ensebado”, era un mástil de seis metros más o menos, plantado muy bien en el suelo. En la punta ostentaba muchos pañuelos grandes de seda, de vistosos colores con billetes grandes, lo que incitaba a subir por ese palo para sacar lo posible.
El palo se encontraba totalmente embadurnado con sebo, de manera que para llegar a la meta, era obra difícil. Algunos muchachos expertos, se sacaban los zapatos y se llenaban los bolsillos de arena, comenzando el ascenso muy bien, los primeros minutos; pero después se los veía descendiendo sin atajo. De cien personas, cinco conseguían su objetivo,
defendiéndose de resbalarse gracias a la arena que llevaban en sus bolsillos.
¡Ver la desesperación para llegar a la meta y luego, decepcionado con el resbalón, motivaba una risa Incontenible...!
La “Paila de Miel”, igualmente era lo más divertido. Dentro de ella hasta la mitad, estaba llena de miel espesa; en el fondo había algunas monedas grandes de plata llamadas “fernandinos”. Allí el concursante debía meter la cabeza y si era “machito” sacaba las monedas con sus dientes, asunto algo muy difícil. Cuando trataban de sacarlas, esa miel espesa ahogaba al pretendiente.
Algunos hábiles bañistas, que aguantaban largo tiempo debajo del agua, conseguían retirar una o dos monedas, con gran aplauso de una gran concurrencia de mirones. Toda su cara embadurnada en miel, daba lugar a carcajadas.
Los “Encostalados”; a estos se los metía a una gran bolsa manos y todo, luego se ajustaba en el cuello. Desparramaban en el suelo algunas monedas de plata que estaban a vista de ellos, como un incentivo. Una vez listos y en número no mayor de cinco muchachos, se los largaba juntamente; desde ese instante era una “’champa fiesta”, se caían unos sobre de otros, en fin algo muy divertido verlos buscar las monedas tendidos en el suelo con la boca llena de tierra y en fin para ellos algo desesperante y la gente reía a mandíbula batiente. Al final, las monedas no alzadas, eran repartidas entre ellos.
El “ancla” y el “borrachito”.- El empresario de este juego era un cojo apellidado “Valerio”, figura señera de la fiesta. Vivía dedicado a sus quehaceres particulares durante once meses del año, el mes que faltaba, era dedicado íntegramente al “Ancla y el Borrachito”.
Hombre áspero, aislado, rencoroso, su aspecto en sí provocaba antipatía. Siempre con su bastón para la defensa de cualquier atrevido que quisiera molestarlo, fiel y permanente devoto de “San Roque”. Concurría con toda fe para arreglar el altar, él sabía que el Santo le ayudaba para su balance anual. El Capital de su banca era siempre cincuenta Bolivianos y el tiempo que jugaba eran otros cincuenta años.!
El domingo de la fiesta, a paso lento, se lo veía llegar a la plazuela, cuando repicaban las campanas de San Roque llamando a la misa mayor. Llegaba con su mesa al hombro, su largo garrote y un bulto chico en la mano. Se aproximaba al mismo sitio de hace cincuenta años Quién le iba a quitar ese lugar? ¡Jesús, María y José, Nadie...! ¡Dios nos libre del garrote de Valerio:...!
Colocaba la mesa; desenvolvía una larga tela negra, sacándola del cajón juntamente con un tarro largo y grande donde habían unos garbanzos que al sonar llamaba la atención de la gente con el traqueteo; juntamente con unos dados grandes, separados con una división.
En la tela, del tamaño de la mesa, estaban dibujadas las cuatro caras de los dados: el “Ancla”, el “Borrachito”, el “Sol” y la “Luna”.
El capital conservado durante el año era de Cincuenta bolivianos, plata en monedas llamados
“Fernandinos” muy llamativas ¡Nada de billetes! ni tampoco níquel eso era menos atrayante.
Un largo garrote contra los muchachos, los borrachos y tramposos.
Agarraba “Valerio” su cubilete haciéndolo sonar fuertemente. Y gritaba: ¡El Ancla y el Borrachito! ¡A parar la suerte...! ¡La banca nunca gana! Siempre pierde...!
Para “Valerio” comenzaba ¡Monte Carlo! Al instante el sitio estaba colmado de jóvenes, muchachos y mirones.
Los muchachos con bastante platita. Era el producto de “mete cuatro, saca cinco” a sus padres. Blandía el garrote “Valerio”, como una prevención ante una posible tropelía de los muchachos.
Todo era gritos, jaleo ¡Qué desesperación de “Valerio”. Pero ahí... estaba la alegría.
Algunas veces, caballeros y jóvenes de la sociedad, dispuestos a reír y dar colorido a la fiesta, entraban al juego con el exclusivo objeto de divertirse dándole un colerón a “Valerio” adelante con la doblona. Con capital centuplicado al de “Valerio” ¡Apuesten! ellos tranquilos. ¡Valerio suda...! Sus ojos puestos en la iglesia de “San Roque” esperando salga el Santo, y se veía en “Valerio”, su cara de súplica. ¡No era para menos ! Significa el acabóse de años de dicha.
¡Al rato el banquero levanta las manos. ¡Grita... ¡se fue todo! “Porca Madona” ¡Taitito “San Roque”, protege a tu “Valerio” ¡ Es la invocación! Saca el pañuelo, suda la gota gorda. Se ahoga. Agarra el garrote para acallar la silvatina de tanto muchacho, descapitalizados (“calampeaos”) por “Valerio”.
Todos a la calle, ¡Adiós, fiesta de” “San Roque”...!
Después de una gimoteada, maldiciones y protestas, los calampeadores devuelven el capital a “Valerio” ¡Cincuenta bolivianos fuertes de esos tiempos...! el saldo de las ganancias los caballeros echaban: “chauchita, chauchita”!!!...
Esa era la fiesta. Con este acto de desprendimiento y nobleza, vuelve la fiesta a su alegría para todos.
¡Viejos, jóvenes y muchachos...!!!
Reinicia “Valerio” el juego sacándose el sombrero con la mano en el pecho agradeciéndole al taitito “San Roque”. En estos juegos los muchachos y chicos, pasaban horas inolvidables que están grabadas en la memoria de todo tarijeño a través de los años.
Después los muchachos al volver a sus casas, recibían la reprimenda de sus viejos, por la ausencia en el almuerzo, por la falta de algunas monedas que se las llevaba “Valerio” además lo que se le iba en aloja de maní, de Doña “Jacoba” y el saldo en empanadas y rosquetes blanqueados.
Concurrían a la procesión las mujeres más lindas del agro tarijeño, chapaquitas de cuerpo esbelto, ojos azules, rubias, morenas, bien enfloradas con rosas y jazmines en las orejas y su ramo en la mano derecha, deshojando margaritas: ¡Me quieres... no me quieres... poco, mucho, nada...!
Ya entrada la noche, estas mozas, salían en rueda por las calles de Tarija al son de la caña y camacheña y que en esos tiempos hacía levantar polvareda el famoso cañero Samuel Contreras, oriundo de Carachimayo.
Por entonces mujeres muy hábiles del barrio preparaban variados platos criollos y fiambres especiales: picante de conejos con chuñuputi, de gallina, de pavo relleno, asado de cordero, keperi, matambre, chanchito al horno, butifarras, arrollado, queso de chancho, tamales, etc., para luego ser asentado con un buen vino, cerveza y “agua’i anchi”
El domingo se bailaba por la noche en la casa residencial del “Marquéz de Tojo”, Don Fernando Campero, en la octava de la fiesta, en la casa del General Manuel Ottón Jofré y Señora Natalia Arce de Jofré y la señora Adriana Arce de Aráoz. En algunas casas concurrían los chunchos en el día, invitados al almuerzo.
El pueblo como los campesinos, cantaban por las calles la tonada de “San Roque” en diversas coplas:
Esta noche me ha tocado,
salirme a divertir,
pero mañana en la noche
me recojo al buen vivir.
Modera tu corazón,
amada prenda querida,
y verás que por tu amor,
estoy al perder la vida.
Estoy al perder la vida,
en agonía muy fuerte,
al ver que todos los días,
mis ojos lloran por verte.
No te duermas mi querida,
no te duermas mi adorada,
que viene aclarando el día,
ya viene la madrugada.
Corazón dónde me llevas,
que no te puedo seguir,
Ten cuidado no te metas,
donde no puedas salir.
Tengo que morir cantando,
ya que llorando nací,
que las penas de este mundo
no todas son para mí.
Mis amores son del campo,
y no vienen al lugar,
mis suspiros son correos,
que unos vienen y otros van.
Esta noche si Dios quiere
yo me voy a divertir,
con licencia del Alcalde,
y de la guardia civil.
Aquel lucerito miyo
que va detrás de la luna,
es el que me acompaña,
la noche que estoy de tuna.
Tanto valor tiene el pobre,
como el que tiene caudal,
a cuántos ricos se han visto
de puerta en puerta llegar,
Todos los que me aborrecen,
muchos males me desean,
por eso es que estoy alegre,
por que triste no me vean.
Así me dijo mi madre,
sete bueno y querendón,
la negra que no te quiera,
róbale el corazón.
Tomá la llave dorada,
éntrate a mi corazón,
en él no has de hallar venganza,
ni menos una traición.
Ya me despido mi vida,
de tu hermosura y belleza,
para vivir o morir,
sólo aguardo tu respuesta.
A no dudar, la fiesta de “San Roque” era la más típica y tradicional de Tarija. El rico como el pobre, compartían por igual su festejo.
Tenía mucho de religioso, mucho de pagano, pero todo convergía en una finalidad: Mantener su tradición, en un abrazo de fe y alegría; el arraigo y el amor a la tierra chapaca, nuestra madre: ¡Tarija!!... Pasado que merece gratitud y recuerdo a nuestros mayores... Presente que se pisa y se pasa, sin volver la cabeza. ¡Es lo de hoy...!!!
El “Comité de Festejos”, organizado por el comercio de esos tiempos, corría con los gastos, sin fijarse en centavo más en centavo menos. También se comprende que festejaban con cariño y nobleza lo que era su comunidad.
Necesario es recordar, en este capítulo, a un tipo peculiar de la fiesta, al “chicha con ají” hermano de “atatao” ya fallecidos, quienes tocaron sesenta años el tamborcito y quenilla, llamando a ejercicios a los chunchos y concurriendo con todos ellos a la procesión del Santo. Los instrumentos eran de ellos, que enmudecían el resto del año.
Oír a mediados de agosto tocar la “quenilla” y el “tamborcito” llamando a los “chunchos” para ejercicios, era notificar al pueblo de Tarija, la proximidad de la fiesta de “San Roque”, que arrasaba el alma...!
A estos místicos hombres de la multitud, seguramente el Patrón San Roque, debe tenerlos en el “Reino de los Cielos”. Lo contrario, sería mucha injusticia.
También existía otro señor con el sobrenombre de “chicha madura”, quién tenía la devoción de salir disfrazado de “Diablo” y también de “chuncho”. Este diablo ponía en orden a los muchachos para que dejen libre las calles para la danza de los “chunchos”, sufriendo las travesuras y pedrea de los muchachos, con estoica resignación.
En esta fiesta se acostumbraba realizar la “toreada”. Aquí cabe recordar lo que fue una corrida de toros más o menos en la primera década de este siglo.
Se cerraban las cuatro bocacalles de la plazuela de San Roque, hoy “General Campero”, con una fuerte palizada de madera como trinchera. Al lado de la casa parroquial, se instalaba el palco oficial donde concurrían las autoridades y el pueblo, para presenciar esa corrida, amenizada con la banda de música.
En esa ocasión salía al redondel un hermoso toro que según su aire y mal humor, trataba de buscar camorra con algún torero estilo “Manolete”, con capa y espada, o con cualquier intruso que se pusiese al frente. Estaba dispuesto también para ver al torero colgado en sus afilados cuernos a la usanza de la ¡Vieja España!
Deseaba el toro, ver a su torero acercarse con su cortejo. Lanzar su divisa a la tribuna oficial y decir: ¡Olé España! Mi prenda !Para tí... las orejas del toro...!!! Dedicándole, las viejas estrofas de la Rancia Castilla!
Quiero que te pongas,
la mantilla blanca,
Quiero que te pongas
La mantilla azul.
Quiero que te quites
La descolorida,
Quiero que te pongas
La que yo te di....
El toro entra al ruedo y escarba el suelo levantando polvareda con su rastreo. ! Domina tiempo y espacio!
Los toreros no se presentan. El toro daba saltos de furia Pero nada! No habían valientes...!
Se coloca en media plazuela y arremete a la parte más débil de la trinchera. De un salto sale al ¡Campo libre! Estupor, alaridos, pataleo de los concurrentes, que repercutía en todo el pueblo.
Las autoridades dictan un “Ukase” ¡Agarrarlo vivo o muerto! El toro daba saltos al pié del templo, procurando orientarse. Se alista, y a trote limpio rumbea calle abajo con dirección a sus pagos. El recuerdo de su vaca “hosca” lo apresuraba. No quería entuertos ni camorras con las autoridades, mucho menos con gente arrefaldada; menos con policías ni milicos que se encontraban con sus mosquetes y sables listos para lincharlo.
Despreció honores, banda de música; prefirió su rancho tosco, al descampado, sin trincheras ni campanas.
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¡Porque allí estaba su majada...!
La gente de la calle corría despavorida, se cerraban puertas y ventanas al grito: ¡E1 toro, el toro! No era para menos, sus astas estaban bien afiladas, y un pechazo ¡Adiós valiente...!
El animal bufaba de orgullo. Ufano de tanta reverencia, se iba levantando sus narices, sin haber visto un trapo rojo.
Se cuenta que un ciego andaba por la calle y sentía decir: ¡El toro, el toro! Naturalmente, también él tenía miedo y buscaba su refugio. A paso medido atravesaba la calzada de la plaza “Luis de Fuentes”, ausente del peligro... El pobre seguía tanteando sin tener una mano amiga y piadosa. Pero también Quién se iba a animar...?
Llega el toro a su lado y al ver al intruso que obstaculizaba su paso y que no tenía ni capa ni espada, menos un trapo rojo, lo considera... Le da un cariñoso golpecito con su hocico, como si fuese un saludo. Demostrando más bien un caso de amistad y consideración personal. Siendo él un “toro” ¡Qué atención...!
El ciego furioso cae al suelo. Se levanta, alza el bastón y en son de amenaza, dice: ¡”Oiga... Para decir que viene el toro, no es preciso empujar tan fuerte”...
Esta ha sido nuestra fiesta con todo su colorido, matizada con sus “chunchos”, con la belleza e ingenuidad de sus chapaquitas, con sus gentes tradicionales pegados a la tierra chapaca como un árbol.
Hoy, sólo queda el triste recuerdo de un pasado arrinconado con el tiempo, que deja en el espíritu, una triste soledad... Ahora hay mucho apuro de vivir, el tiempo apremia. Norte América, Rusia y la Atómica empujan, no dejan tiempo libre... Ya no hay el molle añoso del patio de las “casas grandes”, esas figuras seculares del pasado que se confundían con el Santo, con la procesión y con sus glorias...
Ahora esta fiesta, sigue con su novena, sus vísperas, sus “chunchos”, su caña, sus campanas de añoranza y su encierro. Le falta el soplo divino para dar belleza y colorido como en sus tiempos de esplendor.