Páginas de vida – III –
En cuatro artículos bajo el nombre genérico de La cuestión Moreno, Medinaceli salió en defensa del polígrafo cruceño, que a la sazón fuera calificado como el mayor difamador de Bolivia por Franz Tamayo, cumbre del pensamiento boliviano; quien, antípoda en la manera de concebir la...



En cuatro artículos bajo el nombre genérico de La cuestión Moreno, Medinaceli salió en defensa del polígrafo cruceño, que a la sazón fuera calificado como el mayor difamador de Bolivia por Franz Tamayo, cumbre del pensamiento boliviano; quien, antípoda en la manera de concebir la problemática nacional, se opuso a la edición de las obras completas de Gabriel René Moreno; asunto que consideró la Cámara de Diputados con motivo del centenario de Moreno en noviembre de 1936.
No obstante que Medinaceli se alineaba política y sociológicamente en contra del autor cruceño, asumió una posición íntegra de modo claro y concluyente, al sostener que: “guiándose del conocimiento que poseía de nuestra historia y aquel fino olfato para percibir nuestras taras étnicas y morales, tuvo la sinceridad de decirnos –con ático estilo e irrestañable gracia andaluza-, la verdad de su pensamiento. ¿Eso lo hizo por difamarnos?”
Y con un dejo amargo, ya en 1937, suelta una nota adicional: “Y después de tanta bulla, nada. Ni Obras Completas, ni Páginas Escogidas. Nada se ha hecho posteriormente”. Concluye en que el “pobre y grande” Moreno sigue siendo el apátrida.
¡Noble espíritu! Queda el testimonio vital, vibrante, de la actitud asumida. Conste, a decir verdad, que en la actualidad persiste la deuda de todo el pueblo boliviano para reconocer la amplia, genial y valiosa producción bibliográfica –orgullo de Bolivia- que realizó el denominado Príncipe de las letras. ¡Hasta cuándo…?
En su Panorama de la literatura nacional de 1935, bajo el título de Preámbulo melancólico sigue con Gabriel René Moreno, acerca de quien afirma que murió sin haber dejado sucesores. A criterio suyo fue “no solamente un maniático coleccionista de documentos, sino un mártir de la bibliografía”. En su puesto de director de la biblioteca en el Instituto Nacional de Santiago gozaba de un relativo desahogo económico y llevaba una vida sobria y austera y “su absorbente consagración a la bibliografía, explica su obra, aunque siempre resulta asombrosa su capacidad de trabajo y su rigorismo científico”.
Lo que en este capítulo luego expone es controversial. Dentro del panorama que observa esparce mucho pesimismo: “en Bolivia se produce tan poco digno de leerse, que yo he llegado a cobrar repugnancia al libro nacional. No tanto al antiguo, sino al actual”. Va más allá en su crítica cuando sin ton ni son sostiene: “hoy sucede algo peor: hoy se publica por vanidad. Y las peores, naturalmente, son esas mujeres que escriben, a quienes les ha picado el morbo literario y se sienten plumíferas. Este sí que es un peligro social sobre el cual habrá que llamar la atención de la Policía Urbana (…)”. Y continúan otras sandeces que estropean consideraciones dictadas por la rabia y el desprecio a las señoritas de sociedad.
Hay algo rescatable en su afirmación de que: “Si el oficio de literato es miserable en todas partes, en Bolivia es trágico: es la tragedia del hombre que escribe en un país que no lee”. Y se pregunta, ¿cuál es el panorama de nuestra literatura en 1935? Responde que no se ha publicado ninguna obra, en ningún género, que esté a la altura del dolor boliviano por la pérdida de la Guerra del Chaco, o que ponga freno a la realidad que nos aplasta.
En calidad de crítico literario concluye en que: “He leído al azar, lo que me ha parecido bueno, y sobre lo que he leído opinaré con relativa honradez que es posible esperar de un tipo de mi calaña”. Se destacó, ni duda cabe, en esta faceta de crítico con la que pasó a la historia, aparte de los miramientos y excentricidades que tuvo, según queda puntualizado.
Las observaciones que formula en torno al libro de cuentos de Juan Francisco Bedregal, titulado Figuras Animadas, en sentido de que no responden a un asunto popular o indigenista –hoy se diría folclórico- y por eso descalifica al autor, caen por su propia base, en razón a que no hay limitantes para el desarrollo de la temática del cuento que orgullosa y libre se expande a lo largo y ancho del orbe. No se puede decir, al cabo, si el cuento responde a tal o cual objeto, no es válido.
Por último, Medinaceli tiene unas merecidas palabras de elogio hacia Ignacio Prudencio Bustillo: “Me parece que Prudencio Bustillo es, hoy por hoy, quien tiene derecho de reclamar para sí el magisterio de la crítica”. Lamentablemente Ignacio, brillante pensador nacido en la capital de Bolivia, falleció a los 33 años de edad y privó al país de nuevos aportes literario filosóficos.
No obstante que Medinaceli se alineaba política y sociológicamente en contra del autor cruceño, asumió una posición íntegra de modo claro y concluyente, al sostener que: “guiándose del conocimiento que poseía de nuestra historia y aquel fino olfato para percibir nuestras taras étnicas y morales, tuvo la sinceridad de decirnos –con ático estilo e irrestañable gracia andaluza-, la verdad de su pensamiento. ¿Eso lo hizo por difamarnos?”
Y con un dejo amargo, ya en 1937, suelta una nota adicional: “Y después de tanta bulla, nada. Ni Obras Completas, ni Páginas Escogidas. Nada se ha hecho posteriormente”. Concluye en que el “pobre y grande” Moreno sigue siendo el apátrida.
¡Noble espíritu! Queda el testimonio vital, vibrante, de la actitud asumida. Conste, a decir verdad, que en la actualidad persiste la deuda de todo el pueblo boliviano para reconocer la amplia, genial y valiosa producción bibliográfica –orgullo de Bolivia- que realizó el denominado Príncipe de las letras. ¡Hasta cuándo…?
En su Panorama de la literatura nacional de 1935, bajo el título de Preámbulo melancólico sigue con Gabriel René Moreno, acerca de quien afirma que murió sin haber dejado sucesores. A criterio suyo fue “no solamente un maniático coleccionista de documentos, sino un mártir de la bibliografía”. En su puesto de director de la biblioteca en el Instituto Nacional de Santiago gozaba de un relativo desahogo económico y llevaba una vida sobria y austera y “su absorbente consagración a la bibliografía, explica su obra, aunque siempre resulta asombrosa su capacidad de trabajo y su rigorismo científico”.
Lo que en este capítulo luego expone es controversial. Dentro del panorama que observa esparce mucho pesimismo: “en Bolivia se produce tan poco digno de leerse, que yo he llegado a cobrar repugnancia al libro nacional. No tanto al antiguo, sino al actual”. Va más allá en su crítica cuando sin ton ni son sostiene: “hoy sucede algo peor: hoy se publica por vanidad. Y las peores, naturalmente, son esas mujeres que escriben, a quienes les ha picado el morbo literario y se sienten plumíferas. Este sí que es un peligro social sobre el cual habrá que llamar la atención de la Policía Urbana (…)”. Y continúan otras sandeces que estropean consideraciones dictadas por la rabia y el desprecio a las señoritas de sociedad.
Hay algo rescatable en su afirmación de que: “Si el oficio de literato es miserable en todas partes, en Bolivia es trágico: es la tragedia del hombre que escribe en un país que no lee”. Y se pregunta, ¿cuál es el panorama de nuestra literatura en 1935? Responde que no se ha publicado ninguna obra, en ningún género, que esté a la altura del dolor boliviano por la pérdida de la Guerra del Chaco, o que ponga freno a la realidad que nos aplasta.
En calidad de crítico literario concluye en que: “He leído al azar, lo que me ha parecido bueno, y sobre lo que he leído opinaré con relativa honradez que es posible esperar de un tipo de mi calaña”. Se destacó, ni duda cabe, en esta faceta de crítico con la que pasó a la historia, aparte de los miramientos y excentricidades que tuvo, según queda puntualizado.
Las observaciones que formula en torno al libro de cuentos de Juan Francisco Bedregal, titulado Figuras Animadas, en sentido de que no responden a un asunto popular o indigenista –hoy se diría folclórico- y por eso descalifica al autor, caen por su propia base, en razón a que no hay limitantes para el desarrollo de la temática del cuento que orgullosa y libre se expande a lo largo y ancho del orbe. No se puede decir, al cabo, si el cuento responde a tal o cual objeto, no es válido.
Por último, Medinaceli tiene unas merecidas palabras de elogio hacia Ignacio Prudencio Bustillo: “Me parece que Prudencio Bustillo es, hoy por hoy, quien tiene derecho de reclamar para sí el magisterio de la crítica”. Lamentablemente Ignacio, brillante pensador nacido en la capital de Bolivia, falleció a los 33 años de edad y privó al país de nuevos aportes literario filosóficos.