Prisioneros realistas de la Batalla de la Tablada en el presidio de “Las bruscas”, en los confines de la pampa húmeda”
La batalla de la Tablada de Tolomosa, forma parte y resulta un hito determinante en la conflagración independentista americana, ésta batalla se produjo aquel 15 de abril de 1817 en las cercanías de esta ciudad de Tarija. En ellas se enfrentaron fuerzas realistas al mando del Coronel Mateo...



La batalla de la Tablada de Tolomosa, forma parte y resulta un hito determinante en la conflagración independentista americana, ésta batalla se produjo aquel 15 de abril de 1817 en las cercanías de esta ciudad de Tarija. En ellas se enfrentaron fuerzas realistas al mando del Coronel Mateo Ramírez contra los patriotas al mando del tucumano, Coronel Gregorio Araoz de Lamadrid, que formaba parte de Expedición al Alto Perú, comandada por el Gral. Manuel Belgrano, junto a milicianos tarijeños provenientes de la Republiqueta de Tarija.
Habiendo iniciado las acciones militares en horas tempranas, trenzado combate con intercambio de cañonazos y embates de sables se acercó a Tarija la división de Araoz de Lamadrid y pasó sin ser advertida por el flaco izquierdo del escuadrón realista al mando del Comandante y Gobernador realista de Tarija Andrés de Santa Cruz, en el valle de la Concepción. Hallándose en Tarija, intentó sortear el sitio para ir en busca de su división, pero no lo logró cayendo prisionero de los patriotas.
Ya en la culminación del combate, Aráoz de Lamadrid retornó a Tarija, volvió a intimar por la rendición al sitiado Mateo Ramírez, quien ofreció una leve resistencia, se rindió ante la amenaza de ser todos degollados y por temor al ataque encarnizado de un millar de gauchos; a pesar de contar con fuerzas superiores, salió él mismo a negociar con Aráoz de Lamadrid solicitando que no se incautaran sus pertenencias y que se le respetaran con los honores de guerra.
La rendición de los realistas en Tarija le significó al Ejército del Norte la captura de 20 oficiales (incluyendo a Ramírez, Santa Cruz y otro teniente coronel) y 274 soldados, habiéndose tomado 400 fusiles, 10 pares de pistolas, 20 sables,247 lanzas, 5 cajas de guerra, abundantes municiones, útiles de maestranza, víveres, e incorporándose además muchos altoperuanos al ejército patriota. Posteriormente fueron encontrados otros 50 fusiles. El costo total del ataque a Tarija fueron: 2 muertos, entre 5 y 7 heridos. Aráoz de Lamadrid envió un mensaje a Manuel Belgrano comunicándole la victoria y le avisó que enviaría a los prisioneros por la ruta del chaco salteño, escoltados con una compañía de 50 milicianos de Tucumán al mando del capitán Carrasco, lo que ocurrió dos días después.
Antecedentes del Presidio
Antes de la existencia de los límites políticos, las vastas extensiones constituían una verdadera frontera con el infortunio. Ya sea por la incertidumbre de lo desconocido, por los animales salvajes, por la “sabandija” (insectos de todo tipo y tamaño que asediaban continuamente e incluso inoculaban enfermedades), los indios o naturales del lugar que de acuerdo a la zona presentaban mayor o menor bravura y los accidentes naturales. Todo ello se sumaba a la campaña libertaria que compelía a los patriotas a sortear todo ello, complicando a los realistas en un terreno totalmente desconocido.
Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y lo salvaje, a excepción de la reducción jesuita al sur, denominado más tarde “Rincón de López”. Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron ‘huellones’ en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”. Fueron los hermanos jesuitas que pusieron su primera impronta de la “civilización”, pero no siempre fue así, en una carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”. Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines. Algunos historiadores anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”. Expulsados los Jesuitas quedo la zona sur abandonada, aunque algunos estancieros decidieron aventurarse, aun se puede encontrar en planos antiguos algunos sucesores de ellos.
En la antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel, en especial el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar correspondiente a Las Bruscas se ubica en el grado 36, coincidente con la misión de la Concepción. En la carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, la ubican también a la misma altura, ésta ubicación es confirmada años más tarde -en 1825-, por la carta de John Miers, en forma clara, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich; pero con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.
Las Bruscas
El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en la zona aledaña de la laguna de los Pingos, en el mapa de Bacle se ubica en la parte de abajo, en 1830 ya figura la población de Dolores, un poco más hacia el sur de los famosos Montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.
Para llegar a Las Bruscas, había que tomar el camino que cruza el Río Salado, utilizar el paso llamado “De la Reducción”. Esto se encuentra consignado en el esquema reproducido por Adolfo Carranza2 titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” logrado el 1º de enero de 1819. El nombre proviene de un arbusto denominado “brusquilla” duro y espinoso, con frutos similares a la cereza. Si bien se utilizaba para el fuego por su fácil combustión, entre los lugareños se decía que el consumo de las raíces eran buenas para la sangre.
Tomando los planos de la época, anteriores y posteriores, desde el norte alto peruano, se llegaba por el Camino Real a Buenos Aires y de allí por las huellas o huellones de carreta que se dirigían a las antiguas misiones, pasando el Rio Salado en el paso de la Reducción, luego se recorrían unas veinte leguas (aprox. 100 kms.) hacia el sur. La distancia desde Tarija, más allá de la postas y/o desvíos, era de unas cuatrocientas sesenta leguas (aproximadamente 2.300 km.), que se hacían a lomo de burro, carretas, carretones y de a pie, con las propias dificultades del terreno, la rusticidad e inclemencias del tiempo, los animales salvajes, las belicosas tribus de naturales, sumando el tiempo que llevaba el cambio de caballos, descanso, abrigo y provisiones, en las postas que en algunas cosas era de un par de días. Los viajes duraban un par de meses.
El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros. Estaba en el límite de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Rio Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales. Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón,
impracticable para la navegación,3 colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, con escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.
Pese al asilamiento natural, las distancias, lo inhóspito y peligrosos del paisaje, su fauna y habitantes naturales. La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los ‘milicos’ encargados de la custodia, la desesperación -más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrando su osadía con la vida, o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas. Por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires. Como se sabe siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.
La zona del emplazamiento de Las Bruscas o Santa Elena, según los planos catastrales de Dolores,4 el lugar se encuentra al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de las vías del Ferrocarril Roca en su 212 km., en campos de R. García Fernández, desprendimiento de los campos de José A. Barbosa, entre las lagunas de Dos Talas, la del Medio y del Desaguadero,
zona de lagunas bajas cercanas al Canal A.
Mucho antes del plano de la dirección de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires, existe uno anterior: Mensura n°37, año 1828, Propietario: Gabriel Pereda, agrimensor: Ambrosio Cramer, quien detalla: “El día 1° de abril de 1828, hallándome en los campo de Los Rengos, con comisión de dividir el terreno vendido por Don Antonio Lynch a Don Gabriel Pereda, como consta por el documento que antecede procedí a la mensura y al efecto acompañado del interesado y de Manuel Lynch, por parte de Antonio Lynch empecé la mensura situándome en el esquinero de Las Víboras cerca del pueblo de Dolores y tomando al este de la aguja siendo la variación verdadera de 13°30’, medí en este rumbo dos leguas y puse un mojón esquinero cuadre después al norte la media legua, atravesé la laguna del Durazno y habiendo completado hasta legua y media sobre este costado se puso otro esquinero y cuadre enseguida al oeste esta línea atravesando un lado de la laguna de Los Rengos. Se midieron hasta una legua y 5.150 varas para llegar a una espadaña faltando 850 varas para cortar el otro frente y habiendo encontrado el mojón que se halla a la entrada de La Espadaña la deslindó al sur hasta legua y media para dar con el mojón de arranque y di por concluida en este punto la mensura del terreno de Gabriel Perada, cuya área es de tres leguas cuadradas, los mojones se pusieron de legua en legua cuando permitió el campo. La mensura acabo el 2 de abril y la configuración del terreno es la del plano que se acompaña. Campo de Los Rengos, abril 2 de 1828. Ambrosio Cramer”.
Construcción y diseño del Penal
La existencia de prisioneros realistas en el penal de las Bruscas, sugerían las posibles sublevaciones o contrarrevoluciones eran inminente. Al respecto, el Directorio de Pueyrredon, el 28 de marzo de 1817, señaló las instrucciones precisas al teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”, inicialmente seria la zona de Chascomús (al norte del salado) el punto donde se edificaría el campo de prisioneros, ordenándoselos militarmente por compañías. En cuanto a las construcciones las realizarían por sus propios medios con lo que consiguieran en el lugar (ranchos de quincha). No se apartarían más de una legua del centro de reunión. El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales. También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales; el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.
A mediados de junio la caravana salió de Lujan -llegó a sesenta leguas a la estancia de Julián Martínez de Carmona “Dos Talas”-, distante a unas siete leguas al sur de las riberas del río Salado. Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor. Estas chacras alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar. Esta extensa planicie cubierta por aguas le llegaban a los caballos hasta la verija combinado con inmensos pajonales altos que impedían el galope y el transito normal de toda la caravana.
El diseño de esta prisión fue construida por los mismo prisioneros, los ranchos de quincha se utilizaba como pabellones, cuyas vigas y tirantes eran troncos de árboles del lugar, sobre los cuales se tejía con paja de los pajonales; las paredes eran de chorizo -obtenido de la mescla de barro y pasto o yuyo-, que se iba fijando en las paredes formadas con cañas; luego impermeabilizaba las paredes con bosta de caballo. Los predios se limitaban con zanjas de unos setenta a ochenta centímetros de profundidad por metro y medio de ancho. El penal y campo de prisioneros se construyó en el margen este de una laguna (36°17’38” S y 57°36´28” O), de NNO a SSE; en el centro se encontraba el campo de prisioneros; al Oeste la plaza, el Campo Santo (cementerio); hacia el sur y margen de la laguna, saliendo del campo la casa del Comisario o Comandante, la del segundo, la capilla y los corrales.
“La humanidad se estremece al recordar los padecimientos de nuestros hermanos en Las Bruscas. Allí están aquellos desdichados mil veces peor que los cautivos cristianos en las regencias berberiscas: con cualquier motivo se les encierra, se les carga de hierro, y se les azota con la mayor inhumanidad por mano de un negro”.5
Prisioneros, fugas y represión.
En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle. Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata, llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.
El 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que padecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se hizo otra presentación dirigida a Pueyrredón: se morían de hambre y otro terrible invierno se les venía encima. El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa. Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea; con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón. Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.
Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan desolada, parecía que lo que se procuraba era exterminarlos, era la guerra en toda su brutalidad. Este accionar de los realistas se repetía en el Alto Perú con los patriotas, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo. Era el signo del tiempo.
En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en los gajes del oficio militar. Las listas de prisioneros se conservan hoy, en el Archivo de la Nación. De todos ellos se quiere mencionar uno solo: Andrés González del Solar6, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, acabando finalmente a Las Bruscas, lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.
En marzo de 1818, legó de investigador a Las Bruscas un comisario en tren, con aspavientos e ínfulas iniciaron los interrogatorios. Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación. El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio. Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre; pero cinco no tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires. En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la burla del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas. Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.
Este campo de concentración de prisioneros realistas, llego rápidamente al millar de prisioneros, y casi a los dos mil entre 1819 a 1820. En las memorias, se relata un intento de fuga frustrado: “Diez de los prisioneros dirigidos por el Mayor Lavinia, desesperados de verse separados del mundo civilizado, habían desertado dos años antes. Creyendo aquellos infelices poder llegar a sí mejor a Chile, que por entonces estaba por los realistas, se refugiaron entre los indios salvajes; pero al cabo de sufrir horribles privaciones, vagando sin dirección fija más de dos mil millas y haber perecido siete de hambre y cansancio, los treinta restantes, desconfiando de poder realizar sus deseos, se entregaron a un puesto avanzado de los patriotas cerca del territorio de Pehuenche, prefiriendo sufrir su triste suerte de prisioneros, a la vida que tenían que hacer entre los salvajes; cuyas maneras y costumbres, según lo describía el mayor eran en extremo desagradables”. 7
No obstante las fugas se dieron repetidas veces, especialmente en 1819 y 1820. Faustino Ansay relató: “A pesar de las órdenes rigurosas que dictaron los insurgentes, se fugaron varios oficiales en número considerable. Aquel depósito se parecía a un laberinto. Unos salían con licencia a trabajar a las estancias o haciendas; otros entraban y otros salían... Muchos consiguieron sacar licencia para ir a Buenos Aires al hospital por enfermos... se marchaban de a dos, de a cuatro y hasta de a veinte prisioneros a la vez a causa de que los soldados de la custodia se iban retirando por no tener como mantenerse”.8
Faustino de Ansay, el hijo de Zaragoza, no cejó en sus proyectos de fuga. Una, dos, tres veces lo intentó. Sus camaradas iban escapando y él quedaba. Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente. El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.
Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció –dos años, once meses y veinticinco días. Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias. Aquí podemos poner fin a las infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay. Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no se quede trunco. En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821. El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro. Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa. El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla. Tuvo complicaciones de índole administrativa. Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay contó en su vejez sobre su estadía en ese lugar que, sin exageración, se puede llamar “el campo de concentración criollo”.
Alimentación (vicios)
Es sabido, que en la época la comida principal era la carne vacuna, de acuerdo a las posibilidades de conservación y almacenamiento. Las crónicas de los prisioneros como en las comunicaciones militares, el pedido de ganado para la comida de prisioneros y personal militar. La colaboración se solicitaba a las estancias cercanas ganado, muchas veces a cambio de servicios como peones que prestaban los mismos prisioneros. La dificultad del terreno, la mortandad del ganado, lograr mantener el ganado en corral hacía que se utilizaran métodos alternativos, como la caza de avestruces (ñandú), patos, nutrias o cualquier otro animal que pudiera ir, a dicho de criollo gaucho “todo bicho que camina va a parar al asador”.
La misma necesidad era de la milicia criolla; los godos o maturrangos, ganaban habilidad en costumbres gauchas como la caza con boleadoras9, sobre todo al ñandú y el ganado cimarrón. Otro elemento de caza, pero menos habitual en los prisioneros y más en la milicia era la lanza de caña, fabricada con la mitad de una tijera de tusar en el extremo a modo de punta y traba.
Prisioneros de la Batalla de la Tablada de Tolomosa en las Bruscas
El Instituto Belgraniano del Capítulo de Tarija, en conjunto con la Sociedad Geográfica de Histórica de la misma localidad, se encontraban abocados a las investigaciones y localización exacta de “La Batalla de La Tablada”; para ello el Dr. Luis Roberto Estenssoro, integrante de la entidad Belgraniana de Tarija, en oportunidad de brindar una conferencia en la ciudad de Dolores, el 21 de noviembre de 2014, sobre “Cartas del Convento Franciscano de Tarija al General Manuel Belgrano entre Buenos Aires & Lima se pasa por Charcas”, ilustró sobre la influencia y el conocimiento de los patriotas sobre el presidio y reducción de “Las Bruscas”.10
Se ha confrontando la documentación local sobre los prisioneros de “La Bruscas”, que se encuentra en las referencia en las publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires.11 En el artículo referido se menciona a los prisioneros “Andrés de Santa Cruz: Mariscal. Jefe Militar de Tarija12, en la misma lista más abajo a “Mariano Ramirez: Coronel español que odiaba a los patricios”, destacando esta última referencia ya que el mismo es quien, como consta en las memorias de Araoz de Lamadrid, había sido vencido por los patricios dirigidos por este en la Batalla de La Tablada entre el 14 y 15 de abril de 1817.
La batalla de “La Tablada de Tolomosa” o “Tarija”13, se realizó por una avanzada del Ejercito del Norte, comandado por el General Manuel Belgrano quien ordenó en al Coronel Tucumano Gregorio Araoz de Lamadrid, al frente de Húsares, montoneros -fuerzas Gauchas- a cargo del Cnel. Pérez de Uriondo, entre ellos los comandados por Eustaquio Méndez y por José María Avilés, de las que luego se denominarían Las Republiquetas.
El enemigo realista estaba al mando del Jefe Militar de Tarija, Mariscal Andrés de Santa Cruz y el Cnel. Mariano (o Mateo) Ramírez, este último primero en ser vencido por la avanzada de caballería del patriota de Araoz de Lamadrid. Cabe destacar que estos prisioneros, Santa Cruz y Ramírez, junto a otros fueron destinados a San Miguel de Tucumán, para luego ser enviados a “La Bruscas”, en las cercanías del lugar donde algunos meses después comenzaría el afincamiento de la nueva villa de Ntra. Señora de los Dolores.
En cuanto a los célebres prisioneros referidos y luego fugados junto a otros, se sabe que Andrés de Santa Cruz, se dirige hacia el Tuyu para lograr la libertad merced a la ayuda de unos marinos ingleses y luego abrazar la causa americana con San Martín. Ramírez fugó junto a dos realistas más; fugas que se produjeron entre 1819 y 1820 dado que la población se había edificado en forma de laberinto y sus muros eran de cañas o adobe, también eran favorecidas por las licencias de trabajo o enfermedad y la disminución de los custodios, militares y milicianos, que eran convocados por los distintos frentes a partir de 1820. En esta época el presidio contaba con aproximadamente 2000 almas.
Trabajo de Campo. Estudio Arqueológico.
Si bien el lugar del asentamiento está ubicado y delimitado, actualmente propiedad de la familia Rubianes de Dolores, se encuentran avanzados los trámites con la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional de La Plata, dado que hasta la fecha no se ha realizado ninguna investigación sobre la zona o campo. Resulta ser este un trabajo inédito, tanto en el tema como en el campo. Se han realizado algunos hallazgos que demuestran la ubicación del campo de prisioneros, la documentación dispersa en distintos archivos y obras a relatado la ausencia de elementos metálicos o cerámicos que resultan los de más pronta ubicación, si la existencia del cementerio. Este trabajo es solo un esbozo de investigación tanto en la parte documental como en el trabajo de campo. 14
Conclusiones
Se ha requerido la opinión de la Dra. Cristina Minutolo de Orsi, el Dr. Roberto Luis Estenssoro, entre otros académicos, para tener explicaciones más cabales sobre los motivos de llevar prisioneros a este ‘Penoso Destino’ tan distantes, viajando miles de kilómetros, que representaban y meses de viaje en carretas rusticas, a lomo de mula o a pie, por desiertos, salinas, espesas selvas y planicies eternas, cañadones, lagunas, pantanos, sabandijas, alimañas y animales salvajes.
Todos los académicos entrevistados, han opinado en común que la lejanía con los realistas, la frontera pacifica con los Pampas que habían proveído las tierras de Francisco Ramos Mejía, convertían en imposible rearmarse y levantarse contra los patriotas.
Este avance sobre el territorio permitió, por otra parte poblar y fortificar venía de la mano.
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1 Nicolás R. Chimento Ilzarbe, es abogado, Presidente del Instituto Belgraniano de Dolores. Miembro Correspondiente del Instituto Nacional Belgraniano. Miembro adherente del Instituto Nacional Browniano.
2 Carranza, Adolfo, Ilustración Histórica Argentina. Nº 19, Tomo II, p. 193.
3 En 1857, da cuenta el historiador Carlos A. Moncaut, que este Río no era navegable.
4 Dirección de Geodesia de Provincia de Buenos Aires, 1948.
5 El Censor, periódico político y literario, Madrid, 1821, tomo XIII, p. 90.
6 Andrés González del Solar, en 1833 se casó con Margarita de la Puente. Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón -lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.
7 Miller, Guillermo, Memorias del General Miller.
8 Ansay, Faustino, Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
9 En las guerras gauchas también se utilizaron estos medios como armas de lucha, de allí la referencia a los ‘boludos”, que eran la vanguardia a caballo que boleaba al enemigo, para que luego atacaran los “pelotudos” que con arma similar pero de mayor tamaño que ultimaban junto a los lanceros al enemigo caído. Las boleadoras son una herramienta que consta de tres lazos trenzados de tiento de aproximadamente un metro cada uno con una piedra o bola en su extremo de unos cinco a seis centímetros de diámetro, ajustada con un tiento en medio y arropada por el cuero de un buche de avestruz, dos eran del mismo diámetros y una tercera de menor tamaño (un centímetro a dos menos) que era utilizada de manija. En cuanto a las de mayor tamaño eran lazos de dos bolas de mayor peso y tamaño, también unidas por un lazo trenzado.
10 Esta misma referencia es realizada por el académico en el conversatorio realizado en Tarija el 30 de junio pasado de 2016, en relación a los acontecimientos de la misma batalla. Es de destacar que cuando el Dr. Estenssoro destaca los hechos del 14 y 15 de abril de 1817, sobre la base las memorias del Coronel Gregorio Araoz de Lamadrid, haciendo referencia al realista Batallón Gerona dirigido por el Coronel Ramírez, quien luego va a figurar en la lista de los oficiales realistas detenidos.
11 “Contribución a la Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires XVII”, Nuestra Señora de los Dolores por Rolando Dorcas Berro, 1939 y detallado en el artículo “Las Bruscas”, publicado por la Sociedad Argentina de Historiadores, Filial Dolores VIII Jornada de Historia, en 1998.
12 Andrés de Santa Cruz luego fue presidente de la Confederación Peruano-Boliviana. Era hijo de español y de una princesa india”.
13 Según el historiador o la fuente que se refiera.
14 Tengo el compromiso de seguir y complementar este trabajo para su publicación, tendrá el rigor científico y documental que se requiere..
Habiendo iniciado las acciones militares en horas tempranas, trenzado combate con intercambio de cañonazos y embates de sables se acercó a Tarija la división de Araoz de Lamadrid y pasó sin ser advertida por el flaco izquierdo del escuadrón realista al mando del Comandante y Gobernador realista de Tarija Andrés de Santa Cruz, en el valle de la Concepción. Hallándose en Tarija, intentó sortear el sitio para ir en busca de su división, pero no lo logró cayendo prisionero de los patriotas.
Ya en la culminación del combate, Aráoz de Lamadrid retornó a Tarija, volvió a intimar por la rendición al sitiado Mateo Ramírez, quien ofreció una leve resistencia, se rindió ante la amenaza de ser todos degollados y por temor al ataque encarnizado de un millar de gauchos; a pesar de contar con fuerzas superiores, salió él mismo a negociar con Aráoz de Lamadrid solicitando que no se incautaran sus pertenencias y que se le respetaran con los honores de guerra.
La rendición de los realistas en Tarija le significó al Ejército del Norte la captura de 20 oficiales (incluyendo a Ramírez, Santa Cruz y otro teniente coronel) y 274 soldados, habiéndose tomado 400 fusiles, 10 pares de pistolas, 20 sables,247 lanzas, 5 cajas de guerra, abundantes municiones, útiles de maestranza, víveres, e incorporándose además muchos altoperuanos al ejército patriota. Posteriormente fueron encontrados otros 50 fusiles. El costo total del ataque a Tarija fueron: 2 muertos, entre 5 y 7 heridos. Aráoz de Lamadrid envió un mensaje a Manuel Belgrano comunicándole la victoria y le avisó que enviaría a los prisioneros por la ruta del chaco salteño, escoltados con una compañía de 50 milicianos de Tucumán al mando del capitán Carrasco, lo que ocurrió dos días después.
Antecedentes del Presidio
Antes de la existencia de los límites políticos, las vastas extensiones constituían una verdadera frontera con el infortunio. Ya sea por la incertidumbre de lo desconocido, por los animales salvajes, por la “sabandija” (insectos de todo tipo y tamaño que asediaban continuamente e incluso inoculaban enfermedades), los indios o naturales del lugar que de acuerdo a la zona presentaban mayor o menor bravura y los accidentes naturales. Todo ello se sumaba a la campaña libertaria que compelía a los patriotas a sortear todo ello, complicando a los realistas en un terreno totalmente desconocido.
Hasta los comienzos del siglo XIX el río Salado fue el límite entre la civilización y lo salvaje, a excepción de la reducción jesuita al sur, denominado más tarde “Rincón de López”. Posiblemente, “las primeras carretas que con sus enormes ruedas marcaron ‘huellones’ en el lecho del Salado fueron las de los padres misioneros que, en 1742, fundaron la reducción de la Concepción de las Pampas…”. Fueron los hermanos jesuitas que pusieron su primera impronta de la “civilización”, pero no siempre fue así, en una carta del obispo de Buenos Aires, fray José de Peralta, se dice que éstos de la otra banda del Saladillo “tienen muy poca obediencia a los misioneros y sin temor se han salido del pueblo llevándose mujeres en continuación de su libertinaje, y que entre los que se mantienen en el pueblo se traban de ordinario querellas…”. Lo cierto es que, más allá del Salado, todo era dominio de salvajes, huidos de la justicia y malandrines. Algunos historiadores anotan que “el establecimiento de estas reducciones, respondía, además, a un plan de observación y espionaje que, sin despertar sospechas, podían llevar los padres ante las autoridades de Buenos Aires, transmitiéndoles los movimientos y preparativos de la indiada, bien visibles en aquellas soledades”. Expulsados los Jesuitas quedo la zona sur abandonada, aunque algunos estancieros decidieron aventurarse, aun se puede encontrar en planos antiguos algunos sucesores de ellos.
En la antigua cartografía jesuítica, entre otros, los mapas del padre Cardiel, en especial el de Falkner de mediados del siglo XVIII, en el lugar correspondiente a Las Bruscas se ubica en el grado 36, coincidente con la misión de la Concepción. En la carta del trayecto de Buenos Aires a Valparaíso, trazada en 1810, por los españoles Espinoza y Bauzá, la ubican también a la misma altura, ésta ubicación es confirmada años más tarde -en 1825-, por la carta de John Miers, en forma clara, exactamente sobre el paralelo 36, a 57º 2’, del meridiano de Greenwich; pero con la denominación de Santa Elena, según designio del Supremo Gobierno, del 26 de noviembre de 1817.
Las Bruscas
El “depósito” o campo de prisioneros de “Las Bruscas” se hallaba establecido en la zona aledaña de la laguna de los Pingos, en el mapa de Bacle se ubica en la parte de abajo, en 1830 ya figura la población de Dolores, un poco más hacia el sur de los famosos Montes del Tordillo, refugio de cuanto bandolero escapaba de la civilización.
Para llegar a Las Bruscas, había que tomar el camino que cruza el Río Salado, utilizar el paso llamado “De la Reducción”. Esto se encuentra consignado en el esquema reproducido por Adolfo Carranza2 titulado: “Nueva Población de Santa Elena, depósito de prisioneros” logrado el 1º de enero de 1819. El nombre proviene de un arbusto denominado “brusquilla” duro y espinoso, con frutos similares a la cereza. Si bien se utilizaba para el fuego por su fácil combustión, entre los lugareños se decía que el consumo de las raíces eran buenas para la sangre.
Tomando los planos de la época, anteriores y posteriores, desde el norte alto peruano, se llegaba por el Camino Real a Buenos Aires y de allí por las huellas o huellones de carreta que se dirigían a las antiguas misiones, pasando el Rio Salado en el paso de la Reducción, luego se recorrían unas veinte leguas (aprox. 100 kms.) hacia el sur. La distancia desde Tarija, más allá de la postas y/o desvíos, era de unas cuatrocientas sesenta leguas (aproximadamente 2.300 km.), que se hacían a lomo de burro, carretas, carretones y de a pie, con las propias dificultades del terreno, la rusticidad e inclemencias del tiempo, los animales salvajes, las belicosas tribus de naturales, sumando el tiempo que llevaba el cambio de caballos, descanso, abrigo y provisiones, en las postas que en algunas cosas era de un par de días. Los viajes duraban un par de meses.
El lugar, en la época, no podía adaptarse más a su cruel destino de campo de concentración de prisioneros. Estaba en el límite de la jurisdicción civilizada, en las riberas del incontenido Rio Salado de entonces, abundante en lagunas de escasa profundidad, con vegetación acuática: juncos, y achiras, “aguas tendidas” y traidores guadanales. Río de engañoso cauce, que se ensanchaba como un mar con las grandes lluvias y los golpes de marea del Samborombón,
impracticable para la navegación,3 colmado de sedimentos, con el azulado barro de sus cangrejales, con escasos pasos seguros, uno de los cuales era, precisamente, el de La Postrera, estancia predilecta de Felicitas Guerrero de Alzaga.
Pese al asilamiento natural, las distancias, lo inhóspito y peligrosos del paisaje, su fauna y habitantes naturales. La temeridad, la suicida sed de liberación, el soborno a los ‘milicos’ encargados de la custodia, la desesperación -más de una vez, tentó a los prisioneros realistas, cobrando su osadía con la vida, o las crueles represalias tomadas con los inocentes sorteados que se resignaban a permanecer en Las Bruscas. Por cada evadido, se sorteaba un confinado, al cual se le engrillaba y remitía sin dilación a la lejana prisión de Buenos Aires. Como se sabe siendo los jóvenes los más resueltos y temerarios, los que purgaban eran los militares más ancianos, de mayor graduación e impedimento físico.
La zona del emplazamiento de Las Bruscas o Santa Elena, según los planos catastrales de Dolores,4 el lugar se encuentra al NNO de la ciudad de Dolores, a unos tres kilómetros de las vías del Ferrocarril Roca en su 212 km., en campos de R. García Fernández, desprendimiento de los campos de José A. Barbosa, entre las lagunas de Dos Talas, la del Medio y del Desaguadero,
zona de lagunas bajas cercanas al Canal A.
Mucho antes del plano de la dirección de Geodesia y Catastro de la Provincia de Buenos Aires, existe uno anterior: Mensura n°37, año 1828, Propietario: Gabriel Pereda, agrimensor: Ambrosio Cramer, quien detalla: “El día 1° de abril de 1828, hallándome en los campo de Los Rengos, con comisión de dividir el terreno vendido por Don Antonio Lynch a Don Gabriel Pereda, como consta por el documento que antecede procedí a la mensura y al efecto acompañado del interesado y de Manuel Lynch, por parte de Antonio Lynch empecé la mensura situándome en el esquinero de Las Víboras cerca del pueblo de Dolores y tomando al este de la aguja siendo la variación verdadera de 13°30’, medí en este rumbo dos leguas y puse un mojón esquinero cuadre después al norte la media legua, atravesé la laguna del Durazno y habiendo completado hasta legua y media sobre este costado se puso otro esquinero y cuadre enseguida al oeste esta línea atravesando un lado de la laguna de Los Rengos. Se midieron hasta una legua y 5.150 varas para llegar a una espadaña faltando 850 varas para cortar el otro frente y habiendo encontrado el mojón que se halla a la entrada de La Espadaña la deslindó al sur hasta legua y media para dar con el mojón de arranque y di por concluida en este punto la mensura del terreno de Gabriel Perada, cuya área es de tres leguas cuadradas, los mojones se pusieron de legua en legua cuando permitió el campo. La mensura acabo el 2 de abril y la configuración del terreno es la del plano que se acompaña. Campo de Los Rengos, abril 2 de 1828. Ambrosio Cramer”.
Construcción y diseño del Penal
La existencia de prisioneros realistas en el penal de las Bruscas, sugerían las posibles sublevaciones o contrarrevoluciones eran inminente. Al respecto, el Directorio de Pueyrredon, el 28 de marzo de 1817, señaló las instrucciones precisas al teniente coronel Juan Navarro, “para que arregle a ellas su conducta en el desempeño de la Comisaría de prisioneros”, inicialmente seria la zona de Chascomús (al norte del salado) el punto donde se edificaría el campo de prisioneros, ordenándoselos militarmente por compañías. En cuanto a las construcciones las realizarían por sus propios medios con lo que consiguieran en el lugar (ranchos de quincha). No se apartarían más de una legua del centro de reunión. El alimento lo suministraría el comandante militar respectivo. Siempre que los trabajos públicos lo exigieran, se atenderían con prisioneros, con excepción de los jefes y oficiales. También, bajo fianza, podían facilitarse a los vecinos para las tareas rurales; el Comisario cuidaría de tener prisioneros espías que advirtieran sobre los conceptos, planes, etc. de los prisioneros.
A mediados de junio la caravana salió de Lujan -llegó a sesenta leguas a la estancia de Julián Martínez de Carmona “Dos Talas”-, distante a unas siete leguas al sur de las riberas del río Salado. Era una zona lacustre, plagada de interminables ciénagas, cañadas y cañadones con fondo legamoso y traidor. Estas chacras alimentaban las lagunas de dilatado espejo que, unificándose en los períodos lluviosos del invierno, le daban a la vastísima región el aspecto de un mar. Esta extensa planicie cubierta por aguas le llegaban a los caballos hasta la verija combinado con inmensos pajonales altos que impedían el galope y el transito normal de toda la caravana.
El diseño de esta prisión fue construida por los mismo prisioneros, los ranchos de quincha se utilizaba como pabellones, cuyas vigas y tirantes eran troncos de árboles del lugar, sobre los cuales se tejía con paja de los pajonales; las paredes eran de chorizo -obtenido de la mescla de barro y pasto o yuyo-, que se iba fijando en las paredes formadas con cañas; luego impermeabilizaba las paredes con bosta de caballo. Los predios se limitaban con zanjas de unos setenta a ochenta centímetros de profundidad por metro y medio de ancho. El penal y campo de prisioneros se construyó en el margen este de una laguna (36°17’38” S y 57°36´28” O), de NNO a SSE; en el centro se encontraba el campo de prisioneros; al Oeste la plaza, el Campo Santo (cementerio); hacia el sur y margen de la laguna, saliendo del campo la casa del Comisario o Comandante, la del segundo, la capilla y los corrales.
“La humanidad se estremece al recordar los padecimientos de nuestros hermanos en Las Bruscas. Allí están aquellos desdichados mil veces peor que los cautivos cristianos en las regencias berberiscas: con cualquier motivo se les encierra, se les carga de hierro, y se les azota con la mayor inhumanidad por mano de un negro”.5
Prisioneros, fugas y represión.
En octubre de 1817, un acuerdo del gobierno de Pueyrredón decidió cambiar la denominación de Las Bruscas por la de Santa Elena, “quedando enteramente abolido aquél por el primer nombre”, especificaba el ministro Tagle. Las dotes mefistofélicas con que el historiador López lo retrata, llevan a pensar en el humor negro que el atildado y lúgubre personaje volcó al recordarles a los prisioneros realistas, con aquella designación de Santa Elena (Napoleón estaba en el islote atlántico desde el 17 de octubre de 1815), al maligno conquistador que tantos estragos ocasionó en la Península.
El 26 de mayo del año siguiente, en nombre de los 638 relegados que padecían hambre y miserias en las antiguas Bruscas, se hizo otra presentación dirigida a Pueyrredón: se morían de hambre y otro terrible invierno se les venía encima. El papel debió perderse entre la hojarasca administrativa. Eran muchas las inquietudes que provocaba en Europa el intrigante y calumniador Manuel Sarratea; con una posible conspiración contra el Director Pueyrredón. Por otra parte, el general San Martín había llegado a Buenos Aires el 17 de mayo, para recibir, como anota Mitre, “por primera y última vez en los fastos de la Nación Argentina el reconocimiento por sus servicios que con tanto honor del nombre americano merecía”.
Reducidos los realistas de Las Bruscas a una situación tan desolada, parecía que lo que se procuraba era exterminarlos, era la guerra en toda su brutalidad. Este accionar de los realistas se repetía en el Alto Perú con los patriotas, los hermanos Carrera habían pagado por igual un cruento tributo. Era el signo del tiempo.
En la relación de aquellos plañideros escritos había colaborado Ansay, que ya tenía larga experiencia en los gajes del oficio militar. Las listas de prisioneros se conservan hoy, en el Archivo de la Nación. De todos ellos se quiere mencionar uno solo: Andrés González del Solar6, oficial español en el Perú, prisionero en la fortaleza del Callao, fue relegado a Chiloé, acabando finalmente a Las Bruscas, lo liberó el gobernador general Rodríguez y se estableció con un comercio en Buenos Aires.
En marzo de 1818, legó de investigador a Las Bruscas un comisario en tren, con aspavientos e ínfulas iniciaron los interrogatorios. Navarro y su gente salieron al paso, alegando que los realistas eran unos rebeldes que no tramaban más que fugas y estaban en una permanente insubordinación. El resultado fue castigar a los prisioneros sentenciándolos por sorteo para llevarlos a presidio. Ansay, como todos, metió su mano en el botijo, y salió libre; pero cinco no tuvieron la “suerte” de ser transferidos a la cárcel de Buenos Aires. En la Capital, acollarados y engrillados, siendo objeto de la burla del populacho, debieron trabajar en las calles o en algunas obras públicas. Fueron precisamente prisioneros de guerra españoles los que demolieron la vieja plaza de toros y levantaron los muros del cuartel del Retiro.
Este campo de concentración de prisioneros realistas, llego rápidamente al millar de prisioneros, y casi a los dos mil entre 1819 a 1820. En las memorias, se relata un intento de fuga frustrado: “Diez de los prisioneros dirigidos por el Mayor Lavinia, desesperados de verse separados del mundo civilizado, habían desertado dos años antes. Creyendo aquellos infelices poder llegar a sí mejor a Chile, que por entonces estaba por los realistas, se refugiaron entre los indios salvajes; pero al cabo de sufrir horribles privaciones, vagando sin dirección fija más de dos mil millas y haber perecido siete de hambre y cansancio, los treinta restantes, desconfiando de poder realizar sus deseos, se entregaron a un puesto avanzado de los patriotas cerca del territorio de Pehuenche, prefiriendo sufrir su triste suerte de prisioneros, a la vida que tenían que hacer entre los salvajes; cuyas maneras y costumbres, según lo describía el mayor eran en extremo desagradables”. 7
No obstante las fugas se dieron repetidas veces, especialmente en 1819 y 1820. Faustino Ansay relató: “A pesar de las órdenes rigurosas que dictaron los insurgentes, se fugaron varios oficiales en número considerable. Aquel depósito se parecía a un laberinto. Unos salían con licencia a trabajar a las estancias o haciendas; otros entraban y otros salían... Muchos consiguieron sacar licencia para ir a Buenos Aires al hospital por enfermos... se marchaban de a dos, de a cuatro y hasta de a veinte prisioneros a la vez a causa de que los soldados de la custodia se iban retirando por no tener como mantenerse”.8
Faustino de Ansay, el hijo de Zaragoza, no cejó en sus proyectos de fuga. Una, dos, tres veces lo intentó. Sus camaradas iban escapando y él quedaba. Por fin, aquella invariable amistad radicada en Buenos Aires, aprovechando un cambio de autoridades, insistió nuevamente. El 24 de mayo llegó la anhelada orden de que pasara a la Capital para remediar sus males.
Recién entonces dejó el Depósito de Santa Elena, aquel infernal bruscal, donde padeció –dos años, once meses y veinticinco días. Ansay, minucioso contable, no perdonaba un día a sus penurias. Aquí podemos poner fin a las infinitas y peregrinas ocurrencias del coronel Faustino Ansay. Anotemos algo más para que el relato de sus padecimientos no se quede trunco. En Montevideo estuvo hasta el 24 de enero de 1821. El 7 de febrero, fue a Río de Janeiro. Restablecido y con recursos que le facilitó el embajador de España, levó anclas el 6 de junio para Europa. El 26 de enero de 1822 llegó a Sevilla. Tuvo complicaciones de índole administrativa. Parece que, posteriormente, complicado en algunos pleitos políticos de su país, debió exiliarse en París y en Londres. Faustino Ansay contó en su vejez sobre su estadía en ese lugar que, sin exageración, se puede llamar “el campo de concentración criollo”.
Alimentación (vicios)
Es sabido, que en la época la comida principal era la carne vacuna, de acuerdo a las posibilidades de conservación y almacenamiento. Las crónicas de los prisioneros como en las comunicaciones militares, el pedido de ganado para la comida de prisioneros y personal militar. La colaboración se solicitaba a las estancias cercanas ganado, muchas veces a cambio de servicios como peones que prestaban los mismos prisioneros. La dificultad del terreno, la mortandad del ganado, lograr mantener el ganado en corral hacía que se utilizaran métodos alternativos, como la caza de avestruces (ñandú), patos, nutrias o cualquier otro animal que pudiera ir, a dicho de criollo gaucho “todo bicho que camina va a parar al asador”.
La misma necesidad era de la milicia criolla; los godos o maturrangos, ganaban habilidad en costumbres gauchas como la caza con boleadoras9, sobre todo al ñandú y el ganado cimarrón. Otro elemento de caza, pero menos habitual en los prisioneros y más en la milicia era la lanza de caña, fabricada con la mitad de una tijera de tusar en el extremo a modo de punta y traba.
Prisioneros de la Batalla de la Tablada de Tolomosa en las Bruscas
El Instituto Belgraniano del Capítulo de Tarija, en conjunto con la Sociedad Geográfica de Histórica de la misma localidad, se encontraban abocados a las investigaciones y localización exacta de “La Batalla de La Tablada”; para ello el Dr. Luis Roberto Estenssoro, integrante de la entidad Belgraniana de Tarija, en oportunidad de brindar una conferencia en la ciudad de Dolores, el 21 de noviembre de 2014, sobre “Cartas del Convento Franciscano de Tarija al General Manuel Belgrano entre Buenos Aires & Lima se pasa por Charcas”, ilustró sobre la influencia y el conocimiento de los patriotas sobre el presidio y reducción de “Las Bruscas”.10
Se ha confrontando la documentación local sobre los prisioneros de “La Bruscas”, que se encuentra en las referencia en las publicaciones del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires.11 En el artículo referido se menciona a los prisioneros “Andrés de Santa Cruz: Mariscal. Jefe Militar de Tarija12, en la misma lista más abajo a “Mariano Ramirez: Coronel español que odiaba a los patricios”, destacando esta última referencia ya que el mismo es quien, como consta en las memorias de Araoz de Lamadrid, había sido vencido por los patricios dirigidos por este en la Batalla de La Tablada entre el 14 y 15 de abril de 1817.
La batalla de “La Tablada de Tolomosa” o “Tarija”13, se realizó por una avanzada del Ejercito del Norte, comandado por el General Manuel Belgrano quien ordenó en al Coronel Tucumano Gregorio Araoz de Lamadrid, al frente de Húsares, montoneros -fuerzas Gauchas- a cargo del Cnel. Pérez de Uriondo, entre ellos los comandados por Eustaquio Méndez y por José María Avilés, de las que luego se denominarían Las Republiquetas.
El enemigo realista estaba al mando del Jefe Militar de Tarija, Mariscal Andrés de Santa Cruz y el Cnel. Mariano (o Mateo) Ramírez, este último primero en ser vencido por la avanzada de caballería del patriota de Araoz de Lamadrid. Cabe destacar que estos prisioneros, Santa Cruz y Ramírez, junto a otros fueron destinados a San Miguel de Tucumán, para luego ser enviados a “La Bruscas”, en las cercanías del lugar donde algunos meses después comenzaría el afincamiento de la nueva villa de Ntra. Señora de los Dolores.
En cuanto a los célebres prisioneros referidos y luego fugados junto a otros, se sabe que Andrés de Santa Cruz, se dirige hacia el Tuyu para lograr la libertad merced a la ayuda de unos marinos ingleses y luego abrazar la causa americana con San Martín. Ramírez fugó junto a dos realistas más; fugas que se produjeron entre 1819 y 1820 dado que la población se había edificado en forma de laberinto y sus muros eran de cañas o adobe, también eran favorecidas por las licencias de trabajo o enfermedad y la disminución de los custodios, militares y milicianos, que eran convocados por los distintos frentes a partir de 1820. En esta época el presidio contaba con aproximadamente 2000 almas.
Trabajo de Campo. Estudio Arqueológico.
Si bien el lugar del asentamiento está ubicado y delimitado, actualmente propiedad de la familia Rubianes de Dolores, se encuentran avanzados los trámites con la Facultad de Arqueología de la Universidad Nacional de La Plata, dado que hasta la fecha no se ha realizado ninguna investigación sobre la zona o campo. Resulta ser este un trabajo inédito, tanto en el tema como en el campo. Se han realizado algunos hallazgos que demuestran la ubicación del campo de prisioneros, la documentación dispersa en distintos archivos y obras a relatado la ausencia de elementos metálicos o cerámicos que resultan los de más pronta ubicación, si la existencia del cementerio. Este trabajo es solo un esbozo de investigación tanto en la parte documental como en el trabajo de campo. 14
Conclusiones
Se ha requerido la opinión de la Dra. Cristina Minutolo de Orsi, el Dr. Roberto Luis Estenssoro, entre otros académicos, para tener explicaciones más cabales sobre los motivos de llevar prisioneros a este ‘Penoso Destino’ tan distantes, viajando miles de kilómetros, que representaban y meses de viaje en carretas rusticas, a lomo de mula o a pie, por desiertos, salinas, espesas selvas y planicies eternas, cañadones, lagunas, pantanos, sabandijas, alimañas y animales salvajes.
Todos los académicos entrevistados, han opinado en común que la lejanía con los realistas, la frontera pacifica con los Pampas que habían proveído las tierras de Francisco Ramos Mejía, convertían en imposible rearmarse y levantarse contra los patriotas.
Este avance sobre el territorio permitió, por otra parte poblar y fortificar venía de la mano.
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1 Nicolás R. Chimento Ilzarbe, es abogado, Presidente del Instituto Belgraniano de Dolores. Miembro Correspondiente del Instituto Nacional Belgraniano. Miembro adherente del Instituto Nacional Browniano.
2 Carranza, Adolfo, Ilustración Histórica Argentina. Nº 19, Tomo II, p. 193.
3 En 1857, da cuenta el historiador Carlos A. Moncaut, que este Río no era navegable.
4 Dirección de Geodesia de Provincia de Buenos Aires, 1948.
5 El Censor, periódico político y literario, Madrid, 1821, tomo XIII, p. 90.
6 Andrés González del Solar, en 1833 se casó con Margarita de la Puente. Padre del injustamente olvidado poeta autor del laureado Canto a Cristóbal Colón -lo fue también de Carolina, la esposa del autor de Martín Fierro.
7 Miller, Guillermo, Memorias del General Miller.
8 Ansay, Faustino, Relación de los Acontecimientos ocurridos en la ciudad de Mendoza en los meses de junio y julio de 1810.
9 En las guerras gauchas también se utilizaron estos medios como armas de lucha, de allí la referencia a los ‘boludos”, que eran la vanguardia a caballo que boleaba al enemigo, para que luego atacaran los “pelotudos” que con arma similar pero de mayor tamaño que ultimaban junto a los lanceros al enemigo caído. Las boleadoras son una herramienta que consta de tres lazos trenzados de tiento de aproximadamente un metro cada uno con una piedra o bola en su extremo de unos cinco a seis centímetros de diámetro, ajustada con un tiento en medio y arropada por el cuero de un buche de avestruz, dos eran del mismo diámetros y una tercera de menor tamaño (un centímetro a dos menos) que era utilizada de manija. En cuanto a las de mayor tamaño eran lazos de dos bolas de mayor peso y tamaño, también unidas por un lazo trenzado.
10 Esta misma referencia es realizada por el académico en el conversatorio realizado en Tarija el 30 de junio pasado de 2016, en relación a los acontecimientos de la misma batalla. Es de destacar que cuando el Dr. Estenssoro destaca los hechos del 14 y 15 de abril de 1817, sobre la base las memorias del Coronel Gregorio Araoz de Lamadrid, haciendo referencia al realista Batallón Gerona dirigido por el Coronel Ramírez, quien luego va a figurar en la lista de los oficiales realistas detenidos.
11 “Contribución a la Historia de los Pueblos de la Provincia de Buenos Aires XVII”, Nuestra Señora de los Dolores por Rolando Dorcas Berro, 1939 y detallado en el artículo “Las Bruscas”, publicado por la Sociedad Argentina de Historiadores, Filial Dolores VIII Jornada de Historia, en 1998.
12 Andrés de Santa Cruz luego fue presidente de la Confederación Peruano-Boliviana. Era hijo de español y de una princesa india”.
13 Según el historiador o la fuente que se refiera.
14 Tengo el compromiso de seguir y complementar este trabajo para su publicación, tendrá el rigor científico y documental que se requiere..