Juanchito el jugueton
A mis treinta y cinco años sigo soltero por culpa de este peladito de cinco años, cada enamorada que me ha tocado termina dejándome por culpa de él, cuando las invito a la casa el rapaz se pone a jugar y termina por romperles los nervios, al principio no entienden por qué tengo que estar...



A mis treinta y cinco años sigo soltero por culpa de este peladito de cinco años, cada enamorada que me ha tocado termina dejándome por culpa de él, cuando las invito a la casa el rapaz se pone a jugar y termina por romperles los nervios, al principio no entienden por qué tengo que estar aferrado a un niño que no es mío, terminan por no comprenderlo o les invade el miedo, y se alejan, es común en estos caos ante lo inaceptable de la situación terminan por contarles a sus amigas, familiares y conocidas, de manera que mi probabilidad de conseguir pareja se va reduciendo según pasan los años.
Lo conocí ni bien llegue a esta casa como inquilino, yo vivía en el cuarto del fondo y él y su familia en el cuarto más grande al lado del baño, en realidad no era un cuarto, era la sala que el dueño de casa (que no vivía ahí) había cedido como cuarto para la familia de Juanchito, entonces ahí era cocina, habitación, sala de estar, depósito, etc. para una familia de cinco, al tercer día de mi llegada entró en mi cuarto sin más ni más agarrado de un perrito que seguramente recogió de la calle, en su infantil lenguaje con una eres y eles mal pronunciadas me pregunto mi nombre, de donde venía, y si le gustaba su perrito, mientras lo llevaba a la puerta de su “cuarto” para dejarlo con sus papas hizo rápidamente como unas 8 preguntas que no entendí, aunque ambas puertas de su cuarto estaban cerradas y con el televisor a tope de volumen se podía escuchar que tres personas discutían a viva voz, aun así, lo dejé sentado en la puerta con la promesa de darle un juguete, si se quedaba quietito.
En las dos semanas siguientes repetimos el mismo ejercicio unas tres veces, y en todas se sentían las discusiones con mayor o menor volumen dentro del cuarto aquel, nunca le traje el regalo ofrecido, porque mi economía de estudiante no me permitía hacer cálculos fuera del presupuesto. Los 36 grados de temperatura a la sombra me obligaban a mantener la puerta abierta con solo una cortina, por lo que Juanchito tenía carta abierta para entrar cuando él lo dispusiera. A la tercera semana decidí probar aguantarme el calor y cerrar la puerta, lo que no fue suficiente porque a la media hora se sentían sus desordenados toquidos en mi puerta. Me levante de la cama donde estaban ordenadamente desperdigadas todas las hojas de cálculo I y física 101, con la firme decisión de decirle que vaya a su cuarto porque sus mamá iría a enojarse con él, cuando abrí la puerta me vi arrebatado por una carita cubierta de polvo y de la nariz para abajo una mancha de sangre seca hasta la quijada - ¿y tu perrito, dónde está?.- fue lo único que atine a decirle. Juanchito respondió encogiéndose de hombros, lo tome de la mano y al notar que la discusión en su cuarto estaba subida de tono, lo lleve al baño donde le lave la carita y nos volvimos a mi cuarto agarre varios calcetines sucios para envolverlos como pelota, me puse de rodillas a un extremo del cuarto y se la lanzaba para que él la pateara y tratara de hacerme un gol desde el otro extremo, estuvimos así hasta que se cansó de tanto reír. Cuando lo llamaron se apresuró a preguntarme.- cuando jugamos tiyo.- le dije que la siguiente semana.
[gallery type="slideshow" size="full" ids="464901,464903"]
Desde ese día, al ver la torpeza y al parquedad de sus papas, me puse a preguntar por otros lados que pasaba con esa familia, los otros inquilinos me contaron que un par de veces la policía ya había venido a llevarse al marido y una vez a la mama de Juanchito, por violencia en estado de ebriedad de ambos, estaban en la mira, pero no podían separarlos porque no tenían otro lugar donde vivir, y solo les quedaba dejarlos juntos en el límite de la violencia entre uno y otro, la hermana mayor ya tenía 15 años y cuando se notaba que empezaban las discusiones, hacía de la vista gorda y se escapaba por dos días en casa de quien sabe quién, el hermano que le seguía estaba por los once años y trabajaba por la noche de ayudante en alguna tienda haciendo el aseo nocturno, de manera que ahí se quedaba a dormir y llegaba solo a dejar sus cosas para ir a la escuela y luego volver a su trabajo, alguna vez le escucharon decir que cuando termine su bachillerato buscara un trabajo mejor y se llevará a su hermanito, pero faltan unos siete años para eso. Pregunte si tenía tíos o parientes con quienes pudiera irse Juanchito, .- ha hay.- fue la primera respuesta de la inquilina que vivía al lado mío con tono de todo sapiencia .- esos dos son lo mejor de cada familia, así que, imagínese.-
A la semana siguiente me vi obligado a comprar un lavador de plástico, porque cada mañana cuando iba a lavarme para ir a la universidad Juanchito salía corriendo para darme alcance, así terminamos lavándonos la cara los dos, yo en el lavado grande y él al lado mío imitando cada uno de mis movimientos, incluso el “aahhh” con que terminaba cada sacudida de las manos en el rostro, y dos veces por semana mi cuarto se convertía en el Santiago Bernabeu para Juanchito y para mí por 90 minutos seguidos (o al menos yo los sentía así), con nuestros balones “Trapostyler” mientras sus papas se cansan de discutir embriagados a veces y sanos otras tantas. Mis compañeros de universidad me pusieron de apodo “Juanchote” pues he terminado siendo un padre putativo según ellos, mi enamorada y mi madre me dijeron que guarde cierta distancia, porque será bien difícil cuando llegue el momento en que yo ve vaya de aquella casa. Y así pasó un año y medio.
Cuando volví de mis vacaciones de invierno, mi padre no se incomodó en lo más mínimo en darme unos pesos más para comprar un pelota verdadera y que Juanchito y yo salgamos a una cancha a jugar.- la siguiente si puedo te mando unos pesos para que le compres un par de zapatillas.- me dijo.
Juanchito me recibió con un abrazo de dos minutos, cenamos arroz con huevo después de nuestro sagrado partido, le pregunté de qué color le gustaría tener un balón de verdad, primero me dijo que rojo, luego azul, luego verde, y final me dijo que de todos los colores. Terminó preguntándome si deberás le iba a comprar una pelota. Le dije que tal vez sí, pero primero tenía que ponerme al día con las cosas que debía hacer ese semestre en la universidad, antes de irse donde sus papas me dijo que no le importaba, igual a él le gusta nuestras pelotas hechas de calcetines. Me sorprendió la claridad de sus palabras. Pero el compromiso ya estaba hecho.
Dos semanas después fui al mercado a comprar un balón con una banda de cinco colores que le pasaba por el medio, busque una caja de ese tamaño para llevarlo y así la sorpresa fuera completa hasta el último minuto.
Cuando llegue a la casa la puerta de calle estaba abierta, cuando entre las dos puertas de la “sala dormitorio” estaban abiertas de par en par y Juanchito estaba recostado boca abajo a un lado del dintel .- otra vez se han ido a tomar y lo han dejado sin comer todo el día.- pensé. Me acerqué para levantarlo y llevarlo a dormir a mi cuarto “pondré la pelota a su lado para que la vea cuando despierte” imagine por un instante, cuando le levante la cabecita mis ojos saltaron de sus orbitas al ver que su boquita y su nariz estaban pintadas de sangre fresca, sus ojitos estaban abiertos pero blanquecinos. Boté el regalo y levanté a Juanchito para sacudirlo un poco y así ver si reaccionaba, y viendo que no había ni el más mínimo reflejo grite por ayuda con todas mis fuerzas, no había nadie en la casa, salí corriendo a la calle, como a cuadra y media me dio alcance una patrulla, me subí y lo llevamos al hospital más cercano.
A los dos días, mientras enterrábamos a Juanchito el oficial que me llevó en la patrulla aquel día me contó que los vecinos de las casas aledañas habían llamado a la policía, porque las discusiones de aquella mañana estaban tan subidas de volumen que se las escuchaba en toda la redonda y tenían el tinte de una pelea abierta, al parecer Juanchito había recibido la peor parte por querer defender a su madre de los golpes de su papá, y después de ver cómo quedó ambos se escaparon porque estaban ebrios los dos, pero ya los habían pillado. No quise acercarme a la trabajadora social que también estaba en ese entierro porque antes que hacerle una pregunta ordenada, seguramente la increparía con toda mi rabia.
Ahora ya soy arquitecto y soy incluso el dueño de la casa, convertí la sala aquella en justamente eso, una sala de visitas. El cuarto de 3 por 4 donde me inicié como estudiante todavía es mi dormitorio y mis papas viven ahora en la planta alta, el balón que debía regalar aquel día está intacto en un rincón de mi dormitorio, mi madre me ha dicho más de una vez que me cambie de cuarto o que me vaya a un departamento más cerca de mi trabajo, que al final, dinero no me falta. Pero en estos años he llegado a la conclusión, que si no estoy ahí… Juanchito no tiene con quien jugar. A la semana de su entierro en las mañanas sentir que alguien venía a pellizcarme el hombro para despertarme, y el lavador de plástico que él usaba se movía de por sí solo unos centímetros, de ahí en adelante una vez a la semana puse una pelota de trapo en el centro de mi cuarto junto con el balón que quería regalarle, y me di cuenta que él todavía prefería jugar con la pelota hecha de calcetines. Volví cinco años después de graduarme para comprar aquella casa con un préstamo bancario, a la estudiante de enfermería que entonces era la inquilina de aquel cuarto le pregunté disimuladamente unas tres veces, si no había sentido ruidos o cosas extrañas en su cuarto .- no para nada.- me respondió sin mucha prisa. Sentí una profunda pena en el pecho y ni bien se terminaron los trámites de mi propiedad agarre tres de mis viejos calcetines y Juanchito tuvo nuevamente su único juguete favorito.
Estoy entrando a los 36 años, y cada pareja que he tenido ha podido confirmarlo con sus propios ojos, las que se quedaron a dormir, sintieron que alguien que no era yo las pellizcaba para que se despertaran, o en su caso se extrañaban de ver como aquel aparente dejó de pulcritud de mi parte, de dejar calcetines enrollados en medio del cuarto, pasando luego a la sorpresa y el susto de ver como se movía solo por unos segundos. Las entiendo el shock que esto les ha dejado, y sé que es motivo de que seguramente yo siga sin pareja, sin formar mi propia familia hasta quien sabe cuándo, pero mientras duré, quiero seguir siendo quien alegre el espíritu de aquel niño con mala estrella. Mi amigo Juanchito el Juguetón.
Lo conocí ni bien llegue a esta casa como inquilino, yo vivía en el cuarto del fondo y él y su familia en el cuarto más grande al lado del baño, en realidad no era un cuarto, era la sala que el dueño de casa (que no vivía ahí) había cedido como cuarto para la familia de Juanchito, entonces ahí era cocina, habitación, sala de estar, depósito, etc. para una familia de cinco, al tercer día de mi llegada entró en mi cuarto sin más ni más agarrado de un perrito que seguramente recogió de la calle, en su infantil lenguaje con una eres y eles mal pronunciadas me pregunto mi nombre, de donde venía, y si le gustaba su perrito, mientras lo llevaba a la puerta de su “cuarto” para dejarlo con sus papas hizo rápidamente como unas 8 preguntas que no entendí, aunque ambas puertas de su cuarto estaban cerradas y con el televisor a tope de volumen se podía escuchar que tres personas discutían a viva voz, aun así, lo dejé sentado en la puerta con la promesa de darle un juguete, si se quedaba quietito.
En las dos semanas siguientes repetimos el mismo ejercicio unas tres veces, y en todas se sentían las discusiones con mayor o menor volumen dentro del cuarto aquel, nunca le traje el regalo ofrecido, porque mi economía de estudiante no me permitía hacer cálculos fuera del presupuesto. Los 36 grados de temperatura a la sombra me obligaban a mantener la puerta abierta con solo una cortina, por lo que Juanchito tenía carta abierta para entrar cuando él lo dispusiera. A la tercera semana decidí probar aguantarme el calor y cerrar la puerta, lo que no fue suficiente porque a la media hora se sentían sus desordenados toquidos en mi puerta. Me levante de la cama donde estaban ordenadamente desperdigadas todas las hojas de cálculo I y física 101, con la firme decisión de decirle que vaya a su cuarto porque sus mamá iría a enojarse con él, cuando abrí la puerta me vi arrebatado por una carita cubierta de polvo y de la nariz para abajo una mancha de sangre seca hasta la quijada - ¿y tu perrito, dónde está?.- fue lo único que atine a decirle. Juanchito respondió encogiéndose de hombros, lo tome de la mano y al notar que la discusión en su cuarto estaba subida de tono, lo lleve al baño donde le lave la carita y nos volvimos a mi cuarto agarre varios calcetines sucios para envolverlos como pelota, me puse de rodillas a un extremo del cuarto y se la lanzaba para que él la pateara y tratara de hacerme un gol desde el otro extremo, estuvimos así hasta que se cansó de tanto reír. Cuando lo llamaron se apresuró a preguntarme.- cuando jugamos tiyo.- le dije que la siguiente semana.
[gallery type="slideshow" size="full" ids="464901,464903"]
Desde ese día, al ver la torpeza y al parquedad de sus papas, me puse a preguntar por otros lados que pasaba con esa familia, los otros inquilinos me contaron que un par de veces la policía ya había venido a llevarse al marido y una vez a la mama de Juanchito, por violencia en estado de ebriedad de ambos, estaban en la mira, pero no podían separarlos porque no tenían otro lugar donde vivir, y solo les quedaba dejarlos juntos en el límite de la violencia entre uno y otro, la hermana mayor ya tenía 15 años y cuando se notaba que empezaban las discusiones, hacía de la vista gorda y se escapaba por dos días en casa de quien sabe quién, el hermano que le seguía estaba por los once años y trabajaba por la noche de ayudante en alguna tienda haciendo el aseo nocturno, de manera que ahí se quedaba a dormir y llegaba solo a dejar sus cosas para ir a la escuela y luego volver a su trabajo, alguna vez le escucharon decir que cuando termine su bachillerato buscara un trabajo mejor y se llevará a su hermanito, pero faltan unos siete años para eso. Pregunte si tenía tíos o parientes con quienes pudiera irse Juanchito, .- ha hay.- fue la primera respuesta de la inquilina que vivía al lado mío con tono de todo sapiencia .- esos dos son lo mejor de cada familia, así que, imagínese.-
A la semana siguiente me vi obligado a comprar un lavador de plástico, porque cada mañana cuando iba a lavarme para ir a la universidad Juanchito salía corriendo para darme alcance, así terminamos lavándonos la cara los dos, yo en el lavado grande y él al lado mío imitando cada uno de mis movimientos, incluso el “aahhh” con que terminaba cada sacudida de las manos en el rostro, y dos veces por semana mi cuarto se convertía en el Santiago Bernabeu para Juanchito y para mí por 90 minutos seguidos (o al menos yo los sentía así), con nuestros balones “Trapostyler” mientras sus papas se cansan de discutir embriagados a veces y sanos otras tantas. Mis compañeros de universidad me pusieron de apodo “Juanchote” pues he terminado siendo un padre putativo según ellos, mi enamorada y mi madre me dijeron que guarde cierta distancia, porque será bien difícil cuando llegue el momento en que yo ve vaya de aquella casa. Y así pasó un año y medio.
Cuando volví de mis vacaciones de invierno, mi padre no se incomodó en lo más mínimo en darme unos pesos más para comprar un pelota verdadera y que Juanchito y yo salgamos a una cancha a jugar.- la siguiente si puedo te mando unos pesos para que le compres un par de zapatillas.- me dijo.
Juanchito me recibió con un abrazo de dos minutos, cenamos arroz con huevo después de nuestro sagrado partido, le pregunté de qué color le gustaría tener un balón de verdad, primero me dijo que rojo, luego azul, luego verde, y final me dijo que de todos los colores. Terminó preguntándome si deberás le iba a comprar una pelota. Le dije que tal vez sí, pero primero tenía que ponerme al día con las cosas que debía hacer ese semestre en la universidad, antes de irse donde sus papas me dijo que no le importaba, igual a él le gusta nuestras pelotas hechas de calcetines. Me sorprendió la claridad de sus palabras. Pero el compromiso ya estaba hecho.
Dos semanas después fui al mercado a comprar un balón con una banda de cinco colores que le pasaba por el medio, busque una caja de ese tamaño para llevarlo y así la sorpresa fuera completa hasta el último minuto.
Cuando llegue a la casa la puerta de calle estaba abierta, cuando entre las dos puertas de la “sala dormitorio” estaban abiertas de par en par y Juanchito estaba recostado boca abajo a un lado del dintel .- otra vez se han ido a tomar y lo han dejado sin comer todo el día.- pensé. Me acerqué para levantarlo y llevarlo a dormir a mi cuarto “pondré la pelota a su lado para que la vea cuando despierte” imagine por un instante, cuando le levante la cabecita mis ojos saltaron de sus orbitas al ver que su boquita y su nariz estaban pintadas de sangre fresca, sus ojitos estaban abiertos pero blanquecinos. Boté el regalo y levanté a Juanchito para sacudirlo un poco y así ver si reaccionaba, y viendo que no había ni el más mínimo reflejo grite por ayuda con todas mis fuerzas, no había nadie en la casa, salí corriendo a la calle, como a cuadra y media me dio alcance una patrulla, me subí y lo llevamos al hospital más cercano.
A los dos días, mientras enterrábamos a Juanchito el oficial que me llevó en la patrulla aquel día me contó que los vecinos de las casas aledañas habían llamado a la policía, porque las discusiones de aquella mañana estaban tan subidas de volumen que se las escuchaba en toda la redonda y tenían el tinte de una pelea abierta, al parecer Juanchito había recibido la peor parte por querer defender a su madre de los golpes de su papá, y después de ver cómo quedó ambos se escaparon porque estaban ebrios los dos, pero ya los habían pillado. No quise acercarme a la trabajadora social que también estaba en ese entierro porque antes que hacerle una pregunta ordenada, seguramente la increparía con toda mi rabia.
Ahora ya soy arquitecto y soy incluso el dueño de la casa, convertí la sala aquella en justamente eso, una sala de visitas. El cuarto de 3 por 4 donde me inicié como estudiante todavía es mi dormitorio y mis papas viven ahora en la planta alta, el balón que debía regalar aquel día está intacto en un rincón de mi dormitorio, mi madre me ha dicho más de una vez que me cambie de cuarto o que me vaya a un departamento más cerca de mi trabajo, que al final, dinero no me falta. Pero en estos años he llegado a la conclusión, que si no estoy ahí… Juanchito no tiene con quien jugar. A la semana de su entierro en las mañanas sentir que alguien venía a pellizcarme el hombro para despertarme, y el lavador de plástico que él usaba se movía de por sí solo unos centímetros, de ahí en adelante una vez a la semana puse una pelota de trapo en el centro de mi cuarto junto con el balón que quería regalarle, y me di cuenta que él todavía prefería jugar con la pelota hecha de calcetines. Volví cinco años después de graduarme para comprar aquella casa con un préstamo bancario, a la estudiante de enfermería que entonces era la inquilina de aquel cuarto le pregunté disimuladamente unas tres veces, si no había sentido ruidos o cosas extrañas en su cuarto .- no para nada.- me respondió sin mucha prisa. Sentí una profunda pena en el pecho y ni bien se terminaron los trámites de mi propiedad agarre tres de mis viejos calcetines y Juanchito tuvo nuevamente su único juguete favorito.
Estoy entrando a los 36 años, y cada pareja que he tenido ha podido confirmarlo con sus propios ojos, las que se quedaron a dormir, sintieron que alguien que no era yo las pellizcaba para que se despertaran, o en su caso se extrañaban de ver como aquel aparente dejó de pulcritud de mi parte, de dejar calcetines enrollados en medio del cuarto, pasando luego a la sorpresa y el susto de ver como se movía solo por unos segundos. Las entiendo el shock que esto les ha dejado, y sé que es motivo de que seguramente yo siga sin pareja, sin formar mi propia familia hasta quien sabe cuándo, pero mientras duré, quiero seguir siendo quien alegre el espíritu de aquel niño con mala estrella. Mi amigo Juanchito el Juguetón.