El Tinajero
Aunque ya había transpuesto los límites del otoño, conservaba este alfarero la luz de Dios en los ojos, y en el garfio de dedos un tacto maravilloso. Yo quise un cántaro suyo para el mejor de mis mostos, y dijo que me lo haría «pulido a punta de gozo», de una arenilla dorada y...



Aunque ya había transpuesto
los límites del otoño,
conservaba este alfarero
la luz de Dios en los ojos,
y en el garfio de dedos
un tacto maravilloso.
Yo quise un cántaro suyo
para el mejor de mis mostos,
y dijo que me lo haría
«pulido a punta de gozo»,
de una arenilla dorada
y un limo obscuro y remoto.
Modelado, al fin, el cántaro,
después de un año redondo,
lo cocieron una noche
bajo los astros de oro.
Y como un seno desnudo,
se fué esponjando al rescoldo.
Luego, lo colmé de un vino
musical. El amplio chorro
cayó cantando una fácil
escala de cinco tonos
hasta que, ronco de espuma,
quedó al borde, silencioso.
Tapé la ánfora exquisita,
y luego, a modo de rotulo,
grabé una cifra y el nombre
del alfarero, al contorno.
Y, escondida en la bodega
se fue cubriendo de polvo.
Un mal año, el tinajero,
ávido de un limo cósmico
se marchó con la tinaja
de la muerte sobre el hombro.
iQué vino predestinado
correría en su velorio!
Cuando baje a la bodega
a trasegar mi tesoro,
el ánfora rezumaba
sangre de vid por los poros
—¡sangre añeja!—, pero dentro
Ya no quedaba ni un sorbo.
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los límites del otoño,
conservaba este alfarero
la luz de Dios en los ojos,
y en el garfio de dedos
un tacto maravilloso.
Yo quise un cántaro suyo
para el mejor de mis mostos,
y dijo que me lo haría
«pulido a punta de gozo»,
de una arenilla dorada
y un limo obscuro y remoto.
Modelado, al fin, el cántaro,
después de un año redondo,
lo cocieron una noche
bajo los astros de oro.
Y como un seno desnudo,
se fué esponjando al rescoldo.
Luego, lo colmé de un vino
musical. El amplio chorro
cayó cantando una fácil
escala de cinco tonos
hasta que, ronco de espuma,
quedó al borde, silencioso.
Tapé la ánfora exquisita,
y luego, a modo de rotulo,
grabé una cifra y el nombre
del alfarero, al contorno.
Y, escondida en la bodega
se fue cubriendo de polvo.
Un mal año, el tinajero,
ávido de un limo cósmico
se marchó con la tinaja
de la muerte sobre el hombro.
iQué vino predestinado
correría en su velorio!
Cuando baje a la bodega
a trasegar mi tesoro,
el ánfora rezumaba
sangre de vid por los poros
—¡sangre añeja!—, pero dentro
Ya no quedaba ni un sorbo.
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