Tarija en el periodo formativo Arqueologia de Tarija (Primera parte)
ARQUEOLOGÍA DE BOLIVIA Según datos generalmente aceptados (Michel, 2008), la cronología de la región correspondiente al Altiplano central, que comprende groseramente la de Tiwanaku, tiene las siguientes etapas básicas: 1. Paleoindio.- Registra la existencia de los primeros habitantes...



ARQUEOLOGÍA DE BOLIVIA
Según datos generalmente aceptados (Michel, 2008), la cronología de la región correspondiente al Altiplano central, que comprende groseramente la de Tiwanaku, tiene las siguientes etapas básicas:
1. Paleoindio.- Registra la existencia de los primeros habitantes en el territorio de la actual Bolivia desde aproximadamente entre los 12.000 y los 9.000 años a.C (antes del nacimiento de Cristo). Se trata de pequeños grupos nómadas que usan un vasto territorio para alimentarse de la recolección de vegetales silvestres y de la caza de animales salvajes.
2. Arcaico.- Fechado entre 9.000 - 2.000 a.C. Este período está caracterizado por puntas de flecha y de lanza más pequeñas y especializadas. Se encuentran además manos de moler, lo que indica un procesamiento de los vegetales recolectados por los grupos de este periodo. Los grupos arcaicos continuaron con la tradición de caza y el procesamiento de vegetales recolectados para la alimentación, conformando aldeas de más de 1 ha en las márgenes de lagunas y orillas de ríos. Los asentamientos del arcaico muestran una mayor estabilidad e inician un prolongado proceso de sedentarización.
3. Formativo.- En la siguiente etapa los grupos se hacen más sedentarios; empiezan a practicar la agricultura y a domesticar animales como la llama y la alpaca. Otro avance importante es la primera experimentación con arcilla, llegando al uso de la primera cerámica. Esta fase se encuentra entre los 2000 a.C. y los 500 d.C.
4. Cultura Tiwanaku.- En el altiplano de Bolivia la siguiente fase cultural es la llamada cultura Tiwanaku. Se trata de una entidad cultural grande, caracterizada por una cerámica fina, policroma, que es también posible de encontrar en otras regiones de Bolivia. Esta fase estaría fechada entre el 500 –1.100 después de Cristo.
5. Señoríos Regionales.- El periodo siguiente en el Altiplano boliviano se conoce como de “Señoríos Regionales” y cubre un espacio de tiempo entre los 1.100 y los 1.450 d.C., caracterizándose por el desarrollo sociopolítico de grandes entidades poblacionales organizadas de manera jerárquica en un territorio determinado con un incremento en las hostilidades entre los diferentes grupos y un cambio de los asentamientos hacia las partes altas de los valles y el altiplano así como de una cerámica bicolor de pintura negra sobre un fondo rojo.
6. Periodo Inca.- Se inicia aproximadamente a partir del año 1430, fecha en la cual el altiplano boliviano es comenzado a conquistar por los incas y se deduce por las crónicas escritas por los primeros españoles que viajaban por el Perú, Bolivia y Chile señalando acontecimientos de la historia incaica y local, además de datos geográficos y relatos de viaje. En el altiplano boliviano la influencia de los Incas es claramente visible en la arquitectura y cerámica.
II. ARQUEOLOGÍA DEL ALTIPLANO SUR: CHICHAS, TARIJA Y EL NOROESTE ARGENTINO
La cronología del Sur Boliviano ha seguido durante mucho tiempo la periodificación elaborada para los Andes Meridionales y el área circunlacustre que se mencionó anteriormente pero paulatinamente se pudo apreciar que esta no corresponde a lo que se observa en esta parte del Altiplano boliviano, particularmente, en los valles que se desprenden del maciso cordillerano hasta llegar a los valles de Tupìza y Tarija. Por estas razones, Angelo (2003) ha sugerido adaptar a ella los esquemas cronológicos propuestos para el Noroeste Argentino, que se aproximan mejor a los observados en la zona, con la que comparte muchos rasgos culturales y donde los “horizontes” inicialmente pensados para el área del Altiplano y la costa peruana -con excepción de la influencia inca-, no se aplican.
La periodificación adaptada para el Sur Boliviano por Angelo (s/f) todavía de manera preliminar y con grandes variaciones por la insuficiencia de datos contemplaría las siguientes fases:
Arcaico/Precerámico aprox. 5000 a.C.- 1000 (¿) a.C.
Formativo Temprano 1000 (¿) a.C.300 d.C.;
Formativo Tardío 300 d.C.1000 (¿) d.C.
Desarrollos Regionales Tardíos 1000 d.C.- 1470 d.C.
Periodo Inca o Fase de Influencia Incaica a. 1470 d.C.1550 d.C.
Según Beierlein (2000) estas fases han sido comprobadas también para el Altiplano de Sama aunque en este caso las dataciones son fechas aproximativas debido a que, por un lado, la secuencia cerámica no está lo suficientemente elaborada como para detectar diferencias entre el Formativo Temprano y Tardío y, por otro, faltan fechas absolutas obtenidas mediante métodos como el C14 para poder asociar las diferentes fases con las fechas mencionadas.
Estas fases concuerdan mejor con lo observado en los valles de Tarija para el primer periodo o Arcaico ya que se han registrado hallazgos de restos óseos con un fechado de 7.640 años a.P. (Arósqueta y Sieber, 1988).
Por otra parte, sin embargo, Michel (2008) indica que encontró material correspondiente a lo que podría clasificarse como Paleoindio en las riberas de las lagunas de Tajsara que corresponderían a 10.000 – 9.000 a.C., lo cual ampliaría considerablemente el horizonte mencionado.
Todo ello sugiere que las culturas que habitaron los valles de Tarija, particularmente las que se encontraban en los contrafuertes de la cordillera, eran provenientes -o muy relacionadas-, con las que habitaban tanto la zona de los Chichas en Potosí como en el noroeste argentino, particularmente de los diaguitas mencionados por Boman, sugiriendo que la corriente migratoria no fue, en este caso, de norte a sur sino, al contrario, de sur a norte.
III. ARQUEOLOGÍA DE TARIJA
a) Antecedentes históricos
El capitan Martin de Almendras indica muy claramente que estuvo en Tarija cuando se produjo la visita de Diego de Rojas en 1539 especificando que: “…este testigo a estado en el dicho valle de tarixa y a visto las fuerças y poblazones que solia auer los quales estan agora despoblados…” (AGI Justicia 1125, ff. 94).
Treinta y cuatro años después, el Capitán Juan Rodríguez Durán, lugarteniente de Luis de Fuentes y Vargas en la fundación de la Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija vuelve a indicar, de manera muy similar:
“…donde este testigo vio fortalezas muy grandiosas y pueblos poblados y fundados. como fue el propio de la villa de Tarija, donde a lo que parece, según los pueblos y casas, devieron de consumir y matar antes que la dicha villa se poblara los dichos yndios chiriguanaes más de treinta mil ánimas …” (Julien 1997, p. 418).
Posteriormente, Luis de Fuentes hace referencia en los documentos de merced de tierras y solares a “corrales, corralones, paredes, paredones” y otro tipo de construcciones que hubieran sido hechas por los “churumatas” las que, muchas veces, equivocadamente, se atribuyen al encomendero de Tarija, Juan Ortiz de Zárate (Id.).
En 1903 y 1904, los investigadores suecos Erland Nordenskiold (1903, 21, 52) y Erick Von Rosen (1904) mencionan ruinas en la población de Tolomosa a las que atribuyen una filiación de origen Inka.
En 1908, el investigador francés, Eric Boman, realizó en el Noroeste argentino y en puna de Atacama extensos estudios, muy particularmente en la región de los diaguitas. Refiriéndose a Tarija, Boman indica (1908, 775): «… es asimismo muy poco conocida, las únicas excavaciones que se practicaron en ella fueron las de la Misión Francesa. Sin embargo, las colecciones que resultaron de ellas, las de aquellas que hizo la misión sueca en Tarija en 1901 y un cierto número de objetos esparcidos que tuve la ocasión de ver en la República Argentina, me demostraron que la cultura prehispánica de esta región era bien diferente de aquella de la Puna de Jujuy y la del desierto de Atacama. Todas las artes mencionas arriba estaban allí mucho más desarrolladas que en los últimos lugares y el material arqueológico presenta un estilo diferente, estilo que, como el estilo diaguita, constituye una variedad del estilo peruano...”. Es de hacer notar a este respecto que la distribución habitacional de las aldeas que describe Boman son muy semejantes a la que se observa en el Antigal de Alisos, en Tarija, pudiendo observarse los mismos sitios circulares atribuidos a “silos”.
En 1926, Schmieder identificó varios sitios arqueológicos en las márgenes del río San Juan del Oro y en sus partes altas, siguiendo la ruta de los antigales de Escapana, Taraya, Cóndor Huasi, Palqui y Ñoquera y, en el valle de Camacho, describió un sitio localizado a los pies de las estribaciones de la puna al que da el nombre de Antigal Camacho, conectado por una ruta precolombina a la puna de Tajsara.
Posteriormente, en 1936, Bennett menciona la presencia de “antiguos asentamientos prehispánicos en el valle central de Tarija” haciendo referencia a dos sitios: uno de ellos el de Tarupayu, en el cual existía una gran cantidad de entierros en urnas y, el segundo, el de Tolomosa, en el cual encontró una gran cantidad de material cerámico en superficie entre la que identificó un grupo de vasijas Inka cuyo estilo decorativo se asemeja al denominado La Paya proveniente de Culpina (Chuquisaca).
Arturo Posnansky (1943) se refiere a Tarija en una publicación en la que menciona una población a la cual llama Tullcu-Marca, derivada del nombre de un abra cercana que aún lleva ese nombre y que significaría “ciudad laberíntica”; corresponde, en realidad, a los restos que actualmente se conocen como el “Antigal de Alisos” y es la misma que describe Schmieder como “Antigal Camacho”.
Hacia 1941, Ibarra Grasso inició el estudio de la cerámica del valle de Tarija, relacionándola con los estilos Huruquilla y Yura, de los valles del río Yura y Toropalca en el sur de Potosí. (1957). resaltando la riqueza arqueológica del valle central de Tarija, en el cual menciona al sitio arqueológico El Saire donde encuentra un monolito.
En 1957 este mismo investigador habla de dos nuevos estilos cerámicos a los cuales llamó y consideró culturas y en 1986 amplía esta información (Ibarra y Querejazu, 1986) señalando la presencia de un estilo que denomina “Tarija inciso” acerca del cual indica: “…presenta una pasta de base de color rojizo de varias tonalidades; los adornos son hechos por sencillas líneas y recuerdan a los de la alfarería de Córdoba en la Argentina y los fragmentos que he visto procedentes de Lípez”. El otro estilo que describe Ibarra es el que llama “estilo tricolor” o “Tarija Policromo” en el que: “…un color claro de fondo y dibujos en rojo y negro, formando figuras geométricas contrapuestas. Hay motivos tanto de líneas rectas como curvas…”. Ibarra Grasso diferencia a estos dos estilos como pertenecientes a dos culturas que llama “Tarija Inciso” y “Tarija Policromo” asignando mayor antigüedad a la primera pero sin estudios de contexto y sin análisis de datación.
En relación a la cerámica de El Saire, realiza una sucinta descripción de los materiales que observó, a la cual denominó “Cultura Chicha de Tarija”, sin explicar el por qué o cómo llegó a tal denominación.
Cabe resaltar el importante trabajo de Leonardo Branisa quien recolectó tiestos cerámicos incisos en la quebrada de Lourdes en base a los cuales Ibarra caracterizó la cerámica Formativa Tarija Inciso (1957).
Arellano y Berberian (1978) realizaron un reconocimiento en la zona del valle central, visitando el sitio arqueológico El Saire pero sólo llevaron adelante pequeñas colectas de material diagnóstico superficial en diversos sitios cercanos a la carretera. Encontraron fragmentos que se distinguen entre los tiestos no decorados los siguientes grupos cerámicos: “engobado de rojo púrpura, engobado en anaranjado, engobado en gris, pulido liso, alisado liso y alisado tosco”. Entre las cerámicas decoradas se distinguen los siguientes tipos: “negro sobre anaranjado, negro y blanco sobre rojo)’ negro y blanco sobre anaranjado”.
Arellano retorna en los primeros años de la década del 90 (1992) a estudiar la zona e indica que se puede considerar que el pasado prehispánico de Tarija se caracteriza por una primera fase sedentaria que se identifica a través de la cultura “Tarija Inciso”: “…una cerámica de color rojo con incisiones geométricas de triángulos, puntos, líneas zigzag…”, a la que le seguiría, la “Cultura Tarija”, un señorío prehispánico asentado en la región de Tarija caracterizado por una serie de “…variantes cerámicas, mayormente bicolor (negro sobre rojo o anaranjado) o de un solo color y fechado aproximadamente entre los años 1.000 y 1.480 después de Cristo”. El desarrollo cultural prehispánico terminaría con la llegada de los Incas al Sur de Bolivia, donde dejan su huella en la arquitectura y cerámica (1984).
Basándose en los trabajos de Ibarra, David Browman postuló, en 1984 (1984): “… el desarrollo de entidades políticas poderosas e independientes, anteriores y contemporáneas a Tiwanaku en los valles del sur de Bolivia…”. Las tradiciones Chicha, Tarija, Yura y Huruquilla habrían conformado una agrupación distinta a los grupos del norte habiendo sido las que articularon los nexos comerciales con la costa de Chile y el norte de Argentina. Planteó también una expansión aymara tardía hacia el sur de Bolivia fechada en la época V de Tiwanaku (900 -1000 d. C.) aunque con poca influencia en la región.
Es muy importante señalar el hallazgo, en 1988, del llamado: “Hombre de San Luis”, en un entierro encontrado en la zona del mismo nombre con restos humanos de una antigüedad de 7.640 años a.P. según datos de espectro de masa (Arósqueta y Sieber, 1988).
En la misma década la zona fue visitada por Beatriz Ventura (1994: 301-.328) quien considera el poblamiento precolombino de esta región como efecto de cuatro procesos de “mezcla poblacional”: elementos culturales Mollo definidos como “altiplánicos” (aunque esta tradición ha sido identificada principalmente en los valles); otros provenientes del oriente; mecanismos de intercambio cultural debidos al movimiento de grupos caravaneros en la obtención de recursos exóticos y, tardíamente, una fuerte influencia Inka en el valle de Tarija.
Ventura, basándose en los trabajos de Tarragó (1994: 199-213) y Krapovickas (1984:171-191) reconoce la importancia del intercambio de materias primas y materiales elaborados a larga distancia en la región, con intensidad de tráfico de bienes entre la puna de Jujuy, Sur Lípez y Tarija en diferentes épocas. La influencia de la tradición Chicha se registra entre la puna de Jujuy, los valles de Tarija y de Santa Victoria, junto a la presencia de elementos con origen en los valles orientales.
Efectivamente, estudios recientes verifican la importancia de estas relaciones de intercambio, la articulación de diversos ejes caravaneros y el uso de múltiples caminos para el abastecimiento de productos en el altiplano y valles de Tarija, además de las labores rituales que están ampliamente reflejadas en el arte rupestre. Estas vías y manifestaciones artísticas cubren muchas de las quebradas, de los caminos, las apachetas y los pasos entre los valles y e! altiplano del territorio Chicha que fueron resumidas en los trabajos de los Methfessel (1997:36-47).
Debe destacarse el trabajo realizado por personas como Carlos Methfessel y Pablo Bass Werner, quienes realizaron una sistemática prospección de carácter arqueológico en las décadas de 1980 y 1990, publicadas parcialmente en la prensa local o en los boletines de la Sociedad de Investigación del Arte Rupestre de Bolivia (SIARB), en las que registran una infinidad de sitios de arte rupestre en toda la zona del valle de Tarija y, sobre todo, de caminos precolombinos que cruzan el territorio en todas las direcciones posibles.
Philippe Delcourt (2003:205-228) inicia por la misma época una serie de trabajos entre los cuales se destaca el registro de las piezas del museo del R.P. Ananías Barreto en Chaguaya y el relevamiento de un centenar de sitios arqueológicos entre los que se menciona una cueva situada al sur del valle central. Michel menciona una comunicación personal de Delcourt en la que indica que se habría encontrado en ella una muestra de hueso con un fechado de 748 ± 70 d.C (marzo 2003), asociado a cerámica incisa .
Delcourt, basado en un análisis de varios sitios de Tarija intenta una interpretación histórico-cultural que abarca un amplio espacio de tiempo desde los Períodos Precerámico y Arcaico (11.000 – 2-000 a. C.) hasta la época Inka, con la descripción de varios sectores de importancia arqueológica. Menciona que existirían evidencias de cerámica Tiwanaku Arcaico y Chiripa en la región de Iscayachi y Tajzara, las cuales sin embargo, según Michel (2008): “… solo podrían ser atribuidas a su desconocimiento de la cerámica Formativa altiplánica que en realidad es inexistente en la zona…”.
El 2004, Rendón efectúa un estudio en el sitio denominado El Saire, en los alrededores de la actual ciudad de Padcaya y cercano al Antigal de Alisos en el cual define el estilo cerámico “Saire” que trata de relacionar con otras variantes regionales correspondientes a lo que denomina el “conjunto cerámico meridional” de la región de Yavi, Tupiza y el Río San Juan, las cuales conformarían lo que denomina como: “el macro conjunto meridional” en el cual se encuentran los estilos cerámicas Yavi, Chicha y Tarija. En realidad, conforme apunta Michel (2008), el trabajo de Rendón aparenta haber tenido la finalidad principal de encontrar similitudes o diferencias de estilo que permitan sustentar esa tesis antes que efectuar un estudio meramente descriptivo de diagnóstico general que podría haber llevado a conclusiones de mayor extensión y profundidad.
Para la zona Chicha propiamente dicha, es decir lo que actualmente se conoce como Chichas en las provincias de Nor y Sud Chichas del departamento de Potosí, Angelo efectuó estudios que lo llevan al planteamiento de la denominada “sociedad Chicha” como una de las principales entidades prehispánicas del sur boliviano dentro de la cual, sin embargo, no incluye a las poblaciones que se encontraban por entonces en Tarija y solo toma en cuenta a lo que pudo encontrar en la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí que comprendió la prospección de cuatro valles interandinos separados cuyos resultados fueron presentados tanto en su tesis de Licenciatura (1999) como en un libro publicado posteriormente (2003). Estos trabajos son primordialmente referidos, por lo tanto, a la zona de Sud Chichas y sus posibles relaciones con el Noroeste argentino y la zona de Atacama excluyendo a la que corresponde a Tarija.
b) Arqueología de Sama
Curiosamente -de la misma forma y con la misma intensidad en que los valles de Tarija son olvidados y no tomados en cuenta para los estudios arqueológicos-, se desarrollan sobretodo aquellos relacionados con la cordillera de Sama debido, aparentemente, al impulso dado por la Arqueología argentina a los estudios referentes a la denominada “cultura Yavi” que emparentan con la Chicha, razón por la cual, tanto el estudio de esta última como la avecinante, es decir, la de la meseta de Tajsara y la cordillera de Sama, es incluida dentro de una serie de estudios en territorios que podrían ser considerados como “marginales” cuando el corazón se encuentra en realidad en los valles de Tarija, los cuales permanecen sin ningún estudio serio que hubiera permitido analizar en profundidad lo que realmente ocurrió en esta zona, que se mantiene por ello en el misterio más absoluto.
Efectivamente, tanto el Altiplano de Sama (Michel, Gutiérrez y Beierlein: 2000) como las zonas adyacentes del valle de Cinti (Michel, 2008) y el río San Juan del Oro (Beierlein: 2000 7 2009) se constituyen en un foco de investigación en la arqueología de Bolivia desde los años 80 y 90. Deben señalarse igualmente los trabajos en el Altiplano de Lípez (Rivera:2003), Lecocq (Rivera, Alconini y Michel, 1993), Nielsen (1998) y la Puna Argentina, región que conecta directamente con el Sur del Altiplano de Sama investigada por Krapovickas (1965) y Albeck (Albeck y Ruiz:1997) como también Ruiz (Ruiz y Albeck: 1997). Del mismo modo, la arqueología chilena investiga las relaciones culturales prehispánicas entre el Sur de Bolivia, Chile y el Noroeste Argentino (Uribe:1997).
Por último, a fines de los años noventa y principios del presente siglo, Michel y su equipo (Michel, Gutiérrez y Beierlein:2000) realizan una serie de trabajos en las serranías y altiplano tarijeño basados en líticos y cerámica que definen como de un probable estilo inciso Formativo asociada a líticos correspondientes al Arcaico que provienen de trabajos de prospección y recolecciones superficiales en más de setenta asentamientos. Este material demostró la integración a un área cultural mayor, ubicada entre la Puna Argentina, el valle del San Juan del Oro y las vertientes andinas orientales. Las principales conclusiones a que llega este equipo pueden resumirse como sigue:
El periodo Paleoindio
Las primeras evidencias de poblamiento de la región de Sama corresponderían al periodo Paleoindio que se encuentra caracterizado por artefactos toscos: raspadores y núcleos gruesos asociados a puntas de flecha y de lanzas que se concentran sobre todo en las lagunas de Tajzara, Pasajes y Pujzara y las áreas adyacentes, las cuales constituían focos de concentración de la población animal de entonces y fueron lugares preferidos para la caza de los grupos nómadas de hconcentrados alrededor de las lagunas en las antiguas orillas de los paleolagos. Restos de este periodo fueron también encontrados en las quebradas de la zona de Yunchará y otros lugares estratégicos para la caza de animales.
Michel señala que este material presentaría similitudes con las puntas más antiguas de Lípez y podría ser asignado al Paleoindio o finales del Pleistoceno (10.000 - 9000 a.C.).
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El periodo arcaico
En el periodo Arcaico, ubicado entre los 9.000 y los 2000 a.C., caracterizado por el cambio climático y la desaparición de la megafauna, habría obligado a los grupos humanos a cambiar su modo de subsistencia, y a una paulatina sedentarización con particularidades culturales propias de cada grupo dentro de las cuales deben contarse las practicas funerarias, el desarrollo del arte y el de otro tipo de estrategias de supervivencia como la preparación, conservación y almacenaje de alimentos y un mayor desarrollo interno de los grupos humanos.
Para este período, Michel describe varios sitios en la cuenca de Tajzara cerca de las orillas de las lagunas de Tajzara y Pujzara, los cuales presentan abundantes desechos de talla y piezas completas de manos de moler. Se advierten también rastros de montículos y tumbas con círculos o amontonamientos de piedra. Estos poblados, que podrían ser considerados “arcaicos” conforman aldeas de más de 1 Ha. en las márgenes de lagunas y orilla de ríos. Michel indica que se necesitarían mayores estudios y excavaciones para verificar la cronología y las características de este período que aparentemente rompería con el llamado “silencio arqueológico” detectado en el norte de Chile.
Según datos generalmente aceptados (Michel, 2008), la cronología de la región correspondiente al Altiplano central, que comprende groseramente la de Tiwanaku, tiene las siguientes etapas básicas:
1. Paleoindio.- Registra la existencia de los primeros habitantes en el territorio de la actual Bolivia desde aproximadamente entre los 12.000 y los 9.000 años a.C (antes del nacimiento de Cristo). Se trata de pequeños grupos nómadas que usan un vasto territorio para alimentarse de la recolección de vegetales silvestres y de la caza de animales salvajes.
2. Arcaico.- Fechado entre 9.000 - 2.000 a.C. Este período está caracterizado por puntas de flecha y de lanza más pequeñas y especializadas. Se encuentran además manos de moler, lo que indica un procesamiento de los vegetales recolectados por los grupos de este periodo. Los grupos arcaicos continuaron con la tradición de caza y el procesamiento de vegetales recolectados para la alimentación, conformando aldeas de más de 1 ha en las márgenes de lagunas y orillas de ríos. Los asentamientos del arcaico muestran una mayor estabilidad e inician un prolongado proceso de sedentarización.
3. Formativo.- En la siguiente etapa los grupos se hacen más sedentarios; empiezan a practicar la agricultura y a domesticar animales como la llama y la alpaca. Otro avance importante es la primera experimentación con arcilla, llegando al uso de la primera cerámica. Esta fase se encuentra entre los 2000 a.C. y los 500 d.C.
4. Cultura Tiwanaku.- En el altiplano de Bolivia la siguiente fase cultural es la llamada cultura Tiwanaku. Se trata de una entidad cultural grande, caracterizada por una cerámica fina, policroma, que es también posible de encontrar en otras regiones de Bolivia. Esta fase estaría fechada entre el 500 –1.100 después de Cristo.
5. Señoríos Regionales.- El periodo siguiente en el Altiplano boliviano se conoce como de “Señoríos Regionales” y cubre un espacio de tiempo entre los 1.100 y los 1.450 d.C., caracterizándose por el desarrollo sociopolítico de grandes entidades poblacionales organizadas de manera jerárquica en un territorio determinado con un incremento en las hostilidades entre los diferentes grupos y un cambio de los asentamientos hacia las partes altas de los valles y el altiplano así como de una cerámica bicolor de pintura negra sobre un fondo rojo.
6. Periodo Inca.- Se inicia aproximadamente a partir del año 1430, fecha en la cual el altiplano boliviano es comenzado a conquistar por los incas y se deduce por las crónicas escritas por los primeros españoles que viajaban por el Perú, Bolivia y Chile señalando acontecimientos de la historia incaica y local, además de datos geográficos y relatos de viaje. En el altiplano boliviano la influencia de los Incas es claramente visible en la arquitectura y cerámica.
II. ARQUEOLOGÍA DEL ALTIPLANO SUR: CHICHAS, TARIJA Y EL NOROESTE ARGENTINO
La cronología del Sur Boliviano ha seguido durante mucho tiempo la periodificación elaborada para los Andes Meridionales y el área circunlacustre que se mencionó anteriormente pero paulatinamente se pudo apreciar que esta no corresponde a lo que se observa en esta parte del Altiplano boliviano, particularmente, en los valles que se desprenden del maciso cordillerano hasta llegar a los valles de Tupìza y Tarija. Por estas razones, Angelo (2003) ha sugerido adaptar a ella los esquemas cronológicos propuestos para el Noroeste Argentino, que se aproximan mejor a los observados en la zona, con la que comparte muchos rasgos culturales y donde los “horizontes” inicialmente pensados para el área del Altiplano y la costa peruana -con excepción de la influencia inca-, no se aplican.
La periodificación adaptada para el Sur Boliviano por Angelo (s/f) todavía de manera preliminar y con grandes variaciones por la insuficiencia de datos contemplaría las siguientes fases:
Arcaico/Precerámico aprox. 5000 a.C.- 1000 (¿) a.C.
Formativo Temprano 1000 (¿) a.C.300 d.C.;
Formativo Tardío 300 d.C.1000 (¿) d.C.
Desarrollos Regionales Tardíos 1000 d.C.- 1470 d.C.
Periodo Inca o Fase de Influencia Incaica a. 1470 d.C.1550 d.C.
Según Beierlein (2000) estas fases han sido comprobadas también para el Altiplano de Sama aunque en este caso las dataciones son fechas aproximativas debido a que, por un lado, la secuencia cerámica no está lo suficientemente elaborada como para detectar diferencias entre el Formativo Temprano y Tardío y, por otro, faltan fechas absolutas obtenidas mediante métodos como el C14 para poder asociar las diferentes fases con las fechas mencionadas.
Estas fases concuerdan mejor con lo observado en los valles de Tarija para el primer periodo o Arcaico ya que se han registrado hallazgos de restos óseos con un fechado de 7.640 años a.P. (Arósqueta y Sieber, 1988).
Por otra parte, sin embargo, Michel (2008) indica que encontró material correspondiente a lo que podría clasificarse como Paleoindio en las riberas de las lagunas de Tajsara que corresponderían a 10.000 – 9.000 a.C., lo cual ampliaría considerablemente el horizonte mencionado.
Todo ello sugiere que las culturas que habitaron los valles de Tarija, particularmente las que se encontraban en los contrafuertes de la cordillera, eran provenientes -o muy relacionadas-, con las que habitaban tanto la zona de los Chichas en Potosí como en el noroeste argentino, particularmente de los diaguitas mencionados por Boman, sugiriendo que la corriente migratoria no fue, en este caso, de norte a sur sino, al contrario, de sur a norte.
III. ARQUEOLOGÍA DE TARIJA
a) Antecedentes históricos
El capitan Martin de Almendras indica muy claramente que estuvo en Tarija cuando se produjo la visita de Diego de Rojas en 1539 especificando que: “…este testigo a estado en el dicho valle de tarixa y a visto las fuerças y poblazones que solia auer los quales estan agora despoblados…” (AGI Justicia 1125, ff. 94).
Treinta y cuatro años después, el Capitán Juan Rodríguez Durán, lugarteniente de Luis de Fuentes y Vargas en la fundación de la Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija vuelve a indicar, de manera muy similar:
“…donde este testigo vio fortalezas muy grandiosas y pueblos poblados y fundados. como fue el propio de la villa de Tarija, donde a lo que parece, según los pueblos y casas, devieron de consumir y matar antes que la dicha villa se poblara los dichos yndios chiriguanaes más de treinta mil ánimas …” (Julien 1997, p. 418).
Posteriormente, Luis de Fuentes hace referencia en los documentos de merced de tierras y solares a “corrales, corralones, paredes, paredones” y otro tipo de construcciones que hubieran sido hechas por los “churumatas” las que, muchas veces, equivocadamente, se atribuyen al encomendero de Tarija, Juan Ortiz de Zárate (Id.).
En 1903 y 1904, los investigadores suecos Erland Nordenskiold (1903, 21, 52) y Erick Von Rosen (1904) mencionan ruinas en la población de Tolomosa a las que atribuyen una filiación de origen Inka.
En 1908, el investigador francés, Eric Boman, realizó en el Noroeste argentino y en puna de Atacama extensos estudios, muy particularmente en la región de los diaguitas. Refiriéndose a Tarija, Boman indica (1908, 775): «… es asimismo muy poco conocida, las únicas excavaciones que se practicaron en ella fueron las de la Misión Francesa. Sin embargo, las colecciones que resultaron de ellas, las de aquellas que hizo la misión sueca en Tarija en 1901 y un cierto número de objetos esparcidos que tuve la ocasión de ver en la República Argentina, me demostraron que la cultura prehispánica de esta región era bien diferente de aquella de la Puna de Jujuy y la del desierto de Atacama. Todas las artes mencionas arriba estaban allí mucho más desarrolladas que en los últimos lugares y el material arqueológico presenta un estilo diferente, estilo que, como el estilo diaguita, constituye una variedad del estilo peruano...”. Es de hacer notar a este respecto que la distribución habitacional de las aldeas que describe Boman son muy semejantes a la que se observa en el Antigal de Alisos, en Tarija, pudiendo observarse los mismos sitios circulares atribuidos a “silos”.
En 1926, Schmieder identificó varios sitios arqueológicos en las márgenes del río San Juan del Oro y en sus partes altas, siguiendo la ruta de los antigales de Escapana, Taraya, Cóndor Huasi, Palqui y Ñoquera y, en el valle de Camacho, describió un sitio localizado a los pies de las estribaciones de la puna al que da el nombre de Antigal Camacho, conectado por una ruta precolombina a la puna de Tajsara.
Posteriormente, en 1936, Bennett menciona la presencia de “antiguos asentamientos prehispánicos en el valle central de Tarija” haciendo referencia a dos sitios: uno de ellos el de Tarupayu, en el cual existía una gran cantidad de entierros en urnas y, el segundo, el de Tolomosa, en el cual encontró una gran cantidad de material cerámico en superficie entre la que identificó un grupo de vasijas Inka cuyo estilo decorativo se asemeja al denominado La Paya proveniente de Culpina (Chuquisaca).
Arturo Posnansky (1943) se refiere a Tarija en una publicación en la que menciona una población a la cual llama Tullcu-Marca, derivada del nombre de un abra cercana que aún lleva ese nombre y que significaría “ciudad laberíntica”; corresponde, en realidad, a los restos que actualmente se conocen como el “Antigal de Alisos” y es la misma que describe Schmieder como “Antigal Camacho”.
Hacia 1941, Ibarra Grasso inició el estudio de la cerámica del valle de Tarija, relacionándola con los estilos Huruquilla y Yura, de los valles del río Yura y Toropalca en el sur de Potosí. (1957). resaltando la riqueza arqueológica del valle central de Tarija, en el cual menciona al sitio arqueológico El Saire donde encuentra un monolito.
En 1957 este mismo investigador habla de dos nuevos estilos cerámicos a los cuales llamó y consideró culturas y en 1986 amplía esta información (Ibarra y Querejazu, 1986) señalando la presencia de un estilo que denomina “Tarija inciso” acerca del cual indica: “…presenta una pasta de base de color rojizo de varias tonalidades; los adornos son hechos por sencillas líneas y recuerdan a los de la alfarería de Córdoba en la Argentina y los fragmentos que he visto procedentes de Lípez”. El otro estilo que describe Ibarra es el que llama “estilo tricolor” o “Tarija Policromo” en el que: “…un color claro de fondo y dibujos en rojo y negro, formando figuras geométricas contrapuestas. Hay motivos tanto de líneas rectas como curvas…”. Ibarra Grasso diferencia a estos dos estilos como pertenecientes a dos culturas que llama “Tarija Inciso” y “Tarija Policromo” asignando mayor antigüedad a la primera pero sin estudios de contexto y sin análisis de datación.
En relación a la cerámica de El Saire, realiza una sucinta descripción de los materiales que observó, a la cual denominó “Cultura Chicha de Tarija”, sin explicar el por qué o cómo llegó a tal denominación.
Cabe resaltar el importante trabajo de Leonardo Branisa quien recolectó tiestos cerámicos incisos en la quebrada de Lourdes en base a los cuales Ibarra caracterizó la cerámica Formativa Tarija Inciso (1957).
Arellano y Berberian (1978) realizaron un reconocimiento en la zona del valle central, visitando el sitio arqueológico El Saire pero sólo llevaron adelante pequeñas colectas de material diagnóstico superficial en diversos sitios cercanos a la carretera. Encontraron fragmentos que se distinguen entre los tiestos no decorados los siguientes grupos cerámicos: “engobado de rojo púrpura, engobado en anaranjado, engobado en gris, pulido liso, alisado liso y alisado tosco”. Entre las cerámicas decoradas se distinguen los siguientes tipos: “negro sobre anaranjado, negro y blanco sobre rojo)’ negro y blanco sobre anaranjado”.
Arellano retorna en los primeros años de la década del 90 (1992) a estudiar la zona e indica que se puede considerar que el pasado prehispánico de Tarija se caracteriza por una primera fase sedentaria que se identifica a través de la cultura “Tarija Inciso”: “…una cerámica de color rojo con incisiones geométricas de triángulos, puntos, líneas zigzag…”, a la que le seguiría, la “Cultura Tarija”, un señorío prehispánico asentado en la región de Tarija caracterizado por una serie de “…variantes cerámicas, mayormente bicolor (negro sobre rojo o anaranjado) o de un solo color y fechado aproximadamente entre los años 1.000 y 1.480 después de Cristo”. El desarrollo cultural prehispánico terminaría con la llegada de los Incas al Sur de Bolivia, donde dejan su huella en la arquitectura y cerámica (1984).
Basándose en los trabajos de Ibarra, David Browman postuló, en 1984 (1984): “… el desarrollo de entidades políticas poderosas e independientes, anteriores y contemporáneas a Tiwanaku en los valles del sur de Bolivia…”. Las tradiciones Chicha, Tarija, Yura y Huruquilla habrían conformado una agrupación distinta a los grupos del norte habiendo sido las que articularon los nexos comerciales con la costa de Chile y el norte de Argentina. Planteó también una expansión aymara tardía hacia el sur de Bolivia fechada en la época V de Tiwanaku (900 -1000 d. C.) aunque con poca influencia en la región.
Es muy importante señalar el hallazgo, en 1988, del llamado: “Hombre de San Luis”, en un entierro encontrado en la zona del mismo nombre con restos humanos de una antigüedad de 7.640 años a.P. según datos de espectro de masa (Arósqueta y Sieber, 1988).
En la misma década la zona fue visitada por Beatriz Ventura (1994: 301-.328) quien considera el poblamiento precolombino de esta región como efecto de cuatro procesos de “mezcla poblacional”: elementos culturales Mollo definidos como “altiplánicos” (aunque esta tradición ha sido identificada principalmente en los valles); otros provenientes del oriente; mecanismos de intercambio cultural debidos al movimiento de grupos caravaneros en la obtención de recursos exóticos y, tardíamente, una fuerte influencia Inka en el valle de Tarija.
Ventura, basándose en los trabajos de Tarragó (1994: 199-213) y Krapovickas (1984:171-191) reconoce la importancia del intercambio de materias primas y materiales elaborados a larga distancia en la región, con intensidad de tráfico de bienes entre la puna de Jujuy, Sur Lípez y Tarija en diferentes épocas. La influencia de la tradición Chicha se registra entre la puna de Jujuy, los valles de Tarija y de Santa Victoria, junto a la presencia de elementos con origen en los valles orientales.
Efectivamente, estudios recientes verifican la importancia de estas relaciones de intercambio, la articulación de diversos ejes caravaneros y el uso de múltiples caminos para el abastecimiento de productos en el altiplano y valles de Tarija, además de las labores rituales que están ampliamente reflejadas en el arte rupestre. Estas vías y manifestaciones artísticas cubren muchas de las quebradas, de los caminos, las apachetas y los pasos entre los valles y e! altiplano del territorio Chicha que fueron resumidas en los trabajos de los Methfessel (1997:36-47).
Debe destacarse el trabajo realizado por personas como Carlos Methfessel y Pablo Bass Werner, quienes realizaron una sistemática prospección de carácter arqueológico en las décadas de 1980 y 1990, publicadas parcialmente en la prensa local o en los boletines de la Sociedad de Investigación del Arte Rupestre de Bolivia (SIARB), en las que registran una infinidad de sitios de arte rupestre en toda la zona del valle de Tarija y, sobre todo, de caminos precolombinos que cruzan el territorio en todas las direcciones posibles.
Philippe Delcourt (2003:205-228) inicia por la misma época una serie de trabajos entre los cuales se destaca el registro de las piezas del museo del R.P. Ananías Barreto en Chaguaya y el relevamiento de un centenar de sitios arqueológicos entre los que se menciona una cueva situada al sur del valle central. Michel menciona una comunicación personal de Delcourt en la que indica que se habría encontrado en ella una muestra de hueso con un fechado de 748 ± 70 d.C (marzo 2003), asociado a cerámica incisa .
Delcourt, basado en un análisis de varios sitios de Tarija intenta una interpretación histórico-cultural que abarca un amplio espacio de tiempo desde los Períodos Precerámico y Arcaico (11.000 – 2-000 a. C.) hasta la época Inka, con la descripción de varios sectores de importancia arqueológica. Menciona que existirían evidencias de cerámica Tiwanaku Arcaico y Chiripa en la región de Iscayachi y Tajzara, las cuales sin embargo, según Michel (2008): “… solo podrían ser atribuidas a su desconocimiento de la cerámica Formativa altiplánica que en realidad es inexistente en la zona…”.
El 2004, Rendón efectúa un estudio en el sitio denominado El Saire, en los alrededores de la actual ciudad de Padcaya y cercano al Antigal de Alisos en el cual define el estilo cerámico “Saire” que trata de relacionar con otras variantes regionales correspondientes a lo que denomina el “conjunto cerámico meridional” de la región de Yavi, Tupiza y el Río San Juan, las cuales conformarían lo que denomina como: “el macro conjunto meridional” en el cual se encuentran los estilos cerámicas Yavi, Chicha y Tarija. En realidad, conforme apunta Michel (2008), el trabajo de Rendón aparenta haber tenido la finalidad principal de encontrar similitudes o diferencias de estilo que permitan sustentar esa tesis antes que efectuar un estudio meramente descriptivo de diagnóstico general que podría haber llevado a conclusiones de mayor extensión y profundidad.
Para la zona Chicha propiamente dicha, es decir lo que actualmente se conoce como Chichas en las provincias de Nor y Sud Chichas del departamento de Potosí, Angelo efectuó estudios que lo llevan al planteamiento de la denominada “sociedad Chicha” como una de las principales entidades prehispánicas del sur boliviano dentro de la cual, sin embargo, no incluye a las poblaciones que se encontraban por entonces en Tarija y solo toma en cuenta a lo que pudo encontrar en la provincia Sud Chichas del departamento de Potosí que comprendió la prospección de cuatro valles interandinos separados cuyos resultados fueron presentados tanto en su tesis de Licenciatura (1999) como en un libro publicado posteriormente (2003). Estos trabajos son primordialmente referidos, por lo tanto, a la zona de Sud Chichas y sus posibles relaciones con el Noroeste argentino y la zona de Atacama excluyendo a la que corresponde a Tarija.
b) Arqueología de Sama
Curiosamente -de la misma forma y con la misma intensidad en que los valles de Tarija son olvidados y no tomados en cuenta para los estudios arqueológicos-, se desarrollan sobretodo aquellos relacionados con la cordillera de Sama debido, aparentemente, al impulso dado por la Arqueología argentina a los estudios referentes a la denominada “cultura Yavi” que emparentan con la Chicha, razón por la cual, tanto el estudio de esta última como la avecinante, es decir, la de la meseta de Tajsara y la cordillera de Sama, es incluida dentro de una serie de estudios en territorios que podrían ser considerados como “marginales” cuando el corazón se encuentra en realidad en los valles de Tarija, los cuales permanecen sin ningún estudio serio que hubiera permitido analizar en profundidad lo que realmente ocurrió en esta zona, que se mantiene por ello en el misterio más absoluto.
Efectivamente, tanto el Altiplano de Sama (Michel, Gutiérrez y Beierlein: 2000) como las zonas adyacentes del valle de Cinti (Michel, 2008) y el río San Juan del Oro (Beierlein: 2000 7 2009) se constituyen en un foco de investigación en la arqueología de Bolivia desde los años 80 y 90. Deben señalarse igualmente los trabajos en el Altiplano de Lípez (Rivera:2003), Lecocq (Rivera, Alconini y Michel, 1993), Nielsen (1998) y la Puna Argentina, región que conecta directamente con el Sur del Altiplano de Sama investigada por Krapovickas (1965) y Albeck (Albeck y Ruiz:1997) como también Ruiz (Ruiz y Albeck: 1997). Del mismo modo, la arqueología chilena investiga las relaciones culturales prehispánicas entre el Sur de Bolivia, Chile y el Noroeste Argentino (Uribe:1997).
Por último, a fines de los años noventa y principios del presente siglo, Michel y su equipo (Michel, Gutiérrez y Beierlein:2000) realizan una serie de trabajos en las serranías y altiplano tarijeño basados en líticos y cerámica que definen como de un probable estilo inciso Formativo asociada a líticos correspondientes al Arcaico que provienen de trabajos de prospección y recolecciones superficiales en más de setenta asentamientos. Este material demostró la integración a un área cultural mayor, ubicada entre la Puna Argentina, el valle del San Juan del Oro y las vertientes andinas orientales. Las principales conclusiones a que llega este equipo pueden resumirse como sigue:
El periodo Paleoindio
Las primeras evidencias de poblamiento de la región de Sama corresponderían al periodo Paleoindio que se encuentra caracterizado por artefactos toscos: raspadores y núcleos gruesos asociados a puntas de flecha y de lanzas que se concentran sobre todo en las lagunas de Tajzara, Pasajes y Pujzara y las áreas adyacentes, las cuales constituían focos de concentración de la población animal de entonces y fueron lugares preferidos para la caza de los grupos nómadas de hconcentrados alrededor de las lagunas en las antiguas orillas de los paleolagos. Restos de este periodo fueron también encontrados en las quebradas de la zona de Yunchará y otros lugares estratégicos para la caza de animales.
Michel señala que este material presentaría similitudes con las puntas más antiguas de Lípez y podría ser asignado al Paleoindio o finales del Pleistoceno (10.000 - 9000 a.C.).
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El periodo arcaico
En el periodo Arcaico, ubicado entre los 9.000 y los 2000 a.C., caracterizado por el cambio climático y la desaparición de la megafauna, habría obligado a los grupos humanos a cambiar su modo de subsistencia, y a una paulatina sedentarización con particularidades culturales propias de cada grupo dentro de las cuales deben contarse las practicas funerarias, el desarrollo del arte y el de otro tipo de estrategias de supervivencia como la preparación, conservación y almacenaje de alimentos y un mayor desarrollo interno de los grupos humanos.
Para este período, Michel describe varios sitios en la cuenca de Tajzara cerca de las orillas de las lagunas de Tajzara y Pujzara, los cuales presentan abundantes desechos de talla y piezas completas de manos de moler. Se advierten también rastros de montículos y tumbas con círculos o amontonamientos de piedra. Estos poblados, que podrían ser considerados “arcaicos” conforman aldeas de más de 1 Ha. en las márgenes de lagunas y orilla de ríos. Michel indica que se necesitarían mayores estudios y excavaciones para verificar la cronología y las características de este período que aparentemente rompería con el llamado “silencio arqueológico” detectado en el norte de Chile.