La Simiente
En verdad, hijos míos, no sólo por mi júbilo esparcí la simiente, fue un mandato del surco: apremio de mi estirpe, reclamo del futuro. Vosotros me gritasteis — ¡inmenso grito mudo! — que os trajera a la vida desde el no ser obscuro. Ya estabais en mi sangre como en la...
En verdad, hijos míos,
no sólo por mi júbilo
esparcí la simiente,
fue un mandato del surco:
apremio de mi estirpe,
reclamo del futuro.
Vosotros me gritasteis
— ¡inmenso grito mudo! —
que os trajera a la vida
desde el no ser obscuro.
Ya estabais en mi sangre
como en la flor, el fruto;
y hallasteis en la entraña
maternal un refugio.
Y cuando, al fin, llegasteis
al umbral de este mundo,
¡qué campanas de gloria
tañeron en mi pulso!...
La vida no sería
ya evento de un minuto
—el débil eco apenas
de un cántico inconcluso;
vana chispa en el viento,
signo de polvo y humo —,
sino perenne cauce
de auroras y crepúsculos.
Y como ya me invade
la sombra, es vuestro turno
— ¡que la celeste antorcha
del amor os dé el rumbo! —:
esparcid la simiente
haced eterno el surco.!
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no sólo por mi júbilo
esparcí la simiente,
fue un mandato del surco:
apremio de mi estirpe,
reclamo del futuro.
Vosotros me gritasteis
— ¡inmenso grito mudo! —
que os trajera a la vida
desde el no ser obscuro.
Ya estabais en mi sangre
como en la flor, el fruto;
y hallasteis en la entraña
maternal un refugio.
Y cuando, al fin, llegasteis
al umbral de este mundo,
¡qué campanas de gloria
tañeron en mi pulso!...
La vida no sería
ya evento de un minuto
—el débil eco apenas
de un cántico inconcluso;
vana chispa en el viento,
signo de polvo y humo —,
sino perenne cauce
de auroras y crepúsculos.
Y como ya me invade
la sombra, es vuestro turno
— ¡que la celeste antorcha
del amor os dé el rumbo! —:
esparcid la simiente
haced eterno el surco.!
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