La vida del Santo (Segunda parte)
LA ROMERÍA DE SAN ROQUE Roque, vestido de peregrino con un sombrero de ala grande, para protegerse del sol y la lluvia; un báculo, como compañero en el cansancio del camino; una cantimplora y un par de alforjas donde almacenar las limosnas para socorrer a los necesitados, empieza su larga...
LA ROMERÍA DE SAN ROQUE
Roque, vestido de peregrino con un sombrero de ala grande, para protegerse del sol y la lluvia; un báculo, como compañero en el cansancio del camino; una cantimplora y un par de alforjas donde almacenar las limosnas para socorrer a los necesitados, empieza su larga romería.
Es muy difícil poder determinar con precisión el recorrido que Roque habría seguido por los caminos de la península itálica, puesto que las narraciones de los antiguos libros referidos a la vida de este Santo son insuficientes o impregnadas de relatos legendarios, juntamente con expresiones de muchas ciudades que se jactan de su paso o su presencia.
Pidiendo limosna y agradeciendo con gesto amable cuando groseramente se le negaba ayuda, llegó a Acquapendente, ciudad italiana en la región de Toscana, donde la peste estaba ocasionando estragos, sembrando innumerables víctimas a su paso y castigando a la mayor parte de la población. Era tal la cantidad de personas que morían cada día que, por las calles llenas de apestados, apenas se podía transitar. La ciudad era un espectro, por todas partes morían entre horribles dolores, pidiendo a Dios la muerte para poner fin a sus sufrimientos.
Las familias pudientes huían, las autoridades dormían con una indiferencia criminal, uno que otro Ministro del Señor velaba a los enfermos y les consolaba.
Indiquemos que esta grave peste se caracteriza también por la aparición de erupciones y exantemas o llagas hemorrágicas e infecciosas en la piel, seguida por un profundo debilitamiento del enfermo que, sin una oportuna atención especializada, lleva a la muerte.
El procedimiento acostumbrado que las autoridades seguían en aquella época, cuando se presentaban las epidemias, era únicamente la de tomar distintas previsiones, tales como la total prohibición a bañarse, al considerar el agua como agente infeccioso. Se privaban al máximo las salidas de sus domicilios, puesto que consideraban también al aire un propagador del mal. Se prendían grandes hogueras en calles y plazas, pretendiendo eliminar la enfermedad. Además de no faltar los caseros remedios como la gran variedad de infusiones de plantas y raíces, costumbre que mantiene su vigencia hasta nuestros días.
Al ver Roque un panorama tan lúgubre en aquel pueblo, cambia el plan de continuar su viaje. Una fuerza superior y su inconmensurable corazón detienen su marcha. Apresuradamente se dirige al improvisado hospital, que por emergencia se había instalado en la ciudad de Acquapendente, para pedir al director del nosocomio acepte sus servicios como enfermero para la atención de los apestados. Textualmente la primera respuesta del galeno fue:
- “No, en tu porte se ve que eres un joven delicado. No podrás resistir tanta miseria como la que existe aquí”- pero Roque persistente en su propósito, contando con la fuerza irresistible de su destino y con el aplomo de su confianza, replicó: - “!Por caridad, admítame!. Verdad que soy fuerte y resistiré a la enfermedad. Cargaré con los enfermos y los cuidaré con el amor de un hermano”- . Al ver tanta decisión en él y la enorme necesidad de contar con personal de apoyo médico, Roque es aceptado en esta noble misión.
En su labor como enfermero, destaca su gigantesca labor humanitaria, brindando una suprema lección de humildad sirviendo a los demás. Iba en busca de los más apestados, de aquellos enfermos a los que todos huían, de quienes nadie se atrevía a acercárseles por temor al contagio. Atendía a todos con profundo empeño y con entera caricia les daba de comer y limpiaba sus repulsivas llagas, logrando efectuar curaciones admirables e inexplicables. Hacía de médico, enfermero y sepulturero; desafiaba de frente a la enfermedad, con el único consuelo de su infinita caridad, entregándose en cuerpo y alma a ayudar a los apestados.
Con una abnegación y compasión sin límites se confundía entre los enfermos, devolviéndoles la calma y la tranquilidad entre los desesperados dolientes. Al ver semejante virtud en un joven tan generoso, el pueblo le daba las gracias. Estaban convencidos que Roque, solo con tocar a los enfermos y hacer la señal de la cruz, les curaba, muchos se arrastraban a sus pies pidiéndole su bendición.
Unos a otros, al referirse a él indicaban que el propio Dios lo había enviado como instrumento de su gracia al concederle el don de curar milagrosamente a los enfermos. Muy merecidamente se decía que era “el ángel que ha bajado del cielo”.
Amainada la epidemia en esa zona, Roque continúa con su peregrinar hacia la ciudad eterna, prodigando consuelo y asistiendo a los enfermos que encontraba en su camino.
Después de una agotadora y larga caminata, pasando por otras ciudades, sembrando heroísmos de caridad, llega a Roma, donde la epidemia invadió con tanta furia que los afectados morían a cientos. Roque se puso al servicio de ellos en el hospital “Espíritu Santo” de Roma, dende continuando con su altruista labor, alcanza la fama de milagroso, curando a muchos enfermos únicamente haciendo sobre ellos la señal de la cruz.
En este centro hospitalario, que en la actualidad se mantiene en constante funcionamiento, el Papa Juan Pablo II, en palabras de circunstancia, en ocasión de su visita del día domingo 23 de diciembre de 1979, aseveraba lo siguiente: “Al venir a este lugar, no puedo menos que recordar la historia singular y plurisecular que aquí se ha desarrollado. Surgido como punto de encuentro y acogida de peregrinos que, desde el Medioevo más lejano venían a Roma, patria de la fe, al igual que tantos peregrinos de las distintas naciones de Europa, a venerar las memorias apostólicas”.
Es precisamente Roque uno de aquellos peregrinos al que hace referencia el Santo Padre.
En este mismo lugar, Roque tuvo una destacada curación a un alto prelado de la iglesia. En algunos relatos se indica que fue a un cardenal, Anglic Grimoard, hermano del Papa Urbano V, sin embargo, el biógrafo Francois Pitangue asevera que se trataba del clérigo Gaillard de Boisvert, quien tenía acceso directo a la alta curia romana. Él mismo, en señal de agradecimiento por su curación, es quien habría logrado una audiencia papal con su humilde benefactor.
Por entonces el Papa no residía en Roma. La corte pontificia, desde 1309 hasta 1378 radicaba en la ciudad de Aviñón, Francia, época de la Iglesia Católica que se conoce con el nombre de “Cautiverio de Aviñón”, de donde se pudo observar que a Roque también le tocó vivir uno de los períodos más oscuros de la Iglesia Católica.
Conforme a los documentos de la Iglesia, entre octubre de 1367 y septiembre de 1370 se constata la presencia, momentánea en Roma, del Papa Urbano V quien tuvo como objetivo principal de su pontificado fijar, nuevamente, la sede papal en la ciudad de Roma, condición perdida en 1309 por determinación del Papa Clemente V y coincidentemente en esta efímera presencia papal es que Roque se encontraba en Roma.
Recordemos que el traslado a la ciudad de Aviñón (que por entonces pertenecía al Reino de Nápoles y no era territorio francés) tuvo un carácter transitorio, fundamentado por las luchas y confabulaciones políticas en la que estaba inmersa la ciudad de Roma. Sin embargo, lo que se consideraba momentáneo se convirtió en 70 años de alejamiento de la Ciudad Eterna, tiempo en el cual ha tardado en recobrar su centro natural e histórico en la Santa Sede.
En presencia del Papa Urbano V, se cuenta que Roque se arrodilló humildemente ante él y el soberano pontífice, emocionado por la extraordinaria espiritualidad de aquel joven le dijo “¡Me parece que vienes del Paraíso!”.
En los documentos y testimonios de Pierre Bolle y Paolo Ascagni, el encuentro de Roque con el soberano pontífice es uno de los episodios de gran valor en la vida del Santo, puesto que es una clara evidencia de la fecha de su nacimiento (entre 1345 y 1350) ya que estos biógrafos atestiguan que en el año 1370 se habría producido aquella notable entrevista.
La ciudadanía romana se encontraba familiarizada con la labor del montpellerino. Los prelados y personalidades de la ciudad acudían a él en busca de consejo y orientación espiritual, como es el caso del Cardenal Britanio, cuando Roque en confesión le fue a pedir perdón por sus pecados, al oír sus expresiones le dijo: - Tú, hijo mío, no necesitas de mi absolución, nosotros somos los que necesitamos de tus oraciones-.
Roque permaneció en Roma tres años entregado a la caridad y a la oración, ejerciendo toda clase de virtudes con un valor y una energía sin par, que sin duda le concedía Dios para que continuase haciendo tantos bienes. Poseía en tan alto grado su aura de santidad que la gente al verlo decía: “Ahí va el Santo”.
Cumplidos sus deseos de visita a los templos de la cristiandad como las imponentes catacumbas, las tumbas de San Pedro y San Pablo y aquellos lugares donde fueron martirizados los primeros cristianos, decide volver a su viejo solar, a la distinguida Montpellier, tras ocho años de ausencia.
ROQUE CONTRAE LA PESTE
A su retorno, rumbo a su nativa Montpellier, Roque pasó por las ciudades de Rímini y Cesena, entre otras, repitiendo la misma compasiva labor que en las otras ciudades, predicando el evangelio y curando la peste a aquellas personas que la padecían.
Encontrándose en el norte de Italia, en la ciudad de Piacenza, se dirige al hospital Santa María de Belén de dicha ciudad, para proseguir con su obra de consuelo y de auxilio a los enfermos.
Realizando su piadosa labor en forma anónima, el santo contrae la mortal enfermedad. Como dice don Hipólito Martínez: “Roque, practicando la caridad, fue víctima de su propia caridad”.
Una repugnante llaga aparece en su piel, luego su cuerpo se llena de úlceras y de manchas negras. El intenso sufrimiento por esta causa hacía que Roque diera fuertes gritos de dolor. La delicadeza de aquel angelical muchacho, al parecerle que quitaba lugar y cuidados a otros enfermos, además de evitar molestias con sus gritos, lo lleva a no constituirse en una carga en aquel hospital y para evitar ser molestado por nadie, decide secretamente internarse en un bosque refugiándose en una caverna a las afueras de la ciudad, en la localidad de Sarmato, a 17 kilómetros de Piacenza, muy cerca del castillo de Sarmato, donde sufrió ocho días de padecimientos salvajes.
En este sitio, que le sirve de albergue, se cuenta que prodigiosamente comienza a emanar un manantial de agua cristalina, de donde saciaba su sed. En la actualidad esta fuente de agua es visitada continuamente por turistas, creyentes y religiosos.
Sucedió que, un perro procedente del indicado Castillo, cada mañana alimentaba al santo llevándole un pan en su boca y lamía sus sangrantes llagas de la peste, cuando las fuerzas de Roque no eran suficientes para mantenerse en pie. Ésta la razón por la que las imágenes de Roque, siempre van acompañadas de un simpático perro ofreciéndole un panecillo en su boca
El amo de aquel can, llamado Gottardo Pallastrelli, un hombre bien acomodado, perteneciente a una distinguida familia italiana, curioso por las continuas desapariciones de su mascota que hurtaba los panes de su cocina, le siguió los pasos hasta encontrarse con un tímido personaje moribundo, infestado de heridas, exclamando intensos gemidos de dolor.
Ante aquella sorpresa, aquel buen hombre llevó al enfermo a su casa donde curó oportunamente sus llagas y sanó aquella espantosa enfermedad. Roque luchó denodadamente por su vida como lo había hecho por la de los demás.
Existen versiones populares que afirman que fue aquel mismo perro quien curó a Roque después de lamerle las heridas, cuando el santo se encontraba en el bosque.
El biógrafo José Gros y Raguer, en su libro de San Roque, describe así este hecho: “…Gotardo Pastrelli,se dio cuenta que uno de sus perros arrebataba cada día de la mesa un panecillo y lo llevaba más allá de los campos. Lo siguió y vio con sorpresa cómo el animal ponía el pan en las manos de Roque. El señor pensó: «Este debe ser un Santo, pues Dios le sustenta de una manera tan maravillosa». Se acercó y le preguntó quién era. Roque le respondió: «Apartaos de mí, que puedo contagiaros de peste“.
Pero Gotardo, reflexionando, se convenció de que se hallaba delante de un gran siervo de Dios, y comenzó a hablar con él sin temor y enseguida se hicieron grandes amigos, de tal manera que quiso imitarlo en su vida de pobreza y penitencia -como lo hizo efectivamente-…”
Mientras tanto, Roque había oído la voz de Dios que le ordenó: «Roque, fiel siervo mío; ya que estás curado de tu mal, vuelve a tu patria, y allí harás obras de penitencia; y prepárate para merecer un lugar entre los bienaventurados del Paraíso». En efecto, se sintió completamente curado y decidió obedecer el mandato del Cielo.”
Una muestra cabal de la grandeza y gran conocimiento bíblico de Roque, también nos cuenta el gran historiador de vidas de santos, el español Martiriá Brugada, nacido en Gerona, cuando indica lo siguiente: “El mismo Gottardo Pallastrelli, después de comprobar la sencillez de aquel hombre, y de haber escuchado las palabras del evangelio que le enseñó Roque, decidió peregrinar como él”. Elocuente acto que nos hace ver el poder de santidad de Roque, propio de los elegidos que merecen en el cielo una especial recompensa.
En el libro “San Roque, Patrono de los Enfermos y Afligidos” de Gustavo E. Jamut y Antonio Fontana O.M.V., nos complementa este pasaje indicando: …Gotardo vendió sus, casas, campos y entregó el dinero a los pobres y a obras de caridad. De esta manera, el que había sido halagado, aplaudido y servido se puso a servir a los pobres y enfermos… Gottardo pasó los últimos días de su vida como ermitaño en Los Alpes al norte del lago Maggiore. La posteridad, agradecida al buen ermitaño que santificó esos lugares con su oración y penitencia, dio su nombre a la meseta, la que es universalmente conocida como el Monte de San Gottardo.”
En el citado libro de los documentos y testimonios de Pierre Bolle y Paolo Ascagni, se refiere de esta manera: “Gotardo es además considerado el autor de la primera presunta biografía de San Roque, que habría servido como base a los escritores sucesivamente. Ese texto está perdido. No obstante, todas esas informaciones son difícilmente verificables y una vez más debemos ceñirnos a la hipótesis puesto que perdemos toda huella después de que los dos amigos se despidieron. Se habla en algunos textos de la muerte de Gotardo, solo, en un país lejano, en estado de extrema pobreza”
REGRESO Y MUERTE DE ROQUE
Prácticamente restablecido gracias a la caritativa labor de aquel buen hombre, Roque retoma el camino antes trazado y continúa rumbo a su tierra natal.
Al llegar se encuentra con un Montpellier envuelto en guerra, un territorio donde reinaba la discordia. Su larga ausencia, su desconocida apariencia por el sufrimiento, las huellas dejadas por aquella enfermedad, el sostenido trabajo y la penitencia, hizo que nadie le reconozca ni lo recuerden, lo que llevó a confundirlo y lo denunciaran como un posible espía enemigo, en medio de aquel caos político, al mismo tiempo de poder ser un posible portador del germen de la peste.
Detenido Roque, es conducido hasta la corte en presencia del gobernador, su tío.
El interrogatorio al que es sometido se cubre de un absoluto mutismo de su parte, negando responder pregunta alguna, convencido que con esta conducta evitaba revelar su identidad para mantenerse fiel a su voto de pobreza, entregándose a la Divina Providencia para que haga cumplir los designios sobre su vida.
Al ver aquella actitud, todos entendían que algo grave ocultaba. El gobernador, molesto por aquel silencio, ordena su inmediato apresamiento en la cárcel pública, encerrándolo en un oscuro calabozo.
Acudiendo a las palabras de otro de sus biógrafos, A. Burgos, respecto a la estadía de Roque en prisión, nos relata: “Sus alimentos consistían en pan y agua que casi no probaba. Su carcelero, al ver la resignación de aquel preso, siempre pidiendo a Dios perdonase las culpas de los hombres, le consideró como un Santo, diciendo repetidas veces al gobernador que aquel preso no era culpable, ¡que era un Santo y el gobernador hacía oídos sordos”.
Encarcelado, taciturno consumía poco a poco su alma empeñándose en animar y reconfortar a los demás prisioneros, consagrando sus sufrimientos y humillaciones a la salvación de aquellas almas con amor y resignación.
Después de cinco años de encierro y penoso sufrimiento, un 16 de agosto de 1376 (como indica el investigador Maurino) o 1379 (según Flitche), lo encontraron sin vida en su celda. Mal alimentado y desnutrido, murió de flaqueza, como un santo, cuando apenas bordeaba los treinta años de edad. Solo y abandonado por los hombres fallece Roque convencido que la muerte es la llegada de un hijo a la casa de Dios.
El beato José Gros y Raguer, en su libro a San Roque hace el siguiente relato: “Finalmente, una luz misteriosa iluminó el calabozo, y Roque oyó que Jesucristo le decía: - Ha llegado tu hora, y quiero llevarte a mi gloria. Si tienes alguna gracia que pedirme, hazlo ahora mismo -. El santo prisionero le pidió nuevamente el perdón de sus culpas y que fuesen preservados o libres de la peste aquellos que acudiesen a su intercesión. Poco después murió dulcemente.
Del calabozo salían unos rayos de luz brillantísima. El cuerpo del Santo resplandecía y a su lado se encontró una tablilla con esta inscripción: - Todos los que imploraren la intercesión de Roque, se verán libres del terrible azote de la peste -. La nueva de estas maravillas se extendió rápidamente por la ciudad. La gente quería ver al Santo”.
Al prepararlo para colocar su inerte cuerpo en el ataúd, con sorpresa vieron que aquel cuerpo estaba rodeado por una brillante aureola, lo que inmediatamente movió al gobernador, su tío, llevar a toda su familia para que viese ese milagro. Al ver su abuela en el pecho aquella señal de la cruz, tatuaje que su padre le había trazado de niño, de inmediato lo reconoció, dándose cuenta que se trataba del hijo del que había sido gobernador de Montpellier, su nieto.
De inmediato corre la voz por toda la ciudad exclamando que Roque el noble, el bueno y generoso magnate, el que debía ser su gobernador ¡ha vuelto a su ciudad natal y que había fallecido en la cárcel pública!. Todo el pueblo y su distrito acudieron a visitar el cuerpo del Santo, dando muestras de agradecimiento a aquel gran hombre. Todos besaban los pies de Roque.
A. Burgos, más adelante nos indica: “El que más sufrió fue el gobernador, que a poco murió de arrepentimiento por haber detenido por cinco años a su sobrino”.
Existe otra versión respecto al lugar del fallecimiento de Roque, analizada y estudiada por Pierre Bolle y Paolo Ascagni, en la que amparados en ciertos documentos aseveran que, tras la partida de Roque de Piacenza con rumbo a su tierra natal, en el norte de Italia que también se encontraba en guerra, fue detenido en la ciudad de Voghera, por creerlo espía por su apariencia, sus prendas de peregrino en mal estado, lo que había llevado a llamar la atención de las autoridades. Indicando también estos estudiosos que “ la historia de San Roque sigue siendo la misma, a excepción hecha del lugar de su muerte....”. Esta explicación es valedera por tratarse de investigadores actuales, amparados en una abultada documentación.
Recordemos que, en la Edad Media, Voghera jugaba un papel de gran importancia en la intercomunicación caminera entre los principales centros de peregrinación, puesto que se encontraba en el cruce de los caminos que los peregrinos tomaban para sus romerías a Jerusalén, Alejandría, Santiago de Compostela y Roma.
Pese a las diferentes versiones expuestas por los escritores de vida de Santos, nos debe quedar claro que San Roque, uno de los Santos más adorados por la cristiandad, nació en Montpelier en medio de un mundo religioso y de opulencia, que mostraba signos prematuros de santidad y que, renunciando a sus riquezas, se desplazó a Roma como peregrino. Recorrió gran parte de Italia dedicado a la curación de los enfermos. Su vida, según los escritos más fidedignos, está fechada a partir de mediados del siglo XIV (alrededor de 1350), y su muerte, lo más probable es que se haya producido en Voghera, a pesar de la hipótesis de Montpellier.
Antiguamente era muy frecuente la que el cuerpo de los cadáveres de algunos santos exhalaba una atractiva fragancia, señal clara del cielo que testimoniaba su santidad. La mayoría de los historiadores que escribieron la biografía de San Roque, indican que “Falleció en Olor de Santidad” con la fama y la admiración de la gente, frase que se acostumbra a usar en reconocimiento a personas por sus virtudes y acciones en vida apegadas al evangelio y a la bienaventuranza eterna.
Sin embargo, expresando de una manera más humana debemos decir que la vida de Roque estuvo marcada por el sufrimiento y el dolor, y que su mayor grandeza y riqueza estuvieron en su ejemplar vida espiritual.
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DESPUES DE SU MUERTE
Existen ciertas dudas respecto a la sepultura de San Roque, debido a las distintas explicaciones que los historiadores nos muestran. Mientras que una corriente coincide en aseverar que su cuerpo ha descansado en una cripta del convento de los Hermanos Dominicos en su tierra natal y que sus restos fueron trasladados poco después de su muerte a la ciudad francesa de Arles, otros manejan la hipótesis que, habiendo fallecido en Voghera, fue enterrado en esa ciudad y posteriormente su cuerpo fue trasladado a Venecia en el año 1485.
Una otra importante y aceptable documentación manifiesta, que los restos del cadáver de San Roque se encuentran en la ciudad Venecia, los mismos que fueron adquiridos por el patriarca Maffeo Giraldi, acorde al informe presentado por éste el 13 de mayo de 1485 y atesorado por el Consejo veneciano de la “Escuela Grande de San Roque”. Lo que no revela este documento es si su procedencia es de Voghera o de la ciudad de Montpellier.
Sin embargo, al margen de todas las versiones existentes, lo que debemos ver, con diáfana evidencia, es que a partir de la muerte de nuestro “Peregrino Curandero” acrecienta su virtud para conseguir de Dios admirables milagros, logrando que su popularidad y la extensión de su culto fueran verdaderamente extraordinarias. En Europa su fama se extendió con una rapidez sorprendente e inusitada, manifestada por innumerables testimonios de fe, caridad y gran devoción.
Dicho de otra manera, la expansión del profundo fervor hacia San Roque es asombrosa, únicamente puede explicarse desde sus ejemplares y maravillosos actos durante su vida. Una persona joven y acaudalada, sacudida por el infortunio de la temprana desaparición de sus padres, dejando de lado sus riquezas para dedicarse al servicio de los demás, en un periodo del peor de los escenarios que se pueda dar, como ha sido la nefasta epidemia de la Peste Negra desencadenada en Europa en el siglo XIV.
Montpellier, Voghera, Venecia y particularmente el norte de Italia, a principios del siglo XV, ya estaba arraigado el tributo que le rendía la población a San Roque. Bolle y Ascagni comentan “Pero más allá de la peste, lo que influyó con mayor fuerza la difusión de su culto (a San Roque) en Europa, desde fines del siglo XV, fue el prodigioso papel comercial y religioso que se estableció para las peregrinaciones de Tierra Santa, con salidas desde Venecia en 1480. Venecia es donde se encuentra la prestigiosa «Escuela Grande San Roque»”.
Posteriormente con la llegada de los conquistadores españoles, su culto pasó a América convirtiéndose, sin lugar a dudas, en el Santo más popular de la iglesia en todo el mundo.
De acuerdo a las crónicas, en España las fiestas populares en honor al Peregrino de Montpellier, se iniciaron en Llanes, un municipio pesquero de la provincia Oviedo, situado en la costa del mar Cantábrico donde, en el siglo XIV, se inauguró la Hospedería de San Roque como albergue de peregrinos que iban en romería a Santiago de Compostela; la comunidad de Llanes es paso obligado para llegar a ésta ciudad santuario. Es necesario conocer que Santiago de Compostela goza de un extraordinario prestigio histórico además de notables privilegios eclesiásticos y religiosos, originado en el descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en el siglo IX, cuyas cenizas se guardan en una urna de la cripta del apóstol, en la catedral de dicha ciudad.
En el año 1414, en ocasión de una epidemia de peste que llegó a Alemania, justamente cuando se celebraba el Concilio Ecuménico de Constanza (1414 a 1418), todos los prelados reunidos en esta magna asamblea elevaron oraciones y plegarias a San Roque, realizando en su honor procesiones; luego de esto la ciudad se libró de la peste. Este hecho, referido por Francesco Diedo, repercutió tan clamorosamente, que no había pueblo en Europa que no conociera a este Santo Curandero.
En 1477, en circunstancia de otra de las temibles pestes, se fundó en Venecia la ya mencionada cofradía, en honor de San Roque, que se dedicó al hospedaje de enfermos de peste, con el nombre de “Confraternitá o Scuole di San Rocco”. Esta agrupación impulsó en gran manera el culto al santo, construyendo capillas y más centros de acogida por toda Italia.
Con estos y varios otros antecedentes, el Papa Clemente VII (1523 -1534) canoniza a Roque, para luego el Papa Paulus IV, quien gobernó la Iglesia Católica entre los años 1555 y 1559, otorgar el permiso para que sus devotos se reunieran en Cofradías, permitiéndoles así recurrir a la caridad colectiva.
Posteriormente, Gregorio XIII, Papa de 1572 a 1585, proclamó oficialmente la Santidad de Roque en grado eminente, después de, aproximadamente, dos siglos de su fallecimiento.
Confirmando el culto a San Roque, el 4 de julio de 1629, el Papa Urbano VIII concedió en su honor un solemne oficio y misa, con lo que el mundo católico acrecentó su devoción por el santo.
En 1563, en París, Luis XIV hizo edificar una iglesia, dedicada a San Roque, muy cerca al museo del Louvre. Aparte de ésta, los principales templos en el mundo dedicados a San Roque se encuentran en Montpellier y en Venecia.
En España, a mediados del siglo XIX, más propiamente en el año 1854, cuando una terrible epidemia de cólera alcanzó a aquel país, todos los pueblos invocaron al Santo y en muchos de ellos lo proclamaron como su Patrono en señal de agradecimiento por su protección ante los azotes de aquella enfermedad.
El investigador español, Del Río Candamo, en uno de sus varios relatos sobre la vida de San Roque indica que: “ ...en 1918, una severa gripe, convertida en epidemia, asolaba Villagarcía de Arosa, España. El Ayuntamiento y el Párroco convocaron una novena para interceder el favor de San Roque, terminando con una magna procesión con la participación casi total de los habitantes libres de la enfermedad. Este acto religioso fue el espaldarazo que reafirmó a San Roque en Patrono de aquella ciudad por su fama de milagrero en pestes y enfermedades
En el viejo mundo, son innumerables las narraciones de los investigadores respecto a los milagros concedidos por el “Santo Peregrino”, es así que, imbuidos en la fe de Roque, los conquistadores españoles, a su llegada a América, lo invocaban en busca de protección y amparo ante el azote de las plagas y epidemias presentadas en el Nuevo Mundo.
Antiguamente, y hasta no hace mucho, en numerosos lugares de España se remediaba y conjuraba la peste escribiendo en las paredes de las casas las letras “V S R”, que significa “Viva San Roque”
Roque, vestido de peregrino con un sombrero de ala grande, para protegerse del sol y la lluvia; un báculo, como compañero en el cansancio del camino; una cantimplora y un par de alforjas donde almacenar las limosnas para socorrer a los necesitados, empieza su larga romería.
Es muy difícil poder determinar con precisión el recorrido que Roque habría seguido por los caminos de la península itálica, puesto que las narraciones de los antiguos libros referidos a la vida de este Santo son insuficientes o impregnadas de relatos legendarios, juntamente con expresiones de muchas ciudades que se jactan de su paso o su presencia.
Pidiendo limosna y agradeciendo con gesto amable cuando groseramente se le negaba ayuda, llegó a Acquapendente, ciudad italiana en la región de Toscana, donde la peste estaba ocasionando estragos, sembrando innumerables víctimas a su paso y castigando a la mayor parte de la población. Era tal la cantidad de personas que morían cada día que, por las calles llenas de apestados, apenas se podía transitar. La ciudad era un espectro, por todas partes morían entre horribles dolores, pidiendo a Dios la muerte para poner fin a sus sufrimientos.
Las familias pudientes huían, las autoridades dormían con una indiferencia criminal, uno que otro Ministro del Señor velaba a los enfermos y les consolaba.
Indiquemos que esta grave peste se caracteriza también por la aparición de erupciones y exantemas o llagas hemorrágicas e infecciosas en la piel, seguida por un profundo debilitamiento del enfermo que, sin una oportuna atención especializada, lleva a la muerte.
El procedimiento acostumbrado que las autoridades seguían en aquella época, cuando se presentaban las epidemias, era únicamente la de tomar distintas previsiones, tales como la total prohibición a bañarse, al considerar el agua como agente infeccioso. Se privaban al máximo las salidas de sus domicilios, puesto que consideraban también al aire un propagador del mal. Se prendían grandes hogueras en calles y plazas, pretendiendo eliminar la enfermedad. Además de no faltar los caseros remedios como la gran variedad de infusiones de plantas y raíces, costumbre que mantiene su vigencia hasta nuestros días.
Al ver Roque un panorama tan lúgubre en aquel pueblo, cambia el plan de continuar su viaje. Una fuerza superior y su inconmensurable corazón detienen su marcha. Apresuradamente se dirige al improvisado hospital, que por emergencia se había instalado en la ciudad de Acquapendente, para pedir al director del nosocomio acepte sus servicios como enfermero para la atención de los apestados. Textualmente la primera respuesta del galeno fue:
- “No, en tu porte se ve que eres un joven delicado. No podrás resistir tanta miseria como la que existe aquí”- pero Roque persistente en su propósito, contando con la fuerza irresistible de su destino y con el aplomo de su confianza, replicó: - “!Por caridad, admítame!. Verdad que soy fuerte y resistiré a la enfermedad. Cargaré con los enfermos y los cuidaré con el amor de un hermano”- . Al ver tanta decisión en él y la enorme necesidad de contar con personal de apoyo médico, Roque es aceptado en esta noble misión.
En su labor como enfermero, destaca su gigantesca labor humanitaria, brindando una suprema lección de humildad sirviendo a los demás. Iba en busca de los más apestados, de aquellos enfermos a los que todos huían, de quienes nadie se atrevía a acercárseles por temor al contagio. Atendía a todos con profundo empeño y con entera caricia les daba de comer y limpiaba sus repulsivas llagas, logrando efectuar curaciones admirables e inexplicables. Hacía de médico, enfermero y sepulturero; desafiaba de frente a la enfermedad, con el único consuelo de su infinita caridad, entregándose en cuerpo y alma a ayudar a los apestados.
Con una abnegación y compasión sin límites se confundía entre los enfermos, devolviéndoles la calma y la tranquilidad entre los desesperados dolientes. Al ver semejante virtud en un joven tan generoso, el pueblo le daba las gracias. Estaban convencidos que Roque, solo con tocar a los enfermos y hacer la señal de la cruz, les curaba, muchos se arrastraban a sus pies pidiéndole su bendición.
Unos a otros, al referirse a él indicaban que el propio Dios lo había enviado como instrumento de su gracia al concederle el don de curar milagrosamente a los enfermos. Muy merecidamente se decía que era “el ángel que ha bajado del cielo”.
Amainada la epidemia en esa zona, Roque continúa con su peregrinar hacia la ciudad eterna, prodigando consuelo y asistiendo a los enfermos que encontraba en su camino.
Después de una agotadora y larga caminata, pasando por otras ciudades, sembrando heroísmos de caridad, llega a Roma, donde la epidemia invadió con tanta furia que los afectados morían a cientos. Roque se puso al servicio de ellos en el hospital “Espíritu Santo” de Roma, dende continuando con su altruista labor, alcanza la fama de milagroso, curando a muchos enfermos únicamente haciendo sobre ellos la señal de la cruz.
En este centro hospitalario, que en la actualidad se mantiene en constante funcionamiento, el Papa Juan Pablo II, en palabras de circunstancia, en ocasión de su visita del día domingo 23 de diciembre de 1979, aseveraba lo siguiente: “Al venir a este lugar, no puedo menos que recordar la historia singular y plurisecular que aquí se ha desarrollado. Surgido como punto de encuentro y acogida de peregrinos que, desde el Medioevo más lejano venían a Roma, patria de la fe, al igual que tantos peregrinos de las distintas naciones de Europa, a venerar las memorias apostólicas”.
Es precisamente Roque uno de aquellos peregrinos al que hace referencia el Santo Padre.
En este mismo lugar, Roque tuvo una destacada curación a un alto prelado de la iglesia. En algunos relatos se indica que fue a un cardenal, Anglic Grimoard, hermano del Papa Urbano V, sin embargo, el biógrafo Francois Pitangue asevera que se trataba del clérigo Gaillard de Boisvert, quien tenía acceso directo a la alta curia romana. Él mismo, en señal de agradecimiento por su curación, es quien habría logrado una audiencia papal con su humilde benefactor.
Por entonces el Papa no residía en Roma. La corte pontificia, desde 1309 hasta 1378 radicaba en la ciudad de Aviñón, Francia, época de la Iglesia Católica que se conoce con el nombre de “Cautiverio de Aviñón”, de donde se pudo observar que a Roque también le tocó vivir uno de los períodos más oscuros de la Iglesia Católica.
Conforme a los documentos de la Iglesia, entre octubre de 1367 y septiembre de 1370 se constata la presencia, momentánea en Roma, del Papa Urbano V quien tuvo como objetivo principal de su pontificado fijar, nuevamente, la sede papal en la ciudad de Roma, condición perdida en 1309 por determinación del Papa Clemente V y coincidentemente en esta efímera presencia papal es que Roque se encontraba en Roma.
Recordemos que el traslado a la ciudad de Aviñón (que por entonces pertenecía al Reino de Nápoles y no era territorio francés) tuvo un carácter transitorio, fundamentado por las luchas y confabulaciones políticas en la que estaba inmersa la ciudad de Roma. Sin embargo, lo que se consideraba momentáneo se convirtió en 70 años de alejamiento de la Ciudad Eterna, tiempo en el cual ha tardado en recobrar su centro natural e histórico en la Santa Sede.
En presencia del Papa Urbano V, se cuenta que Roque se arrodilló humildemente ante él y el soberano pontífice, emocionado por la extraordinaria espiritualidad de aquel joven le dijo “¡Me parece que vienes del Paraíso!”.
En los documentos y testimonios de Pierre Bolle y Paolo Ascagni, el encuentro de Roque con el soberano pontífice es uno de los episodios de gran valor en la vida del Santo, puesto que es una clara evidencia de la fecha de su nacimiento (entre 1345 y 1350) ya que estos biógrafos atestiguan que en el año 1370 se habría producido aquella notable entrevista.
La ciudadanía romana se encontraba familiarizada con la labor del montpellerino. Los prelados y personalidades de la ciudad acudían a él en busca de consejo y orientación espiritual, como es el caso del Cardenal Britanio, cuando Roque en confesión le fue a pedir perdón por sus pecados, al oír sus expresiones le dijo: - Tú, hijo mío, no necesitas de mi absolución, nosotros somos los que necesitamos de tus oraciones-.
Roque permaneció en Roma tres años entregado a la caridad y a la oración, ejerciendo toda clase de virtudes con un valor y una energía sin par, que sin duda le concedía Dios para que continuase haciendo tantos bienes. Poseía en tan alto grado su aura de santidad que la gente al verlo decía: “Ahí va el Santo”.
Cumplidos sus deseos de visita a los templos de la cristiandad como las imponentes catacumbas, las tumbas de San Pedro y San Pablo y aquellos lugares donde fueron martirizados los primeros cristianos, decide volver a su viejo solar, a la distinguida Montpellier, tras ocho años de ausencia.
ROQUE CONTRAE LA PESTE
A su retorno, rumbo a su nativa Montpellier, Roque pasó por las ciudades de Rímini y Cesena, entre otras, repitiendo la misma compasiva labor que en las otras ciudades, predicando el evangelio y curando la peste a aquellas personas que la padecían.
Encontrándose en el norte de Italia, en la ciudad de Piacenza, se dirige al hospital Santa María de Belén de dicha ciudad, para proseguir con su obra de consuelo y de auxilio a los enfermos.
Realizando su piadosa labor en forma anónima, el santo contrae la mortal enfermedad. Como dice don Hipólito Martínez: “Roque, practicando la caridad, fue víctima de su propia caridad”.
Una repugnante llaga aparece en su piel, luego su cuerpo se llena de úlceras y de manchas negras. El intenso sufrimiento por esta causa hacía que Roque diera fuertes gritos de dolor. La delicadeza de aquel angelical muchacho, al parecerle que quitaba lugar y cuidados a otros enfermos, además de evitar molestias con sus gritos, lo lleva a no constituirse en una carga en aquel hospital y para evitar ser molestado por nadie, decide secretamente internarse en un bosque refugiándose en una caverna a las afueras de la ciudad, en la localidad de Sarmato, a 17 kilómetros de Piacenza, muy cerca del castillo de Sarmato, donde sufrió ocho días de padecimientos salvajes.
En este sitio, que le sirve de albergue, se cuenta que prodigiosamente comienza a emanar un manantial de agua cristalina, de donde saciaba su sed. En la actualidad esta fuente de agua es visitada continuamente por turistas, creyentes y religiosos.
Sucedió que, un perro procedente del indicado Castillo, cada mañana alimentaba al santo llevándole un pan en su boca y lamía sus sangrantes llagas de la peste, cuando las fuerzas de Roque no eran suficientes para mantenerse en pie. Ésta la razón por la que las imágenes de Roque, siempre van acompañadas de un simpático perro ofreciéndole un panecillo en su boca
El amo de aquel can, llamado Gottardo Pallastrelli, un hombre bien acomodado, perteneciente a una distinguida familia italiana, curioso por las continuas desapariciones de su mascota que hurtaba los panes de su cocina, le siguió los pasos hasta encontrarse con un tímido personaje moribundo, infestado de heridas, exclamando intensos gemidos de dolor.
Ante aquella sorpresa, aquel buen hombre llevó al enfermo a su casa donde curó oportunamente sus llagas y sanó aquella espantosa enfermedad. Roque luchó denodadamente por su vida como lo había hecho por la de los demás.
Existen versiones populares que afirman que fue aquel mismo perro quien curó a Roque después de lamerle las heridas, cuando el santo se encontraba en el bosque.
El biógrafo José Gros y Raguer, en su libro de San Roque, describe así este hecho: “…Gotardo Pastrelli,se dio cuenta que uno de sus perros arrebataba cada día de la mesa un panecillo y lo llevaba más allá de los campos. Lo siguió y vio con sorpresa cómo el animal ponía el pan en las manos de Roque. El señor pensó: «Este debe ser un Santo, pues Dios le sustenta de una manera tan maravillosa». Se acercó y le preguntó quién era. Roque le respondió: «Apartaos de mí, que puedo contagiaros de peste“.
Pero Gotardo, reflexionando, se convenció de que se hallaba delante de un gran siervo de Dios, y comenzó a hablar con él sin temor y enseguida se hicieron grandes amigos, de tal manera que quiso imitarlo en su vida de pobreza y penitencia -como lo hizo efectivamente-…”
Mientras tanto, Roque había oído la voz de Dios que le ordenó: «Roque, fiel siervo mío; ya que estás curado de tu mal, vuelve a tu patria, y allí harás obras de penitencia; y prepárate para merecer un lugar entre los bienaventurados del Paraíso». En efecto, se sintió completamente curado y decidió obedecer el mandato del Cielo.”
Una muestra cabal de la grandeza y gran conocimiento bíblico de Roque, también nos cuenta el gran historiador de vidas de santos, el español Martiriá Brugada, nacido en Gerona, cuando indica lo siguiente: “El mismo Gottardo Pallastrelli, después de comprobar la sencillez de aquel hombre, y de haber escuchado las palabras del evangelio que le enseñó Roque, decidió peregrinar como él”. Elocuente acto que nos hace ver el poder de santidad de Roque, propio de los elegidos que merecen en el cielo una especial recompensa.
En el libro “San Roque, Patrono de los Enfermos y Afligidos” de Gustavo E. Jamut y Antonio Fontana O.M.V., nos complementa este pasaje indicando: …Gotardo vendió sus, casas, campos y entregó el dinero a los pobres y a obras de caridad. De esta manera, el que había sido halagado, aplaudido y servido se puso a servir a los pobres y enfermos… Gottardo pasó los últimos días de su vida como ermitaño en Los Alpes al norte del lago Maggiore. La posteridad, agradecida al buen ermitaño que santificó esos lugares con su oración y penitencia, dio su nombre a la meseta, la que es universalmente conocida como el Monte de San Gottardo.”
En el citado libro de los documentos y testimonios de Pierre Bolle y Paolo Ascagni, se refiere de esta manera: “Gotardo es además considerado el autor de la primera presunta biografía de San Roque, que habría servido como base a los escritores sucesivamente. Ese texto está perdido. No obstante, todas esas informaciones son difícilmente verificables y una vez más debemos ceñirnos a la hipótesis puesto que perdemos toda huella después de que los dos amigos se despidieron. Se habla en algunos textos de la muerte de Gotardo, solo, en un país lejano, en estado de extrema pobreza”
REGRESO Y MUERTE DE ROQUE
Prácticamente restablecido gracias a la caritativa labor de aquel buen hombre, Roque retoma el camino antes trazado y continúa rumbo a su tierra natal.
Al llegar se encuentra con un Montpellier envuelto en guerra, un territorio donde reinaba la discordia. Su larga ausencia, su desconocida apariencia por el sufrimiento, las huellas dejadas por aquella enfermedad, el sostenido trabajo y la penitencia, hizo que nadie le reconozca ni lo recuerden, lo que llevó a confundirlo y lo denunciaran como un posible espía enemigo, en medio de aquel caos político, al mismo tiempo de poder ser un posible portador del germen de la peste.
Detenido Roque, es conducido hasta la corte en presencia del gobernador, su tío.
El interrogatorio al que es sometido se cubre de un absoluto mutismo de su parte, negando responder pregunta alguna, convencido que con esta conducta evitaba revelar su identidad para mantenerse fiel a su voto de pobreza, entregándose a la Divina Providencia para que haga cumplir los designios sobre su vida.
Al ver aquella actitud, todos entendían que algo grave ocultaba. El gobernador, molesto por aquel silencio, ordena su inmediato apresamiento en la cárcel pública, encerrándolo en un oscuro calabozo.
Acudiendo a las palabras de otro de sus biógrafos, A. Burgos, respecto a la estadía de Roque en prisión, nos relata: “Sus alimentos consistían en pan y agua que casi no probaba. Su carcelero, al ver la resignación de aquel preso, siempre pidiendo a Dios perdonase las culpas de los hombres, le consideró como un Santo, diciendo repetidas veces al gobernador que aquel preso no era culpable, ¡que era un Santo y el gobernador hacía oídos sordos”.
Encarcelado, taciturno consumía poco a poco su alma empeñándose en animar y reconfortar a los demás prisioneros, consagrando sus sufrimientos y humillaciones a la salvación de aquellas almas con amor y resignación.
Después de cinco años de encierro y penoso sufrimiento, un 16 de agosto de 1376 (como indica el investigador Maurino) o 1379 (según Flitche), lo encontraron sin vida en su celda. Mal alimentado y desnutrido, murió de flaqueza, como un santo, cuando apenas bordeaba los treinta años de edad. Solo y abandonado por los hombres fallece Roque convencido que la muerte es la llegada de un hijo a la casa de Dios.
El beato José Gros y Raguer, en su libro a San Roque hace el siguiente relato: “Finalmente, una luz misteriosa iluminó el calabozo, y Roque oyó que Jesucristo le decía: - Ha llegado tu hora, y quiero llevarte a mi gloria. Si tienes alguna gracia que pedirme, hazlo ahora mismo -. El santo prisionero le pidió nuevamente el perdón de sus culpas y que fuesen preservados o libres de la peste aquellos que acudiesen a su intercesión. Poco después murió dulcemente.
Del calabozo salían unos rayos de luz brillantísima. El cuerpo del Santo resplandecía y a su lado se encontró una tablilla con esta inscripción: - Todos los que imploraren la intercesión de Roque, se verán libres del terrible azote de la peste -. La nueva de estas maravillas se extendió rápidamente por la ciudad. La gente quería ver al Santo”.
Al prepararlo para colocar su inerte cuerpo en el ataúd, con sorpresa vieron que aquel cuerpo estaba rodeado por una brillante aureola, lo que inmediatamente movió al gobernador, su tío, llevar a toda su familia para que viese ese milagro. Al ver su abuela en el pecho aquella señal de la cruz, tatuaje que su padre le había trazado de niño, de inmediato lo reconoció, dándose cuenta que se trataba del hijo del que había sido gobernador de Montpellier, su nieto.
De inmediato corre la voz por toda la ciudad exclamando que Roque el noble, el bueno y generoso magnate, el que debía ser su gobernador ¡ha vuelto a su ciudad natal y que había fallecido en la cárcel pública!. Todo el pueblo y su distrito acudieron a visitar el cuerpo del Santo, dando muestras de agradecimiento a aquel gran hombre. Todos besaban los pies de Roque.
A. Burgos, más adelante nos indica: “El que más sufrió fue el gobernador, que a poco murió de arrepentimiento por haber detenido por cinco años a su sobrino”.
Existe otra versión respecto al lugar del fallecimiento de Roque, analizada y estudiada por Pierre Bolle y Paolo Ascagni, en la que amparados en ciertos documentos aseveran que, tras la partida de Roque de Piacenza con rumbo a su tierra natal, en el norte de Italia que también se encontraba en guerra, fue detenido en la ciudad de Voghera, por creerlo espía por su apariencia, sus prendas de peregrino en mal estado, lo que había llevado a llamar la atención de las autoridades. Indicando también estos estudiosos que “ la historia de San Roque sigue siendo la misma, a excepción hecha del lugar de su muerte....”. Esta explicación es valedera por tratarse de investigadores actuales, amparados en una abultada documentación.
Recordemos que, en la Edad Media, Voghera jugaba un papel de gran importancia en la intercomunicación caminera entre los principales centros de peregrinación, puesto que se encontraba en el cruce de los caminos que los peregrinos tomaban para sus romerías a Jerusalén, Alejandría, Santiago de Compostela y Roma.
Pese a las diferentes versiones expuestas por los escritores de vida de Santos, nos debe quedar claro que San Roque, uno de los Santos más adorados por la cristiandad, nació en Montpelier en medio de un mundo religioso y de opulencia, que mostraba signos prematuros de santidad y que, renunciando a sus riquezas, se desplazó a Roma como peregrino. Recorrió gran parte de Italia dedicado a la curación de los enfermos. Su vida, según los escritos más fidedignos, está fechada a partir de mediados del siglo XIV (alrededor de 1350), y su muerte, lo más probable es que se haya producido en Voghera, a pesar de la hipótesis de Montpellier.
Antiguamente era muy frecuente la que el cuerpo de los cadáveres de algunos santos exhalaba una atractiva fragancia, señal clara del cielo que testimoniaba su santidad. La mayoría de los historiadores que escribieron la biografía de San Roque, indican que “Falleció en Olor de Santidad” con la fama y la admiración de la gente, frase que se acostumbra a usar en reconocimiento a personas por sus virtudes y acciones en vida apegadas al evangelio y a la bienaventuranza eterna.
Sin embargo, expresando de una manera más humana debemos decir que la vida de Roque estuvo marcada por el sufrimiento y el dolor, y que su mayor grandeza y riqueza estuvieron en su ejemplar vida espiritual.
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DESPUES DE SU MUERTE
Existen ciertas dudas respecto a la sepultura de San Roque, debido a las distintas explicaciones que los historiadores nos muestran. Mientras que una corriente coincide en aseverar que su cuerpo ha descansado en una cripta del convento de los Hermanos Dominicos en su tierra natal y que sus restos fueron trasladados poco después de su muerte a la ciudad francesa de Arles, otros manejan la hipótesis que, habiendo fallecido en Voghera, fue enterrado en esa ciudad y posteriormente su cuerpo fue trasladado a Venecia en el año 1485.
Una otra importante y aceptable documentación manifiesta, que los restos del cadáver de San Roque se encuentran en la ciudad Venecia, los mismos que fueron adquiridos por el patriarca Maffeo Giraldi, acorde al informe presentado por éste el 13 de mayo de 1485 y atesorado por el Consejo veneciano de la “Escuela Grande de San Roque”. Lo que no revela este documento es si su procedencia es de Voghera o de la ciudad de Montpellier.
Sin embargo, al margen de todas las versiones existentes, lo que debemos ver, con diáfana evidencia, es que a partir de la muerte de nuestro “Peregrino Curandero” acrecienta su virtud para conseguir de Dios admirables milagros, logrando que su popularidad y la extensión de su culto fueran verdaderamente extraordinarias. En Europa su fama se extendió con una rapidez sorprendente e inusitada, manifestada por innumerables testimonios de fe, caridad y gran devoción.
Dicho de otra manera, la expansión del profundo fervor hacia San Roque es asombrosa, únicamente puede explicarse desde sus ejemplares y maravillosos actos durante su vida. Una persona joven y acaudalada, sacudida por el infortunio de la temprana desaparición de sus padres, dejando de lado sus riquezas para dedicarse al servicio de los demás, en un periodo del peor de los escenarios que se pueda dar, como ha sido la nefasta epidemia de la Peste Negra desencadenada en Europa en el siglo XIV.
Montpellier, Voghera, Venecia y particularmente el norte de Italia, a principios del siglo XV, ya estaba arraigado el tributo que le rendía la población a San Roque. Bolle y Ascagni comentan “Pero más allá de la peste, lo que influyó con mayor fuerza la difusión de su culto (a San Roque) en Europa, desde fines del siglo XV, fue el prodigioso papel comercial y religioso que se estableció para las peregrinaciones de Tierra Santa, con salidas desde Venecia en 1480. Venecia es donde se encuentra la prestigiosa «Escuela Grande San Roque»”.
Posteriormente con la llegada de los conquistadores españoles, su culto pasó a América convirtiéndose, sin lugar a dudas, en el Santo más popular de la iglesia en todo el mundo.
De acuerdo a las crónicas, en España las fiestas populares en honor al Peregrino de Montpellier, se iniciaron en Llanes, un municipio pesquero de la provincia Oviedo, situado en la costa del mar Cantábrico donde, en el siglo XIV, se inauguró la Hospedería de San Roque como albergue de peregrinos que iban en romería a Santiago de Compostela; la comunidad de Llanes es paso obligado para llegar a ésta ciudad santuario. Es necesario conocer que Santiago de Compostela goza de un extraordinario prestigio histórico además de notables privilegios eclesiásticos y religiosos, originado en el descubrimiento del sepulcro del apóstol Santiago en el siglo IX, cuyas cenizas se guardan en una urna de la cripta del apóstol, en la catedral de dicha ciudad.
En el año 1414, en ocasión de una epidemia de peste que llegó a Alemania, justamente cuando se celebraba el Concilio Ecuménico de Constanza (1414 a 1418), todos los prelados reunidos en esta magna asamblea elevaron oraciones y plegarias a San Roque, realizando en su honor procesiones; luego de esto la ciudad se libró de la peste. Este hecho, referido por Francesco Diedo, repercutió tan clamorosamente, que no había pueblo en Europa que no conociera a este Santo Curandero.
En 1477, en circunstancia de otra de las temibles pestes, se fundó en Venecia la ya mencionada cofradía, en honor de San Roque, que se dedicó al hospedaje de enfermos de peste, con el nombre de “Confraternitá o Scuole di San Rocco”. Esta agrupación impulsó en gran manera el culto al santo, construyendo capillas y más centros de acogida por toda Italia.
Con estos y varios otros antecedentes, el Papa Clemente VII (1523 -1534) canoniza a Roque, para luego el Papa Paulus IV, quien gobernó la Iglesia Católica entre los años 1555 y 1559, otorgar el permiso para que sus devotos se reunieran en Cofradías, permitiéndoles así recurrir a la caridad colectiva.
Posteriormente, Gregorio XIII, Papa de 1572 a 1585, proclamó oficialmente la Santidad de Roque en grado eminente, después de, aproximadamente, dos siglos de su fallecimiento.
Confirmando el culto a San Roque, el 4 de julio de 1629, el Papa Urbano VIII concedió en su honor un solemne oficio y misa, con lo que el mundo católico acrecentó su devoción por el santo.
En 1563, en París, Luis XIV hizo edificar una iglesia, dedicada a San Roque, muy cerca al museo del Louvre. Aparte de ésta, los principales templos en el mundo dedicados a San Roque se encuentran en Montpellier y en Venecia.
En España, a mediados del siglo XIX, más propiamente en el año 1854, cuando una terrible epidemia de cólera alcanzó a aquel país, todos los pueblos invocaron al Santo y en muchos de ellos lo proclamaron como su Patrono en señal de agradecimiento por su protección ante los azotes de aquella enfermedad.
El investigador español, Del Río Candamo, en uno de sus varios relatos sobre la vida de San Roque indica que: “ ...en 1918, una severa gripe, convertida en epidemia, asolaba Villagarcía de Arosa, España. El Ayuntamiento y el Párroco convocaron una novena para interceder el favor de San Roque, terminando con una magna procesión con la participación casi total de los habitantes libres de la enfermedad. Este acto religioso fue el espaldarazo que reafirmó a San Roque en Patrono de aquella ciudad por su fama de milagrero en pestes y enfermedades
En el viejo mundo, son innumerables las narraciones de los investigadores respecto a los milagros concedidos por el “Santo Peregrino”, es así que, imbuidos en la fe de Roque, los conquistadores españoles, a su llegada a América, lo invocaban en busca de protección y amparo ante el azote de las plagas y epidemias presentadas en el Nuevo Mundo.
Antiguamente, y hasta no hace mucho, en numerosos lugares de España se remediaba y conjuraba la peste escribiendo en las paredes de las casas las letras “V S R”, que significa “Viva San Roque”