Los ensayos de Miguel de Montaigne
El pensador Miguel de Montaigne (1533-1592) a través de sus Ensayos, modalidad de una forma literaria de expresarse, después de viajar por el continente europeo en 1580 escribió de modo llano y simple, no desprovisto a la par de clara erudición, sobre los más variados temas: la educación,...



El pensador Miguel de Montaigne (1533-1592) a través de sus Ensayos, modalidad de una forma literaria de expresarse, después de viajar por el continente europeo en 1580 escribió de modo llano y simple, no desprovisto a la par de clara erudición, sobre los más variados temas: la educación, la gloria, el color de los ojos, la amistad, la constancia, de la tristeza, del sueño, de los nombres, en suma, de múltiples aspectos que tienen relación con la búsqueda de la verdad y de la justicia, por él pretendida como propósito de vida dentro de los límites que impone cada individualidad y basado en la doctrina escéptica y relativista de los actos humanos. Estuvo seguro de que no hay ser ni cosa que no enseñe nada…si bien se mira.
Montaigne el 12 de junio de 1589, nueve años después del citado viaje, antes de publicar sus Ensayos elaboró una Nota del autor al lector, en la que sostiene: “He aquí un libro de buena fe, lector. En él advertirás desde el principio que no me he propuesto, al hacerlo, fin alguno, no siendo doméstico y privado. No he tenido en la menor consideración tu servicio ni mi gloria, porque mis fuerzas no son capaces de ello”. Aseveró que no quería que se lo viera sino en la manera “sencilla, natural y ordinaria” y que sólo se pintaba a sí mismo, tanto en sus defectos, imperfecciones y modo de ser. Lo admirable, a la larga, es la sabiduría de vida y comprensión que expone en cada una de sus meditaciones, habiendo empleado como sistema de trabajo el dictado a otra persona y no la escritura directa, que en la casi generalidad de los casos empleaban los escritores del pasado.
Miguel de Montaigne es, pues, el padre del ensayo, de lo que hoy se publica acerca de los temas más variados y aún inimaginables que van desde la creación literaria, investigación científica o tecnológica, o lo que fuere, en todas las ramas del saber humano, sin formalidades de estilo o extensión, aparte de la claridad conceptual con la que el autor discurría. No todo en la vida es ensayo, porque no hay libreto previo para capturar nuevas imágenes y escribir, ni para la conducta que observamos cada día; por ello, por favor ¡no nos equivoquemos!
Hay lección de vida en los pensamientos de Montaigne:
“Nunca vivimos en nosotros mismos, sino siempre más allá. El temor, el deseo y la esperanza nos llevan hacia el porvenir y nos quitan el asentimiento y la consideración de lo que es, para hacernos gozar en que será, incluso cuando ya no existamos nosotros”.
“La elocuencia perjudica a la esencia de las cosas, porque nos aparta de éstas, haciéndonos fijarnos en ella”.
“Para juzgar de cosas grandes y elevadas hace falta un alma análoga, pues si no les atribuimos
vicios que son nuestros. Un remo recto parece doblado dentro del agua, y de aquí que no
importe únicamente ver, sino también el modo de ver”.
“Ni lamento lo pasado ni temo lo futuro”.
“Mi oficio y arte son vivir”.
“¡A cuántas vanidades nos lleva la buena opinión que tenemos de nosotros mismos!”
Montaigne el 12 de junio de 1589, nueve años después del citado viaje, antes de publicar sus Ensayos elaboró una Nota del autor al lector, en la que sostiene: “He aquí un libro de buena fe, lector. En él advertirás desde el principio que no me he propuesto, al hacerlo, fin alguno, no siendo doméstico y privado. No he tenido en la menor consideración tu servicio ni mi gloria, porque mis fuerzas no son capaces de ello”. Aseveró que no quería que se lo viera sino en la manera “sencilla, natural y ordinaria” y que sólo se pintaba a sí mismo, tanto en sus defectos, imperfecciones y modo de ser. Lo admirable, a la larga, es la sabiduría de vida y comprensión que expone en cada una de sus meditaciones, habiendo empleado como sistema de trabajo el dictado a otra persona y no la escritura directa, que en la casi generalidad de los casos empleaban los escritores del pasado.
Miguel de Montaigne es, pues, el padre del ensayo, de lo que hoy se publica acerca de los temas más variados y aún inimaginables que van desde la creación literaria, investigación científica o tecnológica, o lo que fuere, en todas las ramas del saber humano, sin formalidades de estilo o extensión, aparte de la claridad conceptual con la que el autor discurría. No todo en la vida es ensayo, porque no hay libreto previo para capturar nuevas imágenes y escribir, ni para la conducta que observamos cada día; por ello, por favor ¡no nos equivoquemos!
Hay lección de vida en los pensamientos de Montaigne:
“Nunca vivimos en nosotros mismos, sino siempre más allá. El temor, el deseo y la esperanza nos llevan hacia el porvenir y nos quitan el asentimiento y la consideración de lo que es, para hacernos gozar en que será, incluso cuando ya no existamos nosotros”.
“La elocuencia perjudica a la esencia de las cosas, porque nos aparta de éstas, haciéndonos fijarnos en ella”.
“Para juzgar de cosas grandes y elevadas hace falta un alma análoga, pues si no les atribuimos
vicios que son nuestros. Un remo recto parece doblado dentro del agua, y de aquí que no
importe únicamente ver, sino también el modo de ver”.
“Ni lamento lo pasado ni temo lo futuro”.
“Mi oficio y arte son vivir”.
“¡A cuántas vanidades nos lleva la buena opinión que tenemos de nosotros mismos!”