El Explorador J. Crevaux y el Río Pilcomayo Por: Santiago V. Guzmán (Primera parte)
Hay una poderosa tendencia en el espíritu humano a mantener vivos y palpitantes en medio de las devastaciones del tiempo, todos los esfuerzos generosos que se ligan con el destino de las sociedades y que la muerte intenta detener en su carrera. Manifestación de los afectos del alma; del...



Hay una poderosa tendencia en el espíritu humano a mantener vivos y palpitantes en medio de las devastaciones del tiempo, todos los esfuerzos generosos que se ligan con el destino de las sociedades y que la muerte intenta detener en su carrera. Manifestación de los afectos del alma; del egoísmo, en la lucha por la existencia, o expresión de la gratitud de los pueblos, hay una ley solidaria entre el pasado, que es la experiencia dolorosa, y el porvenir que es la luz de la esperanza alumbrando lo desconocido.
Desde Valerio Publicóla, que levanta la voz conmovida en el Forum para rendir homenaje a las virtudes de Brutus, la palabra, menos consistente que el ala del insecto, ha perpetuado ilesas a través de los siglos las grandes figuras que marcan en el tiempo la inmensa labor del perfeccionamiento humano.
La débil nota vocal, las endebles tablinum depositarías de la historia de los quirites, la frágil hoja que guarda el signo escrito, han resistido más que el duro mármol destinado a inmortalizar un nombre o a perpetuar una idea.
Roma, el cerebro del mundo antiguo, exaltando las virtudes del patriciado, colmando de elogio el valor de sus guerreros, acogiendo como la palabra de la revelación divina las doctrinas de sus filósofos, enseña el culto de lo grande y hace de sus muertos dioses tutelares del honor, del valor y de la gloria de la patria.
Los pueblos latinos conservando el viejo rito, hacen hoy de la obra del que cae el programa para lo venidero, como si por esa vinculación pretendiesen burlar la limitación de los días concedidos a la criatura humana y se propusiesen absorber todas las nobles
fatigas del espíritu.
Del labio de Littré se recoge anhelosa la última palabra reveladora, y en la turbia mirada de Bernard se intenta alcanzar el postrer pensamiento que ilumina. Diríase que nuestras sociedades modernas en la lucha con lo desconocido intentan atesorar, avaras de la verdad, hasta el más impalpable átomo de la labor del esfuerzo humano. Cuando en la Academia queda vacío el sitial que ennobleciera el sabio, le reemplaza un nuevo obrero y al penetrar entre los escogidos del arte o de la ciencia, el recién venido resucita al caído perpetuándole en la forma imperecedera del lenguaje que modela las indefinidas líneas de su espíritu, y levanta la doctrina que parecía haberse sepultado entre el polvo del sudario.
Nosotros no poseemos el cenáculo, pero la asociación privada se ha impuesto la misión que debiera llenar la Academia científica. Esta reunión es elocuente testimonio de ello. La Sociedad Geográfica Argentina ha querido rendir el debido homenaje al distinguido explorador que acaba de sucumbir en las márgenes del rio Pilcomayo y ser la primera en recoger los anhelos de la ilustre víctima para consumar la fecunda obra que se propuso realizar en bien de la concordia y la prosperidad de tres pueblos.
Sabedor este Centro de que yo poseía algunos datos y estudios sobre esa trascendental empresa, se ha dignado encomendarme la tarea de exponer los antecedentes de ella, dar a conocer su importancia, los resultados que está llamada a producir, y finalmente, historiar las exploraciones que el justamente deplorado viajero Julio Crevaux, había realizado en provecho de la ciencia en diversos Estados de la América Meridional.
He aceptado este encargo, superior a la limitación de mis medios, en el deseo de contribuir a la realización del pensamiento que no ha logrado alcanzar el sabio francés, anhelando aunar mi voluntad a la manifestación que esta Sociedad hace hoy en respeto a la memoria de aquel. Espero que la sinceridad del propósito haga disculpar, en lo que a mí concierne, la imperfección de la obra que me ha sido encomendada.
Antes de exponer las circunstancias que indujeron al explorador Crevaux a estudiar el curso del rio Pilcomayo y reseñar el lamentable suceso de su victimación, conviene formarse una idea clara de las condiciones geográficas e importancia económica de ese extenso canal. Sea, pues, este el primer cuadro de la presente relación.
I
EXPLORACIONES REALIZADAS EN EL PILCOMAYO. 1721 A 1863
Una de las regiones que desde el descubrimiento del Río de la Plata y sus afluentes se ha tentado conocer y dominar con bastante empeño, ha sido la que se extiende desde las cabeceras del Guaporé hasta el Bermejo y que se halla encerrada entre las últimas declinaciones de los Andes Orientales y el rio Paraguay. Dos elementos contrarios, propios de la época, se encontraron en el trascurso de dos siglos en esa feracísima latitud: los conquistadores y los misioneros. Aquellos se lanzaban al desierto con un puñado de hombres y desafiando la inclemencia del suelo y las densas multitudes de la barbarie, recorrían el territorio tranquilamente como señores a cuyos pies debían doblegarse la naturaleza del trópico y el aborigen. Espíritus avezados al peligro, los conquistadores españoles hicieron de la virtud rara del heroísmo, un hábito inseparable del soldado, y como si tuviesen la creencia de que de sus cenizas debían surgir generaciones herederas de su arrojo y sus dotes caballerescas, miraban con la sonrisa en los labios acercarse la muerte hasta ellos, en medio de las soledades del desierto.
Empero, los conquistadores no eran aptos para dominar el robusto suelo tropical; poetas y espadachines, eran demasiado orgullosos para inclinar la cerviz y rasgar con el arado el fecundo seno de la zona tórrida ; por eso desdeñaron la pródiga llanura y fueron a recoger del pié de la montaña caudales de oro con que satisfacer sus caprichos de príncipe y celebrar en opulenta fiesta sus ruidosas aventuras. El trópico demandaba la ruda mano del pionnier y ofrecía escasas recompensas; la montaña, en cambio, podía ser sangrada por el brazo de la raza conquistada y prodigaba la fortuna en inagotable vaso. La elección no fue dudosa ; los dominadores de América asentaron sus tiendas sobre cumbres de plata y abandonaron la fecundidad del llano tropical a la barbarie y a los misioneros.
Los Jesuitas, primeros evangelizadores establecidos en América, aceptaron el legado esperando que las expansiones de las razas de la llanura sofocarían a los potentados de la montaña. Más hábiles que sus bravos competidores, en vez de destruir, hicieron suyas y procuraron la multiplicación de las tribus que se sometían a su invisible despotismo, y a imitación de la política incásica sometieron a su dominio con las armas de la bondad y la persuasión la vasta zona donde crece espontáneo el algodón, se yergue la caña de azúcar y viven en intimidad las blancas flores del café con los capullos de púrpura del tabaco. Aquella perseverante conquista, que antes de llegar a su robustez revelaba una musculación hercúlea, turbó el sueño de los dominadores de sable. La escrupulosa mano del misionero había tenido tacto bastante para injerir en el cerebro de la numerosa grey un tenue rayo de luz, suficiente apenas para atestiguar que dentro de aquella figura sumisa, de cuyas manos acababa de caer la salvaje flecha, existía un alma humana embotada por la humillación que degenera en la servilidad !Cuán fecunda habría sido para la civilización de América esa conquista!, en la cual, como dice Montesquieu, los Jesuitas supieron hermanar la idea de religión con la de humanidad, si a medida del ferviente celo los propósitos hubiesen sido más legítimos.
Fue buscando los medios de extender sus reducciones y de ligar más fácilmente las misiones de Chiquitos con las del Paraguay, que los Jesuitas tentaron la navegación del rio Pilcomayo. Dos han sido las exploraciones que con este objeto llevaron a cabo en el siglo pasado; la una realizada en 1721 por el Padre Patiño, y la otra efectuada en 1741 por el padre Castañares, natural de la ciudad de Salta.
Para llevar a cabo la expedición del Padre Patiño se combinó una triple exploración; una comitiva debía salir de la ciudad de Tucumán, la otra de Chiquitos, reuniéndose ambas en el Pilcomayo, con la de aquel a quien se encargó remontar el rio. El personal que acompañaba al jefe de la exploración fluvial constaba de sesenta indios, cuatro misioneros, seis españoles y un sargento mayor.
Del diario de la expedición, aparece que remontaron cuatrocientas setenta y una leguas y media en tres meses y diez días (del 20 de Agosto al 1° de Diciembre), haciéndose la navegación en un buque grande y varios botes. Después de recorridas noventa y tres leguas y media, la embarcación mayor y parte de la tripulación quedó detenida en un pequeño rápido formado de greda untuosa y resbaladiza que las corrientes de las aguas no pueden gastar y que se levanta sobre el nivel normal del lecho del río en el punto donde se divide en dos brazos.
Patiño acompañado del padre Niebla, tres españoles y treinta y cuatro indios prosiguió su viaje hasta llegar al territorio de los Tobas, en el cual a solicitud de estos, desembarca y visita sus lancherías, no sin tomar antes bastantes precauciones para contrarrestar cualesquiera alevosía de la traidora tribu. “Las indias que vinieron a verme, dice Patiño en su diario, eran blancas como españolas y de hermosos rostros.” La tripulación siguiendo las órdenes del Padre, considerando asegurada la paz con sus huéspedes, trata de cortar algunos palos para hacer una cruz; inmediatamente los indios rodean a los obreros, matan a uno de ellos, se apoderan de otro, y los demás se abren paso entre sus sitiadores con sus hachas hasta llegar a los botes. Después de una sostenida refriega con los bárbaros, que se arrojan al agua para impedir el descenso de las canoas, estas vencen el obstáculo merced a las armas de fuego de los tripulantes y descienden apresuradamente el rio, navegando durante el día y la noche hasta encontrar el resto del personal de la expedición.— Así terminó, estorbada por los Tobas, la primera exploración del Pilcomayo, si bien menos funestamente que la última que acaba de hacer fracasar la misma tribu.
El viaje del Padre Patiño adolece de no pocas inexactitudes y exageraciones, siendo una de ellas la relativa a la distancia que expresa haber recorrido, por la cual se da al Pilcomayo una extensión tan vasta como la de los ríos de primer orden, el Plata o el Misissippi (1).
Veinte años después (1741), el padre Castañares realizó otra expedición remontando el brazo inferior, o sea el más austral del rio. La travesía duró ochenta y tres días, la mayor parte de los cuales la comitiva se detuvo en diversos puntos. Si se toma en consideración que para remontar algo más de una legua los expedicionarios emplearon seis días, haciéndose la ascensión a fuerza de remo y contra la corriente, es fácil colegir que la extensión recorrida por Castañares no fue de más de treinta o cuarenta leguas. En este supuesto, muy admisible, me inclino a creer que la detención de sus embarcaciones por falta de agua, tuvo por causa ser el brazo austral del Pilcomayo una ramificación de la corriente principal, de menor caudal de agua.
La exploración de Castañares, tiene, no obstante, el mérito de haber penetrado primero por el brazo superior del río y después por el inferior, habiendo levantado el croquis más importante y exacto de las regiones recorridas, documento debido al padre Salvador Colon, cuyo original existía en el archivo del Colegio de San Ignacio de esta ciudad.
Estas fueron las tentativas más notables realizadas en el pasado siglo.
En 1844 el Gobierno boliviano interesado en poner en comunicación el interior de Bolivia con el Plata, encomendó la exploración del Pilcomayo al lugarteniente de marina Van Nivel. Esperábase que esta expedición daría resultados mejores que los obtenidos el año anterior por Rodríguez Magariños, quien, sin la competencia bastante, emprendió el descenso del rio en embarcaciones de extraordinario calado, las cuales zozobraron después de un pequeño trayecto.
Van Nivel llevaba consigo cincuenta y seis soldados de línea, efectuando su viaje en una flotilla compuesta de tres piraguas y ocho canoas. Después de una travesía, que el explorador calculaba en trescientas ochenta y nueve leguas, recorridas en treinta y siete días, aserto desvirtuado por el viaje del padre Gianelly, la expedición retrocedió trayendo el poco lisonjero dato de que el rio se insumía en el seno del Chaco y perdía sus
aguas por evaporación. Aseveraba, también, el explorador haber abandonado el viaje a orillas del rio, no obstante considerarse próximo al Paraguay, por haber sido atacado por ochenta mil indios; lo cual prueba, que los cincuenta y seis expedicionarios eran muy valientes o el lugarteniente se había familiarizado con todas las hipérboles posibles.
El viaje de Van Nivel, que no contribuyó en modo alguno a dar a conocer el curso del Pilcomayo y condiciones del territorio recorrido, llevó el desencanto a todos los ánimos. Para los geógrafos primero y para la generalidad después, el misterioso río moría absorbido por las arenas de Guilgorigota, como castigado por una mano vengativa por haber presenciado impasible consumarse no lejos de sus márgenes el sacrificio del capitán Andrés Manso. Desde entonces la geografía, aceptando a ojo cerrado la fábula, hace figurar al Pilcomayo muriendo de consunción en el desierto.
Pero por mucho tiempo que pudiese mantenerse esta creencia, ella no podía ser eterna. Un misionero debía corregir la plana al lugar-teniente.
En efecto, en 1863 el padre franciscano José Gianelly, nombrado por el Gobierno de Bolivia Pacificador de las tribus del Pilcomayo, emprendió la travesía del Chaco, siguiendo las orillas del rio. Escoltaban al padre cincuenta nacionales al mando del comandante Rivas, a los cuales iban agregados varios neófitos conocedores de aquellas regiones.
Gianelly llegó hasta más abajo del punto que alcanzó Van Nivel; el trayecto recorrido medía sesenta y siete leguas, las cuales fueron salvadas en diez días. Después de un detenido estudio del lugar en que éste sepultaba al Pilcomayo, el misionero recogió la evidencia de que no solo el rio no se insume en los llanos, sino que corre por un canal susceptible de ser habilitado para la navegación; el cauce principal, en vez de seguir al sudeste, toma hacia el norte y después de formar un ángulo muy agudo vuelve a inclinarse en la dirección indicada. Las aguas se dilatan en este punto ocultando esa inflexión del río, verdadero laberinto susceptible de desconcertar a más de un precipitado explorador.
El viaje del padre Gianelly a este respecto, no sólo ha arrojado bastante luz acerca de la hidrografía del Pilcomayo, sino que ha alentado de nuevo la esperanza y estimulado las tentativas que ahora se tratan de llevar a cabo. La expedición de Gianelly, que había sido obstinadamente seguida de lejos por los Tobas en actitud hostil, retrocedió del punto de Yuquirenda, en el territorio de los Chorotis, habiendo grabado cruces en los troncos de tres algarrobos, vestigio que algún día encontrarán los primeros exploradores que vuelvan a tocar esas regiones.
Omito relacionar otras pequeñas expediciones realizadas en la boca septentrional del Pilcomayo, tanto por su ninguna importancia, cuanto porque nada nuevo han agregado a lo ya conocido.
De esta reseña se infiere que el Pilcomayo ha sido recorrido en toda su extensión por dos misioneros: el padre Patiño que arribó por agua hasta la tribu de los Tobas, cercanas al departamento de Tarija, y por el Padre Gianelly, que pasando por el territorio de estas ha recorrido las dos terceras partes de la distancia que media entre el puerto de Magariños o Bella Esperanza y la corriente del rio Paraguay.
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II
CONDICIONES GEOGRÁFICAS DEL PILCOMAYO
Tres son las regiones que comprende en su curso el río Pilcomayo; la de sus fuentes, situada en la parte montañosa del territorio de Bolivia; la de su travesía por los llanos del Gran Chaco, y la de sus desagües en las costas bajas que terminan en el rio Paraguay. Prescindiendo de los afluentes secundarios que forman el alto Pilcomayo, propiamente dicho, en la región montañosa, la vena que lleva este nombre tiene nacimiento en los Andes orientales comprendidos en las serranías de Lípez, Chichas y Poopó (2).
Este se reúne con el Cachimayo (a los 19°2o’ de latitud austral y 67°15’ oeste del meridiano de París), río que nace a poca distancia de Sucre (o Chuquisaca) en los valles de Yamparaez, Yurubamba y Quila-quila.
Al unirse las dos corrientes, el nuevo y poderoso canal que forman toma el nombre de Chicha-pilcomayo, siendo susceptible de prestarse a la navegación de buques chatos a vapor, por lo menos en la época de las crecientes periódicas, esto es, durante seis meses en el año. La idea de la navegación en esta parte del rio ha sido conceptuada como una ilusión quimérica por los razonadores en quienes se han petrificado las viejas preocupaciones del atraso industrial de pasados tiempos.
Todavía hay pesimistas que ignoran que bastan tres cuartas de agua para sustentar el más fecundo intercambio, y que un buque chato, movido por algunas libras de vapor, puede redimir de la opresión de muchas toneladas de carga a millares de sumisas acémilas. — La navegación de los más secundarios ríos interiores de los Estados-Unidos y Francia ha demostrado que el progreso moderno camina a gran prisa por las acequias donde otros no encuentran agua bastante para lavarse las manos. — Me alienta la esperanza de que los impulsos del progreso han de conducir el ligero cuters a las puertas de la capital de Bolivia para solaz de los turistas y provecho de mercaderes y traficantes.
Después de atravesar el seno de fecundos valles, en una extensión aproximativa de sesenta leguas, el Chicha- Pilcomayo reúne sus aguas al Pilaya, que circunvala el departamento de Tarija (a los 20o 15’ de latitud austral y 65o 15’ oeste del meridiano de París), resbalando sobre arenas de oro que muchos las ponderan, todos las apetecen, y pocos las buscan. Desde este punto la declinación del suelo es menos violenta; el Pilcomayo corre sobre un plano inclinado poco sensible hasta salvar el salto de Guarapetendi, pequeña prominencia levantada en medio del rio a guisa de mojón divisorio entre los estrechos pliegues de las montañas y las extensas sábanas del Chaco. Al penetrar en la región de los llanos el curso del rio toma un carácter menos accidentado y fluye sin obstáculos hasta descender a la planicie más baja de la llanura, en la cual sus aguas se dilatan en las crecientes formando varios arroyos que desaparecen en la época de la bajante.
Dos son los principales canales que dan curso a sus aguas en esta región; el brazo normal y más importante en vez de seguir hacia el S. E. (que es el rumbo general de la corriente) se dirige al Norte y después de formar un ángulo muy agudo vuelven a tomar la dirección indicada. El otro brazo de menor importancia (y que según algunos se une al anterior después de un divorcio de veinte y cinco leguas), sirve de desagüe en las crecientes, siendo generalmente abandonado por las aguas después de estas. El ángulo del brazo principal, según lo observa el P. Gianelly en el diario de su expedición, es demasiado agudo para que las aguas de las grandes avenidas puedan de una manera brusca salvar inflexión tan violenta sin desbordarse en todas direcciones hasta chocaren los sólidos bordes del gran lecho del río que las contiene, y formar así los bañados y lagunas que existen en este punto, los cuales y no el rio se secan en los fuertes veranos.
Cuando Van Nivel arribó a este punto (1844), sin detenerse a estudiar el cauce del rio, envuelto en el laberinto que forman los rebalses, no atinó a dar con el curso regular, y retrocedió trayendo la mala nueva de la pérdida del Pilcomayo por inmersión.
Conviene advertir que según Opinión uniforme de cuantos conocen el curso del Pilcomayo, desde el Salto de Guarapetendi hasta este punto, el rio es susceptible de navegación; en el lugar de los derrames y en una extensión de veinte varas, la profundidad sólo alcanza en la época de secas a tres cuartas, no bajando de cuatro pies en lo restante de este trayecto. El P. Patiño observó, de acuerdo con esta misma circunstancia, que el Pilcomayo se halla cortado en algunos puntos por vetas de arcilla que levantándose sobre el nivel regular del lecho del rio y abarcando una extensión de cuatro a ocho varas, forman rápidos algo violentos que estorban la navegación de buques de mucho calado. Desde luego, estas vetas se hallan amenazadas por la cuchilla de la draga para que se dejen de incomodar el día que el Pilcomayo abandonando la tradición mitológica pase a hacerse un rio positivista.
Es digno de observarse que las tribus de los Tobas y Mataguayos, como si conociesen la trampa que encubren las aguas en este punto para burlarse de exploradores inexperimentados, hubiesen sentado sus reales a sus orillas, utilizando esta formación especial como medio estratégico contra los que intentan poner el pie en sus dominios.
Salvada la pequeña zona de los derrames, las aguas siguen un curso regular y uniforme hasta el punto en que se separan en dos brazos; esa separación está marcada por un rápido llamado Salto del P. Patiño, por ser el punto donde se detuvo la embarcación mayor de las que formaban el convoy de la expedición que realizó este misionero. El brazo superior, que lleva los nombres de Pilcomayo, Itica o Araguay guazú (Grande Araguay), después de seguir un curso sumamente tortuoso, al aproximarse a la región mesopotámica o de las costas, desemboca en el rio Paraguay frente al cerro de Lambaré, a dos millas de la Asunción.
El brazo inferior, llamado Araguay mini (Araguay chico), de idénticas condiciones al anterior, aunque de menor caudal de agua, se inclina más al sud y desemboca frente a la Angostura a nueve leguas de la capital citada. De este modo los dos brazos al desembocar en el Paraguay forman un triángulo cuya base es de nueve leguas, y cuya altura se calcula en setenta hasta su vértice. Este triángulo ha sido llamado isla del P. Patiño en memoria al primer explorador que remontó el Pilcomayo, su suelo es bajo e inundadizo, sobre todo en las costas más próximas al rio Paraguay.
Del brazo inferior o austral, a su vez, se separa otro pequeño canal al cual se le ha considerado como otra de las bocas del Pilcomayo por el P. Quiroga, quien estudió todos los puntos de desagüe del rio.
Hasta poco después de la exploración realizada por Azara, el rio Confuso, situado al norte del brazo principal, a ocho leguas de la ciudad de la Asunción, se creía que comunicaba con el Pilcomayo, siendo uno de sus ramales; pero exploraciones realizadas casi hasta sus vertientes por los explotadores de madera (obrajeros) han hecho conocer que el Confuso no tiene contacto alguno, salvo en la época de las crecientes en la cual los rebalses del Pilcomayo se extienden hasta derramarse por el cauce de aquel.
El Confuso ha dado margen a tantas confusiones, que ha habido geógrafo que para no equivocarse ha creado en una de sus cartas dos ríos de este mismo nombre, uno que corre al norte del brazo superior del Pilcomayo y otro al sud del brazo inferior. De este modo existen Confusos geográficos para todos los gustos.
La profundidad del Pilcomayo hasta el punto en que se divide en dos brazos varía entre siete y cinco metros; en la región media, entre dos y tres, salvo los pequeños trayectos cruzados por las vetas de arcilla en los cuales alcanza a uno. Actualmente la navegación es entorpecida por multitud de troncos de árboles caídos en su lecho y cuya extracción no ofrece mayores dificultades.
(1) Según consigna el P. Patiño en su diario, recorrió hasta la región habitada por los Tobas, que se encuentra a las cincuenta leguas de San Francisco, cuatrocientas setenta y una leguas y media, pudiendo considerarse el trayecto que hizo como las dos terceras partes de la extensión navegable del Pilcomayo. Mientras tanto, la distancia que media entre la ciudad de Chuquisaca y la Asunción del Paraguay, extremos de toda la longitud de dicho rio, conforme a los datos recogidos por los Jesuitas, es la siguiente:
De Chuquisaca a Pomabamba 60 eguas
De Pomabamba al valle del Piray 20 “
De Piray a Caiza 30 “
De Caiza a la Asuncion 140 “
TOTAL 250 leguas
Ahora, suponiendo que las tortuosidades del rio aumenten su extensión en cincuenta leguas, tendría solo trescientas en todo su curso. Este cálculo demuestra la inexactitud de la distancia que Patiño expresa haber recorrido.
S.V.G.
(2) Para datos más extensos acerca de la geografía del Pilcomayo, remitimos al lector a nuestra obra publicada en 1880, bajo el título: Intereses comerciales entre Bolivia y el Plata, —El Pilcomayo, en la cual se enumeran prolijamente los afluentes que dan origen a esta importante vena fluvial.
S.V.G.
Desde Valerio Publicóla, que levanta la voz conmovida en el Forum para rendir homenaje a las virtudes de Brutus, la palabra, menos consistente que el ala del insecto, ha perpetuado ilesas a través de los siglos las grandes figuras que marcan en el tiempo la inmensa labor del perfeccionamiento humano.
La débil nota vocal, las endebles tablinum depositarías de la historia de los quirites, la frágil hoja que guarda el signo escrito, han resistido más que el duro mármol destinado a inmortalizar un nombre o a perpetuar una idea.
Roma, el cerebro del mundo antiguo, exaltando las virtudes del patriciado, colmando de elogio el valor de sus guerreros, acogiendo como la palabra de la revelación divina las doctrinas de sus filósofos, enseña el culto de lo grande y hace de sus muertos dioses tutelares del honor, del valor y de la gloria de la patria.
Los pueblos latinos conservando el viejo rito, hacen hoy de la obra del que cae el programa para lo venidero, como si por esa vinculación pretendiesen burlar la limitación de los días concedidos a la criatura humana y se propusiesen absorber todas las nobles
fatigas del espíritu.
Del labio de Littré se recoge anhelosa la última palabra reveladora, y en la turbia mirada de Bernard se intenta alcanzar el postrer pensamiento que ilumina. Diríase que nuestras sociedades modernas en la lucha con lo desconocido intentan atesorar, avaras de la verdad, hasta el más impalpable átomo de la labor del esfuerzo humano. Cuando en la Academia queda vacío el sitial que ennobleciera el sabio, le reemplaza un nuevo obrero y al penetrar entre los escogidos del arte o de la ciencia, el recién venido resucita al caído perpetuándole en la forma imperecedera del lenguaje que modela las indefinidas líneas de su espíritu, y levanta la doctrina que parecía haberse sepultado entre el polvo del sudario.
Nosotros no poseemos el cenáculo, pero la asociación privada se ha impuesto la misión que debiera llenar la Academia científica. Esta reunión es elocuente testimonio de ello. La Sociedad Geográfica Argentina ha querido rendir el debido homenaje al distinguido explorador que acaba de sucumbir en las márgenes del rio Pilcomayo y ser la primera en recoger los anhelos de la ilustre víctima para consumar la fecunda obra que se propuso realizar en bien de la concordia y la prosperidad de tres pueblos.
Sabedor este Centro de que yo poseía algunos datos y estudios sobre esa trascendental empresa, se ha dignado encomendarme la tarea de exponer los antecedentes de ella, dar a conocer su importancia, los resultados que está llamada a producir, y finalmente, historiar las exploraciones que el justamente deplorado viajero Julio Crevaux, había realizado en provecho de la ciencia en diversos Estados de la América Meridional.
He aceptado este encargo, superior a la limitación de mis medios, en el deseo de contribuir a la realización del pensamiento que no ha logrado alcanzar el sabio francés, anhelando aunar mi voluntad a la manifestación que esta Sociedad hace hoy en respeto a la memoria de aquel. Espero que la sinceridad del propósito haga disculpar, en lo que a mí concierne, la imperfección de la obra que me ha sido encomendada.
Antes de exponer las circunstancias que indujeron al explorador Crevaux a estudiar el curso del rio Pilcomayo y reseñar el lamentable suceso de su victimación, conviene formarse una idea clara de las condiciones geográficas e importancia económica de ese extenso canal. Sea, pues, este el primer cuadro de la presente relación.
I
EXPLORACIONES REALIZADAS EN EL PILCOMAYO. 1721 A 1863
Una de las regiones que desde el descubrimiento del Río de la Plata y sus afluentes se ha tentado conocer y dominar con bastante empeño, ha sido la que se extiende desde las cabeceras del Guaporé hasta el Bermejo y que se halla encerrada entre las últimas declinaciones de los Andes Orientales y el rio Paraguay. Dos elementos contrarios, propios de la época, se encontraron en el trascurso de dos siglos en esa feracísima latitud: los conquistadores y los misioneros. Aquellos se lanzaban al desierto con un puñado de hombres y desafiando la inclemencia del suelo y las densas multitudes de la barbarie, recorrían el territorio tranquilamente como señores a cuyos pies debían doblegarse la naturaleza del trópico y el aborigen. Espíritus avezados al peligro, los conquistadores españoles hicieron de la virtud rara del heroísmo, un hábito inseparable del soldado, y como si tuviesen la creencia de que de sus cenizas debían surgir generaciones herederas de su arrojo y sus dotes caballerescas, miraban con la sonrisa en los labios acercarse la muerte hasta ellos, en medio de las soledades del desierto.
Empero, los conquistadores no eran aptos para dominar el robusto suelo tropical; poetas y espadachines, eran demasiado orgullosos para inclinar la cerviz y rasgar con el arado el fecundo seno de la zona tórrida ; por eso desdeñaron la pródiga llanura y fueron a recoger del pié de la montaña caudales de oro con que satisfacer sus caprichos de príncipe y celebrar en opulenta fiesta sus ruidosas aventuras. El trópico demandaba la ruda mano del pionnier y ofrecía escasas recompensas; la montaña, en cambio, podía ser sangrada por el brazo de la raza conquistada y prodigaba la fortuna en inagotable vaso. La elección no fue dudosa ; los dominadores de América asentaron sus tiendas sobre cumbres de plata y abandonaron la fecundidad del llano tropical a la barbarie y a los misioneros.
Los Jesuitas, primeros evangelizadores establecidos en América, aceptaron el legado esperando que las expansiones de las razas de la llanura sofocarían a los potentados de la montaña. Más hábiles que sus bravos competidores, en vez de destruir, hicieron suyas y procuraron la multiplicación de las tribus que se sometían a su invisible despotismo, y a imitación de la política incásica sometieron a su dominio con las armas de la bondad y la persuasión la vasta zona donde crece espontáneo el algodón, se yergue la caña de azúcar y viven en intimidad las blancas flores del café con los capullos de púrpura del tabaco. Aquella perseverante conquista, que antes de llegar a su robustez revelaba una musculación hercúlea, turbó el sueño de los dominadores de sable. La escrupulosa mano del misionero había tenido tacto bastante para injerir en el cerebro de la numerosa grey un tenue rayo de luz, suficiente apenas para atestiguar que dentro de aquella figura sumisa, de cuyas manos acababa de caer la salvaje flecha, existía un alma humana embotada por la humillación que degenera en la servilidad !Cuán fecunda habría sido para la civilización de América esa conquista!, en la cual, como dice Montesquieu, los Jesuitas supieron hermanar la idea de religión con la de humanidad, si a medida del ferviente celo los propósitos hubiesen sido más legítimos.
Fue buscando los medios de extender sus reducciones y de ligar más fácilmente las misiones de Chiquitos con las del Paraguay, que los Jesuitas tentaron la navegación del rio Pilcomayo. Dos han sido las exploraciones que con este objeto llevaron a cabo en el siglo pasado; la una realizada en 1721 por el Padre Patiño, y la otra efectuada en 1741 por el padre Castañares, natural de la ciudad de Salta.
Para llevar a cabo la expedición del Padre Patiño se combinó una triple exploración; una comitiva debía salir de la ciudad de Tucumán, la otra de Chiquitos, reuniéndose ambas en el Pilcomayo, con la de aquel a quien se encargó remontar el rio. El personal que acompañaba al jefe de la exploración fluvial constaba de sesenta indios, cuatro misioneros, seis españoles y un sargento mayor.
Del diario de la expedición, aparece que remontaron cuatrocientas setenta y una leguas y media en tres meses y diez días (del 20 de Agosto al 1° de Diciembre), haciéndose la navegación en un buque grande y varios botes. Después de recorridas noventa y tres leguas y media, la embarcación mayor y parte de la tripulación quedó detenida en un pequeño rápido formado de greda untuosa y resbaladiza que las corrientes de las aguas no pueden gastar y que se levanta sobre el nivel normal del lecho del río en el punto donde se divide en dos brazos.
Patiño acompañado del padre Niebla, tres españoles y treinta y cuatro indios prosiguió su viaje hasta llegar al territorio de los Tobas, en el cual a solicitud de estos, desembarca y visita sus lancherías, no sin tomar antes bastantes precauciones para contrarrestar cualesquiera alevosía de la traidora tribu. “Las indias que vinieron a verme, dice Patiño en su diario, eran blancas como españolas y de hermosos rostros.” La tripulación siguiendo las órdenes del Padre, considerando asegurada la paz con sus huéspedes, trata de cortar algunos palos para hacer una cruz; inmediatamente los indios rodean a los obreros, matan a uno de ellos, se apoderan de otro, y los demás se abren paso entre sus sitiadores con sus hachas hasta llegar a los botes. Después de una sostenida refriega con los bárbaros, que se arrojan al agua para impedir el descenso de las canoas, estas vencen el obstáculo merced a las armas de fuego de los tripulantes y descienden apresuradamente el rio, navegando durante el día y la noche hasta encontrar el resto del personal de la expedición.— Así terminó, estorbada por los Tobas, la primera exploración del Pilcomayo, si bien menos funestamente que la última que acaba de hacer fracasar la misma tribu.
El viaje del Padre Patiño adolece de no pocas inexactitudes y exageraciones, siendo una de ellas la relativa a la distancia que expresa haber recorrido, por la cual se da al Pilcomayo una extensión tan vasta como la de los ríos de primer orden, el Plata o el Misissippi (1).
Veinte años después (1741), el padre Castañares realizó otra expedición remontando el brazo inferior, o sea el más austral del rio. La travesía duró ochenta y tres días, la mayor parte de los cuales la comitiva se detuvo en diversos puntos. Si se toma en consideración que para remontar algo más de una legua los expedicionarios emplearon seis días, haciéndose la ascensión a fuerza de remo y contra la corriente, es fácil colegir que la extensión recorrida por Castañares no fue de más de treinta o cuarenta leguas. En este supuesto, muy admisible, me inclino a creer que la detención de sus embarcaciones por falta de agua, tuvo por causa ser el brazo austral del Pilcomayo una ramificación de la corriente principal, de menor caudal de agua.
La exploración de Castañares, tiene, no obstante, el mérito de haber penetrado primero por el brazo superior del río y después por el inferior, habiendo levantado el croquis más importante y exacto de las regiones recorridas, documento debido al padre Salvador Colon, cuyo original existía en el archivo del Colegio de San Ignacio de esta ciudad.
Estas fueron las tentativas más notables realizadas en el pasado siglo.
En 1844 el Gobierno boliviano interesado en poner en comunicación el interior de Bolivia con el Plata, encomendó la exploración del Pilcomayo al lugarteniente de marina Van Nivel. Esperábase que esta expedición daría resultados mejores que los obtenidos el año anterior por Rodríguez Magariños, quien, sin la competencia bastante, emprendió el descenso del rio en embarcaciones de extraordinario calado, las cuales zozobraron después de un pequeño trayecto.
Van Nivel llevaba consigo cincuenta y seis soldados de línea, efectuando su viaje en una flotilla compuesta de tres piraguas y ocho canoas. Después de una travesía, que el explorador calculaba en trescientas ochenta y nueve leguas, recorridas en treinta y siete días, aserto desvirtuado por el viaje del padre Gianelly, la expedición retrocedió trayendo el poco lisonjero dato de que el rio se insumía en el seno del Chaco y perdía sus
aguas por evaporación. Aseveraba, también, el explorador haber abandonado el viaje a orillas del rio, no obstante considerarse próximo al Paraguay, por haber sido atacado por ochenta mil indios; lo cual prueba, que los cincuenta y seis expedicionarios eran muy valientes o el lugarteniente se había familiarizado con todas las hipérboles posibles.
El viaje de Van Nivel, que no contribuyó en modo alguno a dar a conocer el curso del Pilcomayo y condiciones del territorio recorrido, llevó el desencanto a todos los ánimos. Para los geógrafos primero y para la generalidad después, el misterioso río moría absorbido por las arenas de Guilgorigota, como castigado por una mano vengativa por haber presenciado impasible consumarse no lejos de sus márgenes el sacrificio del capitán Andrés Manso. Desde entonces la geografía, aceptando a ojo cerrado la fábula, hace figurar al Pilcomayo muriendo de consunción en el desierto.
Pero por mucho tiempo que pudiese mantenerse esta creencia, ella no podía ser eterna. Un misionero debía corregir la plana al lugar-teniente.
En efecto, en 1863 el padre franciscano José Gianelly, nombrado por el Gobierno de Bolivia Pacificador de las tribus del Pilcomayo, emprendió la travesía del Chaco, siguiendo las orillas del rio. Escoltaban al padre cincuenta nacionales al mando del comandante Rivas, a los cuales iban agregados varios neófitos conocedores de aquellas regiones.
Gianelly llegó hasta más abajo del punto que alcanzó Van Nivel; el trayecto recorrido medía sesenta y siete leguas, las cuales fueron salvadas en diez días. Después de un detenido estudio del lugar en que éste sepultaba al Pilcomayo, el misionero recogió la evidencia de que no solo el rio no se insume en los llanos, sino que corre por un canal susceptible de ser habilitado para la navegación; el cauce principal, en vez de seguir al sudeste, toma hacia el norte y después de formar un ángulo muy agudo vuelve a inclinarse en la dirección indicada. Las aguas se dilatan en este punto ocultando esa inflexión del río, verdadero laberinto susceptible de desconcertar a más de un precipitado explorador.
El viaje del padre Gianelly a este respecto, no sólo ha arrojado bastante luz acerca de la hidrografía del Pilcomayo, sino que ha alentado de nuevo la esperanza y estimulado las tentativas que ahora se tratan de llevar a cabo. La expedición de Gianelly, que había sido obstinadamente seguida de lejos por los Tobas en actitud hostil, retrocedió del punto de Yuquirenda, en el territorio de los Chorotis, habiendo grabado cruces en los troncos de tres algarrobos, vestigio que algún día encontrarán los primeros exploradores que vuelvan a tocar esas regiones.
Omito relacionar otras pequeñas expediciones realizadas en la boca septentrional del Pilcomayo, tanto por su ninguna importancia, cuanto porque nada nuevo han agregado a lo ya conocido.
De esta reseña se infiere que el Pilcomayo ha sido recorrido en toda su extensión por dos misioneros: el padre Patiño que arribó por agua hasta la tribu de los Tobas, cercanas al departamento de Tarija, y por el Padre Gianelly, que pasando por el territorio de estas ha recorrido las dos terceras partes de la distancia que media entre el puerto de Magariños o Bella Esperanza y la corriente del rio Paraguay.
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II
CONDICIONES GEOGRÁFICAS DEL PILCOMAYO
Tres son las regiones que comprende en su curso el río Pilcomayo; la de sus fuentes, situada en la parte montañosa del territorio de Bolivia; la de su travesía por los llanos del Gran Chaco, y la de sus desagües en las costas bajas que terminan en el rio Paraguay. Prescindiendo de los afluentes secundarios que forman el alto Pilcomayo, propiamente dicho, en la región montañosa, la vena que lleva este nombre tiene nacimiento en los Andes orientales comprendidos en las serranías de Lípez, Chichas y Poopó (2).
Este se reúne con el Cachimayo (a los 19°2o’ de latitud austral y 67°15’ oeste del meridiano de París), río que nace a poca distancia de Sucre (o Chuquisaca) en los valles de Yamparaez, Yurubamba y Quila-quila.
Al unirse las dos corrientes, el nuevo y poderoso canal que forman toma el nombre de Chicha-pilcomayo, siendo susceptible de prestarse a la navegación de buques chatos a vapor, por lo menos en la época de las crecientes periódicas, esto es, durante seis meses en el año. La idea de la navegación en esta parte del rio ha sido conceptuada como una ilusión quimérica por los razonadores en quienes se han petrificado las viejas preocupaciones del atraso industrial de pasados tiempos.
Todavía hay pesimistas que ignoran que bastan tres cuartas de agua para sustentar el más fecundo intercambio, y que un buque chato, movido por algunas libras de vapor, puede redimir de la opresión de muchas toneladas de carga a millares de sumisas acémilas. — La navegación de los más secundarios ríos interiores de los Estados-Unidos y Francia ha demostrado que el progreso moderno camina a gran prisa por las acequias donde otros no encuentran agua bastante para lavarse las manos. — Me alienta la esperanza de que los impulsos del progreso han de conducir el ligero cuters a las puertas de la capital de Bolivia para solaz de los turistas y provecho de mercaderes y traficantes.
Después de atravesar el seno de fecundos valles, en una extensión aproximativa de sesenta leguas, el Chicha- Pilcomayo reúne sus aguas al Pilaya, que circunvala el departamento de Tarija (a los 20o 15’ de latitud austral y 65o 15’ oeste del meridiano de París), resbalando sobre arenas de oro que muchos las ponderan, todos las apetecen, y pocos las buscan. Desde este punto la declinación del suelo es menos violenta; el Pilcomayo corre sobre un plano inclinado poco sensible hasta salvar el salto de Guarapetendi, pequeña prominencia levantada en medio del rio a guisa de mojón divisorio entre los estrechos pliegues de las montañas y las extensas sábanas del Chaco. Al penetrar en la región de los llanos el curso del rio toma un carácter menos accidentado y fluye sin obstáculos hasta descender a la planicie más baja de la llanura, en la cual sus aguas se dilatan en las crecientes formando varios arroyos que desaparecen en la época de la bajante.
Dos son los principales canales que dan curso a sus aguas en esta región; el brazo normal y más importante en vez de seguir hacia el S. E. (que es el rumbo general de la corriente) se dirige al Norte y después de formar un ángulo muy agudo vuelven a tomar la dirección indicada. El otro brazo de menor importancia (y que según algunos se une al anterior después de un divorcio de veinte y cinco leguas), sirve de desagüe en las crecientes, siendo generalmente abandonado por las aguas después de estas. El ángulo del brazo principal, según lo observa el P. Gianelly en el diario de su expedición, es demasiado agudo para que las aguas de las grandes avenidas puedan de una manera brusca salvar inflexión tan violenta sin desbordarse en todas direcciones hasta chocaren los sólidos bordes del gran lecho del río que las contiene, y formar así los bañados y lagunas que existen en este punto, los cuales y no el rio se secan en los fuertes veranos.
Cuando Van Nivel arribó a este punto (1844), sin detenerse a estudiar el cauce del rio, envuelto en el laberinto que forman los rebalses, no atinó a dar con el curso regular, y retrocedió trayendo la mala nueva de la pérdida del Pilcomayo por inmersión.
Conviene advertir que según Opinión uniforme de cuantos conocen el curso del Pilcomayo, desde el Salto de Guarapetendi hasta este punto, el rio es susceptible de navegación; en el lugar de los derrames y en una extensión de veinte varas, la profundidad sólo alcanza en la época de secas a tres cuartas, no bajando de cuatro pies en lo restante de este trayecto. El P. Patiño observó, de acuerdo con esta misma circunstancia, que el Pilcomayo se halla cortado en algunos puntos por vetas de arcilla que levantándose sobre el nivel regular del lecho del rio y abarcando una extensión de cuatro a ocho varas, forman rápidos algo violentos que estorban la navegación de buques de mucho calado. Desde luego, estas vetas se hallan amenazadas por la cuchilla de la draga para que se dejen de incomodar el día que el Pilcomayo abandonando la tradición mitológica pase a hacerse un rio positivista.
Es digno de observarse que las tribus de los Tobas y Mataguayos, como si conociesen la trampa que encubren las aguas en este punto para burlarse de exploradores inexperimentados, hubiesen sentado sus reales a sus orillas, utilizando esta formación especial como medio estratégico contra los que intentan poner el pie en sus dominios.
Salvada la pequeña zona de los derrames, las aguas siguen un curso regular y uniforme hasta el punto en que se separan en dos brazos; esa separación está marcada por un rápido llamado Salto del P. Patiño, por ser el punto donde se detuvo la embarcación mayor de las que formaban el convoy de la expedición que realizó este misionero. El brazo superior, que lleva los nombres de Pilcomayo, Itica o Araguay guazú (Grande Araguay), después de seguir un curso sumamente tortuoso, al aproximarse a la región mesopotámica o de las costas, desemboca en el rio Paraguay frente al cerro de Lambaré, a dos millas de la Asunción.
El brazo inferior, llamado Araguay mini (Araguay chico), de idénticas condiciones al anterior, aunque de menor caudal de agua, se inclina más al sud y desemboca frente a la Angostura a nueve leguas de la capital citada. De este modo los dos brazos al desembocar en el Paraguay forman un triángulo cuya base es de nueve leguas, y cuya altura se calcula en setenta hasta su vértice. Este triángulo ha sido llamado isla del P. Patiño en memoria al primer explorador que remontó el Pilcomayo, su suelo es bajo e inundadizo, sobre todo en las costas más próximas al rio Paraguay.
Del brazo inferior o austral, a su vez, se separa otro pequeño canal al cual se le ha considerado como otra de las bocas del Pilcomayo por el P. Quiroga, quien estudió todos los puntos de desagüe del rio.
Hasta poco después de la exploración realizada por Azara, el rio Confuso, situado al norte del brazo principal, a ocho leguas de la ciudad de la Asunción, se creía que comunicaba con el Pilcomayo, siendo uno de sus ramales; pero exploraciones realizadas casi hasta sus vertientes por los explotadores de madera (obrajeros) han hecho conocer que el Confuso no tiene contacto alguno, salvo en la época de las crecientes en la cual los rebalses del Pilcomayo se extienden hasta derramarse por el cauce de aquel.
El Confuso ha dado margen a tantas confusiones, que ha habido geógrafo que para no equivocarse ha creado en una de sus cartas dos ríos de este mismo nombre, uno que corre al norte del brazo superior del Pilcomayo y otro al sud del brazo inferior. De este modo existen Confusos geográficos para todos los gustos.
La profundidad del Pilcomayo hasta el punto en que se divide en dos brazos varía entre siete y cinco metros; en la región media, entre dos y tres, salvo los pequeños trayectos cruzados por las vetas de arcilla en los cuales alcanza a uno. Actualmente la navegación es entorpecida por multitud de troncos de árboles caídos en su lecho y cuya extracción no ofrece mayores dificultades.
(1) Según consigna el P. Patiño en su diario, recorrió hasta la región habitada por los Tobas, que se encuentra a las cincuenta leguas de San Francisco, cuatrocientas setenta y una leguas y media, pudiendo considerarse el trayecto que hizo como las dos terceras partes de la extensión navegable del Pilcomayo. Mientras tanto, la distancia que media entre la ciudad de Chuquisaca y la Asunción del Paraguay, extremos de toda la longitud de dicho rio, conforme a los datos recogidos por los Jesuitas, es la siguiente:
De Chuquisaca a Pomabamba 60 eguas
De Pomabamba al valle del Piray 20 “
De Piray a Caiza 30 “
De Caiza a la Asuncion 140 “
TOTAL 250 leguas
Ahora, suponiendo que las tortuosidades del rio aumenten su extensión en cincuenta leguas, tendría solo trescientas en todo su curso. Este cálculo demuestra la inexactitud de la distancia que Patiño expresa haber recorrido.
S.V.G.
(2) Para datos más extensos acerca de la geografía del Pilcomayo, remitimos al lector a nuestra obra publicada en 1880, bajo el título: Intereses comerciales entre Bolivia y el Plata, —El Pilcomayo, en la cual se enumeran prolijamente los afluentes que dan origen a esta importante vena fluvial.
S.V.G.