Los niños del mundo al revés
Francisco tiene nueve años, se levanta todas las mañanas a las seis ayudar a su madre en la venta de papas. A su corta edad ya actúa como un hombre maduro, pues ni bien despierta, tiende su cama, se lava las manos y la cara, y junto a su madre comienza a cargar las papas al camión Nissan, que...



De su padre no quiere escuchar, ya que aunque dice que fue bueno le queda la rabia, pues éste murió en un accidente de tránsito al salir de una fiesta. “Yo le dije que no vaya”, cuenta renegando, pero de inmediato sus ojos aguados delatan su dolor.Cuando nos acercamos a su venta en el mercado Campesino ofrece su producto de inmediato y asegura que la papa es harinosa. Le preguntamos si trabaja todo el día y de manera asombrosa dice “es mi forma de vida señorita, ¿le extraña?”. “Un poco”, respondo mientras él se anima a contarnos que no es que no le guste divertirse sino que no puede.Empero, afirma que en sus momentos libres patea una vieja pelota que la lleva siempre en el camión. Al terminar la frase ya ha sacado su balón y lo sostiene con sus agrietadas manos que develan su duro trabajo de agricultor. Pero mientras Francisco vende papas. En San Blas, Felicidad de diez años, amasa una amalgama de arcilla con los pies desnudos. Vive con su familia en una casa de adobe, a la que volvieron luego de dos años, debido a que en el 2014 se fueron a probar suerte a Argentina, donde “no hubo nada bueno”, dice la niña con voz cansada.Junto a sus padres duerme en una cama de plaza y media, posee un horno de barro para cocer los ladrillos, una mesa, dos ollas oscurecidas por el hollín, algunas frazadas y una radio que a momentos les hace olvidar la pobreza. De muñecas ni hablar, la misión de Felicidad es ayudar a sus padres en el trabajo de hacer ladrillos chapacos. Sin embargo, las historias no terminan aquí. Juana es niñera, cuida a dos niñas, una de un año y otra de tres. Ha aprendido el oficio mejor que la misma madre de las menores. Trabaja desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Dice que trabajar para ella no es problema, pues su madre fue empleada doméstica desde sus doce años, edad que ella tiene ahora.Más allá…en el mercado Campesino, Lucho de trece años gana 40 bolivianos a la semana. A cambio trabaja los 365 días del año, ocho horas diarias. A veces lavando parabrisas y otras veces haciendo de cargador. Está acostumbrado a soportar el enojo de los choferes a quienes les ha lavado el parabrisas sin que se lo pidan. Aguanta también los gritos de las amas de casa cuando una bolsa resbala de su frágil espalda.Pero ¿por qué un niño está cargando bolsas en vez de jugando al fútbol con amigos en el recreo del colegio? Lucho dice que del estudio no se habla en su casa, ya que “debe ayudar a su madre” que ha quedado sola, luego del abandono de su padre. Como estos cuatro niños, muchos otros, en vez de llevar en la espalda una mochila escolar llevan un emplomado pico o una bolsa llena de papas. No dicen “me voy a la escuela” sino “Me voy a trabajar” y a cambio de notas anuales llevan un sueldo mensual a casa. Así, mientras Francisco, Felicidad, Juana y Lucho trabajan los niños de clase media alta asisten al colegio, aprenden inglés, escogen un pasatiempo como fútbol o ballet y además tienen vacaciones. Los niños del mundo al revés no, ellos deben trabajar para sobrevivir. En el departamento de Tarija, existen tres fuertes realidades que conforman esta triste situación, que crece a hurtadillas ante la mirada de todos. Los buceadores de la basuraLa primera realidad se vive en el botadero municipal. Ahí, los pies de los niños se hunden entre la basura, mientras se derrama por sus dedos una sustancia viscosa que huele a descomposición. Los menores buscan algún objeto de valor para venderlo o que les sirva para su uso personal, empero, para conseguirlo, tienen que “saber bucear” entre los residuos. Niños de entre siete y diez años desarrollan la actividad de reciclaje de basura para contribuir con el sustento de sus familias. Empero, éstos deben combatir con el hedor del lugar que se deja sentir desde la puerta de ingreso al botadero, que queda a unos 250 metros de donde se deposita la basura. Ahí está Marlene, junto a sus seis amiguitos, con bolsas de yute llenas de objetos que rescató de la basura. Ella tiene diez años, posee la tez morena y mide aproximadamente un metro y medio. Sonriente sostiene unas sandalias rojas, la suela del calzado está desprendida y trata de arreglarla con una tijera. Ella comenta que es “un día de suerte” porque halló algo que le servirá para ir a la escuela. Más allá, Jorge de siete años de edad, está con los brazos extendidos, tiene entre sus manos un pantalón de color café, lo revisa detalladamente, pero la prenda está rota en la parte trasera, por lo que termina dejándolo.
Los pequeños zafrerosLa segunda realidad se vive en la zafra de Bermejo. Ahí cada año, entre los meses de mayo y noviembre, miles de personas llegan para trabajar temporalmente en la cosecha de la caña de azúcar. Este contingente está conformado mayoritariamente por familias campesinas que con esta actividad intentan paliar, de alguna manera, la situación de extrema pobreza en la que viven.Una parte considerable de esta población que migra temporalmente está integrada por niños, niñas y adolescentes que, directa o indirectamente, participan de las actividades de la zafra. En su gran mayoría, deben abandonar la escuela para integrase a un trabajo que supone duras jornadas de doce horas, en un clima de temperaturas extremas y en un hábitat extraño y peligroso.Desde que tenía uso de razón, Elena recuerda que su papá iba a trabajar a la zafra de Bermejo. Durante un tiempo viajaba junto a su madre y un hermano mayor, ella se quedaba en la casa de una tía con sus hermanos menores. Una vez su papá le dijo que ella también podía ir con ellos y ayudarlos como “cuarta” (ayudante). “Como en el pago no se puede trabajar en nada y los productos del campo no valen me animé a ir con mi familia”, cuenta la niña de trece años. Gerardo de doce años agrega “Nos levantamos a las cuatro o cinco de la mañana, tomamos café y a las seis nos vamos a cortar caña. Cortamos más o menos hasta las seis de la tarde y nos dormimos a las nueve o diez de la noche”.Limpiando parabrisasFinalmente, la tercera realidad se vive en las mismas calles de la ciudad. Más de cincuenta niños salen a limpiar parabrisas de vehículos, arriesgando su integridad física, enfrentándose a los regaños de algunos chóferes que se molestan cuando los niños limpian sus parabrisas intempestivamente. Daniel de diez años dice: “A mis padres no les importa que tenga que salir a trabajar limpiando parabrisas, lo que les importa es que llegue a casa con dinero y ayude con los gastos de la casa”.Las historias de éstos menores son adversas, y tienen temor de hablar con gente extraña, pero cuando estos se encuentran en grupo muestran su lado risueño y entre ellos hablan y tratan de contar algunas de las razones por las que se encuentran trabajando en las calles. Dicen que no les gusta que los retraten porque de ser así sus padres los castigarían seriamente.Sus ganancias varían, dependiendo de la suerte de cada uno. Existen ocasiones en las que los chóferes les dan un boliviano y en ocasiones los ignoran y no les dan nada aunque hayan hecho su trabajo.“Estudié hasta segundo de primaria, quería trabajar para comprarme medias, zapatos y algo de ropa porque mis papás no me daban y tenía vergüenza de ir a mi colegio con todo roto. Mi papá toma mucha bebida y mi mamá otras veces no llega a mi casa. Somos seis hermanos de los cuales trabajamos cuatro, los dos menores estudian, porque nosotros, los mayores, les damos para sus útiles. Queremos que ellos estudien”, revela Gabriel de trece años.
Concentrados en más de quince rubros
Trabajar es normal para muchos niños de Tarija, más aún cuando los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) sobre la población económicamente activa para el Censo 2012 arrojan un total de 8.053, más del triple que los estimados manejados hasta el momento por las instituciones públicas encargadas de esta problemática.Estos menores tienen edades que oscilan entre los 10 a 18 años. Mientras que no se debe dejar de lado que existen niños de 5 a 10 que también ejercen trabajos, pero que no están considerados en los datos del Censo. Esto representa un ocho por ciento del total de la población económicamente activa del municipio, un 22,5 por ciento de la población total infantil dentro de estos rangos de edad y aproximadamente un cinco por ciento de la población total.Estos menores, en Tarija, están distribuidos en diferentes rubros como: ayudante de albañil, ama de casa, artista, ayuda familiar, cargador, chofer, empleada doméstica, impulsadora, mozo, niñera, obrero, repartidor de soda, técnico, vendedor callejero, venta de comidas y venta en puesto fijo. *En este reportaje se guardó la verdadera identidad de los niños entrevistados
El trabajo de los niños en Tarija
Niños zafreros
Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), por las condiciones en las que se produce la participación de niños, niñas y adolescentes, la zafra de caña de azúcar está considerada una de las peores formas de trabajo infantil.
Los limpiaparabrisas
Los niños que trabajan como limpiaparabrisas son jóvenes que hacen su vida en la calle, tanto de día como de noche, duermen en algún punto de la ciudad. Cada día sacan entre 25 a 30 bolivianos, con eso se reabastecen para el otro día.
Recicladores de basura
Al margen de la situación de penuria y de la contaminación que significa el vertedero para niños que recolectan desperdicios, el calor y las altas temperaturas que genera la propia descomposición de la basura intensifica el olor que afecta a los niños y a las casas cercanas.
Datos y normativa sobre el problema
La normativa en Bolivia que regula y protege el trabajo infantil se basa en la Ley N° 548, se trata del nuevo Código Niña, Niño y Adolescente promulgado el mes de julio de 2014. La norma mantiene la edad mínima para el trabajo adolescente a los 14 años de edad, pero se permite “excepcionalmente” el trabajo infantil desde los 10 años.
Los niños y adolescentes trabajadores constituyen un 8% del total de la población económicamente activa del municipio y un 22,5% de la población total infantil dentro de estos rangos de edad, constituyéndose aproximadamente en un 5% de la población total.
En el área urbana de Cercado, según los datos recogidos son 120 niñas y niños trabajadores. El 90 % de los niños trabajan por necesidad, y el 80 % ayudan a su familia.