Historias de vida
Honor y miedo, lo que carga Israel en la maleta del cuartel
Verde, a diferencia de las otras, es la maleta de Israel Fernández, un joven que desde La Paz emprendió viaje hacia Tarija para enfrentarse a una prueba, que según él le devolverá “el honor perdido a su familia”
Una multitud de rostros se dejan ver en una fila de más de tres cuadras que bordea la base GADA 94 en Tarija. Algunos con barbijo, otros sin el, mientras familias enteras pasan la noche esperando que al menos uno de sus hijos sea “el suertudo, el capo” que logre cruzar las paredes del escuadrón y solo así demuestre de qué está hecho.
No todos, pero la mayoría, coinciden en algunos rasgos físicos, pieles morenas, cabello negro, y contexturas delgadas, además de haber llegado de otro lado. Llevan consigo una maleta de madera que además de contener sus pertenencias, cargan recuerdos de su tierra y aquello que dejaron atrás para prestar un servicio militar obligatorio, aplaudido y criticado con el pasar del tiempo.
Cada año, los cuarteles en todo el país abren sus puertas a mujeres y hombres entre los 18 y 22 años, para que estos puedan ser parte del primer escalón y recibir instrucción militar durante 12 meses. Este 2021, se prevé que al menos 16 mil jóvenes cumplan con este servicio.
Verde, a diferencia de las otras, es la maleta de Israel Fernández, un joven que desde La Paz emprendió viaje hacia Tarija para enfrentarse a una prueba, que según él le devolverá “el honor perdido a su familia”.
Es el menor de cinco hermanos, todos ellos varones. Su padre murió cuando él era un pequeño de siete años, y si algo recuerda, más por su madre que por sí mismo, es que su papá fue al cuartel y por ello “todos lo respetaban”, aunque no tuviera dinero y fuese bebedor consuetudinario.
La pobreza en su familia se agudizó con aquella muerte, sus hermanos mayores se dedicaron a trabajar dejando a su paso el colegio y descartando otro estudio superior. “Siempre cuando hay fiesta, se toman los mayores y me echan en cara todo, que ellos no han estudiado por mí, por trabajar para mi mamá, que yo no he hecho nada”.
Cansado de los reclamos y de sentir “que debe algo”, desde hace dos años atrás empezó a prestar oído a lo que decía su madre, al final de cuentas él era el único hijo varón que podría ocupar el lugar de su padre, siempre y cuando traiga una libreta a casa y de la misma forma obtener el respeto de sus hermanos.
Poco a poco los argumentos a favor aumentaron, “tienes que ir al cuartel para que si te casas tu esposa te respete, no te levante la mano, tus hijos no te peguen” le decía doña Cristina, su madre, quien durante años logró ahorrar 1.700 bolivianos, dinero que, comprando artículos de limpieza, ojotas y el pasaje a Tarija se redujo solo a 500 y deberá alcanzarle para sobrevivir durante el periodo de instrucción que le espera.
Servicio militar Con frecuencia es visto como una etapa de transición a la edad adulta masculina, adscritas a la virilidad y el machismo.
En la fila que parece nunca acabar, también se encuentra don Armando, un padre de familia que acompañó a su hijo hasta Tarija para que se inscriba al servicio militar. Lleva cuatro días durmiendo junto a los demás en cartones que se extienden en las aceras de la zona de San Gerónimo y aunque le duele ya la espalda se encuentra agradecido con el clima, pues noches lluviosas hubiesen sido más difíciles de pasar.
Viene de Vitichi del sur de Potosí, y aunque no tienen mucho dinero, esta vez lo invierte con esperanzas de que su hijo “enderece su vida” dentro de una base militar. A él cuando fue joven lo rechazaron, pues no pasó el examen médico porque tenía labio leporino, “ellos pensaban que yo no iba a poder hablar bien” dice, mientras recuerda que su vida hubiese sido distinta si en aquel tiempo lograba entrar.
Se dedica a la venta de quesos de cabra, y por su trabajo es conocido en su comunidad, comenta que en varias oportunidades le ofrecieron ser concejal, incluso alcalde, pero lo que le faltaba era una libreta del servicio militar, que pensó comprarla en algún momento, pero convencido de que sus conocidos se reirían de él, ha sepultado su vida política.
Muchos jóvenes en la fila vienen solos, pero se confortan al saber que más gente del norte boliviano también está allí. Durmiendo ya cuatro días en la calle, Israel ya hizo amigos que casualmente son quienes están delante y detrás de él en la fila.
Su mamá le mandó maní tostado, charque de llama y queso de cabra en un bolsón verde, provisiones que pensaba le durarían más, pero no puede comer solo, así que las comparte, pues hay muchos más pobres que él.
Por otras personas, sabe lo que le espera dentro del cuartel; golpes, castigos, gritos y hasta ser discriminado en algunos casos. Desertar significaría no volver a La Paz, pero vencer, como dice él, es devolverle el honor a su familia, a su padre difunto y “convertirse en hombre”.
La forma en que San Gerónimo recibe a los aspirantes
San Gerónimo es el barrio donde se concentran los cuarteles en Tarija, esta zona con el pasar de los años se adecuó a la demanda de la época, sobre todo con respecto a los militares.
Casas de la zona se dedican a improvisar puestos de venta de desayunos, comida y cena, mientras que otras habilitan duchas y baños para que la gente que permanece allí por cuatro días o más buscando un cupo en el servicio militar pueda higienizarse.
Las duchas cuestan cinco bolivianos, el uso de inodoros 1 peso y cargar celulares 3 bolivianos la hora. También se fletan carpas y se venden cartones para pasar la noche en aquellas calles anchas y silenciosas de aquel barrio.