Una historia de dolor
Abuso e injusticia, la pesadilla de algunas niñas indígenas del Chaco
Elena pertenecía a una familia sumida en la pobreza, cuyo jefe de familia golpeaba permanentemente a su madre, lo que quizá explica el silencio de su progenitora al saber de lo ocurrido a su hija
Esta es la historia de Elena (nombre ficticio), una niña que a los 10 años ya sufrió una serie de injusticias condensadas en tres años y a una edad en la que comúnmente las niñas aún juegan con muñecas. Su historia es parte de los testimonios compilados en el libro Relatos de la Frontera, que muestra la realidad de las mujeres indígenas del Chaco boliviano.
Elena nunca conoció a su padre biológico y creció junto a su madre, su padrastro y cinco hermanos. A su padrastro le decía papá, papito. Hasta que un día, cuando ella apenas tenía siete años, abusó sexualmente de ella.
“La primera vez cuando yo tenía siete años y estaba sirviendo té a mis hermanitos, me llamó mi papá y yo le dije “para qué, papito”, él respondió “vení vos, que te importa, y me agarró del brazo fuerte…”, con total inocencia la niña narra el primer abuso.
“La segunda vez, después de un tiempo, cuando yo tenía 9 años, mi papá estaba tomando con unos amigos de noche, yo sentí cuando estaba durmiendo que me jalaba mi falda…luego sentí que me hacía lo mismo que me había hecho cuando tenía 7 años. Cuando ha amanecido mi mamá se ha fijado en mi falda manchada con algo blanco… Yo le conté todo a mi mamá”, relata.
Elena pertenecía a una familia sumida en la pobreza, cuyo jefe de la familia era alcohólico y golpeaba permanentemente a su madre, lo que quizá explica el silencio de su progenitora luego de enterarse de lo ocurrido a su hija.
Por esa misma época, un amigo de su padrastro de aproximadamente 30 años de edad también abusó sexualmente de Elena. Este hecho, al igual que los anteriores permaneció impune.
Cuando Elena tenía 10 años, su padrastro decidió entregarla a una mujer de la ciudad para que vaya a trabajar con ella por 250 bolivianos. Su trabajo iba a ser el de niñera y el compromiso laboral incluía la condición de que la niña iría al colegio nocturno. Ya en Tarija ella continuó con sus estudios, pero su sueldo se redujo a 50 bolivianos. A esta injusticia económica se sumó el maltrato que recibía la niña en la casa de su patrona.
Ahora ya en un escenario laboral Elena volvió a sufrir la violencia sexual a la que se expuso por su situación de pobreza y desamparo. Fue violada por el esposo de su patrona.
“La tercera y cuarta vez en este año, en el mes de junio, la señora empleadora me ha traído a Tarija, vivía con su marido. En el mes de agosto ella se había ido a su turno en la noche porque era enfermera, su marido comenzó a agarrar mi cuerpo…”. Así Elena narra lo vivido y asegura que ocurrió en dos ocasiones.
Elena quedó embarazada, la patrona al enterarse, la echó de la casa, por lo que con diez años y en estado de gestación la niña se encontró de la noche a la mañana deambulando por las calles de Tarija sin tener a ningún familiar o amigo a quien acudir. En esa situación una vendedora del mercado se compadeció de ella y la llevó a la Defensoría de la Niñez de Tarija.
La institución, una vez que conoció el caso, la instaló en un centro para madres adolescentes en donde pueden permanecer mientras espera el nacimiento de la criatura.
Es difícil imaginar lo que pasa por la mente y el corazón de una niña tan pequeña viviendo experiencias no sólo de mujer adulta sino maltratada y abusada.
Con 10 años, desvinculada por completo de su familia, Elena expresó su deseo de “regalar” a su bebé cuando éste nazca, pero una semana antes del nacimiento del bebé, su madre llegó a Tarija y le pidió que no entregue al niño en adopción, pues le prometió que ella le ayudará a cuidarlo. Ante este nuevo panorama, Elena cambió de parecer y aceptó quedarse con su hijo. Posteriormente, cuando Elena ya dio a luz, su madre retornó y le reiteró su ofrecimiento de apoyo en la crianza del niño, pero no volvió más.
Por entonces, el padrastro de Elena se encontraba detenido en la carceleta de Entre Ríos por la denuncia de violación interpuesta en su contra. En las investigaciones realizadas en el caso de Elena, se realizaron pruebas de ADN para establecer la identidad del padre de su bebé y éstas determinaron que el padre biológico es el amigo de su padrastro, quien aún vivía en su comunidad.
Elena permaneció por varios meses en el centro de apoyo luego del nacimiento de su hijo. Allí ella continuaba sus estudios, cumplía con sus deberes escolares y también con los de madre.
Pese a su corta edad, Elena atendía con dedicación a su bebé. El tiempo pasaba y su madre nunca retornó por lo que la niña se vio obligada a entregar en adopción a su hijo. Éste fue un punto dramático y doloroso en la historia de esta pequeña madre que “convivió hasta el límite de sus posibilidades materiales con su hijo”.
Elena fue en poco tiempo víctima de una serie de injusticias, pero además fue víctima de la “manipulación afectiva” por parte de su madre, quien le prometió ayuda en la crianza de su hijo hasta conseguir la excarcelación de su pareja, el padrastro abusador, y luego la abandonó por completo.
Elena, el reflejo de muchas niñas indígenas
De acuerdo a la activista y experta Mariel Paz, la historia de Elena refleja una situación en donde “todos los poderes opresivos que someten a las mujeres convergen juntos y recaen con toda su fuerza sobre la vida de esta niña, quien desde el momento de su nacimiento es víctima de la política patriarcal, al no conocerse la identidad de su padre biológico. La familia no es para Elena el ámbito de protección y seguridad, por el contrario, es el espacio en donde impera la violencia física y sexual de la dominación masculina en contra de la madre y en contra de la misma niña".
La propia madre opta, como en muchísimos otros casos, por encubrir la violencia de la cual también ella es víctima, protegiendo al varón y sacrificando la integridad de su hija.
De acuerdo a la investigación realizada por Paz y que fue plasmada en el libro Relatos de la Frontera, éste es el caso de las mujeres, jóvenes y niñas guaraníes que habitan el sur del territorio boliviano.