Depende de la Renta Dignidad y la canasta alimentaria para el sustento del mes
Marcelina, la anciana que camina 4 kilómetros por una canasta
Desde el barrio Eucalipto hasta el barrio Fátima, donde se entrega la canasta alimentaria, doña Marcelina y su hermano Juan, recorren alrededor de 4 kilómetros caminando, que se vuelven más largos cuando se tienen más de 70 años de vida
Son las 08.36 de la mañana y hay dos bolsas rojas en el suelo, al costado de ellas se encuentra doña Marcelina Tarifa Mogro, quien sujeta un bolsón con la mano izquierda y con la derecha sostiene la espalda de un hombre, mientras espera un taxi que la llevará a su hogar. Ha recorrido media ciudad a sus 72 años, con algo de suerte pasó de ser última a primera en la fila, porque una funcionaria consideró la situación de su hermano, que le lleva más de 10 años y además es discapacitado.
El 25 de julio de 2014 fue aprobada la Ley departamental N° 72, que autoriza la dotación de una canasta alimentaria para el adulto mayor en Tarija. Ya pasaron seis años y además de por medio una pandemia, pese a ello, las condiciones de entrega de este beneficio hasta hoy se cuestionan. Ser anciano y ser parte del grupo vulnerable parece no ser suficiente en las filas diarias e interminables que se registran en el punto de distribución, ubicado en la calle Eulogio Ruiz entre Ciro Trigo y Abaroa.
Sobrevivir
Desde el barrio Eucalipto, que se encuentran cerca al “mástil millonario”, hasta el barrio Fátima, donde se ubica el punto de entrega de la canasta, Marcelina y su hermano Juan deben recorrer alrededor de 4 kilómetros, que se hacen más largos cuando se supera los 70 años de vida.
A su edad, ambos emprenden una travesía cada mes para recibir su canasta. El jueves se levantaron más temprano, caminaron un poco y el resto del trayecto lo hicieron en auto, pensando en aminorar gastos y así contar con diez pesos para el taxi de vuelta, pues caminar y cargar bolsas, son tareas imposibles si desean regresar a su hogar.
En pandemia se entregan entre 800 a 900 canastas alimentarias por día, debido a la necesidad de las familias
Don Juan por su discapacidad suele retrasar aún más la caminata, pero su terquedad sería lo más difícil de sobrellevar cuenta su hermana, quien debe insistir “de un ladito y del otro” para que le acompañe a recoger ese beneficio. “Le hago venir como sea”, dice doña Marcelina, mientras acomoda el cuello de la chompa roja con mangas negras que lleva su hermano, haciendo juego con sus ojotas.
“Caminamos y descansamos trechos, trechos”, dice doña Marcelina -se ríe con algo de nostalgia-. Pese a ser mayor, Juan es como su hijo, ese que siempre quiso y nunca tuvo, porque según ella cree, “no nació con esa estrella”.
Ahí, en medio de cientos de personas, a doña Marcelina no parece importarle el ruido de los autos, los reclamos de los abuelos o el mismo coronavirus, nada de aquello interfiere en sus recuerdos.
Cuenta que desde que era una bebé perdió a su padre, su madre se casó con otro hombre, por eso ella y sus hermanos se criaron con su abuelita, que tiempo después también partió.
Siempre se sintió huérfana y debido a su situación precaria tuvo que trabajar de niñera desde sus diez años, cuando también ella era solo una niña. Entre sus otros oficios, fue lavandera y cocinera hasta sus 60 años, cuando ya las fuerzas no le dieron y tuvo que retirarse.
A partir de allí, depende de la Renta Dignidad y de la canasta alimentaria, ambos beneficios son su sustento del mes. Y es precisamente la necesidad, que le hace obviar cualquier tipo de riesgo, pues como desde muy joven debe velar por alguien más y sobrevivir.
Tras años de reuniones, logró conseguir un lote en un asentamiento, para después convertirlo en su hogar, que, aunque se encuentra lejos de la ciudad, para ella representa seguridad y la distancia viene siendo lo de menos.
Ella es una mujer de fe y cree que exactamente a las 12.00 de la noche los cielos se abren para escuchar su oración. “Yo ruego a Diosito que nos vaya bien”, dice y atribuye a la ayuda divina que ese jueves una funcionaria haya considerado la situación de discapacidad de su hermano y los haya llevado desde el último lugar a ser los primeros en la fila.
“Yo tenía miedo, la gente reclama, votan de la fila, pero ahora más bien no me han dicho nada” relata, quien después de haber verificado por varios minutos las bolsas que recibió, mira hacia la calle, se arregla el sombrero azul que lleva en la cabeza y pide ayuda para encontrar un taxi.
Un auto blanco pasa cerca y ofrece sus servicios, al barrio Eucalipto ¿por cuánto? dice doña Marcelina. El conductor accede llevar a los dos hermanos, junto a sus bolsas rojas, por 12 bolivianos.
Ella sin pensar mucho, sube primero y se despide de la fila con un “Dios bendiga”. Don Juan un poco más distraído rodea el auto, lo mira con extrañeza y sube al lado de su hermana. Él bate su mano, en forma de despedida, ahora solo falta que lleguen a casa, y de esa forma concluir la hazaña de recibir una canasta alimentaria en medio de la pandemia.
Largas filas de ancianos sin familiares
Ancianos llegan hasta el punto de entrega de la canasta alimentaria en plena pandemia por miedo a que el beneficio no lo pueda recoger un familiar. El responsable de la canasta alimentaria en Cercado, Yamil Panique, afirmó que cualquier representante, con carnet propio y del beneficiario puede recoger los alimentos.
También debe considerarse el día asignado a la terminación de carnet de identidad y que en la primera semana de cada mes podrán apersonarse los representantes de los beneficiarios que inicien su apellido con la letra A hasta la E, en la segunda semana de F a LL, tercera de M a S y cuarta de T a Z.