Los vendedores ambulantes, tradición y “familia” en Tarija
Uno de los recuerdos hermosos que contempla Tarija y que hoy también es parte de nuestro quehacer cotidiano son los vendedores ambulantes. Desde siempre en esta tierra hubo personas que de tanto vendernos algo se hicieron conocidas y se convirtieron en una tradición de nuestras...



Uno de los recuerdos hermosos que contempla Tarija y que hoy también es parte de nuestro quehacer cotidiano son los vendedores ambulantes. Desde siempre en esta tierra hubo personas que de tanto vendernos algo se hicieron conocidas y se convirtieron en una tradición de nuestras calles.
Según relata el escritor Agustín Morales Durán estos vendedores en la época de antaño resultaban figuras familiares e interesantes. Ciertas vendedoras ambulantes-según lo que ofrecían- aparecían desde la mañanita por las principales calles de la ciudad. Muy alegres llegaban casa por casa, el escritor Morales Durán cuenta que entre ellas estaba doña Simona, una buena mujer del pueblo que casi durante todo el año -pero principalmente en el invierno- vendía una agradable gelatina preparada en base a patas de vaca por la conocida familia Araoz.
Lo singular de ella era que no la pregonaba ni gritaba como lo suelen y solían hacer ciertos vendedores, si no que con su bandeja colmada de vasos multicolores llegaba a las casas para ofrecer su rica gelatina.
Claro que había otras vendedoras de este producto, pero doña Simona fue preferida porque se conocía la buena calidad de su producto. Este afán generalmente se cumplía en las primeras horas de la mañana porque había gente que le gustaba servirse esta delicia muy temprano.
Según relata doña Justina López de 80 años, entrada la mañana aparecían otras vendedoras como las de empanadas de caldo, entre las más mentadas y preferidas estaban las que hacían las señoras María Vacaflor y Teolinda Trigo. Ellas constituían algo especial, pues se tenía la seguridad que estaban bien hechas, agradables y limpias. Se cuenta que varias vendedoras se encargaban de ofrecer este tipo de empanadas, pero la mayoría de regular calidad.
“No sé por qué en cierta época a las famosas empanadas de caldo carne y pollo se les dio por llamarlas salteñas como si las trajeran de Salta cuando su preparación fue esencialmente tarijeña”, escribe Morales Durán.
Por las tardes, pasadas las dos, ya salían otras empanaderas a ofrecer empanadas de queso, cebolla y ají, que vendían calientitas. Éstas acudían a oficinas públicas, juzgados y principales calles, de acuerdo al mayor prestigio y bondad del producto ganaban su clientela consumidora segura.
También en otras épocas del año –inverno y primavera- pero especialmente para ciertas fiestas aparecían otro tipo de empanadas dulces y muy agradables, se trataba de las famosas empanadas blanqueadas con relleno de dulce de lacayote y embadurnadas con batido de huevo y azúcar, por tal motivo las llamaban blanqueadas y eran muy apetecidas, pues por su precio resultaban ventajosas, apenas costaban “medio” cada una. Éstas tenían 25 centímetros de largo por 10 de ancho. Había que ver a las vendedoras con sus largas bandejas repletas de esas ricas empanadas.
Finalmente cuenta Justina que había las empanaditas más chiquititas, pero sabrosas golosinas, sean con dulce de lacayote o de leche, pero más chiquitas y deliciosas, también se las ofrecía por las calles y plazas, para antojo de los muchachos que no siempre tenían “medio”.
Más aún, el escritor Morales Durán explica que no todos los vendedoras y vendedoras ambulantes vendían sólo empanadas, también estaban los heladores con ricos helados como los mentados de fruta, leche o canela del “Gringo” Wagner o los que llevaban en carritos para servirse en barquillo que se comían después de gozar el helado.
Existían un heladero muy conocido que se asomaba a la plaza con su carrito, se trataba de Don Damián Miranda, provenía del Norte pero se había avecindado en el barrio El Molino. Cuentan que éste vendía sus helados hasta por la noche. Tuvo varios hijos, uno de ellos llevaba el mismo nombre: Damián Miranda. Se trataba de un muchacho inteligente, estudioso, aspirante, que después de vencer el bachillerato fue a estudiar a Córdova.
Otros vendedores también en carritos preparaban desde entonces los famosos raspadillos, que constituían una tentación para chicos y grandes, especialmente en épocas calurosas. Añadido a esto estaban los confiteros, fruteras y vendedores e variedad de golosinas.
Cuenta Leticia de 85 años que parecía una ironía, pero había un vendedor de periódicos y revistas mudo, se trataba del popular “Puma”, quien se daba modos para ofrecer los periódicos que venían de Argentina o del norte.
Pero la gente ya lo conocía y le compraba sin esperar que pregone los títulos o noticias; además este buen hombre aparecía bien trajeado con limpia camisa y corbata, pero descalzo. Cuenta Leticia que no le hacía falta zapatos si no que le quedaban muy apretados.
Los vendedores ambulantes actuales
Según cuenta la historia en la Tarija de antaño los vendedores ambulantes eran contados por lo que eran muy conocidos. Sin embargo, la crisis actual ha hecho que en la Tarija de hoy el comercio informal incremente constantemente, es así que en este último año creció más del 10 por ciento.
Desde vendedores de refresco hasta comerciantes de ropa llenan las calles más transitadas de la ciudad para tener una entrada económica que les permita ser el soporte de sus hogares. Más aún, la tradición continúa, pues aún en Tarija muchos de ellos son conocidos, ya sea por los años que llevan vendiendo determinado producto o por la calidad de lo que venden y su singularidad. Así tenemos al “Tío” conocido heladero que vende helados en su carrito ambulante, casi siempre en las afueras de los colegios tradicionales como el Belgrano y el San Luis.
Otro ejemplo es “Chicharra”, quien recorre las calles de Tarija vendiendo empanadas de queso en su usual canasta, que lleva colgada al brazo.
Tres delicias de siempre
Empanadas de lacayote
[caption id="attachment_248193" align="aligncenter" width="300"] Más conocidas como empanas blanqueadas[/caption]
Desde épocas pasadas se ofrecía en las calles de Tarija las empanadas blanqueadas, cuyo relleno siempre fue de dulce de lacayote, éstas son barnizadas con clara de huevo y azúcar.
Los raspadillos
[caption id="attachment_248195" align="aligncenter" width="300"] Raspadilllos[/caption]
Otros vendedores también en carritos preparaban desde entonces los famosos raspadillos, que constituían una tentación para chicos y grandes, especialmente en épocas calurosas.
La gelatina de pata
[caption id="attachment_248194" align="aligncenter" width="300"] Gelatina de pata[/caption]
Otra delicia tradicional del pago que se ofrecía desde antaño es la gelatina de pata, que se hace de patas de vaca y se ofrece hasta hoy en los mercados principales y algunos supermercados.
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Según relata el escritor Agustín Morales Durán estos vendedores en la época de antaño resultaban figuras familiares e interesantes. Ciertas vendedoras ambulantes-según lo que ofrecían- aparecían desde la mañanita por las principales calles de la ciudad. Muy alegres llegaban casa por casa, el escritor Morales Durán cuenta que entre ellas estaba doña Simona, una buena mujer del pueblo que casi durante todo el año -pero principalmente en el invierno- vendía una agradable gelatina preparada en base a patas de vaca por la conocida familia Araoz.
Lo singular de ella era que no la pregonaba ni gritaba como lo suelen y solían hacer ciertos vendedores, si no que con su bandeja colmada de vasos multicolores llegaba a las casas para ofrecer su rica gelatina.
Claro que había otras vendedoras de este producto, pero doña Simona fue preferida porque se conocía la buena calidad de su producto. Este afán generalmente se cumplía en las primeras horas de la mañana porque había gente que le gustaba servirse esta delicia muy temprano.
Según relata doña Justina López de 80 años, entrada la mañana aparecían otras vendedoras como las de empanadas de caldo, entre las más mentadas y preferidas estaban las que hacían las señoras María Vacaflor y Teolinda Trigo. Ellas constituían algo especial, pues se tenía la seguridad que estaban bien hechas, agradables y limpias. Se cuenta que varias vendedoras se encargaban de ofrecer este tipo de empanadas, pero la mayoría de regular calidad.
“No sé por qué en cierta época a las famosas empanadas de caldo carne y pollo se les dio por llamarlas salteñas como si las trajeran de Salta cuando su preparación fue esencialmente tarijeña”, escribe Morales Durán.
Por las tardes, pasadas las dos, ya salían otras empanaderas a ofrecer empanadas de queso, cebolla y ají, que vendían calientitas. Éstas acudían a oficinas públicas, juzgados y principales calles, de acuerdo al mayor prestigio y bondad del producto ganaban su clientela consumidora segura.
También en otras épocas del año –inverno y primavera- pero especialmente para ciertas fiestas aparecían otro tipo de empanadas dulces y muy agradables, se trataba de las famosas empanadas blanqueadas con relleno de dulce de lacayote y embadurnadas con batido de huevo y azúcar, por tal motivo las llamaban blanqueadas y eran muy apetecidas, pues por su precio resultaban ventajosas, apenas costaban “medio” cada una. Éstas tenían 25 centímetros de largo por 10 de ancho. Había que ver a las vendedoras con sus largas bandejas repletas de esas ricas empanadas.
Finalmente cuenta Justina que había las empanaditas más chiquititas, pero sabrosas golosinas, sean con dulce de lacayote o de leche, pero más chiquitas y deliciosas, también se las ofrecía por las calles y plazas, para antojo de los muchachos que no siempre tenían “medio”.
Más aún, el escritor Morales Durán explica que no todos los vendedoras y vendedoras ambulantes vendían sólo empanadas, también estaban los heladores con ricos helados como los mentados de fruta, leche o canela del “Gringo” Wagner o los que llevaban en carritos para servirse en barquillo que se comían después de gozar el helado.
Existían un heladero muy conocido que se asomaba a la plaza con su carrito, se trataba de Don Damián Miranda, provenía del Norte pero se había avecindado en el barrio El Molino. Cuentan que éste vendía sus helados hasta por la noche. Tuvo varios hijos, uno de ellos llevaba el mismo nombre: Damián Miranda. Se trataba de un muchacho inteligente, estudioso, aspirante, que después de vencer el bachillerato fue a estudiar a Córdova.
Otros vendedores también en carritos preparaban desde entonces los famosos raspadillos, que constituían una tentación para chicos y grandes, especialmente en épocas calurosas. Añadido a esto estaban los confiteros, fruteras y vendedores e variedad de golosinas.
Cuenta Leticia de 85 años que parecía una ironía, pero había un vendedor de periódicos y revistas mudo, se trataba del popular “Puma”, quien se daba modos para ofrecer los periódicos que venían de Argentina o del norte.
Pero la gente ya lo conocía y le compraba sin esperar que pregone los títulos o noticias; además este buen hombre aparecía bien trajeado con limpia camisa y corbata, pero descalzo. Cuenta Leticia que no le hacía falta zapatos si no que le quedaban muy apretados.
Los vendedores ambulantes actuales
Según cuenta la historia en la Tarija de antaño los vendedores ambulantes eran contados por lo que eran muy conocidos. Sin embargo, la crisis actual ha hecho que en la Tarija de hoy el comercio informal incremente constantemente, es así que en este último año creció más del 10 por ciento.
Desde vendedores de refresco hasta comerciantes de ropa llenan las calles más transitadas de la ciudad para tener una entrada económica que les permita ser el soporte de sus hogares. Más aún, la tradición continúa, pues aún en Tarija muchos de ellos son conocidos, ya sea por los años que llevan vendiendo determinado producto o por la calidad de lo que venden y su singularidad. Así tenemos al “Tío” conocido heladero que vende helados en su carrito ambulante, casi siempre en las afueras de los colegios tradicionales como el Belgrano y el San Luis.
Otro ejemplo es “Chicharra”, quien recorre las calles de Tarija vendiendo empanadas de queso en su usual canasta, que lleva colgada al brazo.
Tres delicias de siempre
Empanadas de lacayote
[caption id="attachment_248193" align="aligncenter" width="300"] Más conocidas como empanas blanqueadas[/caption]
Desde épocas pasadas se ofrecía en las calles de Tarija las empanadas blanqueadas, cuyo relleno siempre fue de dulce de lacayote, éstas son barnizadas con clara de huevo y azúcar.
Los raspadillos
[caption id="attachment_248195" align="aligncenter" width="300"] Raspadilllos[/caption]
Otros vendedores también en carritos preparaban desde entonces los famosos raspadillos, que constituían una tentación para chicos y grandes, especialmente en épocas calurosas.
La gelatina de pata
[caption id="attachment_248194" align="aligncenter" width="300"] Gelatina de pata[/caption]
Otra delicia tradicional del pago que se ofrecía desde antaño es la gelatina de pata, que se hace de patas de vaca y se ofrece hasta hoy en los mercados principales y algunos supermercados.
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