Julia, 50 años bordando la tradicional ropa chapaca
Un taca taca taca continuo se escucha desde la puerta de ingreso hasta la casa de doña Julia Flores Cuellar. Bajando las gradas y a unos 20 pasos al fondo está ella sentada detrás de su máquina de coser Singer. Se trata de un modelo antiguo de color negro, lleva adornos dorados y funciona a...



Un taca taca taca continuo se escucha desde la puerta de ingreso hasta la casa de doña Julia Flores Cuellar. Bajando las gradas y a unos 20 pasos al fondo está ella sentada detrás de su máquina de coser Singer. Se trata de un modelo antiguo de color negro, lleva adornos dorados y funciona a pedal, aunque últimamente la adaptó a electricidad.
Estamos en su taller, ahí lleva toda una vida bordando la ropa típica chapaca: blusas, camisas, mantas y también polleras. Cuenta que ella vio por primera vez hacer ese trabajo a una vecina, allá por el año 1957 cuando todavía se respiraba el aire de la Revolución del 52.
Un día le llamó la atención que una señora de esa época siempre silbaba junto a una canasta, su curiosidad la llevó a cruzar a la casa de al lado. Fue entonces cuando constató que su vecina bordaba a mano y confeccionaba ropa de la misma manera, solo con hilo y aguja.
Para ese entonces Julia era una niña, el tiempo pasó y a sus 16 años se quedó sola, su madre falleció y su padre se buscó otra compañera. En ese afán de buscar un trabajo fue que doña Adela Casal le enseñó a costurar y doña Neli Añazgo a bordar en máquina. Se trataba de su primer empleo, aunque desde ese momento sus manos no soltaron más el hilo, la aguja y las tijeras para bordar la típica ropa chapaca. Hoy lleva más de 50 años en el oficio.
Si hay algo sobre lo que no le gusta hablar a doña Julia es de su edad y tampoco le agradan las fotografías, pero sí le gusta recordar cómo empezó a costurar y a bordar las prendas. Mientras lo hace se mueve de un lado a otro para mostrar sus trabajos terminados.
Explica cómo es la ropa original y auténtica y cómo se distorsionó en algún momento. Reniega con eso, pero también sabe como toda comerciante que hay que dar gusto al cliente.
Es así que primero agarra una manta blanca con rosas bordadas de color rojo con amarillo y otras moradas. Dice que las canasmoreñas (oriundas de la comunidad de Canasmoro) son exigentes, les gusta el fleco original de hilo delgado, no el de cintas, ya que aseguran que las cintas se usan en el occidente.
Además la manta debe ser grande, como la mitad de un cubrecama, pues la doblan en cuatro y se la colocan sobre el hombro para luego montar a caballo. Ésas tienen un costo de 1.200 bolivianos, solo la mano de obra. Sin embargo, cree que las tolomoseñas son más “jodidas”, pero igual da contento a todas sus clientes.
A Julia no le agrada para nada que cada vez las chicas le pidan que les confeccionen la pollera más corta. Recuerda que hace años se la usaba debajo de la rodilla, en algunos casos exactamente sobre esa articulación. Pero en la actualidad se parecen a las de caporal, aunque dice que últimamente la gente está optando por lo de antes. La medida más larga, con alforza (antes del extremo un dobles) y al final un encaje blanco.
Julia recuerda que antes la tela para hacer las prendas chapacas era el lienzo o tocuyo, luego llegaron unas telas “ordinarias feas”, después se mejoró un poco.
Su taller mide tres metros de ancho por cuatro de largo, ahí tiene dos máquinas, una la que usa ella y otra para una señora que le ayuda. Pues a sus 79 años ya no puede sola con el trabajo. Además, le hacen pedidos desde La Paz y Santa Cruz, pero también envía su trabajo hasta Buenos Aires-Argentina.
En su taller tiene además un estante con una colección de hilos de todo tamaño, más abajo están sus mantas y blusas ya terminadas para entregar, al lado una mesa donde corta la tela y saca las medidas para confeccionar las prendas.
Su máquina queda al frente de la puerta de entrada a su taller. Con un agitado paso se desplaza de una lado otro, contesta el teléfono, le llaman sus clientes para ver si ya pueden pasar a recoger sus pedidos. Se arregla los lentes y dice que en tiempo de Carnaval es cuando más trabajo tiene.
A Julia le gusta usar sombreros, es más, lleva puesto uno de color rosado con una cinta alrededor de la copa. Ella es de constitución delgada, tiene puesto un delantal verde que comienza en su cintura para abajo. Más aún lo que más resalta en ella es la satisfacción que tiene al ver sus prendas bordadas. No quiere perder la oportunidad de también mostrar las camisas que hace, con diferentes bordados de flores, uvas, instrumentos de Tarija y demás objetos que son propios de la campiña chapaca.
Hay quienes dicen que con el fin de cuidar la tradición y cultura para que se difunda de forma correcta, el color del sombrero debe ser plomo o amarillo (color “caña”) y no otro, menos rojo o guindo. De la misma manera la blusa debe ser blanca o marfil, antiguamente sin bordados pero sí con encajes y no naranja, azul, morado, lila o verde. Las mantas también blancas, jamás negras. Deben ser bordadas, tener forma rectangular y no triangular como se usa actualmente.
En cuanto a los ornamentos, apenas se usaba unos pendientes y un collar sencillo. Las flores tampoco eran muy vistosas, sino las que se encontraban en la época como las dalias, claveles y la albahaca; no usaban rosas artificiales, gladiolos, nardos, amancayas o girasoles.
Ella no se imagina su vida sin hacer bordados, cree que deprimiría y entonces envejecería mucho más rápido. Dice estar enamorada de su oficio, lo seguirá haciendo, no tanto por necesidad, sino porque le dedicó toda una vida a esa labor. Nunca ha buscado un reconocimiento por parte de alguna institución y tampoco se lo han ofrecido, es lo que menos le preocupa. Pero lleva más de medio siglo manteniendo los bordados de la típica y tradicional vestimenta chapaca.
Ropa típica de los chapacos
Diferencia de mantas
Doña Julia explica que la mantas que son con fleco de cintas son más propias del occidente y las con flecos de hilo son las tradicionales y típicas de las chapacas. Éstas últimas son más caras que las otras porque implican mayor tiempo para su elaboración como tal.
Pollera chapaca
Recuerda que hace años la pollera era debajo de la rodilla, en algunos casos exactamente sobre esa articulación. Pero en la actualidad dice que se parecen a las de caporal, aunque aclara que últimamente la gente está optando por lo que se llevaba antes. La medida más larga, con alforza (antes del extremo un dobles) y al final un encaje blanco.
Camisas chapacas
Las camisas que hace llevan diferentes diseños como flores, uvas, instrumentos de Tarija y demás objetos que son propios de la campiña chapaca. Hay quienes le llevan el diseño y ella los elabora, eso sucede principalmente con las academias de danzas como el San Martín, Libertad y el Sin Fronteras, que son sus principales clientes.
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Estamos en su taller, ahí lleva toda una vida bordando la ropa típica chapaca: blusas, camisas, mantas y también polleras. Cuenta que ella vio por primera vez hacer ese trabajo a una vecina, allá por el año 1957 cuando todavía se respiraba el aire de la Revolución del 52.
Un día le llamó la atención que una señora de esa época siempre silbaba junto a una canasta, su curiosidad la llevó a cruzar a la casa de al lado. Fue entonces cuando constató que su vecina bordaba a mano y confeccionaba ropa de la misma manera, solo con hilo y aguja.
Para ese entonces Julia era una niña, el tiempo pasó y a sus 16 años se quedó sola, su madre falleció y su padre se buscó otra compañera. En ese afán de buscar un trabajo fue que doña Adela Casal le enseñó a costurar y doña Neli Añazgo a bordar en máquina. Se trataba de su primer empleo, aunque desde ese momento sus manos no soltaron más el hilo, la aguja y las tijeras para bordar la típica ropa chapaca. Hoy lleva más de 50 años en el oficio.
Si hay algo sobre lo que no le gusta hablar a doña Julia es de su edad y tampoco le agradan las fotografías, pero sí le gusta recordar cómo empezó a costurar y a bordar las prendas. Mientras lo hace se mueve de un lado a otro para mostrar sus trabajos terminados.
Explica cómo es la ropa original y auténtica y cómo se distorsionó en algún momento. Reniega con eso, pero también sabe como toda comerciante que hay que dar gusto al cliente.
Es así que primero agarra una manta blanca con rosas bordadas de color rojo con amarillo y otras moradas. Dice que las canasmoreñas (oriundas de la comunidad de Canasmoro) son exigentes, les gusta el fleco original de hilo delgado, no el de cintas, ya que aseguran que las cintas se usan en el occidente.
Además la manta debe ser grande, como la mitad de un cubrecama, pues la doblan en cuatro y se la colocan sobre el hombro para luego montar a caballo. Ésas tienen un costo de 1.200 bolivianos, solo la mano de obra. Sin embargo, cree que las tolomoseñas son más “jodidas”, pero igual da contento a todas sus clientes.
A Julia no le agrada para nada que cada vez las chicas le pidan que les confeccionen la pollera más corta. Recuerda que hace años se la usaba debajo de la rodilla, en algunos casos exactamente sobre esa articulación. Pero en la actualidad se parecen a las de caporal, aunque dice que últimamente la gente está optando por lo de antes. La medida más larga, con alforza (antes del extremo un dobles) y al final un encaje blanco.
Julia recuerda que antes la tela para hacer las prendas chapacas era el lienzo o tocuyo, luego llegaron unas telas “ordinarias feas”, después se mejoró un poco.
Su taller mide tres metros de ancho por cuatro de largo, ahí tiene dos máquinas, una la que usa ella y otra para una señora que le ayuda. Pues a sus 79 años ya no puede sola con el trabajo. Además, le hacen pedidos desde La Paz y Santa Cruz, pero también envía su trabajo hasta Buenos Aires-Argentina.
En su taller tiene además un estante con una colección de hilos de todo tamaño, más abajo están sus mantas y blusas ya terminadas para entregar, al lado una mesa donde corta la tela y saca las medidas para confeccionar las prendas.
Su máquina queda al frente de la puerta de entrada a su taller. Con un agitado paso se desplaza de una lado otro, contesta el teléfono, le llaman sus clientes para ver si ya pueden pasar a recoger sus pedidos. Se arregla los lentes y dice que en tiempo de Carnaval es cuando más trabajo tiene.
A Julia le gusta usar sombreros, es más, lleva puesto uno de color rosado con una cinta alrededor de la copa. Ella es de constitución delgada, tiene puesto un delantal verde que comienza en su cintura para abajo. Más aún lo que más resalta en ella es la satisfacción que tiene al ver sus prendas bordadas. No quiere perder la oportunidad de también mostrar las camisas que hace, con diferentes bordados de flores, uvas, instrumentos de Tarija y demás objetos que son propios de la campiña chapaca.
Hay quienes dicen que con el fin de cuidar la tradición y cultura para que se difunda de forma correcta, el color del sombrero debe ser plomo o amarillo (color “caña”) y no otro, menos rojo o guindo. De la misma manera la blusa debe ser blanca o marfil, antiguamente sin bordados pero sí con encajes y no naranja, azul, morado, lila o verde. Las mantas también blancas, jamás negras. Deben ser bordadas, tener forma rectangular y no triangular como se usa actualmente.
En cuanto a los ornamentos, apenas se usaba unos pendientes y un collar sencillo. Las flores tampoco eran muy vistosas, sino las que se encontraban en la época como las dalias, claveles y la albahaca; no usaban rosas artificiales, gladiolos, nardos, amancayas o girasoles.
Ella no se imagina su vida sin hacer bordados, cree que deprimiría y entonces envejecería mucho más rápido. Dice estar enamorada de su oficio, lo seguirá haciendo, no tanto por necesidad, sino porque le dedicó toda una vida a esa labor. Nunca ha buscado un reconocimiento por parte de alguna institución y tampoco se lo han ofrecido, es lo que menos le preocupa. Pero lleva más de medio siglo manteniendo los bordados de la típica y tradicional vestimenta chapaca.
Ropa típica de los chapacos
Diferencia de mantas
Doña Julia explica que la mantas que son con fleco de cintas son más propias del occidente y las con flecos de hilo son las tradicionales y típicas de las chapacas. Éstas últimas son más caras que las otras porque implican mayor tiempo para su elaboración como tal.
Pollera chapaca
Recuerda que hace años la pollera era debajo de la rodilla, en algunos casos exactamente sobre esa articulación. Pero en la actualidad dice que se parecen a las de caporal, aunque aclara que últimamente la gente está optando por lo que se llevaba antes. La medida más larga, con alforza (antes del extremo un dobles) y al final un encaje blanco.
Camisas chapacas
Las camisas que hace llevan diferentes diseños como flores, uvas, instrumentos de Tarija y demás objetos que son propios de la campiña chapaca. Hay quienes le llevan el diseño y ella los elabora, eso sucede principalmente con las academias de danzas como el San Martín, Libertad y el Sin Fronteras, que son sus principales clientes.
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