Las misteriosas leyendas que perviven en el Gran Chaco
Tarija es una tierra de leyendas y mitos, que aún a pesar de la tecnología se van transmitiendo de generación a generación y más aún en el campo, donde se sigue tomando té al pie de una fogata. “Nunca voy a olvidar a mi abuela que cada vez que horneaba pan en el horno de barro dejaba...



Tarija es una tierra de leyendas y mitos, que aún a pesar de la tecnología se van transmitiendo de generación a generación y más aún en el campo, donde se sigue tomando té al pie de una fogata.
“Nunca voy a olvidar a mi abuela que cada vez que horneaba pan en el horno de barro dejaba un pan para los duendes. Contaba ella que era para que no desordenen su cocina”, cuenta Alejandra Figueroa.
Pero hay cuatro o más leyendas que provienen del Gran Chaco, entre éstas se encuentran el silvaco, el Viborón, la mujer caníbal y los aparecidos de la carretera al Chaco. Ésta es una vía muy importante en el país. Conecta la ciudad de Tarija con Entre Ríos, Caraparí, Villa Montes y Yacuiba, es muy conocida por la gran cantidad de accidentes que suceden en ella.
Años antes se podía contar al menos uno diario, algunos demasiado fuertes con consecuencias mortales; sin embargo, algunos choferes identifican como la causa a una mujer que se aparece misteriosamente con su vehículo en medio del camino, distrayendo a los conductores. Cuando éstos intentan esquivarla sufren fatales percances y otros tantos aseguran haberla atropellado.
Muchos testigos dicen que estos sucesos son causados por una presencia del más allá, que se aparece a altas horas de la noche, en medio de la oscuridad, se cruza frente a los autos, causando accidentes a diestra y siniestra.
El viborón del Pilcomayo
En el río Pilcomayo, según cuentan, habitaría una suerte de réptil mítico, lo describen como un animal que podría medir de entre 30 a 50 metros.
Para algunos se trata de una víbora enorme, que tiene una cabeza que se asemeja a la de un mamífero, de ésta sobresalen dos enormes ojos rojos que brillan de noche, dándole el poder de hipnotizar a quien se anime a ingresar a las turbias aguas.
El viborón se ha convertido en una leyenda que ha pasado de generación en generación, sobre todo en las comunidades que se encuentran a lo largo del cauce del río Pilcomayo, especialmente en la región del Chaco.
Desde pescadores citadinos, criollos y hasta indígenas, cuentan sus apariciones dándole a la leyenda distintos matices, a tal punto que ésta adquiere particular significado espiritual para los pueblos Weenhayek, Guaraní y Tapiete. Pese a no haber aún registros científicos de su existencia, los relatos sobre el animal trascienden incluso a territorios argentinos y paraguayos.
Pero es en Villa Montes donde sin duda el animal ha sido asumido como parte del conocimiento popular, dando por sentado su existencia, pues allí habría tenido lugar uno de los avistamientos más recordados. Cuentan que unas 30 personas estaban en las playas del Pilcomayo por el sector de El Chorro en El Angosto, de pronto al atardecer vieron cómo emergió una enorme víbora que sin miedo alguno los contempló durante unos cinco minutos.
Relatan que era el año 1990, la temporada de pesca había iniciado y los pescadores concurrían con sus familias a El Chorro, lugar que era popular por tener un embalse amplio en el que se generaba buena pesca de sábalo.
Los pescadores acompañados de sus familias se habían organizado por equipos para pescar a manera de pasar la jornada y distenderse, mientras algunos supervisaban lo que capturaban las redes. Fue entonces cuando cerca de la banda de enfrente surgió un extraño busto negro que confundieron con un tronco grande o incluso un ser que levitaba.
Don Isidoro A. es un pescador criollo retirado, que se introdujo al oficio por necesidad junto con su padre desde los 10 años. Él fue una de las personas que, según dicen los pobladores, vivió este avistamiento.
La mujer caníbal
Karen Salvatierra es una ciudadana del municipio de Villa Montes y ella cree que el rumor sobre la mujer caníbal es algo que podría ser en realidad verdadero, ya que a su entender hay miles de historias sobre ella. Reconoce que ninguna de ellas fue confirmada por las autoridades locales.
Se cuenta en el Gran Chaco que una mujer de aproximadamente 40 años de edad falleció por causas desconocidas, presuntamente por infarto.
Relatan que cuando ella era velada por sus familiares y seres queridos, éstos se llevaron una gran sorpresa debido a que la difunta se levantó del cajón repentinamente y echó un grito macabro de mucha intensidad. La gente que estaba reunida salió horrorizada del lugar.
El marido asustado y de cierta manera con esperanzas, la atendió, trató de ayudarla y la resguardó en su hogar, debido a que la gente del lugar decía que se le había entrado el “diablo”. Así, le advirtieron al esposo que ya no era su mujer, empero, el marido no hizo caso a estas advertencias de la gente y continuó protegiéndola.
Pasados los días, la gente siguió rumoreando respecto a la mujer que habría vuelto del “otro mundo”; sin embargo, un día se dieron cuenta de la ausencia del marido, quien no salía de su casa, ni tampoco sus hijos jugaban en la calle como antes.
Días después se observó a la mujer deambulando por la calle como una indigente pero no hubo rastros del marido ni de los niños, parecía solamente una “loca”. Así decían las personas, que muy atentas explicaban sobre la existencia de la mujer e inclusive pudieron describirla.
“La señora es blancona, no es alta, es media gordita y tiene el pelo claro, anda muy sucia como si viviera en la calle pero te da miedo”, cuentan tres habitantes de Villa Montes.
Afirman que el marido trataba de mejorar la condición de su mujer, quien se habría convertido en “algo más”. Algunas de las personas decían que la mujer habría cambiado su forma de alimentarse, ya que ahora comía carne cruda e inclusive animales que encontraba deambulando por el lugar como: ratas, ratones, gatos, perros u otros.
Llegó el rumor de que la mujer primero atacó al marido y este murió por el daño ocasionado, se alimentó de su carne e hizo lo mismo con sus pequeños hijos. Aseguran algunos que ésta sería la razón por la cual no se veía al marido ni a los niños jugando en la calle.
El silbaco
Según el escritor René Aguilera Fierro de quien recuperamos el relato, el silbaco se presenta con su rígida personalidad. Todo comenzó en un alejado pueblito del Chaco en una pequeña comunidad donde cuentan que un muchacho alegre y trabajador, siempre diligente para con los demás, había heredado el oficio de leñador. La leña era transportada a lomo de burro para su venta en los pueblos más próximos; Pedro tenía la costumbre de silbar mientras caminaba o trabajaba, se distraía silbando para olvidarse del tiempo o para acortar la distancia, a veces, mitigaba alguna pena; silbaba sin esperanza, pero siempre silbaba.
Se dice que cierto día conoció a una muchacha, de la cual se enamoró perdidamente, amor que fue correspondido a plenitud. Pedro gustaba ofrecerle serenatas con canciones de su propia inspiración, o simplemente, al retornar de su faena, la despertaba en las noches con su inconfundible silbido. Tuvieron un hijo y Pedro decidió bautizarlo, desde ese entonces una maldición se habría cumplido.
Pedro había adelgazado notablemente, su palidez era notoria, daba la impresión de que hubieran aumentado de tamaño sus ojos, se hubieran caído sus hombros, las manos le llegaban por debajo de las rodillas. No se hartaba con nada, dos gallinas cocidas y una gran olla de comida era poco. Se pasaba el tiempo comiendo y masticando todo cuanto encontraba a su paso.
Todo esto sucedió hasta que un día quiso terminar con la vida de su familia y entonces con la ayuda del sacerdote del pueblo fue amarado y quemado. Se dice que el infortunado leñador se transformó en una pequeña y frágil avecilla de color blanco, dio un revoloteo alrededor de la hoguera, levantó vuelo y se perdió en la noche emitiendo un delgado silbido, largo, profundo, penetrante, electrizante.
Desde ese entonces cuentan que imitarle, cuando se escucha un largo silbido, es exponerse a perder el habla, quedarse tartamudo o exponer la vida por un ataque al corazón. En ocasiones cuando se le escucha silbar muy próximo es quedarse quieto, persignarse o decirle respetuosamente en voz baja: - Pedro, por aquí no anda María.
Imaybé, la mujer que se volvió árbol
Relatan que desde los albores de la conquista, el indígena fue considerado poco menos que un animal de carga. Los españoles sólo veían en ellos a los poseedores del codiciado oro o del secreto del dorado, así aprovechaban de su fuerza de trabajo y les privaban de su libertad.
El Virrey del Perú don Francisco de Toledo, en 1574 dirigió la guerra contra los chiriguanos. A pesar de las matanzas, fracasó en su intento de reducirlos. Diez años después, la audiencia de Charcas resolvió declarar nuevamente guerra a los chiriguanos.
La declaración expresaba: “Tenerles por cautivos y esclavos. Mujeres y descendientes deberían quedar como Yanaconas”. Además dicha resolución mandaba a que se publique y se pregone a fuego y sangre que los indígenas sean castigados y a los demás les sirva de ejemplo.
Sin embargo, de acuerdo a Aguilera Fierro, los nativos sólo defendían su territorio mientras los españoles ingresaban a destruirles sus rancheríos, cementeras y aprovisionamientos. Finalmente los indígenas capturados eran conducidos como esclavos.
Sin embargo, la tradición oral cuenta que en el corazón del Gran Chaco, en la aldea del cacique Chimeo vivía una pareja de chiriguanos, que se amaban y eran muy felices. Iñiguazu, joven guerrero, desde muy joven se había destacado por su valentía e inteligencia en la defensa de su tribu, así como de las incursiones que efectuaban a otros pueblos. Éste era astuto en las operaciones que preparaba contra los blancos.
Junto al cacique Chimeo participó en varias ocasiones en treguas y conversaciones de paz, convenios en los que casi siempre fueron engañados. No obstante, siempre respetaron la vida de sus adversarios.
La leyenda relata que el joven Iñiguazu era un verdadero guía espiritual, su trabajo lo compartía con Imaybé, su bella y joven esposa, quien era respetada por su laboriosidad e ingenio. Según el relato habían esperado con ansiedad la llegada de su primer hijo y el día estaba próximo.
La dicha de Imaybé era incomparable y su felicidad era compartida por toda la tribu. Más aún, cierto día la comunidad de Iñiguazu festejaba un acontecimiento, cuando de pronto fueron sorprendidos por los soldados españoles, que disparaban sus armas a diestra y siniestra, mataban a mujeres, ancianos y niños, al tiempo que incendiaban cosechas y derribaban chozas.
Pasada la sorpresa, Iñiguazu instruyó a Imaybé que huyera a la selva como medida de seguridad, pues además de la vida de ella, la vida de su hijo estaba en peligro. En el ínterin, ellos se reorganizarían para la defensa. Empero, todo fue en vano. En la sangrienta masacre cayeron muchos indígenas, entre ellos Iñiguazu y el cacique Chimoa.
Según la leyenda, el Caray, un hombre blanco, arrogante e inescrupuloso salió en persecución de los dispersos chiriguanos, no para capturarlos, sino para exterminarlos. Según Aguilera Fierro, ya estaban próximos a Imaybé pero la condición adversa de la selva les dificultaba caminar y avanzar como deseaban. Del mismo modo, la constitución de Imaybé tenía un límite y su estado de gestación no lo soportó. Imaybé dio a luz en un recodo de la maleza. Cuentan que los pasos y voces enemigas se escuchaban cada vez más cerca e intimaban a la indefensa mujer, que en un estado de impotencia, invocó a Tumpa, el Dios de la selva para que la proteja de la carnicería humana de la que eran presa sus hermanos de sangre y ahora ella.
Tumpa, que tantas veces había castigado al usurpador, atendió la invocación de Imaybé y casi cuando estaban sobre ella, la convirtió en una planta de toborochi, árbol pulposo y de hermosas flores.
“Tumpa, prometió que un día devolvería su forma animada a Imaybé y a su niño recién nacido, cuando hayan terminado las injusticias, los odios y las guerras”, relata el escritor.
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“Nunca voy a olvidar a mi abuela que cada vez que horneaba pan en el horno de barro dejaba un pan para los duendes. Contaba ella que era para que no desordenen su cocina”, cuenta Alejandra Figueroa.
Pero hay cuatro o más leyendas que provienen del Gran Chaco, entre éstas se encuentran el silvaco, el Viborón, la mujer caníbal y los aparecidos de la carretera al Chaco. Ésta es una vía muy importante en el país. Conecta la ciudad de Tarija con Entre Ríos, Caraparí, Villa Montes y Yacuiba, es muy conocida por la gran cantidad de accidentes que suceden en ella.
Años antes se podía contar al menos uno diario, algunos demasiado fuertes con consecuencias mortales; sin embargo, algunos choferes identifican como la causa a una mujer que se aparece misteriosamente con su vehículo en medio del camino, distrayendo a los conductores. Cuando éstos intentan esquivarla sufren fatales percances y otros tantos aseguran haberla atropellado.
Muchos testigos dicen que estos sucesos son causados por una presencia del más allá, que se aparece a altas horas de la noche, en medio de la oscuridad, se cruza frente a los autos, causando accidentes a diestra y siniestra.
El viborón del Pilcomayo
En el río Pilcomayo, según cuentan, habitaría una suerte de réptil mítico, lo describen como un animal que podría medir de entre 30 a 50 metros.
Para algunos se trata de una víbora enorme, que tiene una cabeza que se asemeja a la de un mamífero, de ésta sobresalen dos enormes ojos rojos que brillan de noche, dándole el poder de hipnotizar a quien se anime a ingresar a las turbias aguas.
El viborón se ha convertido en una leyenda que ha pasado de generación en generación, sobre todo en las comunidades que se encuentran a lo largo del cauce del río Pilcomayo, especialmente en la región del Chaco.
Desde pescadores citadinos, criollos y hasta indígenas, cuentan sus apariciones dándole a la leyenda distintos matices, a tal punto que ésta adquiere particular significado espiritual para los pueblos Weenhayek, Guaraní y Tapiete. Pese a no haber aún registros científicos de su existencia, los relatos sobre el animal trascienden incluso a territorios argentinos y paraguayos.
Pero es en Villa Montes donde sin duda el animal ha sido asumido como parte del conocimiento popular, dando por sentado su existencia, pues allí habría tenido lugar uno de los avistamientos más recordados. Cuentan que unas 30 personas estaban en las playas del Pilcomayo por el sector de El Chorro en El Angosto, de pronto al atardecer vieron cómo emergió una enorme víbora que sin miedo alguno los contempló durante unos cinco minutos.
Relatan que era el año 1990, la temporada de pesca había iniciado y los pescadores concurrían con sus familias a El Chorro, lugar que era popular por tener un embalse amplio en el que se generaba buena pesca de sábalo.
Los pescadores acompañados de sus familias se habían organizado por equipos para pescar a manera de pasar la jornada y distenderse, mientras algunos supervisaban lo que capturaban las redes. Fue entonces cuando cerca de la banda de enfrente surgió un extraño busto negro que confundieron con un tronco grande o incluso un ser que levitaba.
Don Isidoro A. es un pescador criollo retirado, que se introdujo al oficio por necesidad junto con su padre desde los 10 años. Él fue una de las personas que, según dicen los pobladores, vivió este avistamiento.
La mujer caníbal
Karen Salvatierra es una ciudadana del municipio de Villa Montes y ella cree que el rumor sobre la mujer caníbal es algo que podría ser en realidad verdadero, ya que a su entender hay miles de historias sobre ella. Reconoce que ninguna de ellas fue confirmada por las autoridades locales.
Se cuenta en el Gran Chaco que una mujer de aproximadamente 40 años de edad falleció por causas desconocidas, presuntamente por infarto.
Relatan que cuando ella era velada por sus familiares y seres queridos, éstos se llevaron una gran sorpresa debido a que la difunta se levantó del cajón repentinamente y echó un grito macabro de mucha intensidad. La gente que estaba reunida salió horrorizada del lugar.
El marido asustado y de cierta manera con esperanzas, la atendió, trató de ayudarla y la resguardó en su hogar, debido a que la gente del lugar decía que se le había entrado el “diablo”. Así, le advirtieron al esposo que ya no era su mujer, empero, el marido no hizo caso a estas advertencias de la gente y continuó protegiéndola.
Pasados los días, la gente siguió rumoreando respecto a la mujer que habría vuelto del “otro mundo”; sin embargo, un día se dieron cuenta de la ausencia del marido, quien no salía de su casa, ni tampoco sus hijos jugaban en la calle como antes.
Días después se observó a la mujer deambulando por la calle como una indigente pero no hubo rastros del marido ni de los niños, parecía solamente una “loca”. Así decían las personas, que muy atentas explicaban sobre la existencia de la mujer e inclusive pudieron describirla.
“La señora es blancona, no es alta, es media gordita y tiene el pelo claro, anda muy sucia como si viviera en la calle pero te da miedo”, cuentan tres habitantes de Villa Montes.
Afirman que el marido trataba de mejorar la condición de su mujer, quien se habría convertido en “algo más”. Algunas de las personas decían que la mujer habría cambiado su forma de alimentarse, ya que ahora comía carne cruda e inclusive animales que encontraba deambulando por el lugar como: ratas, ratones, gatos, perros u otros.
Llegó el rumor de que la mujer primero atacó al marido y este murió por el daño ocasionado, se alimentó de su carne e hizo lo mismo con sus pequeños hijos. Aseguran algunos que ésta sería la razón por la cual no se veía al marido ni a los niños jugando en la calle.
El silbaco
Según el escritor René Aguilera Fierro de quien recuperamos el relato, el silbaco se presenta con su rígida personalidad. Todo comenzó en un alejado pueblito del Chaco en una pequeña comunidad donde cuentan que un muchacho alegre y trabajador, siempre diligente para con los demás, había heredado el oficio de leñador. La leña era transportada a lomo de burro para su venta en los pueblos más próximos; Pedro tenía la costumbre de silbar mientras caminaba o trabajaba, se distraía silbando para olvidarse del tiempo o para acortar la distancia, a veces, mitigaba alguna pena; silbaba sin esperanza, pero siempre silbaba.
Se dice que cierto día conoció a una muchacha, de la cual se enamoró perdidamente, amor que fue correspondido a plenitud. Pedro gustaba ofrecerle serenatas con canciones de su propia inspiración, o simplemente, al retornar de su faena, la despertaba en las noches con su inconfundible silbido. Tuvieron un hijo y Pedro decidió bautizarlo, desde ese entonces una maldición se habría cumplido.
Pedro había adelgazado notablemente, su palidez era notoria, daba la impresión de que hubieran aumentado de tamaño sus ojos, se hubieran caído sus hombros, las manos le llegaban por debajo de las rodillas. No se hartaba con nada, dos gallinas cocidas y una gran olla de comida era poco. Se pasaba el tiempo comiendo y masticando todo cuanto encontraba a su paso.
Todo esto sucedió hasta que un día quiso terminar con la vida de su familia y entonces con la ayuda del sacerdote del pueblo fue amarado y quemado. Se dice que el infortunado leñador se transformó en una pequeña y frágil avecilla de color blanco, dio un revoloteo alrededor de la hoguera, levantó vuelo y se perdió en la noche emitiendo un delgado silbido, largo, profundo, penetrante, electrizante.
Desde ese entonces cuentan que imitarle, cuando se escucha un largo silbido, es exponerse a perder el habla, quedarse tartamudo o exponer la vida por un ataque al corazón. En ocasiones cuando se le escucha silbar muy próximo es quedarse quieto, persignarse o decirle respetuosamente en voz baja: - Pedro, por aquí no anda María.
Imaybé, la mujer que se volvió árbol
Relatan que desde los albores de la conquista, el indígena fue considerado poco menos que un animal de carga. Los españoles sólo veían en ellos a los poseedores del codiciado oro o del secreto del dorado, así aprovechaban de su fuerza de trabajo y les privaban de su libertad.
El Virrey del Perú don Francisco de Toledo, en 1574 dirigió la guerra contra los chiriguanos. A pesar de las matanzas, fracasó en su intento de reducirlos. Diez años después, la audiencia de Charcas resolvió declarar nuevamente guerra a los chiriguanos.
La declaración expresaba: “Tenerles por cautivos y esclavos. Mujeres y descendientes deberían quedar como Yanaconas”. Además dicha resolución mandaba a que se publique y se pregone a fuego y sangre que los indígenas sean castigados y a los demás les sirva de ejemplo.
Sin embargo, de acuerdo a Aguilera Fierro, los nativos sólo defendían su territorio mientras los españoles ingresaban a destruirles sus rancheríos, cementeras y aprovisionamientos. Finalmente los indígenas capturados eran conducidos como esclavos.
Sin embargo, la tradición oral cuenta que en el corazón del Gran Chaco, en la aldea del cacique Chimeo vivía una pareja de chiriguanos, que se amaban y eran muy felices. Iñiguazu, joven guerrero, desde muy joven se había destacado por su valentía e inteligencia en la defensa de su tribu, así como de las incursiones que efectuaban a otros pueblos. Éste era astuto en las operaciones que preparaba contra los blancos.
Junto al cacique Chimeo participó en varias ocasiones en treguas y conversaciones de paz, convenios en los que casi siempre fueron engañados. No obstante, siempre respetaron la vida de sus adversarios.
La leyenda relata que el joven Iñiguazu era un verdadero guía espiritual, su trabajo lo compartía con Imaybé, su bella y joven esposa, quien era respetada por su laboriosidad e ingenio. Según el relato habían esperado con ansiedad la llegada de su primer hijo y el día estaba próximo.
La dicha de Imaybé era incomparable y su felicidad era compartida por toda la tribu. Más aún, cierto día la comunidad de Iñiguazu festejaba un acontecimiento, cuando de pronto fueron sorprendidos por los soldados españoles, que disparaban sus armas a diestra y siniestra, mataban a mujeres, ancianos y niños, al tiempo que incendiaban cosechas y derribaban chozas.
Pasada la sorpresa, Iñiguazu instruyó a Imaybé que huyera a la selva como medida de seguridad, pues además de la vida de ella, la vida de su hijo estaba en peligro. En el ínterin, ellos se reorganizarían para la defensa. Empero, todo fue en vano. En la sangrienta masacre cayeron muchos indígenas, entre ellos Iñiguazu y el cacique Chimoa.
Según la leyenda, el Caray, un hombre blanco, arrogante e inescrupuloso salió en persecución de los dispersos chiriguanos, no para capturarlos, sino para exterminarlos. Según Aguilera Fierro, ya estaban próximos a Imaybé pero la condición adversa de la selva les dificultaba caminar y avanzar como deseaban. Del mismo modo, la constitución de Imaybé tenía un límite y su estado de gestación no lo soportó. Imaybé dio a luz en un recodo de la maleza. Cuentan que los pasos y voces enemigas se escuchaban cada vez más cerca e intimaban a la indefensa mujer, que en un estado de impotencia, invocó a Tumpa, el Dios de la selva para que la proteja de la carnicería humana de la que eran presa sus hermanos de sangre y ahora ella.
Tumpa, que tantas veces había castigado al usurpador, atendió la invocación de Imaybé y casi cuando estaban sobre ella, la convirtió en una planta de toborochi, árbol pulposo y de hermosas flores.
“Tumpa, prometió que un día devolvería su forma animada a Imaybé y a su niño recién nacido, cuando hayan terminado las injusticias, los odios y las guerras”, relata el escritor.
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