Amadeo Ras Arfat y el show de los Insectos Maravillosos
Amadeo Ras Arfat es un solitario viajero que recorre el mundo buscando los más extraños insectos para invitarlos a formar parte de su legendario espectáculo: El show de los Insectos Maravillosos. El famoso show llegó por primera vez a la ciudad de La Paz, captando el interés de propios y...



Amadeo Ras Arfat es un solitario viajero que recorre el mundo buscando los más extraños insectos para invitarlos a formar parte de su legendario espectáculo: El show de los Insectos Maravillosos. El famoso show llegó por primera vez a la ciudad de La Paz, captando el interés de propios y extraños. Sin embargo, el día de la presentación sucedió algo que cambió para siempre el destino de todo este extravagante elenco.
La obra cerró su primera temporada el pasado jueves 28 de junio a las 20.00 en el espacio escénico El Desnivel de La Paz. El costo de la entrada fue de 40 bolivianos para mayores de 13 años.
Pedro Grossman le da vida a Amadeo Ras Arfat y vuelve a los escenarios con texto escrito por Juan Pablo Piñeiro. El trabajo fue un proceso de más de dos años entre el actor y el escritor. El acercamiento entre Grossman y Piñeiro nació debido a la admiración de Grossman hacia la novela “Cuando Sara Chura despierte”, el actor paceño siempre tuvo la intención de trabajar un texto en conjunto.
“Teníamos encuentros fraternales conociéndonos a fondo, mientras charlábamos yo iba dando ideas disparadoras y sobre temas que me interesaban. Lo del hipnotizador de insectos se dio en un viaje al lago, estaba tocando mi quena y llamé la atención de unos cuis que se quedaron hipnotizados mientras yo tocaba”, relata Grossman que lleva 23 años sobre las tablas nacionales.
“Cuarenta años de mi vida los he dedicado a buscarlos y contactarlos (...) y ahora no me alcanzarían los años para volver a hacer todo el viaje (...) Sólo pensar en cómo llegué donde el Olobio me hace entender que no podría hacer algo así de nuevo (...) Y volver a encontrar a una Sulamita sería directamente imposible, el oriente medio ya no es lo que era hace unos años, quizás Madagascar ha mejorado”, cuenta.
El texto de Piñeiro fue creado paralelo a uno de sus talleres de escritura creativa y tiene mucho que ver con los imaginarios de la vida de Grossman, que ha participado en más de 30 obras de teatro en Bolivia.
El artista escénico, además, ha trabajado bajo diferentes estilos de directores nacionales como ser Wara Cajías, Diego Aramburo, Percy Jiménez, Enrique Gorena, y David Mondacca, entre otros.
Olobio Tutanka es uno de los insectos amigos de Grossman, un escarabajo goliat malgache, junto a ellos, son también personajes de la obra Akitsu Kashi Mushi, la libélula calígrafa, Paco, Pacho y Pancho, quienes son un trio de los príncipes del jardín conformado por un gusano, un grillo y un abejorro.
También están presentes, Firalina Manvadyasupúriti, una luciérnaga encantadora; el famoso mariguí telepático del desierto blanco y Sulamita Jezreel, una mantis del desierto de Neguev. “Un día Sulamita me contó que había dejado el islam (...) Y que a partir de entonces se dedicaría al alcohol (...)”, dijo.
“Así su acto místico, el más sublime del espectáculo, pasó a ser bastante subidito de tono (...) tanto así que solo podía programarlo en las funciones para adultos (...) Me hizo tejerle unas medias negras con portaligas (...) un corsé apretado, me hizo conseguirle muchos machos de su especie (...) Siete por cada función (...) Primero entraba ella, bailaba con sensualidad y después venían los 7 machos (...) La orgía era impactante, pero fascinaba y después totalmente fuera de sí, Sulamita se devoraba las cabezas de sus amantes uno por uno como si fueran sangrientas pasankallas, como la gente se iba contenta, yo no me atrevía a detenerla y cada vez se puso peor”, describe el autor.
La historia de Sulamita es solo una pequeña parte de las narraciones que se encuentran en esta propuesta repleta de recuerdos entre el hipnotizador y sus colegas insectos.
El equipo que acompañó al actor paceño fue encabezado por la productora Daniela Gandarillas, la idea artística original del realizador Carlos Piñeiro, el diseño de Ana Luisa Unzueta y Carlos del Águila y la música de Jorge Zamora.
“El grupo técnico y humano fue pensando principalmente como un aporte de rigor y calidad al espectáculo ofrecido. Fue fundamental conseguir financiamiento para reunir un equipo que le dé el peso que merece la propuesta”, explica Grossman, quien realizó las primeras funciones para los Centros de Alto Rendimiento Estudiantil (CARE) en los barrios periféricos paceños.
El lenguaje artístico se ancló en la idea de hacer un circo con insectos, mostrar la vida de ellos a través de una bitácora o un diario que Amadeo Ras Arfat llevaba consigo.
“Queríamos mostrarlo al público. Como era un documento chico, el equipo propuso la idea de proyectarlo en un circuito cerrado que apoye a la urgencia del personaje: de tener que defender un espectáculo que ya no existe”, indica Grossman.
La bitácora, fotografías y diseño gráfico estuvieron a cargo de Unzueta, un talento del diseño nacional que se desarrolla actualmente como docente. Uno de los toques especiales del equipo artístico lo da el maestro Mario Conde, quien realizó en acuarela el afiche oficial de la obra.
Ángelo Valverde y su asistente Sandro Alanoca terminaron el trabajo que empezó con mucho detalle Carlos Piñeiro, director de cine que se encuentra en la postproducción de su opera prima, “Sirena”.
El Teatro El Duende fue parte de los inicios de Grossman en la actuación.
Grossman recuerda con cariño las creaciones colectivas hechas por el grupo afincado en Copacabana, a las orillas del Titicaca. Por otra parte, “El Atraco”, película de Paolo Agazzi, lo hizo debutar en la pantalla grande.
Quizás la puesta más conmovedora que haya realizado –hasta ahora- fue la de “Jacinto, la historia de un burrito”, obra que narra los trágicos sucesos ocurridos en El Alto, La Paz, con la represión y posterior fuga del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada.
“Uno de los problemas más grande que veo en Bolivia es poder financiarnos para que la gente que conforme el equipo tenga un reconocimiento económico por su arduo trabajo. Se invierte mucho tiempo tocando puertas y bajo promesas de respuestas positivas. Después de un largo camino, encontré una fundación privada que ha apoyado el proyecto con lo que se está pagando la inversión inicial y facilitando la producción material y los honorarios a los artistas involucrados”, señala.
El diseño sonoro de “El Show de los Insectos Maravillosos” fue realizado por el músico y productor, Jorge Zamora, aunque el proyecto inició con Sergio Medina.
Otros músicos que fueron parte de la propuesta musical, aportando en las canciones interpretadas, son Christian Asturizaga, Juan Pablo Jiménez y Bernardo Rosado.
“Fue un proceso cíclico, es decir que fue avanzando de acuerdo a la evolución de la interpretación y el texto. Esto le dio libertad a Zamora para fortalecer ciertos momentos dramatúrgicos necesarios en la obra”, afirma Grossman.
“Jamás le conté a nadie cómo nos conocimos y ahora entiendo por qué. Si jamás se lo conté a nadie, entonces jamás lo tengo que contar a nadie. Esa historia me la llevaré conmigo para que resuene en el recuerdo de alguno de los insectos en los que me convertiré cuando me muera como un destello pasajero. Ahora el mundo se la ha llevado lejos y yo me he quedado aquí. Y en lo más profundo de este hueco, quiero encontrar el mensaje que está escrito en la arena, quiero que el gran mariguí telepático del desierto blanco me guíe para despedir a tan notables insectos”, remarcó.
El Show de los Insectos Maravillosos es una obra conmovedora, creada como una catarsis con la vida y la muerte, con los fantasmas del pasado y con las imágenes del futuro. Y como lo escribió Piñeiro:
“Los viajeros no tienen alas, no tienen antenas, y no pueden transformar por completo su cuerpo. Los insectos, en cambio, carecen de penas, carecen de asombro y no pueden ser habitados por la memoria, sin embargo, algo tienen en común los viajeros y los insectos, y es que cuando miran el mundo, ese mundo es infinitamente más grande que el que miran los demás”.
La prosa inspiradora de Juan Pablo Piñeiro
La obra de Juan Pablo Piñeiro cruza mitos ancestrales y realismo alucinado. Tumultuosas fiestas populares, montañas sagradas que hablan de manera telepática, criaturas y entidades fantásticas como un hombre-pájaro y un tranvía invisible, andanzas callejeras, novias y amistades juveniles y universitarias y sueños y delirios invocados por el trance del alcohol, son algunos de los motivos que aparecen en la obra de Juan Pablo Piñeiro (La Paz, Bolivia, 1979).
Piñeiro, autor del policial (pos) mitológico Cuando Sara Chura despierte (2009) y del más ambicioso y caudaloso Illimani Púrpura (2011, ambos editados por el sello paceño Gente común), recupera la ancestral cultura aymara para reescribirla en la Bolivia del siglo 21, con un pie en la ciudad y otro en el altiplano, como sucede en su novela más reciente, en la que la montaña Illimani es invocada como un Dios-personaje a la vez que sus numerosos protagonistas recorren la capital boliviana viviendo divertidas peripecias.
“La Paz es una ciudad que brota de la montaña –dice Piñeiro–. Esta silenciosa presencia desata caravanas de seres y cosas que vienen de otro tiempo y las vierte en el aire urbano y cotidiano como si no pasara nada. En el caso especial de La Paz, no existen un arriba y abajo diferenciados, y no porque no los haya sino porque si uno mira bien todo es arriba y todo es abajo, y eso influye en lo que somos por dentro, nos modela ante el mundo”.
“En La Paz las categorías de arriba y abajo podrían ser reemplazadas tranquilamente por las de visible y oculto –añade el autor–. Hay un mundo visible y otro oculto, y cuando se descubre el oculto se esconde el visible, sin lo cual sería imposible la coexistencia de ambos. Todo está hilado por la paradoja de mirar desde el cemento a nuestro protector el Illimani y a la vez sentirnos dentro de él. La Paz es una montaña disfrazada de ciudad”, dice Piñeiro.
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La obra cerró su primera temporada el pasado jueves 28 de junio a las 20.00 en el espacio escénico El Desnivel de La Paz. El costo de la entrada fue de 40 bolivianos para mayores de 13 años.
Pedro Grossman le da vida a Amadeo Ras Arfat y vuelve a los escenarios con texto escrito por Juan Pablo Piñeiro. El trabajo fue un proceso de más de dos años entre el actor y el escritor. El acercamiento entre Grossman y Piñeiro nació debido a la admiración de Grossman hacia la novela “Cuando Sara Chura despierte”, el actor paceño siempre tuvo la intención de trabajar un texto en conjunto.
“Teníamos encuentros fraternales conociéndonos a fondo, mientras charlábamos yo iba dando ideas disparadoras y sobre temas que me interesaban. Lo del hipnotizador de insectos se dio en un viaje al lago, estaba tocando mi quena y llamé la atención de unos cuis que se quedaron hipnotizados mientras yo tocaba”, relata Grossman que lleva 23 años sobre las tablas nacionales.
“Cuarenta años de mi vida los he dedicado a buscarlos y contactarlos (...) y ahora no me alcanzarían los años para volver a hacer todo el viaje (...) Sólo pensar en cómo llegué donde el Olobio me hace entender que no podría hacer algo así de nuevo (...) Y volver a encontrar a una Sulamita sería directamente imposible, el oriente medio ya no es lo que era hace unos años, quizás Madagascar ha mejorado”, cuenta.
El texto de Piñeiro fue creado paralelo a uno de sus talleres de escritura creativa y tiene mucho que ver con los imaginarios de la vida de Grossman, que ha participado en más de 30 obras de teatro en Bolivia.
El artista escénico, además, ha trabajado bajo diferentes estilos de directores nacionales como ser Wara Cajías, Diego Aramburo, Percy Jiménez, Enrique Gorena, y David Mondacca, entre otros.
Olobio Tutanka es uno de los insectos amigos de Grossman, un escarabajo goliat malgache, junto a ellos, son también personajes de la obra Akitsu Kashi Mushi, la libélula calígrafa, Paco, Pacho y Pancho, quienes son un trio de los príncipes del jardín conformado por un gusano, un grillo y un abejorro.
También están presentes, Firalina Manvadyasupúriti, una luciérnaga encantadora; el famoso mariguí telepático del desierto blanco y Sulamita Jezreel, una mantis del desierto de Neguev. “Un día Sulamita me contó que había dejado el islam (...) Y que a partir de entonces se dedicaría al alcohol (...)”, dijo.
“Así su acto místico, el más sublime del espectáculo, pasó a ser bastante subidito de tono (...) tanto así que solo podía programarlo en las funciones para adultos (...) Me hizo tejerle unas medias negras con portaligas (...) un corsé apretado, me hizo conseguirle muchos machos de su especie (...) Siete por cada función (...) Primero entraba ella, bailaba con sensualidad y después venían los 7 machos (...) La orgía era impactante, pero fascinaba y después totalmente fuera de sí, Sulamita se devoraba las cabezas de sus amantes uno por uno como si fueran sangrientas pasankallas, como la gente se iba contenta, yo no me atrevía a detenerla y cada vez se puso peor”, describe el autor.
La historia de Sulamita es solo una pequeña parte de las narraciones que se encuentran en esta propuesta repleta de recuerdos entre el hipnotizador y sus colegas insectos.
El equipo que acompañó al actor paceño fue encabezado por la productora Daniela Gandarillas, la idea artística original del realizador Carlos Piñeiro, el diseño de Ana Luisa Unzueta y Carlos del Águila y la música de Jorge Zamora.
“El grupo técnico y humano fue pensando principalmente como un aporte de rigor y calidad al espectáculo ofrecido. Fue fundamental conseguir financiamiento para reunir un equipo que le dé el peso que merece la propuesta”, explica Grossman, quien realizó las primeras funciones para los Centros de Alto Rendimiento Estudiantil (CARE) en los barrios periféricos paceños.
El lenguaje artístico se ancló en la idea de hacer un circo con insectos, mostrar la vida de ellos a través de una bitácora o un diario que Amadeo Ras Arfat llevaba consigo.
“Queríamos mostrarlo al público. Como era un documento chico, el equipo propuso la idea de proyectarlo en un circuito cerrado que apoye a la urgencia del personaje: de tener que defender un espectáculo que ya no existe”, indica Grossman.
La bitácora, fotografías y diseño gráfico estuvieron a cargo de Unzueta, un talento del diseño nacional que se desarrolla actualmente como docente. Uno de los toques especiales del equipo artístico lo da el maestro Mario Conde, quien realizó en acuarela el afiche oficial de la obra.
Ángelo Valverde y su asistente Sandro Alanoca terminaron el trabajo que empezó con mucho detalle Carlos Piñeiro, director de cine que se encuentra en la postproducción de su opera prima, “Sirena”.
El Teatro El Duende fue parte de los inicios de Grossman en la actuación.
Grossman recuerda con cariño las creaciones colectivas hechas por el grupo afincado en Copacabana, a las orillas del Titicaca. Por otra parte, “El Atraco”, película de Paolo Agazzi, lo hizo debutar en la pantalla grande.
Quizás la puesta más conmovedora que haya realizado –hasta ahora- fue la de “Jacinto, la historia de un burrito”, obra que narra los trágicos sucesos ocurridos en El Alto, La Paz, con la represión y posterior fuga del expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada.
“Uno de los problemas más grande que veo en Bolivia es poder financiarnos para que la gente que conforme el equipo tenga un reconocimiento económico por su arduo trabajo. Se invierte mucho tiempo tocando puertas y bajo promesas de respuestas positivas. Después de un largo camino, encontré una fundación privada que ha apoyado el proyecto con lo que se está pagando la inversión inicial y facilitando la producción material y los honorarios a los artistas involucrados”, señala.
El diseño sonoro de “El Show de los Insectos Maravillosos” fue realizado por el músico y productor, Jorge Zamora, aunque el proyecto inició con Sergio Medina.
Otros músicos que fueron parte de la propuesta musical, aportando en las canciones interpretadas, son Christian Asturizaga, Juan Pablo Jiménez y Bernardo Rosado.
“Fue un proceso cíclico, es decir que fue avanzando de acuerdo a la evolución de la interpretación y el texto. Esto le dio libertad a Zamora para fortalecer ciertos momentos dramatúrgicos necesarios en la obra”, afirma Grossman.
“Jamás le conté a nadie cómo nos conocimos y ahora entiendo por qué. Si jamás se lo conté a nadie, entonces jamás lo tengo que contar a nadie. Esa historia me la llevaré conmigo para que resuene en el recuerdo de alguno de los insectos en los que me convertiré cuando me muera como un destello pasajero. Ahora el mundo se la ha llevado lejos y yo me he quedado aquí. Y en lo más profundo de este hueco, quiero encontrar el mensaje que está escrito en la arena, quiero que el gran mariguí telepático del desierto blanco me guíe para despedir a tan notables insectos”, remarcó.
El Show de los Insectos Maravillosos es una obra conmovedora, creada como una catarsis con la vida y la muerte, con los fantasmas del pasado y con las imágenes del futuro. Y como lo escribió Piñeiro:
“Los viajeros no tienen alas, no tienen antenas, y no pueden transformar por completo su cuerpo. Los insectos, en cambio, carecen de penas, carecen de asombro y no pueden ser habitados por la memoria, sin embargo, algo tienen en común los viajeros y los insectos, y es que cuando miran el mundo, ese mundo es infinitamente más grande que el que miran los demás”.
La prosa inspiradora de Juan Pablo Piñeiro
La obra de Juan Pablo Piñeiro cruza mitos ancestrales y realismo alucinado. Tumultuosas fiestas populares, montañas sagradas que hablan de manera telepática, criaturas y entidades fantásticas como un hombre-pájaro y un tranvía invisible, andanzas callejeras, novias y amistades juveniles y universitarias y sueños y delirios invocados por el trance del alcohol, son algunos de los motivos que aparecen en la obra de Juan Pablo Piñeiro (La Paz, Bolivia, 1979).
Piñeiro, autor del policial (pos) mitológico Cuando Sara Chura despierte (2009) y del más ambicioso y caudaloso Illimani Púrpura (2011, ambos editados por el sello paceño Gente común), recupera la ancestral cultura aymara para reescribirla en la Bolivia del siglo 21, con un pie en la ciudad y otro en el altiplano, como sucede en su novela más reciente, en la que la montaña Illimani es invocada como un Dios-personaje a la vez que sus numerosos protagonistas recorren la capital boliviana viviendo divertidas peripecias.
“La Paz es una ciudad que brota de la montaña –dice Piñeiro–. Esta silenciosa presencia desata caravanas de seres y cosas que vienen de otro tiempo y las vierte en el aire urbano y cotidiano como si no pasara nada. En el caso especial de La Paz, no existen un arriba y abajo diferenciados, y no porque no los haya sino porque si uno mira bien todo es arriba y todo es abajo, y eso influye en lo que somos por dentro, nos modela ante el mundo”.
“En La Paz las categorías de arriba y abajo podrían ser reemplazadas tranquilamente por las de visible y oculto –añade el autor–. Hay un mundo visible y otro oculto, y cuando se descubre el oculto se esconde el visible, sin lo cual sería imposible la coexistencia de ambos. Todo está hilado por la paradoja de mirar desde el cemento a nuestro protector el Illimani y a la vez sentirnos dentro de él. La Paz es una montaña disfrazada de ciudad”, dice Piñeiro.
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