Los padres actuales y la incontrolable “niñofobia”
A menudo en estos últimos años escuchamos a las madres decir “Mi Hijo es terrible”, “Vale por cinco”, “Ya no sé qué hacer”. Y es que la hiperactividad de los niños ha aumentado y a lo único que recurren los padres es a la tecnología para poder tranquilizarlos. Un sondeo de...



A menudo en estos últimos años escuchamos a las madres decir “Mi Hijo es terrible”, “Vale por cinco”, “Ya no sé qué hacer”. Y es que la hiperactividad de los niños ha aumentado y a lo único que recurren los padres es a la tecnología para poder tranquilizarlos.
Un sondeo de opinión realizado por El País a cincuenta padres de entre 25 a 35 años develó que el 50% se siente agotado por el cuidado de sus hijos, pues éstos son sumamente “ruidosos”. Pero ¿qué es lo que podemos hacer?
Daniel Guerrero, de 30 años, afirma que a diario inventa juegos para entretener a sus niños pero dice que cuando se siente cansado les alcanza el celular y es entonces cuando puede respirar un momento. Similar caso es el de Adriana Figueroa que cuando se siente agotada o tiene que cocinar pone a su niño frente a la computadora y le abre juegos para que se entretenga.
Restaurantes, hoteles, aviones, museos, iglesias... Para muchas familias, sitios como estos son inaccesibles. Y no por las barreras arquitectónicas que presentan, sino porque sus hijos son ruidosos y molestan en exceso al resto de comensales, viajeros, turistas o feligreses.
Es por esto que para tenerles entretenidos, y que no armen jaleo, hay quienes optan por dejarles el celular o la tableta para que jueguen o vean vídeos. Pero existen otras formas de conseguir que hagan el menos ruido posible, sin tener que recurrir a la tecnología. De acuerdo a los psicólogos consultados “Llevar juguetes silenciosos y snacks saludables para entretenerles, además de incluirles en las conversaciones, hará que la comida o el viaje con los hijos sea más agradable para todos”.
En los últimos meses se han hecho virales dos momentos que reflejan un auge de la “niñofobia”, una tendencia que se caracteriza por no tolerar los comportamientos ruidosos que los más pequeños producen en espacios cerrados al saltar, llorar, cantar, correr entre la gente, entrar, salir... es decir, por comportarse como lo que son: niños.
Un restaurant de España colgó en la puerta una normativa polémica. En ella resaltaba que “si el menor llora, grita o hace ruidos molestos para el resto, los padres deberán sacarlo hasta que deje de hacerlo”. Además, indicaba que los niños deben permanecer “en todo momento con sus padres, sin separarse de ellos” y prohibía que entraran con juguetes, a excepción de “móviles y consolas”, cambiarlos en el “local fuera del aseo” o “jugar” en el establecimiento.
Ante las críticas que recibió, sus responsables decidieron retirar el cartel. Y en abril, Lorenza, una niña de apenas un año, regalaba una bolsa con dulces y tapones para los oídos a todos los viajeros del vuelo en el que iba con sus padres, por si “daba un concierto”, tal y como recogía una de las pasajeras en su cuenta de Facebook.
Según la experta en el tema María Huidobro el fenómeno de la “niñofobia” -que incluso ya tiene en su contra a miles de personas bajo la etiqueta #StopNiñofobia- se hace patente en el mundo con restaurantes donde no se permite la entrada de menores, ni siquiera acompañados de sus padres, hoteles solo para adultos, aerolíneas con zonas child free (libre de niños), cruceros sin niños o trenes con coches en silencio, donde no pueden ir menores de 14 años, entre otros viajeros. Ante este panorama, se puede ir de vacaciones solo a hoteles amigos de los niños o acudir únicamente a establecimientos hosteleros con menús infantiles.
Para Susana Farfán de 25 años el ir con su niña a la iglesia es la “pesadilla” más grande que le toca vivir, pues los berrinches de la menor se le escapan de las manos. Pero a menudo también vemos fotografías de padres de vacaciones con sus niños. ¿Soportarán los berrinches o habrán encontrado la clave del asunto?
Pero para los psicólogos Gabriela Herrera, Claudia Donaire y Alberto Vedia no hay por qué renunciar a una comida en un restaurante cualquiera o a viajar en avión cuando se va con los hijos. De acuerdo a los psicólogos consultados éstas son las claves:
1. Enseñar conductas y comportamientos respetuosos con los demás
Educar a los hijos en valores les ayudará a saber convivir y comportarse en lugares a los que no están familiarizados. Respeto, amabilidad y comprensión hacia los demás son tres de los valores que más les servirán para saber cómo actuar en estos ambientes.
2. Hablar antes con los niños previamente
No se puede improvisar. Antes de salir de casa hay que hablar a los niños del lugar dónde se irá y ponerles normas que entiendan y puedan cumplir: estar sentados mientras dura la comida, no gritar, moverse sin correr, etc. También habrá que explicar las consecuencias en positivo, como aconsejan los especialistas, y pactar qué “premio” lograrán para motivarles: ir al parque, disfrutar con un helado de postre o elegir el camino de vuelta, por ejemplo.
3. Elegir bien el lugar
y la hora
Si son un poco mayores, es conveniente hacerles partícipes de la salida. Pedirles opinión acerca del establecimiento hostelero al que se acudirá y de lo que tomarán en él contribuirá a que su comportamiento sea adecuado.
Lo recomendable es que sea un lugar amplio o algún espacio acondicionado para los pequeños, mejor. Que sirvan a los niños primero es importante. Y en cuanto al horario, lo idóneo es que se desarrolle al mediodía, ni muy pronto ni muy tarde, a fin de que el hambre o el sueño no hagan estragos. Y es que el cansancio al final del día podría torpedear una cena con facilidad. En un avión o tren, en cambio, hacer el viaje de noche puede ser una solución.
4. Sentarse en un
sitio entretenido
Cerca de la ventana y en una esquina puede ser el sitio más apropiado para que la comida resulte lo más tranquila posible. A los más pequeños en un asiento elevador se les tendrá más controlados. En los medios de transporte, por su parte, es aconsejable hacerlo en un lugar próximo la ventanilla.
5. Llevar unos juguetes
silenciosos
Para los momentos de espera previos, o si los niños terminan rápido, hay que tener preparada una artillería de juegos. Plastilina, su juguete favorito sin sonido, unos dibujos para pintar, una revista, pequeños cómics o cuentos de bolsillo e incluso un cubo rompecabezas pueden entretenerles unos cuantos minutos.
6. Proveerse de snacks saludables
Por si tardan en servir la comida, lo aconsejable es llevar algo de comida que les abra el apetito. Snacks saludables como una fruta, un yogur o un trozo de pan les mantendrá ocupados un ratito. Y si se cree que los alimentos que les traerán no les gustarán, hay que idear un plan b: llevarles comidos y que lo que ahí tomen sea adicional.
7. Distraerles antes de
que empiece el viaje
o la comida
Ver a través de la ventana cómo despegan otros aviones o cómo se cargan las maletas seguro que les distraerá antes de emprender el viaje. En un restaurante se puede aprovechar para ir al baño, hablar de la decoración del lugar y de su menú, explicarles que no son para jugar.
8. Qué hacer durante
la comida o el viaje
En los viajes, los juegos y las lecturas amenas, dormir un rato, comer, mirar por la ventana... les mantendrá entretenidos. Pero conversar con ellos seguro que es lo que más les gustará, y en un restaurante, lo que más valorarán. Se puede hablar de la comida, de lo que se hará más tarde, de la película que vieron el otro día, de las próximas vacaciones... de cualquier tema con el que noten que su opinión cuenta.
9. Afrontar la
temida rabieta
Puede ocurrir. Ante una rabieta, como recuerda el pedagogo Jesús Jarque en su libro “Rabietas, pataletas y malos modales”, de la colección “Escuela de Padres”, lo conveniente es emplear la técnica “tiempo fuera” (apartarlo por un tiempo en un lugar aburrido pero seguro) y cumplir con lo acordado al principio.
Niñofobia en el mundo, un tema del siglo XXI
La niñofobia es un tema de nuestro siglo. Google muestra un resultado de niñofobia antes de 2000. Anterior a 2006, cinco enlaces: dos erróneos (son recientes); una queja en un blog porque está mal visto decir que los niños hacen ruido («y no tengo niñofobia»), y dos comentarios en foros. Anterior a 2010, 40 enlaces. Anterior a 2016, 5.600 enlaces. Uno de los primeros establecimientos en colgar «no se admiten menores de 12 años» en España (2011) recibió fuertes críticas de personas e instituciones.
Poco después, otros bares y cafeterías se sumaron al “no se admiten niños”. Siguieron las ofertas de hoteles sólo para adultos y los vagones de tren que no admiten niños. Los últimos “no se admiten niños” están en las bodas y han creado roces entre los novios e invitados que lo consideran inaceptable. Más de una novia visualiza la boda perfecta sin críos correteando, gritando y padres riñéndolos.
Quienes muestran su rechazo a los niños ya no se ocultan por temor a ser recriminados. Saben que recibirán críticas, pero también saben que no están solos.
Hay reuniones de vecinos: unos quieren las luces apagadas a las diez de la noche. No quieren que los niños tengan luz para jugar. Muchos de los que tienen hijos menores quieren luz hasta pasadas las once.
En las redes sociales hay una lucha constante. Hay personas que suben imágenes de bebés y se quejan: “Terrible viaje me espera”. Hay madres y padres que denuncian las quejas con “Stop NiñoFobia”. Relatan en blogs casos de niñofobia. La mayoría comienzan con una madre entrando con su bebé en un transporte público y la mirada acusatoria de los adultos. Miradas en las que se adivinan prejuicios: bebé = ruido.
Pero, ¿realmente existe la niñofobia? ¿La discriminación y el rechazo a los niños por ser niños equiparable al racismo y la homofobia?
Hay distintas clases de rechazo. Hay padres que sólo soportan a sus hijos y detestan a los ajenos; padres que para “una noche sin niños” eligen establecimientos que no admiten menores de edad; y sí, hay personas sin hijos que rechazan a los niños en menor o mayor medida sin motivo aparente.
Adultos que consideran que los niños son culpables de ser niños hasta que se demuestre lo contrario. Aunque la auténtica batalla no es entre niños y adultos, sino entre los adultos que, en lugar del diálogo, se colocan etiquetas. Posturas mantenidas en algunos casos de manera visceral que da pie a pensar que los adultos no somos tan adultos —responsables y capaces de gestionar nuestras emociones— como deberíamos.
Un sondeo de opinión realizado por El País a cincuenta padres de entre 25 a 35 años develó que el 50% se siente agotado por el cuidado de sus hijos, pues éstos son sumamente “ruidosos”. Pero ¿qué es lo que podemos hacer?
Daniel Guerrero, de 30 años, afirma que a diario inventa juegos para entretener a sus niños pero dice que cuando se siente cansado les alcanza el celular y es entonces cuando puede respirar un momento. Similar caso es el de Adriana Figueroa que cuando se siente agotada o tiene que cocinar pone a su niño frente a la computadora y le abre juegos para que se entretenga.
Restaurantes, hoteles, aviones, museos, iglesias... Para muchas familias, sitios como estos son inaccesibles. Y no por las barreras arquitectónicas que presentan, sino porque sus hijos son ruidosos y molestan en exceso al resto de comensales, viajeros, turistas o feligreses.
Es por esto que para tenerles entretenidos, y que no armen jaleo, hay quienes optan por dejarles el celular o la tableta para que jueguen o vean vídeos. Pero existen otras formas de conseguir que hagan el menos ruido posible, sin tener que recurrir a la tecnología. De acuerdo a los psicólogos consultados “Llevar juguetes silenciosos y snacks saludables para entretenerles, además de incluirles en las conversaciones, hará que la comida o el viaje con los hijos sea más agradable para todos”.
En los últimos meses se han hecho virales dos momentos que reflejan un auge de la “niñofobia”, una tendencia que se caracteriza por no tolerar los comportamientos ruidosos que los más pequeños producen en espacios cerrados al saltar, llorar, cantar, correr entre la gente, entrar, salir... es decir, por comportarse como lo que son: niños.
Un restaurant de España colgó en la puerta una normativa polémica. En ella resaltaba que “si el menor llora, grita o hace ruidos molestos para el resto, los padres deberán sacarlo hasta que deje de hacerlo”. Además, indicaba que los niños deben permanecer “en todo momento con sus padres, sin separarse de ellos” y prohibía que entraran con juguetes, a excepción de “móviles y consolas”, cambiarlos en el “local fuera del aseo” o “jugar” en el establecimiento.
Ante las críticas que recibió, sus responsables decidieron retirar el cartel. Y en abril, Lorenza, una niña de apenas un año, regalaba una bolsa con dulces y tapones para los oídos a todos los viajeros del vuelo en el que iba con sus padres, por si “daba un concierto”, tal y como recogía una de las pasajeras en su cuenta de Facebook.
Según la experta en el tema María Huidobro el fenómeno de la “niñofobia” -que incluso ya tiene en su contra a miles de personas bajo la etiqueta #StopNiñofobia- se hace patente en el mundo con restaurantes donde no se permite la entrada de menores, ni siquiera acompañados de sus padres, hoteles solo para adultos, aerolíneas con zonas child free (libre de niños), cruceros sin niños o trenes con coches en silencio, donde no pueden ir menores de 14 años, entre otros viajeros. Ante este panorama, se puede ir de vacaciones solo a hoteles amigos de los niños o acudir únicamente a establecimientos hosteleros con menús infantiles.
Para Susana Farfán de 25 años el ir con su niña a la iglesia es la “pesadilla” más grande que le toca vivir, pues los berrinches de la menor se le escapan de las manos. Pero a menudo también vemos fotografías de padres de vacaciones con sus niños. ¿Soportarán los berrinches o habrán encontrado la clave del asunto?
Pero para los psicólogos Gabriela Herrera, Claudia Donaire y Alberto Vedia no hay por qué renunciar a una comida en un restaurante cualquiera o a viajar en avión cuando se va con los hijos. De acuerdo a los psicólogos consultados éstas son las claves:
1. Enseñar conductas y comportamientos respetuosos con los demás
Educar a los hijos en valores les ayudará a saber convivir y comportarse en lugares a los que no están familiarizados. Respeto, amabilidad y comprensión hacia los demás son tres de los valores que más les servirán para saber cómo actuar en estos ambientes.
2. Hablar antes con los niños previamente
No se puede improvisar. Antes de salir de casa hay que hablar a los niños del lugar dónde se irá y ponerles normas que entiendan y puedan cumplir: estar sentados mientras dura la comida, no gritar, moverse sin correr, etc. También habrá que explicar las consecuencias en positivo, como aconsejan los especialistas, y pactar qué “premio” lograrán para motivarles: ir al parque, disfrutar con un helado de postre o elegir el camino de vuelta, por ejemplo.
3. Elegir bien el lugar
y la hora
Si son un poco mayores, es conveniente hacerles partícipes de la salida. Pedirles opinión acerca del establecimiento hostelero al que se acudirá y de lo que tomarán en él contribuirá a que su comportamiento sea adecuado.
Lo recomendable es que sea un lugar amplio o algún espacio acondicionado para los pequeños, mejor. Que sirvan a los niños primero es importante. Y en cuanto al horario, lo idóneo es que se desarrolle al mediodía, ni muy pronto ni muy tarde, a fin de que el hambre o el sueño no hagan estragos. Y es que el cansancio al final del día podría torpedear una cena con facilidad. En un avión o tren, en cambio, hacer el viaje de noche puede ser una solución.
4. Sentarse en un
sitio entretenido
Cerca de la ventana y en una esquina puede ser el sitio más apropiado para que la comida resulte lo más tranquila posible. A los más pequeños en un asiento elevador se les tendrá más controlados. En los medios de transporte, por su parte, es aconsejable hacerlo en un lugar próximo la ventanilla.
5. Llevar unos juguetes
silenciosos
Para los momentos de espera previos, o si los niños terminan rápido, hay que tener preparada una artillería de juegos. Plastilina, su juguete favorito sin sonido, unos dibujos para pintar, una revista, pequeños cómics o cuentos de bolsillo e incluso un cubo rompecabezas pueden entretenerles unos cuantos minutos.
6. Proveerse de snacks saludables
Por si tardan en servir la comida, lo aconsejable es llevar algo de comida que les abra el apetito. Snacks saludables como una fruta, un yogur o un trozo de pan les mantendrá ocupados un ratito. Y si se cree que los alimentos que les traerán no les gustarán, hay que idear un plan b: llevarles comidos y que lo que ahí tomen sea adicional.
7. Distraerles antes de
que empiece el viaje
o la comida
Ver a través de la ventana cómo despegan otros aviones o cómo se cargan las maletas seguro que les distraerá antes de emprender el viaje. En un restaurante se puede aprovechar para ir al baño, hablar de la decoración del lugar y de su menú, explicarles que no son para jugar.
8. Qué hacer durante
la comida o el viaje
En los viajes, los juegos y las lecturas amenas, dormir un rato, comer, mirar por la ventana... les mantendrá entretenidos. Pero conversar con ellos seguro que es lo que más les gustará, y en un restaurante, lo que más valorarán. Se puede hablar de la comida, de lo que se hará más tarde, de la película que vieron el otro día, de las próximas vacaciones... de cualquier tema con el que noten que su opinión cuenta.
9. Afrontar la
temida rabieta
Puede ocurrir. Ante una rabieta, como recuerda el pedagogo Jesús Jarque en su libro “Rabietas, pataletas y malos modales”, de la colección “Escuela de Padres”, lo conveniente es emplear la técnica “tiempo fuera” (apartarlo por un tiempo en un lugar aburrido pero seguro) y cumplir con lo acordado al principio.
Niñofobia en el mundo, un tema del siglo XXI
La niñofobia es un tema de nuestro siglo. Google muestra un resultado de niñofobia antes de 2000. Anterior a 2006, cinco enlaces: dos erróneos (son recientes); una queja en un blog porque está mal visto decir que los niños hacen ruido («y no tengo niñofobia»), y dos comentarios en foros. Anterior a 2010, 40 enlaces. Anterior a 2016, 5.600 enlaces. Uno de los primeros establecimientos en colgar «no se admiten menores de 12 años» en España (2011) recibió fuertes críticas de personas e instituciones.
Poco después, otros bares y cafeterías se sumaron al “no se admiten niños”. Siguieron las ofertas de hoteles sólo para adultos y los vagones de tren que no admiten niños. Los últimos “no se admiten niños” están en las bodas y han creado roces entre los novios e invitados que lo consideran inaceptable. Más de una novia visualiza la boda perfecta sin críos correteando, gritando y padres riñéndolos.
Quienes muestran su rechazo a los niños ya no se ocultan por temor a ser recriminados. Saben que recibirán críticas, pero también saben que no están solos.
Hay reuniones de vecinos: unos quieren las luces apagadas a las diez de la noche. No quieren que los niños tengan luz para jugar. Muchos de los que tienen hijos menores quieren luz hasta pasadas las once.
En las redes sociales hay una lucha constante. Hay personas que suben imágenes de bebés y se quejan: “Terrible viaje me espera”. Hay madres y padres que denuncian las quejas con “Stop NiñoFobia”. Relatan en blogs casos de niñofobia. La mayoría comienzan con una madre entrando con su bebé en un transporte público y la mirada acusatoria de los adultos. Miradas en las que se adivinan prejuicios: bebé = ruido.
Pero, ¿realmente existe la niñofobia? ¿La discriminación y el rechazo a los niños por ser niños equiparable al racismo y la homofobia?
Hay distintas clases de rechazo. Hay padres que sólo soportan a sus hijos y detestan a los ajenos; padres que para “una noche sin niños” eligen establecimientos que no admiten menores de edad; y sí, hay personas sin hijos que rechazan a los niños en menor o mayor medida sin motivo aparente.
Adultos que consideran que los niños son culpables de ser niños hasta que se demuestre lo contrario. Aunque la auténtica batalla no es entre niños y adultos, sino entre los adultos que, en lugar del diálogo, se colocan etiquetas. Posturas mantenidas en algunos casos de manera visceral que da pie a pensar que los adultos no somos tan adultos —responsables y capaces de gestionar nuestras emociones— como deberíamos.