García Linera “elogia la derrota” de la revolución en nuevo libro
“El fin de ciclo (del progresismo en Sudamérica) se sitúa en el momento en que los poderes tradicionales y la lógica neoliberal conquistan desde adentro a los nuevos gobiernos que, desconectados de las luchas y neutralizados como fuerza de los de abajo, abandonaron el camino del...



“El fin de ciclo (del progresismo en Sudamérica) se sitúa en el momento en que los poderes tradicionales y la lógica neoliberal conquistan desde adentro a los nuevos gobiernos que, desconectados de las luchas y neutralizados como fuerza de los de abajo, abandonaron el camino del cambio”.
“Puede describirse como un pacto de gobernabilidad con los viejos poderes por el cual se dejaba gobernar al progresismo a cambio de que no haya cambios en el modelo de acumulación y en las políticas, que en ningún momento dejaron de beneficiar más que nada al poder tradicional”.
Ambas frases textuales corresponden a Salvador Schavelzon, en una conversación con este medio de comunicación, cuando realizaba un análisis de la crisis y caída de los gobiernos de “izquierda” en Latinoamérica.
El último libro del vicepresidente Álvaro García Linera, titulado “¿Qué es Una Revolución? De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros tiempos (Vicepresidencia del Estado, La Paz, 2017), parece darle la razón a Schavelzon -antropólogo, investigador y profesor de la Universidad Federal de San Pablo.
El texto del vicepresidente es parte de una colección en conmemoración por los 100 años de la Revolución Rusa, donde busca acercarse a una definición sobre lo que es una revolución.
En él, García Linera propone que una vez que los “revolucionarios” toman el poder, de lo que se trata es controlar y neutralizar el conflicto entre fuerzas políticas y sociales para “esperar” condiciones favorables que permitan avanzar nuevamente, en un momento futuro fuera del alcance del Estado, con nuevos actores, en un futuro indefinido que alguna vez vendrá.
El avance tardará años o décadas en reactivarse, por lo que según el vicepresidente, sólo cabe entonces administrar. Mientras una ola revolucionaria de movilización no suceda, se trata de administrar el capitalismo favoreciendo y buscando obtener lo mejor posible de las relaciones económicas existentes, frente a las que no habrá más oposición o resistencia.
Comparaciones con la Revolución Rusa
El foco principal del texto de García Linera es una relectura de la posición de Lenin en
1921, cuando después del período conocido como “comunismo de guerra”, el gobierno bolchevique adopta la NEP (Nueva Política Económica).
Los académicos e historiadores suelen coincidir relativamente, en que la NEP, en aquel momento, fue el resultado de una coyuntura compleja donde el gobierno de los bolcheviques se encontraba presionado por la situación política que exigía ceder posiciones frente a la reacción: las ciudades y el campo se estaban levantando contra la revolución, además de persistir el acoso de las potencias occidentales, entre otras muchas dificultades, incluyendo el boicot económico de la burguesía nacional.
Pero en la lectura de García Linera, el elogio de la NEP se eleva a la de modelo universal para pensar la revolución en cualquier época.
Justificando el giro a la derecha
Schavelzon leyó el libro completo y realizó una reseña extensa, resaltando varios aspectos. “El libro de García Linera tiene el sentido claro de intentar justificar el rumbo tomado por el proceso boliviano, considerado aquí como camino que avanza en la misma dirección que el de la adopción de la NEP”, advierte.
El académico también considera que la defensa del Estado como espacio de interrupción “no deja de ser una crítica a los que piden más del proceso boliviano; a los que critican un desvío del rumbo inicial; o consideran el fin de un proceso de descolonización y cambio. Es para esas críticas que García Linera responde que hay que esperar, y que para los revolucionarios sólo cabe la tarea de controlar el poder de la forma más consolidada posible, a cualquier costo”.
Así, la definición de la permanencia al mando del gobierno como prioridad “sirve para entender también la coyuntura boliviana, con frecuentes manifestaciones contrarias al gobierno, incluyendo sectores indígenas, cocaleros, moradores de antiguos bastiones de apoyo, con un retroceso electoral en el país entero”.
Según Schavelzon, es en ese contexto en e que fue aprobada la posibilidad de repostulación de Evo Morales para una nueva reelección, a partir de una polémica sentencia del Tribunal Constitucional, controlado por el gobierno, contradiciendo lo establecido expresamente en la Constitución aprobada por el MAS, y también por la victoria del “No” en el referéndum. “La permanencia en el control del Estado se muestra prioritaria, a cualquier costo”.
En el libro, a través del elogio de la adopción de la NEP en Rusia, García Linera termina destacando lo que “realmente ve como política necesaria en un proceso político: centralización, monopolio estatal de la acción, y represión de conflicto disidente o fuera de control. Es verdad que en Bolivia las dinámicas comunitarias y de participación política están vivas. Pero es contra ellas que la política adoptada por el MAS viene desarrollándose”.
En palabras del propio vicepresidente en el libro: “Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos habilita simplemente a hacer algunas”.
El libro también le sirve a García Linera para reiterar su análisis del proceso boliviano: como Marx analizaría 1848 en Europa, las revoluciones en la historia suceden como sucesión de oleadas. “En esta constatación retrospectiva del argumento de García Linera, las oleadas funcionan como esperanza futura, celebración de las rebeliones del pasado, pero presente muerto”.
LEA TAMBIÉN: Bolivia continúa con “estupidez” de prestar millones de dólares al capitalismo internacional
¿Es comparable la revolución rusa con la Bolivia actual?
Para Schavelzon, Bolivia pasó “por un proceso de centralización del mando, cerrando una de las experiencias más avanzadas de partido-movimiento, donde el ‘mandar obedeciendo’ y la decisión política en manos de las bases era un elemento fundamental, y fue eliminado”.
Este proceso, que García Linera justifica, ocurrió en un momento de condiciones económicas excepcionales, con precios altos de los commodities, estabilidad económica, y el ingreso estatal más alto de la historia del Estado. Bolivia contó con condiciones políticas positivas a partir de 2009, con control absoluto de los tres poderes de gobierno y oposición perdida y en dispersión.
En ese sentido, el contexto boliviano ha sido exactamente el opuesto a las condiciones en Rusia cuando se deicidio adoptar la NEP en 1921.
Además del ciclo positivo de bonanza económica regional, “hubo decisiones políticas en Bolivia que explican la capacidad de reducir la pobreza y sostener políticas ‘de inclusión’, pero también de no modificar la distribución del poder económico, y que propone un modelo de desarrollo que no se diferencia del adoptado por los países vecinos sin administración progresista o de izquierda”, agrega el académico.
LEA: Evo y la fábula del alacrán y la ranita
Por otro lado, García Linera destaca el ejemplo de la decisión de los bolcheviques de abrir la explotación de recursos naturales a empresas extranjeras, con condiciones privilegiadas que las empresas nacionales no tenían.
“Se trataba de una necesidad prioritaria, debido a la falta de energía para la industria. Muy diferente de la situación boliviana, aunque la decisión de los bolcheviques aparezca en el texto de García Linera con un claro sentido justificador, en la adopción de un modelo extractivista de tipo neocolonial, favorecedor de empresas extranjeras en contradicción del espíritu de octubre de 2003” y de la propia nacionalización de mayo de 2006.
De igual manera, el experto explica que la decisión de la NEP en Rusia resultó de fuertes presiones venidas desde afuera, y de la falta de acompañamiento internacional de la Revolución, con el fracaso de la esperada revolución alemana. En cambio, en Bolivia consistió en la elección de un camino político, que en la argumentación del García Linera no aparece como una elección difícil, sacrificada, de renuncia respecto de los objetivos y metas.
“En Bolivia, un proceso de movilización producto de una construcción de décadas, derivó en un proceso que, si planteó posibilidades de alcance revolucionario, estas fueron abortadas desde dentro y no por una derrota frente a fuerzas externas”.
LEA: El doble aguinaldo según el PIB: Cuando el alacrán se muerde la cola
Por el capitalismo
Para el vicepresidente, la revolución exige centralizar las decisiones y sacrificar el flujo de creatividad del pueblo, como criticó Rosa Luxemburgo, y dice que “no debemos adecuar la realidad a las ilusiones, sino al contrario; tenemos que adecuar las ilusiones y las esperanzas a la realidad”.
LEA: Hacia la disolución del sector productivo boliviano
En el texto, García Linera afirma además que el control estatal sólo funcionará “donde conseguimos iluminar, más allá se impondrá el mercado”. Por tanto, “a falta de revolución, tenemos entonces una teoría de la revolución sin revolución”, observa Schavelzon.
LEA: No es sólo el cálculo, es el indicador
Y es que “la impotencia reconocida en esta afirmación, y coincidente con una atribución del Estado en las sociedades periféricas apenas aparente y débil, contrasta con el postulado de la necesidad de un poder político férreo, pero sólo para dejar la economía actuar libremente regida por la inevitable lógica de valoración capitalista”.
Si el rol del Estado se desarrolla de forma más eficiente como administración del capitalismo, “García Linera pretende así hacer de la fuerza del capitalismo una virtud de los revolucionarios”.
El poder por el poder
Schavelzon se pregunta: “hasta qué punto la espera de las oleadas futuras de la revolución no se constituye en un muro que evita y obstaculiza la emergencia de experiencias que puedan encontrar siempre otros caminos”.
El académico también critica la posición de García Linera, porque “no parece distante de la de quien se atribuye el papel de coordinar la revolución de otros, lugar conocido en la organización del poder de las repúblicas coloniales. Se trata de una élite política que se siente en el derecho, o en la responsabilidad, de asumir ese papel. Un jacobinismo de mando que, sin capacidad de conducir un proceso de transformaciones, gestiona y arbitra el poder repartido entre sectores viejos y nuevos de la burguesía”.
Haciendo una lectura propia de la Revolución Rusa, el experto concluye que “evidentemente la centralización y apertura no llevó a nuevas oleadas de movilización que permitieran superar lo alcanzado inicialmente. Cuando aparecieron, el poder estatal se volvió contra ellas, sin poder evitar un inexorable colapso”.
LEA:
Cipayos políticos, cipayos económicos
Congreso de YPFB: el Imperio lisonjea
[gallery ids="27726,27727"]
“Puede describirse como un pacto de gobernabilidad con los viejos poderes por el cual se dejaba gobernar al progresismo a cambio de que no haya cambios en el modelo de acumulación y en las políticas, que en ningún momento dejaron de beneficiar más que nada al poder tradicional”.
Ambas frases textuales corresponden a Salvador Schavelzon, en una conversación con este medio de comunicación, cuando realizaba un análisis de la crisis y caída de los gobiernos de “izquierda” en Latinoamérica.
El último libro del vicepresidente Álvaro García Linera, titulado “¿Qué es Una Revolución? De la Revolución Rusa de 1917 a la revolución de nuestros tiempos (Vicepresidencia del Estado, La Paz, 2017), parece darle la razón a Schavelzon -antropólogo, investigador y profesor de la Universidad Federal de San Pablo.
El texto del vicepresidente es parte de una colección en conmemoración por los 100 años de la Revolución Rusa, donde busca acercarse a una definición sobre lo que es una revolución.
En él, García Linera propone que una vez que los “revolucionarios” toman el poder, de lo que se trata es controlar y neutralizar el conflicto entre fuerzas políticas y sociales para “esperar” condiciones favorables que permitan avanzar nuevamente, en un momento futuro fuera del alcance del Estado, con nuevos actores, en un futuro indefinido que alguna vez vendrá.
El avance tardará años o décadas en reactivarse, por lo que según el vicepresidente, sólo cabe entonces administrar. Mientras una ola revolucionaria de movilización no suceda, se trata de administrar el capitalismo favoreciendo y buscando obtener lo mejor posible de las relaciones económicas existentes, frente a las que no habrá más oposición o resistencia.
Comparaciones con la Revolución Rusa
El foco principal del texto de García Linera es una relectura de la posición de Lenin en
1921, cuando después del período conocido como “comunismo de guerra”, el gobierno bolchevique adopta la NEP (Nueva Política Económica).
Los académicos e historiadores suelen coincidir relativamente, en que la NEP, en aquel momento, fue el resultado de una coyuntura compleja donde el gobierno de los bolcheviques se encontraba presionado por la situación política que exigía ceder posiciones frente a la reacción: las ciudades y el campo se estaban levantando contra la revolución, además de persistir el acoso de las potencias occidentales, entre otras muchas dificultades, incluyendo el boicot económico de la burguesía nacional.
Pero en la lectura de García Linera, el elogio de la NEP se eleva a la de modelo universal para pensar la revolución en cualquier época.
Justificando el giro a la derecha
Schavelzon leyó el libro completo y realizó una reseña extensa, resaltando varios aspectos. “El libro de García Linera tiene el sentido claro de intentar justificar el rumbo tomado por el proceso boliviano, considerado aquí como camino que avanza en la misma dirección que el de la adopción de la NEP”, advierte.
El académico también considera que la defensa del Estado como espacio de interrupción “no deja de ser una crítica a los que piden más del proceso boliviano; a los que critican un desvío del rumbo inicial; o consideran el fin de un proceso de descolonización y cambio. Es para esas críticas que García Linera responde que hay que esperar, y que para los revolucionarios sólo cabe la tarea de controlar el poder de la forma más consolidada posible, a cualquier costo”.
Así, la definición de la permanencia al mando del gobierno como prioridad “sirve para entender también la coyuntura boliviana, con frecuentes manifestaciones contrarias al gobierno, incluyendo sectores indígenas, cocaleros, moradores de antiguos bastiones de apoyo, con un retroceso electoral en el país entero”.
Según Schavelzon, es en ese contexto en e que fue aprobada la posibilidad de repostulación de Evo Morales para una nueva reelección, a partir de una polémica sentencia del Tribunal Constitucional, controlado por el gobierno, contradiciendo lo establecido expresamente en la Constitución aprobada por el MAS, y también por la victoria del “No” en el referéndum. “La permanencia en el control del Estado se muestra prioritaria, a cualquier costo”.
En el libro, a través del elogio de la adopción de la NEP en Rusia, García Linera termina destacando lo que “realmente ve como política necesaria en un proceso político: centralización, monopolio estatal de la acción, y represión de conflicto disidente o fuera de control. Es verdad que en Bolivia las dinámicas comunitarias y de participación política están vivas. Pero es contra ellas que la política adoptada por el MAS viene desarrollándose”.
En palabras del propio vicepresidente en el libro: “Uno desearía hacer muchas cosas en la vida, pero la vida nos habilita simplemente a hacer algunas”.
El libro también le sirve a García Linera para reiterar su análisis del proceso boliviano: como Marx analizaría 1848 en Europa, las revoluciones en la historia suceden como sucesión de oleadas. “En esta constatación retrospectiva del argumento de García Linera, las oleadas funcionan como esperanza futura, celebración de las rebeliones del pasado, pero presente muerto”.
LEA TAMBIÉN: Bolivia continúa con “estupidez” de prestar millones de dólares al capitalismo internacional
¿Es comparable la revolución rusa con la Bolivia actual?
Para Schavelzon, Bolivia pasó “por un proceso de centralización del mando, cerrando una de las experiencias más avanzadas de partido-movimiento, donde el ‘mandar obedeciendo’ y la decisión política en manos de las bases era un elemento fundamental, y fue eliminado”.
Este proceso, que García Linera justifica, ocurrió en un momento de condiciones económicas excepcionales, con precios altos de los commodities, estabilidad económica, y el ingreso estatal más alto de la historia del Estado. Bolivia contó con condiciones políticas positivas a partir de 2009, con control absoluto de los tres poderes de gobierno y oposición perdida y en dispersión.
En ese sentido, el contexto boliviano ha sido exactamente el opuesto a las condiciones en Rusia cuando se deicidio adoptar la NEP en 1921.
Además del ciclo positivo de bonanza económica regional, “hubo decisiones políticas en Bolivia que explican la capacidad de reducir la pobreza y sostener políticas ‘de inclusión’, pero también de no modificar la distribución del poder económico, y que propone un modelo de desarrollo que no se diferencia del adoptado por los países vecinos sin administración progresista o de izquierda”, agrega el académico.
LEA: Evo y la fábula del alacrán y la ranita
Por otro lado, García Linera destaca el ejemplo de la decisión de los bolcheviques de abrir la explotación de recursos naturales a empresas extranjeras, con condiciones privilegiadas que las empresas nacionales no tenían.
“Se trataba de una necesidad prioritaria, debido a la falta de energía para la industria. Muy diferente de la situación boliviana, aunque la decisión de los bolcheviques aparezca en el texto de García Linera con un claro sentido justificador, en la adopción de un modelo extractivista de tipo neocolonial, favorecedor de empresas extranjeras en contradicción del espíritu de octubre de 2003” y de la propia nacionalización de mayo de 2006.
De igual manera, el experto explica que la decisión de la NEP en Rusia resultó de fuertes presiones venidas desde afuera, y de la falta de acompañamiento internacional de la Revolución, con el fracaso de la esperada revolución alemana. En cambio, en Bolivia consistió en la elección de un camino político, que en la argumentación del García Linera no aparece como una elección difícil, sacrificada, de renuncia respecto de los objetivos y metas.
“En Bolivia, un proceso de movilización producto de una construcción de décadas, derivó en un proceso que, si planteó posibilidades de alcance revolucionario, estas fueron abortadas desde dentro y no por una derrota frente a fuerzas externas”.
LEA: El doble aguinaldo según el PIB: Cuando el alacrán se muerde la cola
Por el capitalismo
Para el vicepresidente, la revolución exige centralizar las decisiones y sacrificar el flujo de creatividad del pueblo, como criticó Rosa Luxemburgo, y dice que “no debemos adecuar la realidad a las ilusiones, sino al contrario; tenemos que adecuar las ilusiones y las esperanzas a la realidad”.
LEA: Hacia la disolución del sector productivo boliviano
En el texto, García Linera afirma además que el control estatal sólo funcionará “donde conseguimos iluminar, más allá se impondrá el mercado”. Por tanto, “a falta de revolución, tenemos entonces una teoría de la revolución sin revolución”, observa Schavelzon.
LEA: No es sólo el cálculo, es el indicador
Y es que “la impotencia reconocida en esta afirmación, y coincidente con una atribución del Estado en las sociedades periféricas apenas aparente y débil, contrasta con el postulado de la necesidad de un poder político férreo, pero sólo para dejar la economía actuar libremente regida por la inevitable lógica de valoración capitalista”.
Si el rol del Estado se desarrolla de forma más eficiente como administración del capitalismo, “García Linera pretende así hacer de la fuerza del capitalismo una virtud de los revolucionarios”.
El poder por el poder
Schavelzon se pregunta: “hasta qué punto la espera de las oleadas futuras de la revolución no se constituye en un muro que evita y obstaculiza la emergencia de experiencias que puedan encontrar siempre otros caminos”.
El académico también critica la posición de García Linera, porque “no parece distante de la de quien se atribuye el papel de coordinar la revolución de otros, lugar conocido en la organización del poder de las repúblicas coloniales. Se trata de una élite política que se siente en el derecho, o en la responsabilidad, de asumir ese papel. Un jacobinismo de mando que, sin capacidad de conducir un proceso de transformaciones, gestiona y arbitra el poder repartido entre sectores viejos y nuevos de la burguesía”.
Haciendo una lectura propia de la Revolución Rusa, el experto concluye que “evidentemente la centralización y apertura no llevó a nuevas oleadas de movilización que permitieran superar lo alcanzado inicialmente. Cuando aparecieron, el poder estatal se volvió contra ellas, sin poder evitar un inexorable colapso”.
LEA:
Cipayos políticos, cipayos económicos
Congreso de YPFB: el Imperio lisonjea
[gallery ids="27726,27727"]