Octavio Campero Echazú, el gran poeta de Tarija
Se dice que es uno de los más grandes poetas de Tarija y en su trayectoria tiene muchos lauros, se trata de Octavio Campero Echazú, un chapaco admirable que nació en Tarija el 21 de noviembre de 1900. Fue hijo de Manuel Campero de la Peña y de Mercedes Echazú Suárez, ambos pertenecientes...



Se dice que es uno de los más grandes poetas de Tarija y en su trayectoria tiene muchos lauros, se trata de Octavio Campero Echazú, un chapaco admirable que nació en Tarija el 21 de noviembre de 1900.
Fue hijo de Manuel Campero de la Peña y de Mercedes Echazú Suárez, ambos pertenecientes a tradicionales familias tarijeñas. Por vía paterna era bisnieto del Coronel Juan José Feliciano Fernández Campero, IV marqués del Valle de Tojo, conocido en la Argentina como “El marqués de Yavi” y nieto del general boliviano Fernando María Campero Barragán.
En virtud de estos lazos familiares estaba emparentado con el obispo de Salta y Jujuy, Julio Campero y Aráoz y con la poetisa Lindaura Anzoátegui Campero, quienes habían incursionado en la poesía lírica, escribiendo obras que alcanzarían una relativa difusión en Bolivia y en la Argentina.
Realizó sus primeros estudios en Tarija, para luego trasladarse a la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca en Sucre, en dónde se graduaría como licenciado en derecho y en ciencias políticas en 1931. Durante esta etapa de su vida fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad, oponiéndose a la dictadura del presidente Bautista Saavedra Mallea y pregonando la adhesión del estudiantado sucrense a los postulados de la Reforma Universitaria argentina.
Una vez concluidos sus estudios universitarios, se desempeñó como profesor en la Escuela Normal de Sucre, y como profesor de filosofía jurídica en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. También fue corresponsal de diarios argentinos y chilenos. En 1937 contrajo matrimonio con Delia Zabalaga Canelas, regresando definitivamente a Tarija, en donde a la par de sus tareas como director del Colegio San Luis y como promotor de la Universidad Misael Saracho, volcó su producción intelectual a la poesía lírica.
En 1942, publicó su colección de poemas titulada “Amancayas”, que le valió un amplio reconocimiento en Bolivia y en el exterior. Esta obra compuesta de poemas de honda inspiración pintoresca, rescata los paisajes, las tradiciones y los habitantes de Tarija, estilo que se repetiría en otras de sus obras, tal como sus poemas titulados “Voces” (1960). En 1963 publicó “Al borde de la sombra”, otra colección de poemas que la valdría un amplio reconocimiento. En 1961 había ganado el Premio Nacional de Poesía, y en 1962, el Municipio de Tarija lo proclamó “Hijo Predilecto de la Ciudad” y la Universidad Misael Saracho le brindó el título de “Maestro de la Juventud Tarijeña”.
Luego de su fallecimiento en julio de 1970, el Ministerio de Educación y Cultura de Bolivia le otorgó el “Gran Premio Nacional de Literatura” en un reconocimiento póstumo a su obra y a su aporte a la cultura nacional. En 1971 se publicó su última obra, escrita antes de su muerte, “Aromas de otro tiempo”, cuya edición estuvo a cargo de su esposa.
Para Juan Siles Guevara, Amancaya es una de las cien obras capitales de la literatura boliviana, argumentando: “Amancaya es un prodigio de claridad en la captación de esencias chapacas, cuyo habitante, sentimental y limpio, fluye de estas páginas...”.
El poema titulado precisamente “Amancaya” en un parte dice: “Amancaya, amancayita / -lámpara de la alborada-, / en tu cáliz una estrella / se ha quedado rezagada. / Ya en los ojos de los bueyes / -pozos de paz de la casa-, / amancaya, amancayita, / despierta la madrugada, / y la vida en los corrales / ordeña leche de vaca”.
En el poemario Amancaya en Octavio Campero Echazú da entrada a los paisajes, las tradiciones y las gentes de su Tarija natal.
Destaca esta composición por la gracia y frescura de su ritmo popular, propio de la poesía tradicional (romance con rima á a, repetición de la reduplicación «amancaya, amancayita», uso de diminutivos afectivos: amancayita, mocita…), a lo que hay que sumar el valor expresivo de las distintas metáforas aposicionales (lámpara de la alborada, primera copla del alba, frescura de la mañana, urna de esencias chapacas) que se van aplicando a la flor.
Su famoso poema
De acuerdo al poeta y crítico Eduardo Mitre “Porque van diez años”, de Octavio Campero Echazú, es con razón un poema ineludible en las antologías de poesía boliviana, a más de ser una cifra de esa alianza entre la copla tarijeña o chapaca y la poesía que distingue tanto a su obra como a la posterior de su coterráneo Óscar Alfaro.
Para Mitre el poema de Campero Echazú testimonia la experiencia del regreso en una voz personal con claras resonancias colectivas. Esa voz es la de uno de los innumerables inmigrantes del sur boliviano, probable pero no exclusivamente un “bracero” que retorna de la Argentina a su pueblo después de una larga ausencia. El regreso es irónicamente un ingreso en el exilio, en el ostracismo, debido al desconocimiento de la colectividad que se cierne sobre él: “la gente me mira con ojos de ausencia”, esta imagen lo retrata casi cinematográficamente, desplazándose por un callejón de miradas, como si pisara otra vez tierra extraña.
A la constatación del vacío dejado por la muerte de la madre y la pérdida de su casa, se suma el rechazo de una joven (“ánfora de greda”) a bailar con él, negándole la reincorporación a la ronda del baile, a la rueda de la colectividad. En una estrofa se vierte el lamento y el remordimiento del paria por la pérdida amorosa debida a su lejana partida: “¡Y pensar que pude... trenzarme a sus largos cabellos / color de tormenta / y aventar el trigo de sus sensaciones / en rosadas eras!” Versos admirables, melancólicamente eróticos.
Mitre destaca la imagen “largos cabellos color de tormenta”, digna de una regia tradición poética moderna sobre el mismo motivo: “Y al torcer los cabellos apagaste el infierno” (Rubén Darío). “La cabellera que se ata hace el día / La cabellera al desatarse hace la noche” (Huidobro”); y una de las canónicas de Baudelaire: “Fuertes trenzas, sed el oleaje que me arrebate” (fortes tresses, soyez la houle qui m’enlève), tan semejante a la que, suelta en la intimidad de la entrega amorosa, el emigrante tardíamente desea.
El poema comienza y concluye con los mismos versos, trazando un círculo que no se abre sino en el interrogante tan dramático como vigente frente a los millares de emigrantes que retornan a su patria.
Porque van diez años
Octavio Campero Echazú (1900-1970)
Porque van diez años
que dejé mi tierra,
ya nadie me quiere
conocer siquiera.
Es cierto, he cambiado,
mi madre está muerta,
la casa vendida, y el molle coplero
de notas de pájaros —convertido en leña.
Porque van diez años
que dejé mi tierra,
las gentes me miran
con ojos de ausencia.
Ayer una moza del campo
—ánfora de greda
colmada de soles y lluvias,
olor de la tierra,
amancaya rosa, que invertida es una
lírica pollera—
no quiso conmigo
bailar a la rueda,
porque van diez años
que dejé mi tierra.
¡Pensar que yo pude colgarle zarcillos
de dulces tonadas de Sella;
enflorar con rosas y risas
la flor de su oreja;
trenzarme a sus largos cabellos
color de tormenta
y aventar el trigo de sus sensaciones
en rosadas eras!...
Pero aquella moza,
fragante y huidiza como agua de acequia,
se me fue con otro…
—¡malhaya mi sed de querencia!
porque van diez años
que dejé mi tierra.
EL CRECIMIENTO DE UN POETA, DE ESTUDIANTE A MAESTRO
Estudios
Realizó sus primeros estudios en Tarija, para luego trasladarse a la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca en Sucre, en dónde se graduaría como licenciado en derecho y en ciencias políticas en 1931.
Vida sindical
Durante esta etapa de su vida fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad, oponiéndose a la dictadura del presidente Bautista Saavedra Mallea y pregonando la adhesión del estudiantado sucrense a los postulados de la Reforma Universitaria argentina.
Profesor
Una vez concluidos sus estudios universitarios, se desempeñó como profesor en la Escuela Normal de Sucre, y como profesor de filosofía jurídica en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca.
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Fue hijo de Manuel Campero de la Peña y de Mercedes Echazú Suárez, ambos pertenecientes a tradicionales familias tarijeñas. Por vía paterna era bisnieto del Coronel Juan José Feliciano Fernández Campero, IV marqués del Valle de Tojo, conocido en la Argentina como “El marqués de Yavi” y nieto del general boliviano Fernando María Campero Barragán.
En virtud de estos lazos familiares estaba emparentado con el obispo de Salta y Jujuy, Julio Campero y Aráoz y con la poetisa Lindaura Anzoátegui Campero, quienes habían incursionado en la poesía lírica, escribiendo obras que alcanzarían una relativa difusión en Bolivia y en la Argentina.
Realizó sus primeros estudios en Tarija, para luego trasladarse a la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca en Sucre, en dónde se graduaría como licenciado en derecho y en ciencias políticas en 1931. Durante esta etapa de su vida fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad, oponiéndose a la dictadura del presidente Bautista Saavedra Mallea y pregonando la adhesión del estudiantado sucrense a los postulados de la Reforma Universitaria argentina.
Una vez concluidos sus estudios universitarios, se desempeñó como profesor en la Escuela Normal de Sucre, y como profesor de filosofía jurídica en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca. También fue corresponsal de diarios argentinos y chilenos. En 1937 contrajo matrimonio con Delia Zabalaga Canelas, regresando definitivamente a Tarija, en donde a la par de sus tareas como director del Colegio San Luis y como promotor de la Universidad Misael Saracho, volcó su producción intelectual a la poesía lírica.
En 1942, publicó su colección de poemas titulada “Amancayas”, que le valió un amplio reconocimiento en Bolivia y en el exterior. Esta obra compuesta de poemas de honda inspiración pintoresca, rescata los paisajes, las tradiciones y los habitantes de Tarija, estilo que se repetiría en otras de sus obras, tal como sus poemas titulados “Voces” (1960). En 1963 publicó “Al borde de la sombra”, otra colección de poemas que la valdría un amplio reconocimiento. En 1961 había ganado el Premio Nacional de Poesía, y en 1962, el Municipio de Tarija lo proclamó “Hijo Predilecto de la Ciudad” y la Universidad Misael Saracho le brindó el título de “Maestro de la Juventud Tarijeña”.
Luego de su fallecimiento en julio de 1970, el Ministerio de Educación y Cultura de Bolivia le otorgó el “Gran Premio Nacional de Literatura” en un reconocimiento póstumo a su obra y a su aporte a la cultura nacional. En 1971 se publicó su última obra, escrita antes de su muerte, “Aromas de otro tiempo”, cuya edición estuvo a cargo de su esposa.
Para Juan Siles Guevara, Amancaya es una de las cien obras capitales de la literatura boliviana, argumentando: “Amancaya es un prodigio de claridad en la captación de esencias chapacas, cuyo habitante, sentimental y limpio, fluye de estas páginas...”.
El poema titulado precisamente “Amancaya” en un parte dice: “Amancaya, amancayita / -lámpara de la alborada-, / en tu cáliz una estrella / se ha quedado rezagada. / Ya en los ojos de los bueyes / -pozos de paz de la casa-, / amancaya, amancayita, / despierta la madrugada, / y la vida en los corrales / ordeña leche de vaca”.
En el poemario Amancaya en Octavio Campero Echazú da entrada a los paisajes, las tradiciones y las gentes de su Tarija natal.
Destaca esta composición por la gracia y frescura de su ritmo popular, propio de la poesía tradicional (romance con rima á a, repetición de la reduplicación «amancaya, amancayita», uso de diminutivos afectivos: amancayita, mocita…), a lo que hay que sumar el valor expresivo de las distintas metáforas aposicionales (lámpara de la alborada, primera copla del alba, frescura de la mañana, urna de esencias chapacas) que se van aplicando a la flor.
Su famoso poema
De acuerdo al poeta y crítico Eduardo Mitre “Porque van diez años”, de Octavio Campero Echazú, es con razón un poema ineludible en las antologías de poesía boliviana, a más de ser una cifra de esa alianza entre la copla tarijeña o chapaca y la poesía que distingue tanto a su obra como a la posterior de su coterráneo Óscar Alfaro.
Para Mitre el poema de Campero Echazú testimonia la experiencia del regreso en una voz personal con claras resonancias colectivas. Esa voz es la de uno de los innumerables inmigrantes del sur boliviano, probable pero no exclusivamente un “bracero” que retorna de la Argentina a su pueblo después de una larga ausencia. El regreso es irónicamente un ingreso en el exilio, en el ostracismo, debido al desconocimiento de la colectividad que se cierne sobre él: “la gente me mira con ojos de ausencia”, esta imagen lo retrata casi cinematográficamente, desplazándose por un callejón de miradas, como si pisara otra vez tierra extraña.
A la constatación del vacío dejado por la muerte de la madre y la pérdida de su casa, se suma el rechazo de una joven (“ánfora de greda”) a bailar con él, negándole la reincorporación a la ronda del baile, a la rueda de la colectividad. En una estrofa se vierte el lamento y el remordimiento del paria por la pérdida amorosa debida a su lejana partida: “¡Y pensar que pude... trenzarme a sus largos cabellos / color de tormenta / y aventar el trigo de sus sensaciones / en rosadas eras!” Versos admirables, melancólicamente eróticos.
Mitre destaca la imagen “largos cabellos color de tormenta”, digna de una regia tradición poética moderna sobre el mismo motivo: “Y al torcer los cabellos apagaste el infierno” (Rubén Darío). “La cabellera que se ata hace el día / La cabellera al desatarse hace la noche” (Huidobro”); y una de las canónicas de Baudelaire: “Fuertes trenzas, sed el oleaje que me arrebate” (fortes tresses, soyez la houle qui m’enlève), tan semejante a la que, suelta en la intimidad de la entrega amorosa, el emigrante tardíamente desea.
El poema comienza y concluye con los mismos versos, trazando un círculo que no se abre sino en el interrogante tan dramático como vigente frente a los millares de emigrantes que retornan a su patria.
Porque van diez años
Octavio Campero Echazú (1900-1970)
Porque van diez años
que dejé mi tierra,
ya nadie me quiere
conocer siquiera.
Es cierto, he cambiado,
mi madre está muerta,
la casa vendida, y el molle coplero
de notas de pájaros —convertido en leña.
Porque van diez años
que dejé mi tierra,
las gentes me miran
con ojos de ausencia.
Ayer una moza del campo
—ánfora de greda
colmada de soles y lluvias,
olor de la tierra,
amancaya rosa, que invertida es una
lírica pollera—
no quiso conmigo
bailar a la rueda,
porque van diez años
que dejé mi tierra.
¡Pensar que yo pude colgarle zarcillos
de dulces tonadas de Sella;
enflorar con rosas y risas
la flor de su oreja;
trenzarme a sus largos cabellos
color de tormenta
y aventar el trigo de sus sensaciones
en rosadas eras!...
Pero aquella moza,
fragante y huidiza como agua de acequia,
se me fue con otro…
—¡malhaya mi sed de querencia!
porque van diez años
que dejé mi tierra.
EL CRECIMIENTO DE UN POETA, DE ESTUDIANTE A MAESTRO
Estudios
Realizó sus primeros estudios en Tarija, para luego trasladarse a la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca en Sucre, en dónde se graduaría como licenciado en derecho y en ciencias políticas en 1931.
Vida sindical
Durante esta etapa de su vida fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad, oponiéndose a la dictadura del presidente Bautista Saavedra Mallea y pregonando la adhesión del estudiantado sucrense a los postulados de la Reforma Universitaria argentina.
Profesor
Una vez concluidos sus estudios universitarios, se desempeñó como profesor en la Escuela Normal de Sucre, y como profesor de filosofía jurídica en la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca.
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