Juan Misael Saracho y el gran reto de mejorar la educación
Juan Misael Saracho nació en Tarija el 27 de enero de 1857, cursó en ella sus estudios de primaria y de secundaria, destacándose entre sus condiscípulos por su claro talento y constante aplicación, cualidades que le hicieron, más tarde, brillar también en la Universidad. En la segunda...



Juan Misael Saracho nació en Tarija el 27 de enero de 1857, cursó en ella sus estudios de primaria y de secundaria, destacándose entre sus condiscípulos por su claro talento y constante aplicación, cualidades que le hicieron, más tarde, brillar también en la Universidad.
En la segunda mitad del siglo XIX, vencidos los seis años de humanidades en el Colegio Nacional “San Luis”, su anhelo de cultura y de adquirir una profesión, lo llevó a Sucre, donde ingresó a la Universidad Mayor de “San Francisco Xavier”. En 1876 se recibió como abogado, coronando así toda una serie de sacrificios que se impuso en aras de su vocación, pues no poseyendo bienes de fortuna gran parte de su tiempo tuvo que dedicarlo a la lucha por la vida, robando horas al sueño, a copiar en las noches los textos de estudio que le prestaban sus compañeros, según solía él, más tarde contar a sus amigos
De Sucre se trasladó a Camargo donde se entregó al ejercicio de la profesión, pero, sus inclinaciones a la docencia se impusieron cada día con más fuerza a su espíritu y no tardó en fundar un establecimiento de secundaria al que bautizó con el nombre de “Liceo Porvenir”, exteriorizando así su invariable convencimiento de que el porvenir de la patria debía cifrarse, por encima de todo, en la educación.
Se sintió feliz pensando en el aporte que haría a la cultura y al progreso del país con ese hogar espiritual donde las jóvenes generaciones podrán adquirir los conocimientos humanísticos y prepararse para la Universidad y para la vida; pero, muy pronto tuvo que abandonarlo todo, pues estalló la guerra del Pacífico y se apresuró a cumplir el deber patrio con la plenitud de decisión y de fervor que suele poner en todo lo que hace.
Así, formó el escuadrón Camargo con los profesores y alumnos del curso, y como segundo comandante de aquél concurrió a la campaña. El desenlace desastroso para Bolivia, amargó su corazón, pero afirmó, sin duda, su resolución de consagrarse a la enseñanza pensando en que ella trasformaría, las condiciones adversas en que nuestro país tuvo que afrontar al enemigo.
De regreso a Camargo reanudó en su Liceo, con renovado entusiasmo, sus actividades docentes. Sin embargo, poco después, buscó para ellas y para su propio desenvolvimiento intelectual, más amplios horizontes, y se trasladó a Potosí. Allí, al lado de un selecto grupo de hombres de estudio, se ocupó activamente de la educación primaria, en cuyo terreno recogió observaciones y experiencias que le servieron más tarde para emprender, desde el Ministerio de Instrucción, las grandes reformas que lo consagraron como a un verdadero pionero de la educación boliviana.
Poco tiempo después, fundó el periódico “El Tiempo”, que le brindó la oportunidad de difundir sus ideales y que pronto descuella, entre los órganos de la prensa nacional, como una tribuna de civismo, de honradez y de cultura.
La conducta siempre recta de Saracho, la ponderación de su criterio, la serenidad y firmeza de su carácter, en una palabra, los altos quilates de su personalidad, acrecentaron rápidamente su prestigio en un pueblo, que sin ser el suyo, lo rodeó de su simpatía y le tributó el reconocimiento de sus méritos.
Elegido munícipe, su labor edilicia fue tan eficiente que en varios períodos fue, nuevamente, llevado a la comuna. Designado Director del Colegio “Pichincha” aceptó gustoso el cargo encontrando en él otra oportunidad para ahondar su experiencia sobre educación secundaria.
Más tarde fue designado Rector de la Universidad, organizó y logró hacer de ella una entidad señera del progreso cultural y un verdadero foco de inquietudes espirituales. Posteriormente, el pueblo potosino lo eligió su representante en la Convención Nacional que se reunió en Oruro de 1899, en la que Saracho se inició con brillo en las lides parlamentarias, revelándose, sobre todo, como un expositor talentoso y convincente.
Elegido senador por Tarija, en 1904, a poco de incorporarse a la Alta Cámara, dejó su asiento del Senado para asumir las funciones de Ministro de Instrucción Pública y Justicia, bajo la presidencia de Montes. Luego, durante la administración de éste y de Villazón, desempeñó las carteras de Gobierno y Fomento y de Relaciones Exteriores y Culto. Elegido segundo vicepresidente en 1909 le tocó asumir transitoriamente la Presidencia provisoria de la Nación. En 1913 fue elegido primer vicepresidente de la República, en cuya virtud le correspondió ocupar la presidencia del Senado, donde puso en evidencia su talento, su sagacidad y su tino extraordinario en la conducción de los debates.
Fue proclamado candidato a la Presidencia de la República por el período de 1917-1921 cuando el reconocimiento unánime de sus virtudes, su prestigio de estadista y la popularidad que rodeaba su nombre en todos los distritos, le auguraban un triunfo rotundo en las urnas, la muerte vino a tronchar las esperanzas nacionales, sorprendiéndolo en la ciudad de Tupiza el 14 de octubre de 1915, mientras viajaba a Buenos Aires.
Esta cruel jugada del destino privó a Tarija de uno de sus hijos más conspicuos y a Bolivia de un mandatario que habría sido, seguramente, uno de los más eminentes de su historia.
Es principalmente en la cartera de Instrucción Pública donde la figura de Saracho cobró mayor relieve, pues pocas veces la ocupó una mentalidad tan robusta, animada de un fervor patriótico tan sincero y de un anhelo tan hondo de resolver el problema educativo. Nadie, tal vez, antes de él había meditado tanto sobre ese problema hasta hacerlo su preocupación constante, una especie de obsesión fecunda a la que nada podía sustraerlo y que parecería constituir la razón misma de su existencia.
Ágil en el pensar, pero cauteloso y metódico en la acción, jamás se precipitó en la realización de sus proyectos, sino que, paso a paso, fue ejecutando lo que en largas vigilias planeó minuciosamente. Dotado de una disciplina mental poco común y entregado al estudio y a la lectura con avidez incesante, bebió en todas las fuentes los conocimientos que habría de utilizar para cumplir la gran misión que se había impuesto; pero también hizo acopio de la experiencia necesaria, que lo preservaría de las divagaciones teóricas, de los utopistas estériles, de los impulsos inocuos, que se malogran y se desvanecen en la realidad.
Contrastó el ritmo pausado que caracterizó a la reforma emprendida por él con la impaciente ligereza con que, en diversas épocas, se realizaron otras reformas educativas, de tan escasa vitalidad y consistencia, que pasaron fugazmente sin dejar huella alguna duradera.
Comenzó Saracho por reunir todos los datos a su alcance: analizó, comparó, discriminó, para tener una visión clara de las fallas y deficiencias que, por entonces, aquejaban al desenvolvimiento de la educación boliviana. Luego, convencido de que, principalmente faltaban en Bolivia verdaderos pedagogos, pensó que sólo podría conseguirlos enviando a Europa grupos selectos de jóvenes que se empapen de la ciencia pedagógica y regresen luego a servir en el magisterio nacional; envió al viejo Continente una comisión, encabezada por Daniel Bustamante, encargada de estudiar los sistemas de enseñanza allí usados y cuyo informe serviría para la reforma que se propuso; contrató pedagogos extranjeros para las escuelas y colegios del país; todo lo cual no le impidió fundar, al mismo tiempo, nuevas escuelas importar material didáctico, fomentar la enseñanza rural y proyectar la primera Ley de Educación Indigenal.
Finalmente, se dictó el Plan General de Educación que es aprobado por la legislatura de 1908. Culminó así una larga serie de esfuerzos tesoneros para cimentar sobre nuevas bases la educación boliviana; pero la fecundidad de su propósito aún dio margen para ir más allá de la obra realizada, y uno de sus mejores discípulos y colaboradores, precisamente Sánchez Bustamante que le sucedió en el Ministerio, se encargó de completar esa obra fundando la Escuela Normal de Sucre, de la que se hizo cargo la misión belga, encabezada por Georges Rouma.
En torno a la obra de Saracho se dieron ardientes debates y apasionadas polémicas. Sus impugnadores le han reprochado lo que ellos llamaron su “extranjerismo”, es decir el afán de buscar en otros países que no guardan similitud alguna con el nuestro, sistemas ajenos a la idiosincrasia del pueblo, a las necesidades del ambiente, en una palabra, a la realidad boliviana.
Reflexiones sobre la obra del personaje tarijeño
Naturalmente, la obra de Saracho no podía ser perfecta, siendo humana, pero es necesario situarse en la época en que a él le toca actuar y comparar esa actuación con la de muchos otros de sus contemporáneos y predecesores para aquilatar en su justo valor el avance enorme que significaron sus realizaciones en materia de educación.
Claro está que luego vendrá el filósofo de la educación boliviana, el gran Tamayo, que señalará rumbos quizá definitivos a la teoría educativa, pero nada podrá menoscabar la importancia de lo que nos legó el gran realizador que fue Saracho; prueba de ello es que, pese a la versatilidad de nuestro país en el aspecto educativo, muchas de las reformas introducidas por él se mantienen vigentes en la actualidad.
Su obra ha resistido al tiempo y a las pasiones políticas. El hecho de que el mismo Tamayo se haya educado en Europa y haya bebido gran parte de su saber en la Sorbona, antes de darnos, a su regreso a Bolivia, su magnífica “Creación de la Pedagogía Nacional”, parecería, hasta cierto punto, justificar la tesis de Saracho relativa al envío de jóvenes intelectuales a Europa. Por otra parte, la tendencia que irrumpe con Tamayo de crear una pedagogía nacional, de acuerdo con nuestras características raciales, con nuestros gustos y costumbres, puede considerarse como una consecuencia dialéctica de aquella tesis sustentada por Saracho. Sin ésta, no habríamos, tal vez, tenido aquélla.
De todo lo dicho podemos desprender que la figura del gran tarijeño está destinada a perpetuarse en la historia como una de las preclaras de la República. Saracho abrió nuevos derroteros a la educación boliviana convencido de que sólo preparando a las nuevas generaciones para las responsabilidades del ciudadano, es posible afianzar las conquistas democráticas de los pueblos, y acelerar su desenvolvimiento espiritual y material, cimentando sobre bases firmes el orden, la libertad y la justicia.
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En la segunda mitad del siglo XIX, vencidos los seis años de humanidades en el Colegio Nacional “San Luis”, su anhelo de cultura y de adquirir una profesión, lo llevó a Sucre, donde ingresó a la Universidad Mayor de “San Francisco Xavier”. En 1876 se recibió como abogado, coronando así toda una serie de sacrificios que se impuso en aras de su vocación, pues no poseyendo bienes de fortuna gran parte de su tiempo tuvo que dedicarlo a la lucha por la vida, robando horas al sueño, a copiar en las noches los textos de estudio que le prestaban sus compañeros, según solía él, más tarde contar a sus amigos
De Sucre se trasladó a Camargo donde se entregó al ejercicio de la profesión, pero, sus inclinaciones a la docencia se impusieron cada día con más fuerza a su espíritu y no tardó en fundar un establecimiento de secundaria al que bautizó con el nombre de “Liceo Porvenir”, exteriorizando así su invariable convencimiento de que el porvenir de la patria debía cifrarse, por encima de todo, en la educación.
Se sintió feliz pensando en el aporte que haría a la cultura y al progreso del país con ese hogar espiritual donde las jóvenes generaciones podrán adquirir los conocimientos humanísticos y prepararse para la Universidad y para la vida; pero, muy pronto tuvo que abandonarlo todo, pues estalló la guerra del Pacífico y se apresuró a cumplir el deber patrio con la plenitud de decisión y de fervor que suele poner en todo lo que hace.
Así, formó el escuadrón Camargo con los profesores y alumnos del curso, y como segundo comandante de aquél concurrió a la campaña. El desenlace desastroso para Bolivia, amargó su corazón, pero afirmó, sin duda, su resolución de consagrarse a la enseñanza pensando en que ella trasformaría, las condiciones adversas en que nuestro país tuvo que afrontar al enemigo.
De regreso a Camargo reanudó en su Liceo, con renovado entusiasmo, sus actividades docentes. Sin embargo, poco después, buscó para ellas y para su propio desenvolvimiento intelectual, más amplios horizontes, y se trasladó a Potosí. Allí, al lado de un selecto grupo de hombres de estudio, se ocupó activamente de la educación primaria, en cuyo terreno recogió observaciones y experiencias que le servieron más tarde para emprender, desde el Ministerio de Instrucción, las grandes reformas que lo consagraron como a un verdadero pionero de la educación boliviana.
Poco tiempo después, fundó el periódico “El Tiempo”, que le brindó la oportunidad de difundir sus ideales y que pronto descuella, entre los órganos de la prensa nacional, como una tribuna de civismo, de honradez y de cultura.
La conducta siempre recta de Saracho, la ponderación de su criterio, la serenidad y firmeza de su carácter, en una palabra, los altos quilates de su personalidad, acrecentaron rápidamente su prestigio en un pueblo, que sin ser el suyo, lo rodeó de su simpatía y le tributó el reconocimiento de sus méritos.
Elegido munícipe, su labor edilicia fue tan eficiente que en varios períodos fue, nuevamente, llevado a la comuna. Designado Director del Colegio “Pichincha” aceptó gustoso el cargo encontrando en él otra oportunidad para ahondar su experiencia sobre educación secundaria.
Más tarde fue designado Rector de la Universidad, organizó y logró hacer de ella una entidad señera del progreso cultural y un verdadero foco de inquietudes espirituales. Posteriormente, el pueblo potosino lo eligió su representante en la Convención Nacional que se reunió en Oruro de 1899, en la que Saracho se inició con brillo en las lides parlamentarias, revelándose, sobre todo, como un expositor talentoso y convincente.
Elegido senador por Tarija, en 1904, a poco de incorporarse a la Alta Cámara, dejó su asiento del Senado para asumir las funciones de Ministro de Instrucción Pública y Justicia, bajo la presidencia de Montes. Luego, durante la administración de éste y de Villazón, desempeñó las carteras de Gobierno y Fomento y de Relaciones Exteriores y Culto. Elegido segundo vicepresidente en 1909 le tocó asumir transitoriamente la Presidencia provisoria de la Nación. En 1913 fue elegido primer vicepresidente de la República, en cuya virtud le correspondió ocupar la presidencia del Senado, donde puso en evidencia su talento, su sagacidad y su tino extraordinario en la conducción de los debates.
Fue proclamado candidato a la Presidencia de la República por el período de 1917-1921 cuando el reconocimiento unánime de sus virtudes, su prestigio de estadista y la popularidad que rodeaba su nombre en todos los distritos, le auguraban un triunfo rotundo en las urnas, la muerte vino a tronchar las esperanzas nacionales, sorprendiéndolo en la ciudad de Tupiza el 14 de octubre de 1915, mientras viajaba a Buenos Aires.
Esta cruel jugada del destino privó a Tarija de uno de sus hijos más conspicuos y a Bolivia de un mandatario que habría sido, seguramente, uno de los más eminentes de su historia.
Es principalmente en la cartera de Instrucción Pública donde la figura de Saracho cobró mayor relieve, pues pocas veces la ocupó una mentalidad tan robusta, animada de un fervor patriótico tan sincero y de un anhelo tan hondo de resolver el problema educativo. Nadie, tal vez, antes de él había meditado tanto sobre ese problema hasta hacerlo su preocupación constante, una especie de obsesión fecunda a la que nada podía sustraerlo y que parecería constituir la razón misma de su existencia.
Ágil en el pensar, pero cauteloso y metódico en la acción, jamás se precipitó en la realización de sus proyectos, sino que, paso a paso, fue ejecutando lo que en largas vigilias planeó minuciosamente. Dotado de una disciplina mental poco común y entregado al estudio y a la lectura con avidez incesante, bebió en todas las fuentes los conocimientos que habría de utilizar para cumplir la gran misión que se había impuesto; pero también hizo acopio de la experiencia necesaria, que lo preservaría de las divagaciones teóricas, de los utopistas estériles, de los impulsos inocuos, que se malogran y se desvanecen en la realidad.
Contrastó el ritmo pausado que caracterizó a la reforma emprendida por él con la impaciente ligereza con que, en diversas épocas, se realizaron otras reformas educativas, de tan escasa vitalidad y consistencia, que pasaron fugazmente sin dejar huella alguna duradera.
Comenzó Saracho por reunir todos los datos a su alcance: analizó, comparó, discriminó, para tener una visión clara de las fallas y deficiencias que, por entonces, aquejaban al desenvolvimiento de la educación boliviana. Luego, convencido de que, principalmente faltaban en Bolivia verdaderos pedagogos, pensó que sólo podría conseguirlos enviando a Europa grupos selectos de jóvenes que se empapen de la ciencia pedagógica y regresen luego a servir en el magisterio nacional; envió al viejo Continente una comisión, encabezada por Daniel Bustamante, encargada de estudiar los sistemas de enseñanza allí usados y cuyo informe serviría para la reforma que se propuso; contrató pedagogos extranjeros para las escuelas y colegios del país; todo lo cual no le impidió fundar, al mismo tiempo, nuevas escuelas importar material didáctico, fomentar la enseñanza rural y proyectar la primera Ley de Educación Indigenal.
Finalmente, se dictó el Plan General de Educación que es aprobado por la legislatura de 1908. Culminó así una larga serie de esfuerzos tesoneros para cimentar sobre nuevas bases la educación boliviana; pero la fecundidad de su propósito aún dio margen para ir más allá de la obra realizada, y uno de sus mejores discípulos y colaboradores, precisamente Sánchez Bustamante que le sucedió en el Ministerio, se encargó de completar esa obra fundando la Escuela Normal de Sucre, de la que se hizo cargo la misión belga, encabezada por Georges Rouma.
En torno a la obra de Saracho se dieron ardientes debates y apasionadas polémicas. Sus impugnadores le han reprochado lo que ellos llamaron su “extranjerismo”, es decir el afán de buscar en otros países que no guardan similitud alguna con el nuestro, sistemas ajenos a la idiosincrasia del pueblo, a las necesidades del ambiente, en una palabra, a la realidad boliviana.
Reflexiones sobre la obra del personaje tarijeño
Naturalmente, la obra de Saracho no podía ser perfecta, siendo humana, pero es necesario situarse en la época en que a él le toca actuar y comparar esa actuación con la de muchos otros de sus contemporáneos y predecesores para aquilatar en su justo valor el avance enorme que significaron sus realizaciones en materia de educación.
Claro está que luego vendrá el filósofo de la educación boliviana, el gran Tamayo, que señalará rumbos quizá definitivos a la teoría educativa, pero nada podrá menoscabar la importancia de lo que nos legó el gran realizador que fue Saracho; prueba de ello es que, pese a la versatilidad de nuestro país en el aspecto educativo, muchas de las reformas introducidas por él se mantienen vigentes en la actualidad.
Su obra ha resistido al tiempo y a las pasiones políticas. El hecho de que el mismo Tamayo se haya educado en Europa y haya bebido gran parte de su saber en la Sorbona, antes de darnos, a su regreso a Bolivia, su magnífica “Creación de la Pedagogía Nacional”, parecería, hasta cierto punto, justificar la tesis de Saracho relativa al envío de jóvenes intelectuales a Europa. Por otra parte, la tendencia que irrumpe con Tamayo de crear una pedagogía nacional, de acuerdo con nuestras características raciales, con nuestros gustos y costumbres, puede considerarse como una consecuencia dialéctica de aquella tesis sustentada por Saracho. Sin ésta, no habríamos, tal vez, tenido aquélla.
De todo lo dicho podemos desprender que la figura del gran tarijeño está destinada a perpetuarse en la historia como una de las preclaras de la República. Saracho abrió nuevos derroteros a la educación boliviana convencido de que sólo preparando a las nuevas generaciones para las responsabilidades del ciudadano, es posible afianzar las conquistas democráticas de los pueblos, y acelerar su desenvolvimiento espiritual y material, cimentando sobre bases firmes el orden, la libertad y la justicia.
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