Viviana Gonzales, sin miedo ni culpa
Entrevista con la poeta y dramaturga boliviana-mexicana, que estrenó en Nueva York, junto a su familia, la puesta en escena de “Mamá tiene miedo”, un poema acerca de la depresión en la maternidad.
Cuando Viviana escribió “Mamá tiene miedo”, su hijo tenía ocho años y todavía no habíamos vivido la pandemia. Ella quería hacer un homenaje al “Altazor” de Vicente Huidobro relatando la caída de una madre. Transmitió su vértigo a Ilana Luna y Florencia Troisi, quienes leyeron y resonaron, dando sus tiempos y talentos para, respectivamente, traducir al inglés e ilustrar esa caída.
Al principio, Viviana se puso el pie buscando que las editoriales, todas enamoradas, eso sí, consideraran a “Mamá” como un poema para niños. Todas se negaron. Con el tiempo, “Mamá” encontró en el teatro su primera forma pública. Su hijo, Imanol, ahora de trece años, tiene el reto de volver a ser un niño de ocho. Su esposo, Juan, tiene el reto de actuar por primera vez.
Ellos acompañan a Viviana en el reto de hablar de una mujer deprimida que también es madre. Es difícil, pero alguien tiene que patear el pedestal de la maternidad perfecta para ver al ser humano, con sus defectos y virtudes, sin miedo ni culpa.
Pura Cepa (PC). ¿Cuál fue la certeza que te motivó a abordar la depresión en la maternidad?
Viviana Gonzales (VG). Obviamente, hay una parte personal en esta obra que tiene que ver con el trastorno obsesivo compulsivo. Quería tratar cómo se caricaturiza a la persona que tiene un trastorno mental, de cualquier tipo. Creo que lo manejamos mal como sociedad, decimos cosas por dar adjetivos. “Ah, yo también soy obsesiva porque me gusta la limpieza”. No, a un enfermo mental no le gusta limpiar. Lo hace porque hay algo que está funcionando mal. “Esa chica es muy bipolar”. No, la bipolaridad es un trastorno muy serio. Tengo amigos que son bipolares y borderline, y son profesionalmente brillantes, pero lo tienen que mantener escondido, porque si lo dices abiertamente, en este mundo que va de muy progre, te van a tachar de loco. ¿Cuánta credibilidad le puedes dar a un profesional que tienen un trastorno mental? Se ha caricaturizado en la televisión, en el cine. “Mejor, Imposible” me gusta mucho, con una gran actuación de Jack Nicholson. Conozco una obra de teatro, “Toc, Toc”, y creo que también se hizo película, que aborda todo desde la comedia. Es bueno reírnos de las enfermedades, de uno mismo, pero también hay que saber tocar temas como estos de manera más respetuosa. Seguramente, un enfermo de cáncer no quiere que le tengan lástima, pero la sientes y admiras que esté en la lucha contra la enfermedad. A un enfermo mental, la sociedad lo juzga, y creo que es muy importante, independientemente de tu trastorno, saber que eres un individuo y eres muchas otras cosas. Puedes ser madre, puedes ser escritor, puedes ser médico. Es un momento de tu vida que no te impide hacer otras cosas, pero también es un proceso muy difícil para la familia, porque no saben cómo enfrentarse a esos trastornos. Entonces, he querido mostrar el lado de una familia que ve a una persona que está mal y no le pueden ayudar. Una persona que tiene depresión sabe que el día es bonito y que la vida continúa, pero pierdes completamente el interés de levantarte. Creo que la sociedad, por muy progre que quiera ser, todavía es muy ignorante para tocar ciertos temas que son muy delicados.
PC. Escrito desde la perspectiva de un niño, en “Mamá tiene miedo” hay una ternura que desgarra, porque se lee también el nacimiento de la soledad y el paso hacia la adultez.
VG. Y también cuántas heridas vamos guardando de nuestros padres, ¿no? También hay que decirlo, los padres no son perfectos, son humanos. Y sí, la obra tiene esperanza porque, al final, la mamá regresa. El niño dice, “nada es eterno en la vida, ni siquiera los días negros”. Es una obra circular, y ella va a estar bien seguramente un tiempo, pero no sabemos qué va a detonar otra vez para volver a ese hoyo en el que ella habita. Si tú le preguntas a un psiquiatra cuándo puede volver un ataque de depresión, puede ser en dos semanas o en un año. Hay muchos factores, desde el medioambiente, la política, la crisis económica, los conflictos que tenemos todos los días. También es un canto al miedo, ¿no? Mi poesía está plagada de miedo, porque es de las cosas que más se me presentan para escribir un poema. Es mi gran enemigo, pero también es la gran musa para mi proceso creativo. Creo que es uno de los sentimientos más terribles que podemos enfrentar como seres humanos, porque el miedo te paraliza, te anula como individuo, el miedo a cualquier cosa, desde perder a mi hijo, miedo a la muerte misma, a la muerte de otro, pero miedo a todo, a la misma existencia, miedo de la incertidumbre que es la misma vida, el no saber hacia dónde vamos, qué hacemos, si lo estoy haciendo bien. Y eso también desde mi feminidad, en el sentido de la culpabilidad con que las mujeres habitamos el mundo. Las mujeres somos las culpables de criar mal a los hijos, de que tu marido te engañe. Las mujeres crecemos con la culpa. Yo recuerdo los miedos de mi mamá, y de mi abuela, que era una mujer muy fuerte, pero llena de miedos.
PC. ¿Qué dices de la ilustración inicial, de la madre como un círculo dentro del cual se gesta el bebé, y su relación con la metáfora de la depresión como un hoyo?
VG. Muchísimas cosas. La idea del hoyo como el mismo órgano sexual de la mujer, algo que siempre está escondido, algo secreto. Cuando yo era muy joven, las mujeres no hablábamos. Se sabía de los temas sexuales de los hombres, pero de las mujeres siempre ha sido un tema escondido. A nivel simbólico, es el hecho de cómo nos situamos en el mundo. En mi caso, soy una mujer heterosexual, madre, y el hoyo es eso, lo que mejor no se dice, lo que se queda en casa. Tiene que ver mucho con nuestra feminidad, cómo nos hemos situado en el mundo. Creo que las grandes matriarcas han ejercido eso. Pueden pasar muchas cosas en la casa, pero las vamos a mantener en secreto.
PC. Entonces, ¿qué papel tiene el resto de la familia, la madre, la abuela, la sociedad, en el enfrentamiento de problemáticas tan privadas y oscuras como las afecciones de la salud mental?
VG. Yo creo que estamos viviendo tiempos un poco extraños. Los jóvenes, por ejemplo, están pudiendo expresar más abiertamente el tema de la homosexualidad. Mi hijo tiene amigos y amigas que son homosexuales, y a él realmente no le causa ningún conflicto. Cuando yo estaba en la preparatoria, tenía amigos homosexuales que hasta ahorita no lo han podido expresar. Es muy fuerte, porque para nuestra generación todavía es un tema, pero para las nuevas generaciones es algo natural, y me parece muy bien que se estén tocando temas delicados desde otros puntos de vista. Pero si vamos de progresistas, todavía somos una sociedad muy hipócrita. Somos progres con lo que está de moda, pero hay temas que mejor no hablamos, como los trastornos mentales. Yo escucho a las amigas de mi hijo hablar de sexualidad, de masturbación femenina, y me parece genial. Pero si alguien no está de acuerdo con el tema trans, por ejemplo, y lo dices, como eso está tan de moda, estás mal. Entonces, me pregunto si este nuevo progresismo no es una especie de fascismo, donde tienes que estar de acuerdo, sí o sí, con todo. Me ha pasado con mis amigas feministas. Respeto mucho el movimiento feminista, en especial el que ha hecho María Galindo hace muchísimos años. Ella es la gran pionera no sólo en América Latina, yo creo que a nivel mundial. Pero, ¿qué pasa con las chicas jóvenes? Está el tema del derecho a abortar. Si una mujer no quiere tener al bebé, el Estado debe garantizar una práctica legal, salubre, para contar con ese derecho. Pero no es algo para festejar, no es el gran logro de la mujer. La práctica del aborto conlleva una gran carga de culpabilidad, de dolor, de cambios hormonales en el cuerpo. Eso muchas feministas no lo dicen. Pero si no estás de acuerdo con todo, completamente alineada, no eres parte del movimiento. Y eso no es verdad.
PC. Por eso hay una fuerte reacción de filosofías y posturas tradicionalistas.
VG. Te digo, estamos viviendo momentos que son como la Edad Media, muy oscuros. Si no eres progre, mal. Pero eso también está despertando a esta gente que se está yendo a lo recontra tradicional. Si habíamos superado un poco el patriarcado, ahora estamos dando ciento cincuenta mil pasos atrás. No sé en qué momento hemos perdido el sentido común. Primero, creo que hay muy malas lecturas del feminismo, como si el hombre fuera nuestro enemigo, que no lo es. Nuestro enemigo es el patriarcado, para mujeres y hombres. Hay cosas que son de sentido común, y el ser humano lo sabe. En Estados Unidos, por ejemplo, hay que pensar que es una sociedad muy conservadora, pero el tema de los trans en Californa está asustando mucho, porque hay madres que dicen, “mi hijo es trans”. ¿En serio, tu hijo puede ser trans a los dos años? Estoy abierta a que mi hijo sea homosexual, si quiere, pero que descubra su propia sexualidad solo y en libertad. Eso hemos buscado en mi generación, la libertad de decir, “a ver, a lo mejor soy homosexual y lo puedo ser tranquilamente”. Pero ahora, las mujeres en Estados Unidos dicen que sus bebés de tres años son trans. Se nos está yendo la olla a otro lado. Nos está faltando sentido común y saber que vas a tener la libertad de elegir tu pareja sexual en el momento que sea tu despertar, no a los tres años. Yo tengo una peluquera en la Ciudad de México que es trans, pero el proceso psicológico para cambiar de sexo le tomó quince años de dudas. Creo que esa apertura está confundiendo a nuestros jóvenes. Como ahora está de moda decir, “soy lesbiana”, entonces todas son lesbianas. Es un nuevo fascismo que nos está diciendo que hay que ser progres porque es lo máximo, y entonces hay una reacción cavernícola del otro lado. Son tiempos muy oscuros, las redes sociales son mentiras, y los influencers son terribles. La sociedad está cada vez menos capacitada para leer. La gente ya te dice, “soy ignorante, no me gusta leer, no me importa”. Mi abuelo era un hombre muy simple que siempre quería tener conocimientos. Había un anhelo de abrazar el conocimiento, y ahora no. Ahora todo viene de Instagram, de TikTok. He trabajado muchos años como profesora de literatura y uno de los grandes retos era enganchar a los jóvenes a la lectura. Cuando les das una novela, los jóvenes no tienen ni el vocabulario ni la capacidad para leer. Las redes sociales nos han hecho muchísimo daño, si bien son una forma de conectarnos, ahorita yo aquí, tú allá, y estamos hablando y todo eso. Lo veo en todas partes, hay poco ejercicio crítico, y lo estamos perdiendo porque hay un interés mayor en embrutecernos. Todos estos movimientos, se han terminado basando en el odio y el miedo al otro. Los gobiernos del mundo y los grandes millonarios pueden hacer con nosotros lo que quieran. ¿Dónde queda lo comunitario? Eso es lo que nos hace humanos. Quizá es mi edad, pero veo a mi hijo y a sus amigos bastante desconectados de la crítica. Y también es culpa de las generaciones anteriores. ¿A qué puede aspirar un joven en este momento, si ha fracasado todo? Hemos dejado un mundo sin utopías, lleno de guerras.
PC. ¿Cómo ha cambiado tu perspectiva desde que decidiste convertir tu experiencia personal de la depresión en un poema? ¿Has encontrado sanación?
VG. En mi caso, los procesos depresivos van y vienen. Cuando una depresión es crónica, no tiene cura. Hay momentos que estoy muy bien. Creo que tengo una vida muy normal, y definitivamente he encontrado en la literatura, en la poesía, el camino de catarsis, de sacar algo. Yo creo que eso es lo que hacemos todos los individuos, pero no necesariamente con depresión ni con nada. Yo creo que todos necesitamos contar algo, y cuando no lo contamos, cuando lo guardamos, nos estamos privando a los demás de historias. No estoy de acuerdo con los escritores que van de intelectuales a decir que esto es para los tocados por la divinidad. Pienso que todos tenemos historias que contar, y luego puedes encontrar la técnica, o no. Todos tenemos algo que contar, porque todos estamos rotos. Cuando hemos llegado a este mundo, nos hemos enamorado, nos han roto el corazón, nos hemos desencantado. Tenemos muchos dolores, un ego lastimado, no hemos hecho lo que queríamos hacer. Yo creo que nadie te puede decir, “no, para mí es perfecta la vida”. Estamos rotos, y por eso tenemos que contarnos historias, porque la única cosa que nos hace seres humanos es que experimentamos el dolor, la pérdida, la frustración, el miedo, la rabia. Todos somos humanos en esos sentimientos. Entonces, de alguna forma, en cualquier formato, tenemos que contarnos historias.
Ilustraciones: Florencia Troisi.