“El viaje de la canción”, o cómo se hace la música que te gusta (con VIDEOS y CANCIONES)
Benjamín “Benjo” Chambi, Álvaro Gaviota y Esteban “Motete” Zamora se mandaron una charla muy reveladora sobre todo lo que sucede en el estudio para que la música llegue a ser lo que es.



Benjamín “Benjo” Chambi, baterista paceño con larga trayectoria, actualmente parte de la banda Kala Marka, se reunió en el escenario del Auditorio de la Casa de la Cultura con Álvaro Gaviota, bajista de la banda Rantés y productor musical en el estudio El Hombre Alado, y Esteban “Motete” Zamora, guitarrista tarijeño, gran referente en la escena rockera nacional, y firmante de todas las creaciones que salen de Purple Haze Estudio.

“Los tres locos” abordaron un tema por demás interesante partiendo de la experiencia de escucha que tienen los usuarios, o los fans, o todas las personas que escuchamos música. ¿Cómo se crean las canciones que nos gustan? Evidentemente, pensamos que los artistas y las bandas son geniales y hacen maravillas, pero hay una serie de elementos técnicos, artísticos y humanos que entran en juego al momento de crear una canción.
Lamentablemente, pocos hay que sean melómanos. Apenas entrar en la charla, Gaviota compartió un dato interesante: “Resulta que el 80% de la música se escucha en celulares”. Tal vez no sorprende, pero da qué pensar con respecto a cómo se han transformado los hábitos de consumo musical y la forma de producir música. Se hacen menos álbumes y salen más sencillos. Y claro que el dato impacta en los creadores que, al producir una canción, se encuentran pensando más en que la música suene bien en el dispositivo móvil.

Diseñar una experiencia
Hacer música es diseñar una experiencia y escucharla es vivirla. La música que escuchamos nos gusta porque apela a ciertos aspectos de nuestra sensibilidad y capacidad de apreciación. Los artistas se valen de elementos como la instrumentación, la armonía, la estructura, el tempo y la melodía para lograr esos “viajes”.
A nosotros nos toma unos minutos, generalmente, “consumir” esa experiencia, mientras a ellos se les van algunas horas más en el estudio, en el ensayo, en la negociación que hay entre productor, guitarrista, vocalista, baterista y demás instrumentistas: cada uno quiere imponer su sonido, aportar, poner su firma, que se le escuche por encima del resto. ¿Cuál es el criterio para unificar “los egos”? “Nosotros manejamos la idea de que la canción es la que determina los elementos a utilizar”, respondió Chambi.
Y claro, una canción es una experiencia artística, estética, emotiva, una construcción de elementos “dispuestos de una forma para que nosotros flasheemos y nos cause emotividad, tranquilidad, frenetismo. Definitivamente, todo esto afecta cómo llega la música a nosotros”, dijo Gaviota.
El tempo
Al mando del sonido, Gaviota ofreció algunos “bocados” a lo largo de la charla. Primero sonaron piezas como “Halo”, un cover que LP hizo de una canción de Beyoncé, varias cumbias, a cuál más sabrosa, y una pieza electrónica intensa. Con esa variedad, el trío ilustró el concepto del tempo, superponiendo el sonido del metrónomo, ese instrumento invisible e inaudible para los usuarios, por encima de las canciones que diseccionaron.
¿Qué pasa si escuchamos una canción construida a 225 beats por minuto (bpm)? Terminaremos con ansiedad, seguramente. Pero, ¿qué sucede con una cumbia que late a 95 bpm? “Yo, particularmente, escucho eso, y me dan ganas de tomar”, rió Gaviota. Inmediatamente, Chambi contestó desde una perspectiva de mercadotecnia: “El playlist de un bar no está hecho al azar, está estudiado para que al cambiar la música la gente diga, ‘¡ya, cantinero, dos chelas!’”.
Los cambios de tempo motivan diferentes emociones, aunque no seamos conscientes de eso. “Definitivamente, el tempo en que se graba una canción tiene una repercusión fundamental en la experiencia del usuario”, remató el “Motete”.

La letra
Los músicos en el escenario del Auditorio terminaron coincidiendo en que a veces la música es lo que menos le importa al que escucha, sobre todo esos arreglos complejos, texturizados, llenos de matices sonoros que muy seguramente pasarán desapercibidos si salen del parlante de un celular.
Pero, al menos en los géneros populares, otra cosa es la letra de la canción. En turnos, Gaviota, Chambi y Zamora compartieron diferentes anécdotas, propias y prestadas, sobre la manera en que en la industria musical se suele poner a prueba el “gancho” que tiene una letra. Resulta que hay productores, incluso empresarios, que le llevan las canciones a sus hijos, o a “la cocinera”, para ver el éxito que tienen.
Y es que una buena letra, según el género de la canción, transmite mucho, aún si el usuario sólo termina recordando un par de frases, o una palabra. Por eso Gaviota dijo que “la letra es lo más importante junto con la interpretación”. Él y Zamora, como productores, también coincidieron en que han llegado a cambiar su manera de crear música poniendo cada vez más atención al trabajo vocal en estudio: “Un 80% se lo dedico a la voz, y el resto a la instrumentación, que es un acompañamiento a la melodía que va a llevar el hilo de la canción”, resumió Zamora.

Chambi añadió un aspecto místico, si se quiere: “Como dice Charly (García), cuando le preguntan cómo salen las letras, ‘hay que tratar de entender lo que dice la canción y traducirlo’”.
La altura de la canción
Eso llevó a los músicos a abordar el concepto de altura en el instrumento vocal. Usando como ejemplo algunas canciones de la mexicana Natalia Lafourcade, Gaviota resaltó el cambio de “personalidad” de la voz de la artista entre canciones como “La Llorona” y “Tú Si Sabes Quererme”. “La voz, a la altura correcta, brilla. Definitivamente, hay una Natalia brillosa, plena, y una Natalia oscura”.
Por ello, y como añadió Gaviota, no es casual que “el 60% de las canciones que se escriben en el mundo, están en Sol Mayor”. Es una tonalidad que “garantiza” ese brillo. Como ejemplo, sonaron piezas de grupos y artistas como Octavia, Oasis, The Beatles, Luis Alberto Spinetta, Serú Girán y Silvio Rodríguez. Y sí, además de la tonalidad, todas las canciones coincidían en ser “grandes hits”.
La identidad de la música boliviana
El trío terminó repasando algunos de los más recientes ejemplos de exploración en la escena musical boliviana y cómo los grandes grupos, como Wara y Kjarkas, tienen fuerte influencia y sello en lo que se hace hoy. El tema es una discusión aparte, quizá banal, y habrá quienes digan que la música boliviana no tiene identidad y que no la va a tener por meter zampoñas en el arreglo. “¿Por qué no? Octavia, Llegas, Alcoholika, Atajo, Wara, han sido precursores al tratar de mezclar algo propio con ritmos foráneos”, respondió Gaviota.
Lo cierto es que no hay una respuesta absoluta. En general, la identidad es una gran mezcla, cambiante, y lo mismo pasa con la música y sus variadas influencias. Lo importante es el intento, la búsqueda, y el ejercicio de la creatividad. Y mucho hay de saber volver al origen, como dijo Chambi al traer a colación la historia de Juan Luis Guerra, gran artista de merengue que se tuvo que ir a Estados Unidos, buscando ser un gran músico de jazz, para acabar de entender que su música siempre estuvo “adentro”.
Sencillo, compacto y puntual, este evento del XXXIII Festival Internacional Abril en Tarija abrió varias líneas de reflexión en la escena musical tarijeña, y también puede influenciar otras artes. Se trata de nuestra educación como público consumidor de productos artísticos y culturales: ¿sabemos apreciar lo que escuchamos, vemos, leemos, percibimos y asistimos?