Doña Delia, la lucha de una gran mujer detrás del tradicional tojorí
Cargada de sus ollas sale doña Delia Alejandra Cáceres todas las tardes desde Tabladita II hasta su puesto en el mercado Central, lugar que ama y al que le costó años de trabajo acceder.
Cargada de sus ollas sale doña Delia Alejandra Cáceres todas las tardes desde Tabladita II hasta su puesto en el mercado Central, lugar que ama y al que le costó años de trabajo acceder.
Delia como muchas otras vendedoras de comida en Tarija está lejos de ser parte de la generación “millennials”, y por lo tanto de manejar redes sociales sabe muy poco o nada. Más aún, gracias al apoyo de los más jóvenes de su familia pudo contactar a sus antiguos clientes y hacerse de otros.
En Tarija es muy conocida en su rubro, debido a que lleva más de 30 años vendiendo estos manjares en las calles chapacas, aquellas que conocen de memoria el olor de sus preparaciones. Su oficio le ha ayudado a sacar adelante a sus cuatro hijos, de los que se siente muy orgullosa.
Hoy, sentada en el patio de su casa se apresta a repasar su historia junto a El País. Delia nació en una familia muy humilde, su madre vendía frutas en el mercado Central y su padre era camionero. Por circunstancias de la vida se separaron, así ella quedó al cuidado de su abuela, quien le enseñó a cocinar con ese toque casero infaltable de la Tarija de antaño.
“Aprendí con mi abuelita, hacíamos en casa y se me quedó. Continúe mejorando y gracias a Dios a la gente le gustó”, recuerda orgullosa.
De muy joven decidió casarse y ya cuando tuvo hijos empezó a trabajar, pues vio que sus pequeños pasaban muchas necesidades. El dinero que ganaba su esposo no alcanzaba para cubrirlas. Así con las “armas culinarias” que le heredó su abuela decidió deambular vendiendo tojorí.
Primero lo hizo en la Loma y en sus calles aledañas, luego en el centro de la ciudad, en la feria de Villa Fátima y sobre todo en los alrededores del mercado Central. Más aún, cuando llegó a este principal centro de abasto la botaron, pues “como en todo” la competencia es dura. Sin embargo, no faltaron las personas bondadosas, esas que siempre existen, y que le prestaron un pedacito de mesón para colocar sus ollas.
“A un principio eran malos los vendedores. Algunos no todos”, aclara Delia y cuenta que cuando llovía tenía que caminar así con su pequeña hija, “era muy triste” dice conmovida, sin embargo se repone y afirma “Gracias a Dios el Intendente de esos tiempos me cedió un permisito para poner una mesita en el mercado y así pueda seguir trabajando”.
De esa manera, para Delia llegó el gran día en el que pudo tener un puesto en el tan peleado mercado Central.
De a poco como es característica del pago, la gente la fue conociendo por sus manjares y fue ganando clientes que asistían a diario a disfrutar de su tojori, también le compraban para llevarse a casa.
Hoy se enorgullece al señalar que por su trabajo sacó profesionales a sus cuatro hijos, dos de ellos son ingenieros en sistemas y los dos restantes son auditores. Una de sus hijas está en España, la otra en Argentina y sus dos hijos radican en Tarija.
Con una sonrisa amplia dice ser “una abuela feliz” y de inmediato cuenta que tiene ocho nietos y un bisnieto a los que quiere mucho. En la actualidad vive con su esposo, además de un hijo que ya tiene su familia. “Son los que me acompañan y ayudan. Antes de la cuarentena mi rutina era todos los días irme a mi mercado Central, ahí atendía todas las tardes”, dice con esa nostalgia e incertidumbre que nos invade a todos.
De a poco como es característica del pago,la gente la fue conociendo por sus manjaresy fue ganando clientes que asistían a diarioa disfrutar de su tojori.