Vida en familia
La importancia de no comparar a los niños
No abandonar, estar en calma, ofrecer amor y admirar cada paso y progreso del niño supondrán no hacerle sentir poco válido o menos que otros y sufrir ansiedad en la vida adulta.
Entender que cada niño o niña son únicos y especiales es una de las principales consideraciones que desea compartir Paula García Otero, sanitaria y asesora de lactancia. “Vivimos en una sociedad donde constantemente se habla de nosotros y de cómo somos, se nos compara y se nos pide que encajemos en un igual porque, habitualmente, lo diferente genera desconfianza y miedo”, explica García Otero. “Los padres hacemos eso con los hijos y nos regimos por los hitos del desarrollo (como el crecimiento físico o el desarrollo cognitivo) que, aunque estén científicamente avalados, son meramente orientativos”, añade la experta.
Como apunta la profesional, en su consulta trasmite a las familias que el equiparar innecesariamente a sus bebés o niños puede llevarlos como adultos a sufrir ansiedad. “Cada niño tiene unas características específicas y hay que conocerlas, respetando su desarrollo, ritmo y momentos, y acompañándolos en calma en todos sus procesos evolutivos”, afirma García Otero.
La asesora de lactancia quiere recordar a los padres con bebés que no se asusten si esta etapa no fluye desde un principio, algo que, según explica, puede deberse a que no cumpla el percentil (peso o estatura) para su edad. “Si el bebé es muy pequeño, por ejemplo, puede tener dificultades en la succión debido a sus condiciones. El no llegar a los hitos de percentil puede generar alarma en muchas familias, pero han de ser los profesionales de la salud quienes valoren de manera personalizada a cada bebé o niño, cada madre, lactancia y unidad familiar, y sobre la base de ello, trabajar”, puntualiza.
García Otero subraya que resulta apropiado tener presentes las necesidades del bebé o niño en cuanto a la alimentación complementaria y ver si está preparado y tolera bien los sólidos o es preciso ofrecerle otra textura, esto es, encontrar el equilibrio con el método que se quiera usar. “Hay que pensar que todo es válido”, señala. “Los bebés lo viven todo como un cambio, una experiencia sensorial y hay que intervenir de una manera positiva y tranquila, honrando su proceso madurativo y el crecimiento de sus habilidades que poco a poco les irán capacitando en todos los planos de su vida”, sostiene la también especialista en el acompañamiento posparto.
Ofrecer seguridad a los hijos y ser pacientes
Esta experta declara que puede resultar contraproducente leer datos o información que frustre a las familias y les haga sentir padres poco competentes. “El bebé/niño no tiene que comer todo lo que está en el plato o caminar y hablar antes que sus compañeros de guardería porque puede que todavía no sea su momento. Sin embargo, sí puede ir familiarizándose con diversas texturas, sabores, olores… con nuestra supervisión, cariño y disposición”, revela.
Diariamente en la sociedad, en las redes sociales, entre nosotros y también con nuestros hijos, etiquetamos y comparamos sin entender el daño que causamos. “No es correcto adjudicar un nombre, una cualidad, un síndrome o trastorno sin una evidencia científica como profesional. En lo que refiere a hablar de trastornos del neurodesarrollo o problemas de salud mental, compruebo que se habla a la ligera y se está extendiendo bastante en las redes sociales por gente no experta”, indica Marta Márquez Barbosa, psicóloga sanitaria y neuropsicóloga. “Podemos verificar entre nuestro grupo de amigos o conocidos que algunos niños prescinden antes del chupete, se les quita el pañal, hablan o caminan temprano. Existe una flexibilidad para alcanzar logros sin llegar a ser algo patológico, pero en eso no pueden opinar ni resolver si existe un problema quienes no son especialistas”, recalca.
Promover las capacidades creativas del niño
Tal y como manifiesta la psicóloga, los padres deben confiar en la evolución de sus hijos, felicitarlos, animarlos y no presionarlos cuando no se sientan seguros y se frustren en sus intentos, ya que son quienes mejor los conocen. En el caso de necesitar apoyo o tener preguntas, las familias deben acudir a los profesionales de atención temprana o sanitarios. “No olviden pensar que los errores también sirven para aprender y mejorar”, puntualiza.
Rosa María Aguilar, licenciada en Derecho y coordinadora del Departamento de Formación de la Fundación Aprender a Mirar, confirma que como profesional es consciente de que los padres no respetan convenientemente las diferencias neuronales y cerebrales de sus hijos para así poder descubrir qué es lo mejor para cada uno. Esta profesional, que junto a su equipo trabaja en un proyecto para Educación Infantil llamado Guay-fi para ayudar a padres jóvenes, explica que el cerebro actúa como una esponja que absorbe todo tipo de información en la etapa infantil. “El cerebro de 0 a 3 años es el momento donde se desarrolla más toda nuestra historia, luego hay otro pico en la preadolescencia entre 12 y 14 años. Aproximadamente a los 3 años, el propio cerebro hace una poda sináptica para quitar el exceso de neuronas para lograr un mejor crecimiento y avance en la siguiente fase que sucede de 3 a 6 años, la parte escolar, donde se aprende a escribir o leer de un modo más exacto”, argumenta.
Aguilar comparte que desde su equipo recomiendan no usar pantallas para niños de 0 a 3 años y que los de 3 a 6 años las usen media hora al día, pero sin visualizar todo tipo de contenido, debido a que ese tipo de dispositivos inutilizan la parte que el cerebro donde trascurre el desarrollo neuronal propio de los cinco sentidos. “Cuando se le da una manzana al niño la ve, la huele, la muerde y se van desarrollando todos los sentidos. Si la misma manzana se la enseñamos a través de la pantalla, todo el conocimiento les llega solo a través de un referido. El niño huele y toca pantalla”, ejemplifica Aguilar.
“Con el teléfono móvil o la televisión se da un exceso de cortisol (hormona del estrés) y dopamina (crea adicción) en el niño, algo totalmente contraproducente”, prosigue. “Se impide el desarrollo propio de 0 a 3 años, con lo cual cuando llega la poda sináptica natural se encuentra un cerebro donde no existe el exceso de neuronas”, añade esta experta. Los niños ven a sus referentes con el móvil y quieren copiarles. “Los padres necesitan más información y formación y entender que es mejor pasar tiempo con el hijo, jugar y evitar el uso del teléfono móvil como chupete emocional”, argumenta Aguilar. Para la experta, lo óptimo sería obsequiarlos con un lápiz, pinturas y papel o un libro y escuchar música, para que se expresen: “Así podemos conocerles y fomentar sus competencias, siempre con nosotros involucrándonos y acompañándolos con firmeza y afecto en su camino”.
Puedes seguir Mamas & Papas en Facebook, X o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter quincenal.
Qué necesita un niño para ser feliz de los 0 a los 3 años
Los profesionales de las escuelas infantiles tenemos la suerte y la gran responsabilidad de acompañar al alumnado, y a sus familias, durante sus tres primeros años de vida. En cada etapa, y en función de los cambios y evolución del niño, surgen distintos interrogantes. Estos años son clave para el desarrollo posterior del menor, porque el cerebro en este tiempo experimenta un crecimiento único: miles de conexiones neuronales se están formando y fortaleciendo. Además, es en estos momentos cuando se construye la base de todo lo que podemos hacer, aprender y ser en el futuro.
A continuación, las dudas más comunes que me he encontrado a lo largo de mi trayectoria de más de 10 años como profesional, y algunas claves para un desarrollo óptimo de la infancia.
De 0 a 1 año
Numerosos investigadores consideran los primeros meses de vida de un bebé un periodo crítico, porque es el momento en el que desarrolla el apego primario —esa relación emocional que el niño desarrolla con su padre, madre o cuidador—. Es en esta etapa cuando se establecen las bases de su seguridad emocional. Para lograr un apego seguro es necesario dar respuesta a sus necesidades, por eso es tan importante cogerlo en brazos cuando llora y el contacto físico, ya que sentirse querido le ayudará a adaptarse al mundo de manera adecuada.
Si no tenemos a nuestro bebé en brazos, ¿dónde lo podemos dejar? Sin duda, en el suelo. No es recomendable hacer uso de tacatás y se debe limitar el uso de hamacas y otros sistemas de retención. El empleo de estos objetos está muy extendido y son el peor enemigo para el desarrollo motor del pequeño. Suelo firme, objetos llamativos a su alcance, cómodos y en lugares que le permitan el movimiento libre, sin forzar posturas antes de que haya adquirido la madurez suficiente.
Otra cuestión que suele inquietar a los progenitores antes del año de sus hijos son las crisis de angustia. El bebé, sobre los ocho meses, comienza a llorar ante desconocidos o si los padres desaparecen de su vista. No debe ser interpretado como un retroceso, sino como un proceso normal y un paso importante hacia la autonomía. Juegos como el cucú tras o la caja de permanencia —esa caja opaca de la pedagogía Montessori con uno o varios orificios o ranuras para introducir objetos, con cada agujero diseñado para que un determinado objeto encaje perfectamente—.
De 1 a 2 años
Se producen cambios espectaculares con avances y progresos en el área motora, social, cognitiva y del lenguaje. Es crucial establecer rutinas, sobre todo de sueño y alimentación, que garanticen su descanso y bienestar. La falta de reposo, entre otros muchos factores, puede dar lugar a las primeras rabietas porque el agotamiento los deja sin mecanismos de autorregulación. Las rabietas son un comportamiento normal en el desarrollo de un niño, y entre 1 y 2 años carecen aún de las habilidades y herramientas necesarias para expresar su enfado o frustración de manera aceptable. La conexión con el adulto sereno les calma y les ayuda a identificar y recuperar el control sobre sus emociones.
El periodo de rabietas es cuando se pone a prueba la identidad del yo, y empiezan a tratar de transgredir los límites. Estos últimos son muy importantes y necesarios, ya que proporcionan seguridad ante el mundo que les rodea a la par que les ayuda a conocerse y responsabilizarse. En conclusión, en esta etapa necesitan espacio libre donde poder moverse, contacto con la naturaleza, escuchar muchos cuentos en el regazo de los adultos, conexión, límites, pisar charcos y, sobre todo, jugar. Jugar crea potentes oportunidades de aprendizaje en todas las áreas del desarrollo.
De 2 a 3 años
El “no” comienza a tener peso en su vocabulario, y es aquí donde empiezan a buscar independencia y autoafirmación, dado el mayor dominio del lenguaje. De los 2 a los 3 años es la etapa en la que los niños comienzan a interactuar y jugar con sus iguales, pero no siempre saben hacerlo de la manera correcta. Los mordiscos suelen preocupar mucho a las familias. El primer elemento que pone en contacto al menor con el mundo que lo rodea es su boca. Con ella explora, y también se relaciona. Los mordiscos suelen tener lugar cuando aún no disponen de lenguaje suficiente para expresar su malestar o frustración, una buena respuesta del adulto es importante para que cedan —sin olvidar que detrás del mal comportamiento hay una necesidad que debe ser atendida—.
La mayoría de los conflictos en esta etapa vienen dados por una incapacidad para entender el concepto de temporal a la hora de compartir, por eso es conveniente no obligarlos a hacerlo, el aprendizaje del valor de ser generoso se aprende con el tiempo y no se debe forzar. A esta edad les encanta sentirse capaces. Es muy recomendable no hacer nada por ellos que puedan hacer solos. No necesitan grandes cosas, necesitan experiencias y no pantallas. Aprender a cuidar de un animal, correr, saltar, jugar en el parque, ensuciarse con barro y pasar tiempo de calidad en familia.
Podemos concluir que la infancia necesita para ser feliz: afecto, respeto, sentirse capaz, conexión, escucha activa, tiempo, juego, límites y normas y una educación basada en valores.
Ideas para enseñar al niño a ser un buen hermano
1. Aprender a compartir. La mayor parte de peleas entre hermanos suelen venir porque ambos quieren el mismo juguete en el mismo momento o alguno de ellos no quiere dejar sus juguetes. Enseñar a compartir es una tarea que requiere paciencia y tiempo, los niños han de estar preparados para aprender este valor, han de comprender que es bueno y divertido y que si comparten podrán también jugar con juguetes que son de otros.
2. Estimula el diálogo y la charla entre hermanos. La confianza entre ellos es fundamental para sentar las bases de lo que será una buena relación futura de apoyo y cariño. También enseñarles a pedir perdón, el que recibe el perdón se siente reconfortado e inmediatamente acepta las disculpas y sigue jugando con su hermano agradecido porque se haya reconocido el error.
3. Enseñar el valor de la empatía. Es uno de los valores fundamentales a la hora de educar a un niño. Enseñarle a pararse a pensar y ponerse en la piel del otro, para saber si una conducta puede herir a un hermano, hacerle sentir mal o ponerle triste es fundamental para generar una mejor relación. Han de aprender a convivir en familia, a aceptar que el hermano puede tener otras ideas