Estudio: Hacia un modelo de estructuras de clases en Bolivia
Desigualdad en el tiempo de descanso
La semana laboral, más allá de la normativa, es muy distinta según qué ocupación se desempeña. Que las ocupaciones no manuales tengan a la vez semanas laborales más cortas y medias de ingreso superiores mientras que los trabajadores manuales tienen semanas más largas y peores ingresos muestra desigu
Thorstein Veblen (1857-1929), sociólogo y economista estadounidense, dejó como parte de su herencia a la sociología la idea del “ocio conspicuo”. Esto es un tiempo libre que las clases acomodadas emplean para el desarrollo de actividades, justamente, notables: el aprendizaje de lenguas extranjeras, de instrumentos de música o la práctica de deportes. En el centro del planteamiento de Veblen se distingue que ese tiempo de ocio está desigualmente distribuido entre las clases de la sociedad, no todos los sujetos pueden emplear ese tiempo, muchas veces porque sus tareas u obligaciones se lo impiden.
Una primera intuición llevaría a refutar el planteamiento porque cualquiera puede pensar en ejemplos de tiempo de ocio de distintas clases sociales, sea en el paseo, la fiesta o el deporte. Se trata no obstante de interrogar por las magnitudes del tiempo que se tiene para el disfrute, pero quizás igualmente importante para el descanso. No se me pasa que una de las formas primordiales de ocupación del tiempo, más allá del tiempo del trabajo, es el cuidado de menores, ancianos y otros miembros de la unidad doméstica que lo requieren. En la actualidad importantes esfuerzos de investigación se han realizado para apuntar una de las tareas que existe en el tiempo “libre” que al final, para muchas, no es tan libre. Para ese tema se puede consultar el Tiempo para cuidar que Oxfam Bolivia ha publicado en 2019.
¿Qué semana, no?
En este artículo interesa mostrar la desigualdad que existe en la disponibilidad del tiempo que tienen distintos trabajadores para ser usado en el ocio, el descanso o el cuidado. Tomando datos de la Encuesta Nacional de Hogares (INE 2019) se ve, así como en otros aspectos del trabajo, el tiempo no laboral está distribuido a lo largo de categorías ocupacionales en las que se puede ver cómo recursos valiosos, como el tiempo, son favorables para unos y desventajosos para otros.
La ENH en su boleta incluye la pregunta ¿cuántos días a la semana trabaja? 16% de las personas ocupadas responde que trabaja los siete días de la semana. Un tercio de estos trabajadores sin fines de semana pertenecen a la categoría de “trabajadores de servicio y vendedores” y otro tercio importante son los campesinos. Un cuarto más de ese 16% es la suma de los “operadores de maquinaria”, los “obreros de la construcción y manufactura” y los “trabajadores poco calificados”.
En el otro extremo los “directivos de empresas y la administración pública”, los “profesionales, científicos e intelectuales”, los “técnicos de nivel medio” y los “empleados de oficina” (que como conjunto llamaré no manuales) que no disfrutan de un domingo suman entre todos solo un 5%. Estas mismas categorías ocupacionales suman el 50% de los trabajadores que tienen una semana laboral de cinco días y por lo tanto disfrutan de un fin de semana íntegro en el que pueden dedicarse a otras actividades.
En el concierto de las semanas laborales, la segunda más común es aquella que tiene 6 días, 37.3% de la población ocupada trabaja dejando un día no laboral. Dentro de este porcentaje un cuarto son trabajadores de la construcción, un quinto son vendedores o trabajadores de servicios y otro quinto lo suman operadores de maquinaria y trabajadores no calificados. En cambio los trabajadores no manuales son en conjunto el 15% de quienes tienen semanas laborales de seis días.
Así, la semana laboral, más allá de la normativa, es muy distinta según qué ocupación se desempeña. Que las ocupaciones no manuales tengan a la vez semanas laborales más cortas y medias de ingreso superiores mientras que los trabajadores manuales tienen semanas más largas y peores ingresos muestra desigualdades del mercado laboral. Estas desigualdades se convierten en formas de actuar procurando ajustar la situación de desventaja a las necesidades materiales que se tienen. Si bien es posible pensar que una proporción de las personas que trabajan siete días a la semana lo hacen por coerción laboral, también hay que tener en cuenta muchos lo hacen orillados por la necesidad y, en cierto modo, no tienen otra que “elegir” sacrificar el descanso para tener el ingreso necesario.
El privilegio de las vacaciones
La posibilidad de gozar de vacaciones está desigualmente distribuida en la sociedad y nuevamente se puede ponderar está inequidad en el mercado de trabajo. Las ocupaciones no manuales en su mayoría -aunque es una mayoría que declina en la medida que se baja en las categorías- acceden a vacaciones. En cambio las ocupaciones manuales en su amplia mayoría -modulada en el caso de los operadores de máquinas, presumiblemente porque su trabajo podría tener niveles más altos de formalidad- no acceden a vacaciones. No nos referimos aquí a la oportunidad eventual de tomarse algunos días para irse de viaje, sino del hecho de que esos días no son cubiertos por el empleador como un derecho ganado.
Por supuesto lo primero que hay que notar es que muchos de estos trabajadores no están en trabajos formales o son cuentapropistas; son sujetos que en el mercado laboral se ubican en las posiciones que les quedan o pueden inventar y que son desventajosas cuando se las compara con otras. Ese mercado de trabajo se modela, evidenciamos, de un modo en el que la reposición de la fuerza de trabajo se relega al límite y cabría pensar qué efectos tiene sobre estos trabajadores y trabajadoras, como el burn out -agotamiento sistemático- del que se ha hablado en la psicología laboral. No es posible dejar a la dinámica del mercado la regulación del descanso porque este incesantemente presionará más sobre ese límite, haciendo de los trabajadores despojos de lo que fueron.
Sin embargo, encarar estas desigualdades en el mercado de trabajo no pasa por decretar que las vacaciones sean obligatorias y las semanas laborales recortadas. En esto hay que pensar y promocionar políticas públicas que enmienden las desigualdades facilitando la creación de trabajo, y por ende puestos de trabajo, que puedan cumplir con las coberturas de seguridad social y salarios dignos que garanticen la reposición de la fuerza de trabajo pero además se estimule el florecimiento humano.
Las diferencias en los hábitos laborales
De sol a sol
El 16% de las personas ocupadas responde que trabaja los siete días de la semana. Un tercio de estos trabajadores sin fines de semana pertenecen a la categoría de “trabajadores de servicio y vendedores” y otro tercio importante son los campesinos. Un cuarto más de ese 16% es la suma de los “operadores de maquinaria”, los “obreros de la construcción y manufactura” y los “trabajadores poco calificados”.
Con finde largo
El 50% de los trabajadores que tienen una semana laboral de cinco días y por lo tanto disfrutan de un fin de semana íntegro en el que pueden dedicarse a otras actividades son “directivos de empresas y la administración pública”, los “profesionales, científicos e intelectuales”, los “técnicos de nivel medio” y los “empleados de oficina” (que como conjunto llaman no manuales)
Trabajar sábados
En el concierto de las semanas laborales, la segunda más común es aquella que tiene 6 días, 37.3% de la población ocupada trabaja dejando un día no laboral. Dentro de este porcentaje un cuarto son trabajadores de la construcción, un quinto son vendedores o trabajadores de servicios y otro quinto lo suman operadores de maquinaria y trabajadores no calificados.
Bolivia, líder en informalidad laboral
En el último informe oficial de la Organización Mundial del Trabajo (OIT), que hace referencia a 2020, en el mundo más de 2.000 millones de trabajadores están empleados en la economía informal. Esto supone un 90% de la fuerza laboral de los países de bajos ingresos y más de dos tercios del empleo en países de ingresos medios en 2020. Así lo indica una publicación de es.statista.com.
Un trabajador es considerado empleado en condiciones de informalidad si la empresa donde realiza una actividad remunerada no está registrada legalmente o si los empleados de la compañía no están registrados. Este es el caso de más de ocho trabajadores de cada diez en Bolivia, donde la tasa de informalidad laboral asciende a un 84,9% y se prevé que durante la pandemia ha podido incluso empeorar.
La fuerza laboral informal representa más de la mitad del total de personas empleadas en al menos nueve países latinoamericanos, si solo se consideran aquellos con datos disponibles desde 2019 en la base de datos de la OIT.
Por ejemplo, en Perú, se estima que un 68,4% de los trabajadores estaban empleados en el sector informal ese año. En Argentina, este porcentaje asciende a un 49,4%. No así en Uruguay y Chile, donde alrededor de una cuarta parte de los empleados ejercen actividades remuneradas en el mercado laboral informal.
La pandemia ha hecho que incluso no se encuentren fuentes laborales informales en el país, ya que el dato oficial de desempleo/desocupación ronda el 7 por ciento, que es de los más altos de la serie en los últimos diez años. Las empresas formales señalan que las cargas laborales fijas por empleado son fuertes y por ende, pocos formalizan los empleos.