Muchas bolivianas se dedican al cuidado de ancianos en España
Ana María y la difícil labor de ser “cuidadora de ancianos” en España
Ana María desde que se fue se ha dedicado a atender a Sol, una mujer de 90 años, cuyos hijos han preferido contratarle una cuidadora a llevarla a un asilo. El día de Ana María comienza a las seis en punto de la mañana cuando Sol golpea su bastón contra la pared



Ana María Íñiguez tiene 50 años, en sus recuerdos vive un día nublado, el viejo aeropuerto Oriel Lea Plaza y esos tres rostros que se colaban por medio de la antigua malla, aquella que por muchos años fue testigo de bienvenidas y despedidas en Tarija. El rostro que más le duele es el de su pequeña Belén de siete años.
“Ella no lloraba, estaba inmóvil mirándome fijamente cómo me alejaba, le lanzaba besos y no me respondía”, cuenta y dice que al entrar al avión se desplomó en su asiento y continuó mirando a su familia; a su esposo y a sus dos hijas. “Lloraba sin parar, pero sentía que debía irme, pues desde hace dos años mi esposo no conseguía trabajo y era muy probable que no lo hubiera hecho nunca por la edad y por su enfermedad, él tiene diabetes. En Bolivia ya nadie contrata a un hombre de 60 años y enfermo”, se lamenta.
Hoy han pasado más de 20 años desde que se fue a España, vino en cinco ocasiones a Bolivia a ver a su familia. Agradece a Dios que sus hijas no le reprochan nada, pues según cuenta nunca les ha hecho faltar el dinero y las llamadas diarias llenas de cariño. “Mi esposo ha cuidado muy bien de mis tesoros”, dice a la vez que se dispone a contarnos que la decisión de irse jamás fue fácil, sobre todo en un país donde el hecho de que una mujer esté lejos de sus hijos es muy mal visto.
“Mi madre, mi familia, mi suegra y amigas me reprocharon, pero yo necesitaba sacar adelante a mis hijas, no soy la primera mujer que ha optado por esto”, dice firme. Hoy se enorgullece de haber construido una pequeña casa para su familia en Tarija. Sin embargo, reflexiona y admite que el trabajar en otro país no es nada sencillo, sobre todo cuando se trata de una labor tan delicada como la de cuidar ancianos.
Ana María es cuidadora de ancianos y desde que se fue se ha dedicado a atender a Sol, una mujer de 90 años, cuyos hijos han preferido contratarle una cuidadora a llevarla a un asilo de ancianos. El día de Ana María comienza a las seis en punto de la mañana cuando Sol golpea su bastón contra la pared y la llama con una voz ronca y entrecortada.
La anciana quiere cambiar de posición y que le enciendan la televisión, pues no puede dormir más allá de esa hora. Ana María hace lo que le pide y se cambia rápidamente, pues está segura que en menos de 15 minutos la volverá a llamar. A las 6:30 Sol debe tomar su primera pastilla, aquel omeprazol que prepara su estómago para todas los demás remedios que vendrán. “Para la presión, para los triglicéridos, vitaminas, entre otros”.
Tras darle su pastilla, Ana María ya tiene listo su desayuno, una taza de leche con avena y un jugo de frutas. Sol toma su leche sorbo a sorbo de la mano de Ana María a tiempo que ésta introduce pequeños trozos de galleta a la boca de la anciana.
“A menudo después del desayuno debo bañarla, así que la tomo en brazos y la llevo a la tina tibia que he preparado, luego la abrigo muy bien y de acuerdo al clima la visto lo más linda posible para que se sienta feliz”, cuenta la dedicada Ana María.
España es uno de los países europeos que emplea más trabajadoras internas. Se calcula que hay unas 700.000 personas trabajando en el sector doméstico
Pero el día recién comienza, tras bañar a Sol la sienta en la sala, en aquel sillón acolchado que tiene encima una suave frazada con la que la anciana se cubre. Ana María prende el televisor y antes de ir a cocinar conversa con Sol sobre el día, las noticias y aquella novela “imperdible” que comenzará a las diez de la mañana.
El pequeño departamento de dos plantas está ubicado en el distrito de Hortaleza en Madrid y en él solo viven las dos mujeres. En las paredes de la antigua sala cuelgan las fotografías de la boda de Sol, pero también hay dos retratos de sus tres hijos, cuando estos eran pequeños.
Mientras la anciana mira la televisión Ana María hace un arroz con verduras y pone dos lonjas de pollo a la plancha.
Sol habla poco, pero ese poco lo hace con Ana María a quien le tiene un gran cariño porque además de ser su cuidadora y amiga, es su nutricionista y quien le alivia los dolores musculares con sus placenteros masajes.
Mientras Ana María cocina levanta de rato en rato la cabeza y observa a Sol a través de una pequeña ventana que hay entre la cocina y la sala, hace una pausa y se dispone a darle una manzana, que raspa con una cucharilla de fierro y amablemente ofrece a la anciana bocado tras bocado. Terminada esta tarea no puede faltar el vaso de agua.
Ya son cerca de las doce del mediodía, nuestra amable cuidadora va al armario de Sol y le trae una hermosa blusa floreada, “siempre la pongo linda antes de servirle el almuerzo”, dice, le coloca la blusa y le hecha un poco de perfume de lavanda, su favorito. “Ella es muy coqueta, le gusta estar arreglada, antes de la pandemia la llevaba al salón de belleza a hacerle algún corte de cabello”, cuenta y explica que ahora aunque no la lleva al salón llama a una peluquera que viene a casa a hacer esta tarea.
El almuerzo dura más de lo usual, pues la anciana debe comer poco a poco de las manos de Ana María, quien con mucha paciencia y dedicación cumple la tarea, luego almuerza ella mientras Sol le conversa suavemente. Concluida la tarea, lleva a Sol al baño y a lavarle los dientes, para que pueda hacer su siesta acostumbrada, no sin antes tomar una pastilla que le ayudará con la digestión.
Ana María aprovecha la siesta de Sol para recoger la mesa, lavar los platos y limpiar la casa. Por la tarde debe abrigar a la anciana y llevarla a dar un pequeño paseo por el barrio o por algún centro comercial cercano. “Salimos bien protegidas, la pandemia es de temer, ya estamos vacunadas, pero igual nos da miedo”, cuenta y dice que el Covid-19 ha empeorado la tarea de las cuidadoras de ancianos en ese país.
Al retornar a casa llega la hora del té, luego de la novela nocturna, de la breve lectura de la biblia y antes de dormir una cena liviana, aunque a menudo Sol prefiere no cenar.
El único día libre de Ana María es los domingos, cuando sus hijos vienen a visitar a Sol y se quedan con ella hasta las siete de la noche, hora en la que debe retornar. También aprovecha ese día para mandar un poco de dinero a su casa y hablar por teléfono a su familia. Ana María ya ha tomado cursos de alzhéimer y geriatría.
Pero detrás de esta gran tarijeña se esconde una mujer aguerrida, cabeza de familia, ex presidenta de su barrio en Tarija y líder de muchas organizaciones de mujeres. Su esposo un economista retirado ha tomado su lugar en las labores de casa mientras ella logra el dinero en España.
"Trabajamos como esclavos y les damos cariño a estas personas. Los llegamos a querer demasiado. Lo lamentable es que algunos extranjeros creen que pagando ya han cumplido, pero sus ancianos necesitan cariño", dice al aclarar que cuando cuida una anciana piensa en su madre que tiene 81 años y que ha dejado en Bolivia.
La emigración de las mujeres a España
De acuerdo al estudio “Cuidadoras: mujeres inmigrantes latinoamericanas y mercado de trabajo en España” de Laura Oso Casas y Raquel Martínez “En España, a partir de la década de los noventa se empieza a constatar la llegada de corrientes migratorias protagonizadas por mujeres latinoamericanas. En un primer lugar, se desarrolló una corriente migratoria de mujeres dominicanas que se insertaron en el mercado de trabajo, mayoritariamente como empleadas de hogar”.
Al principio, se trataba fundamentalmente de mujeres provenientes del Suroeste de República Dominicana, que se colocaban como internas en viviendas unifamiliares en la periferia norte de Madrid.
Esta migración fue seguida por la de mujeres peruanas, que se incorporaron al mercado de trabajo básicamente en el servicio doméstico o como cuidadoras de enfermos y ancianos. Con anterioridad al año 1991 hubo en España una demanda de enfermeras y muchas peruanas con esta titulación se ocuparon en clínicas privadas o en el Insalud.
“Sin embargo, a partir de 1991 el mercado de enfermeras se satura en España y muchas de estas profesionales acabaron ubicándose en el servicio doméstico (Tornos et al., 1997). Posteriormente, a finales de los noventa se desarrolló la migración laboral de mujeres ecuatorianas y colombianas. En los últimos años, antes de la pandemia, estaban llegando en gran medida, mujeres inmigrantes bolivianas que se dedicaban principalmente al cuidado de ancianos”, sostiene el estudio.
Lo lamentable es que las cuidadoras de ancianos en España a menudo no son bien remuneradas. No poseen días libres e incluso sufren engaños, que deben soportar, en muchos casos, por no contar con la documentación de permanencia en ese país.
La pandemia y su agravante
La pandemia ha traído también una nueva forma de semiesclavitud a las cuidadoras de ancianos que son forzadas a trabajar siete días a la semana sin poder salir del domicilio a cambio de salarios, de entre 400 y 600 euros de media al mes. Este abuso lo practican cientos de españoles, posiblemente miles, en ciudades grandes y en pueblos pequeños.
De acuerdo al diario español El Confidencial la alerta saltó en marzo de 2020, cuando cientos de internas fueron obligadas a permanecer durante semanas en el hogar en el que trabajan, y se ha agravado con el paso del tiempo, hasta el punto que hoy es normal exigir a un trabajador interno que no salga nunca de la casa para evitar contagiar de coronavirus a los ancianos a los que asiste. Y los cuidadores lo aceptan porque son la capa más vulnerable de la sociedad: casi todos son mujeres inmigrantes procedentes de América Latina con escasos recursos económicos, duramente castigadas por esta crisis.
Muchas de ellas ni siquiera tienen permiso de residencia en España. Son carne de explotación y las familias que las emplean lo saben perfectamente.
Sumado a ello la irrupción del coronavirus ha disparado la demanda de cuidadores de ancianos, pues muchas familias tienen pánico al contagio en las residencias geriátricas.
Un país de internas

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España es uno de los países europeos que emplea más trabajadoras internas. Se calcula que hay unas 700.000 personas trabajando en el sector doméstico, 542.000 de las cuales son mujeres, según datos de la última Encuesta de Población Activa (EPA). Un 55% del total son personas nacidas en el extranjero. Y, de ese total, cerca de la mitad trabaja en negro. Unas 20.000 habrían perdido el trabajo desde marzo a causa de la pandemia.