La mujer, un fuerte apoyo económico en tiempos de crisis
Las “mujeres agroecológicas” a las que no frena la pandemia
En Bolivia cientos de mujeres se dedican a los cultivos ecológicos, con ello no solo cuidan la salud de los suyos o del pueblo, sino también preservan los suelos y, quizás lo más importante, sacan a flote a sus familias en tiempos de crisis
Si levantamos la vista en dirección a la zona del aeropuerto en la ciudad de Cochabamba, en uno de esos cerros que nos parecen tan lejanos, vive doña Edith Villarroel. Ella tiene 45 años, es ama de casa y vive con su hija de 17 años en una zona periurbana o circundante al centro de la ciudad de Cochabamba donde todavía hace falta servicios básicos, como el agua.
Decidió ser productora ecológica hace cinco años, cuando la institución empezó trabajos en su zona, porque valora mucho la salud y nutrición de su familia. Aprendió a implementar técnicas de cosecha de agua de lluvia, elaboración de compost y bioinsumos, lo que mejoró la producción agrícola y, ahora tiempos de pandemia por el Covid 19, le asegura alimentos frescos y le genera ingresos económicos porque puede venderlos en la feria dominical del Distrito 9 y en su casa.
También está doña Martina, ella nació y creció en la comunidad rural de Seibas. Estudió solo hasta concluir el ciclo primario. Actualmente, tiene 59 años. Está casada con Don Jaime Cadima, de 58 años. Tiene 4 hijos, 3 mujeres y 1 varón, de los cuales tres viven en otras ciudades. Cuenta con una vivienda donde cohabitan cinco miembros, junto a una de sus hijas y sus dos nietos. En estos tiempos de pandemia, su familia no está sufriendo escasez de alimentos frescos gracias a su huerto familiar y al trueque que realiza para abastecerse de productos secos con otras familias dentro y fuera de su comunidad.
En abril de 2020 logró comercializar sus productos en la Feria Ecológica en Pasorapa, gracias al apoyo en transporte de la Parroquia. Sin salir de su comunidad, vendió 50 cabezas de lechuga, 100 unidades de choclo y 1 quintal de papa, lo que le dio un ingreso de 300 bolivianos. Está muy interesada en mejorar el rendimiento de su producción ecológica por lo que invirtió en la instalación de un sistema de protección para evitar el ataque de animales y aves silvestres.
Pero ellas no son las únicas, en Cochabamba, familias del área urbana-periurbana, y de las zonas rurales producen alta diversidad de alimentos ecológicos que, por un lado, garantizan su seguridad alimentaria y generan ingresos económicos con la venta de los excedentes, y, por otro, contribuyen a regenerar el suelo y optimizar el uso del agua.
La Fundación Agrecol Andes, desde sus orígenes -hace casi 20 años atrás- es una de las instituciones que apuesta por incentivar el Desarrollo Agropecuario Sostenible a través de la agricultura ecológica, misma que garantiza la seguridad y soberanía alimentaria de la sociedad, protege la salud humana, al mismo tiempo regenera el suelo, cuida el agua y la biodiversidad.
En la región metropolitana y del valle alto de Cochabamba, trabaja en los municipios de Tiquipaya, Vinto, Quillacollo, Cercado, Sacaba, Tolata, Arani, Colomi y Arbieto apoyando a 1.260 familias.
Por otra parte, en la región del Cono Sur apoya a 1.340 familias de agricultores ecológicos de los municipios de Tiraque, Totora, Aiquile y Pasorapa, en alianza con actores locales como las parroquias de Pasorapa y Totora. En ambas regiones territoriales, la oferta de producción ecológica es variada y está conformada por hortalizas y frutales principalmente.
También se han implementado parcelas agroforestales, utilizando especies frutícolas, como la manzana, y forestales para mejorar la fertilidad del suelo.
El trabajo con agricultores ecológicos, tanto urbanos, periurbanos, no termina en la asistencia técnica para mejorar los rendimientos productivos. La Fundación ha encarado el desafío de la transformación y comercialización de la producción ecológica.
El conflicto en la llegada directa
La producción ecológica familiar trabaja a pequeña escala por lo que uno de los principales problemas que atraviesa es su llegada directa y visibilización adecuada en los mercados locales. Según recientes estudios cualitativos, tanto en el departamento de Cochabamba como a nivel nacional, la oferta de alimentos ecológicos frescos representa aproximadamente un 2%.
Otro elemento a considerar, según los expertos, es que todo producto ecológico en Bolivia debería ser respaldado por el Sello SPG en el mercado local, u otro espacio de comercialización. Si bien este sello es un mecanismo que busca garantizar que un producto es ecológico y por tanto generar confianza entre productores y consumidores, su difusión y aplicación es todavía limitada entre productores, consumidores y actores locales, como los municipios.
La base productiva diversificada y ecológica de las familias de agricultores, les ha permitido contar con alimentos frescos y nutritivos en la actual crisis sanitaria del Covid-19 en Cochabamba. Incluso los excedentes, son comercializados en sus comunidades, tomando las medidas de bioseguridad correspondientes.
Pero los cultivos ecológicos y la participación activa de las mujeres en ella se van expandiendo en el mundo, es así que en el vecino país de Perú también hay grandes avances.
Las campesinas ecológicas de Perú
Son las ocho de la mañana y Pascuala Ninantay está llevando en su carretilla dos grandes recipientes de agua para preparar con sus vecinas, agricultoras como ella, 200 litros de abono orgánico que luego se repartirán para fertilizar sus cultivos, en una localidad de las altiplanicies andinas de Perú.
“Aquí producimos sin químicos para tener alimentos sanos y nutritivos” relata a IPS, sobre la agricultura sostenible que practica en Huasao, un pueblo de alrededor de 1.500 habitantes ubicado en la provincia de Quispicanchi, a 3.300 metros sobre el nivel del mar, en el departamento de Cusco, en el centrosur del país.
Les tomará cuatro horas preparar el biol, un abono líquido compuesto por insumos naturales que cada agricultora aporta, dentro de una labor colectiva característica de la cultura del pueblo quechua, al que pertenecen la mayoría de los pobladores de Huasao y las otras localidades altoandinas de la zona.
“Nos hemos distribuido para traer todos los ingredientes, pero nos ha faltado el agua así que he ido al manante a llenar mis galoneras (recipientes con capacidad de varios galones)” explica Ninantay.
Reunidas en la casa de Juana Gallegos, trabajan en comunidad. Mientras unas cortan las plantas repelentes de insectos como la ortiga y la muña (Minthostachys mollis, una planta altoandina), otras alistan el enorme cilindro de plástico donde harán la mezcla que incluye ceniza y estiércol fresco de ganado.
No se detienen hasta culminar con el recipiente hermético lleno de 200 litros del abono que tras dos meses de fermentación se distribuirán equitativamente.
La preparación del abono orgánico es una de las prácticas agroecológicas que Ninantay y sus 15 compañeras han introducido en su labor de campesinas para obtener alimentos beneficiosos para la salud y con capacidad de adaptación al cambio climático.
Ellas son parte de las casi 700. 000 mujeres que según cifras oficiales se dedican en Perú a las actividades agropecuarias, y que cumplen una función clave en la seguridad y la soberanía alimentaria de sus comunidades, pese a que lo hacen en condiciones de desigualdad, pues tienen menor acceso a la tierra, a la gestión del agua y al crédito.
Así lo destaca Elena Villanueva, socióloga del no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán, institución que desde hace dos años promueve la formación técnico productiva y en derechos de campesinas dedicadas a la pequeña agricultura en Huasao y otras seis zonas de la región, con apoyo de dos instituciones del español País Vasco: la Cooperación Vasca para el Desarrollo y la oenegé Mugen Gainetik.
“En este tiempo constatamos el poder que han ido ganando las ochenta mujeres a las que acompañamos, como resultado de su conciencia de derechos y de su manejo de técnicas agroecológicas. En una realidad de marcado machismo, ellas están logrando reconocimiento a su trabajo, antes invisibilizado”, indicó.
Este grupo de productoras está convencido de la necesidad de contar con alimentos nutritivos que no dañen la salud de las personas ni a la naturaleza y se sienten satisfechas de hacer su pequeña parte para que eso suceda en su entorno.
El coronavirus altera y golpea las dinámicas
Más aún, en ambos países las medidas dictadas para frenar la expansión de la pandemia de Covid-19 han reducido el comercio, aunque el trabajo en el campo no se ha detenido y por el contrario demanda mucho más de la participación de las mujeres.
“Antes teníamos el ingreso de mi esposo que trabajaba en la ciudad, pero con el estado de emergencia ya no puede salir, así están también mis compañeras, por eso seguimos cosechando y vendiendo en la plaza y lo que ganamos es para comprar medicinas, mascarillas, lejía y otras cosas del hogar”, comenta Ninantay.
Inicialmente, cuentan, que los esposos eran reacios a que participasen en este tipo de proyectos y durmieran incluso fuera de casa para asistir a talleres de capacitación, pero al ver el ahorro en alimentos en el hogar y el dinero que ellas aportan, “ahora reconocen que nuestro trabajo es importante”.
El reto ahora es que, tanto en la escalada a la nueva normalidad, estas familias, rurales y urbanas, reciban el apoyo necesario de autoridades locales y nacionales para que sus emprendimientos no sean perjudicados y tengan la oportunidad de adaptarse a las condiciones requeridas y continuar con sus actividades, tanto productivas como comerciales.