El 20 de octubre fue el Día Internacional del Pediatra
Ser pediatra, vocación a “prueba de fuego” solo para valientes
Recomiendan a los padres estar pendientes de la salud de los pequeños. “La pandemia nos ha puesto a prueba a todos, tenemos que estar pendientes de la salud de nuestros niños y detectar cualquier irregularidad”, dicen
“Estar durmiendo y que tu celular suene a las tres de la mañana y cuando contestes escuches a una madre llorar desesperada porque no puede controlar la fiebre de su niño es una cosa que nos pasa a diario”, cuenta Ana Guerra, una joven pediatra tarijeña que hace sus primeras armas en esta noble profesión.
Admite que pese a que se debe lidiar con los nervios de los padres jamás cambiaría su elección. “Me han gritado, me han suplicado y han venido a mi casa a cualquier hora. Nada importa cuando ves que tu trabajo salva a un niño”, dice.
Agrega que tratar a niños es “una prueba de fuego” que ha decidido tomar, “ellos no saben de peligro, no saben de los riesgos de una enfermedad. Su mirada está llena de ternura y hay momentos o diagnósticos que me han destrozado”, dice Ana conmovida y agrega rápidamente “quizás con los años aprenda a ser más fuerte”.
Respecto a estos tiempos de pandemia por COVID-19 dice que hay varios factores que afectan a los niños, uno de ellos es la reducción de los controles pediátricos y las vacunaciones regulares, puesto que por el riesgo los padres decidieron restringir la salida de sus hijos. Y aunque dice que no sacarlos a la calle es de cierto modo positivo hay cosas que no se deben descuidar.
Recomienda a los padres estar pendientes de la salud de los pequeños. “La pandemia nos ha puesto a prueba a todos, tenemos que estar pendientes de la salud de nuestros niños y detectar cualquier irregularidad”, dice con una vocación que salta en cada una de sus palabras.
El Día Internacional del Pediatra
Hace poco se conmemoró el Día Internacional del Pediatra que se recuerda cada 20 de octubre. Desde La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, respectivamente, los doctores Lorgio Rivera Calvo, Natalia Maldonado y Vilma Jaldin comparten sus experiencias profesionales en esta profesión.
Si bien, como toda profesión, cada médico quizás tuvo una motivación distinta a la hora de elegir su especialidad, hay un elemento en común que destacan y éste es: la alegría y las ocurrencias de los niños. Estas cosas los impulsan a seguir aun cuando hay cansancio o problemas personales, y es lo que los hace amar su labor día a día.
Desde la clínica Cemes de La Paz, donde está encargado del área de Terapia Intensiva Pediátrica, Lorgio Rivera Calvo cuenta: “Los niños son sabios, desde su inocencia nos enseñan cosas sencillas que a veces ignoramos y contagian una energía siempre positiva. Cuando están enfermitos se los ve más apagados, por eso, siempre es un gran desafío hacer lo que esté en nuestras manos para que estén sanitos y devolverles una sonrisa”.
Para Natalia Maldonado, jefe del servicio de Recuperación Nutricional y Paciente Crítico en el Hospital de Niños “Mario Ortiz” de Santa Cruz, ser pediatra es amar a los niños y dejar que su alegría se contagie. “Una sonrisa de mis pacientes mejora mi día”, asegura.
Con ambos colegas coincide Vilma Jaldín, neuróloga pediatra en Avansalud y en el Hospital Univalle de Cochabamba. Para ella, la pediatría es disfrutar de ver a un niño feliz y sano, eso implica encontrar formas creativas de hacer agradable la visita al doctor: “Jugar con ellos mientras los examinamos, transformar el consultorio en un paseo por el zoológico o la jungla, convertir en arte el proceso de ponerles una vacuna, hablarles en diferentes tonos de voz, eso y mucho más, es la magia de ser pediatra”, expresa la especialista.
Las motivaciones
La doctora Natalia hace una pausa y regresa hasta sus años de internado en Brasil para recordar el momento que marcó su decisión de especializarse en la salud infantil. En una ocasión le tocó ayudar a una familia de argentinos que tuvo un accidente en carretera: “Como yo hablo español los pusieron a mi cuidado porque podía comunicarme bien con ellos. Mientras los papás estaban en recuperación, pedí permiso para llevar a sus hijos a mi casa para cuidarlos porque ellos estaban bien. Cuando se recuperaron me agradecieron por todo y desde entonces, en el hospital, me derivaban a los niños para que los atienda”, relata con nostalgia.
“Los niños son inspiradores, en el fondo creo que sigo siendo uno de ellos”, asegura el doctor Lorgio Rivera. Él fue testigo de un momento complejo, el mismo que lo motivó a optar por su especialidad. Al inicio de su carrera le tocó ver morir a muchos niños porque no había departamento especializado de terapia intensiva infantil.
“No existían pediatras que se dediquen a niños en alto riesgo o críticos, entonces, a raíz de eso, me junté con algunos colegas y fuimos los pioneros en hacer terapia intensiva pediátrica en Bolivia. Quisimos cruzar barreras y velar por esos bebés hipercríticos que requerían esta especialidad en Bolivia”, recuerda el médico.
La doctora Jaldín confiesa que siempre tuvo clara su misión en la vida: cuidar y acompañar a los más pequeñitos. “Nunca he pensado en ser otra cosa porque desde joven me gustaba jugar e interactuar con niños; por ejemplo, en colegio fui jefa de grupo de los scouts y también fui catequista. Siempre supe que ser pediatra era mi vocación”, señala.
El día a día de un pediatra
Son las 5:00 de la mañana y la Dra. Natalia ya está de pie para dedicarle tiempo a Dios y pedirle por su familia, trabajo y amigos. Posteriormente desayuna con su esposo e hijos y minutos después inicia su camino hacia el hospital Mario Ortiz. Cada día llega con la sonrisa que la caracteriza, saluda a la gente y se encarga que la jornada en el hospital inicie con una oración entre todos. “No es fácil estar en el hospital y ver gente enferma; sin embargo, siempre animo a mis colegas a tener fe porque Dios es nuestro sanador”, comenta.
Después de cerrar consultas y visitar a los niños internados, da clases en la universidad y sus tardes las dedica a su familia. Natalia no solo es la “doctorita”, como la conocen en el hospital, ella es esposa y madre de dos hijos de nueve y seis años. “Ellos son mi mejor regalo, la estabilidad emocional de la familia es importante y siento que mi esposo es un gran apoyo”, puntualiza.
La vida es un regalo
El doctor Rivera asegura que atendió casos en los que verdaderamente vio “la mano del Señor” “No hay cómo más llamarlos, que no sean milagros, ahora veo a esos niños, como jóvenes grandes que hacen su vida normalmente”.
“Hay momentos que han marcado mi carrera, como cuando me tocó atender a los primeros cuatrillizos que sobrevivieron en La Paz hace 20 años. La más pequeña pesaba 1,2 Kg. y fue un gran reto porque no había el apoyo y la tecnología que tenemos actualmente; además, salvar prematuros a esa altura es muy difícil”, recuerda muy emocionado el pediatra, mientras cuenta que ha visto bebés que realmente han luchado por su vida y han vencido, prematuros que pesaban 600 gramos y ahora son jóvenes sanos y fuertes.
Ser pediatra en tiempos de Covid-19
Aunque Ana por ahora atiende en su casa afirma que hoy las llamadas para atención en los domicilios de los pediatras han aumentado, pues muchos padres prefieren evitar llevar a sus niños a los hospitales.
“Al principio atendí a muchos padres asustados porque sus pequeños tenían síntomas similares a Covid y no querían ir al hospital por temor a que los derivasen a la sala Covid, entonces los pediatras particulares éramos los más buscados”, cuenta y revela que hoy aunque la situación persiste el temor de los padres ha disminuido.
Si bien, como toda profesión, cada médico quizás tuvo una motivación distinta a la hora de elegir su especialidad, hay un elemento en común que destacan y éste es: la alegría y las ocurrencias de los niños
“Sobre todo porque no hay muchos niños infectados de Covid-19 o que presenten un cuadro preocupante”. Revela también que muchos de sus colegas que trabajan en hospitales públicos al principio se mostraron asustados por el aumento de las consultas, sobre todo porque les intranquilizaba que los cuadros se complicasen a causa del virus.
“No conocíamos bien esta enfermedad, teníamos miedo por los pequeños. Gracias a Dios y con el tiempo hemos visto que no tiene un fuerte impacto en ellos”, cuenta y dice saber de niños internados en hospitales públicos de Tarija, que están ahí por otras dolencias y que son positivos a Covid-19, pero están asintomáticos.