Recuerdos de la Tarija de antaño
Los años mozos y las largas tardes de pesca a orillas del Guadalquivir
Había que esperar la época de agua clara para ir a “pesquiar”, generalmente se lo hacía con caña y anzuelo, redes, "barbasco" y hasta dinamita



En el famoso y legendario río Guadalquivir, testigo de la infancia de muchos tarijeños anidan los más lindos recuerdos de la chura Tarija. Uno de ellos refiere a los peces que existían en sus aguas, tales como doraditos, chujrumas, llausas, misquinchos y karachas, pero otra hermosa experiencia se concentra en las divertidas jornadas de pesca de los tarijeños.
Cuenta Eugenio Paz que había que esperar la época de agua clara para ir a “pesquiar”, generalmente se lo hacía con caña y anzuelo, redes. "barbasco" y hasta dinamita.
Existían pozas y parajes especiales no sólo en el mismo Guadalquivir, sino en otros ríos próximos y menores, pero era de lo más divertido y emocionante porque llevaba todo un día dedicarse a una buena "pesquiada", para poder juntar una canasta de doraditos u otras especies.
Luego se llegaba “cansao” a la casa y se procedía al “destripe” para su inmediata freída, emocionados los comensales los servían con mote blanco, amarillo o "tostao".
De acuerdo al escritor Agustín Morales Durán en su libro “Estampas de Tarija”, la gente mayor usaba redes tejidas para sacar más peces y en las pozas echaban "barbasco", una yerba propia de los cerros. La machacaban y lanzaban a la poza. Al rato, según cuenta Morales, había que ver a los pescados “boquiando" con la panza arriba, luego se debía ir un poco más abajo y, recogerlos con canasta.
El escritor añade que algunos usaban “cachorros" de dinamita que los tiraban con guía encendida a la poza y recogían luego los pescados más abajo de la corriente, pero esto requería habilidad porque resultaba peligroso, consecuencia de ello varios muchachos y también personas adultas, perdieron la mano al no haber sabido botar a tiempo la dinamita encendida.
Otros muchachos más hábiles pescaban zambullendo en las pozas profundas para penetrar hasta los recovecos de lajas o bancos y sacar las "chujrumas" o "karachas" que se "pegaban" en aquellos agujeros. Cuenta Morales que estos pescados más grandes no tenían escamas ni espinas sino un grueso caparazón y su carne era muy agradable.
La pesca, según dice Eugenio era el afán o distracción de los muchachos, pues no llegaba de ninguna forma al comercio. “Nadie vendía, pues para comprar había que esperar la época en que los chapares del valle de Pampa Grande u orillas del río Pilava trajeran sábalos o bagres a la Recova”.
Lo hacían en "chipas" especiales de manera que llegaban con los pescados frescos, posiblemente envueltos en terrones de nieve porque tardaban dos o tres días desde los lugares de pesca.
“Todos podíamos gozar de esos ricos pescados fritos envueltos en molinillo y acompañados con papas o tostao en manteca”, dice Agustín Morales.
La pesca, según dice Eugenio era el afán o distracción de los muchachos, pues no llegaba de ninguna forma al comercio
Recién después de muchos años, más propiamente pasada la Guerra del Chaco entre los años 1936 al 37, comenzaron a traer los pescados (sábalos, dorados) del río Pilcomayo en camiones; aun así debían hacerlo acondicionados en cajones con hielo porque debido a los malos caminos, tardaban dos o tres días en llegar desde Villa Montes.
Ya para ese entonces los pescados se dejaron de traer en burritos y empleando tanto esfuerzo.
Los recuerdos de las visitas al río
Pero no todo era pescar, debido a que los días más hermosos se pasaban en las orillas del Guadalquivir, se logre pescar o no. Unos optaban como ahora por ir a almorzar a lugares como Erquis, Paicho, El Rancho, pero muchos otros por hacer una parrillada o llevarse comida para disfrutar al borde del Guadalquivir. José Suárez de 70 años cuenta que años antes el Guadalquivir era navegable. Pues su margen era superior a los 150 metros. “Los chicos navegaban en pequeñas barcas de madera”, cuenta.
En pleno verano la capital chapaca recuerda una antigua tradición cuando de refrescarse se trata. Muchos rememoran las hermosas pozas, que formaba el río Guadalquivir y las aventuras que vivieron en ellas
Carlos Casanova, profesor de natación, recuerda que cuando el Guadalquivir estaba en su época “moza” iba con sus amigos a la poza del sketing (donde es el Parque de los Changuitos), a la poza del puente San Martín o a la poza de Aranjuez.
“En el sketing había una poza bárbara y era bastante concurrida porque tenía una particularidad: era llena de arena y por lo menos en quince metros cuadrados tenía la misma profundidad”, detalla.
La otra poza era la del puente San Martín, detrás del colegio. Cuenta que ahí los más intrépidos saltaban desde los sauces o desde el puente, cuando llegaba el río.
Pero también dice que estaban las otras pozas de Aranjuez, como la poza de los “Callejones” o la de los “Coalcitos”, donde se tenía agua en por lo menos 20 metros con piso de arena. “El agua era calma y gustaba mucho a todos los tarijeños. Empero, los accidentes no estaban ausentes”, concluye.