La leyenda del hilo rojo

Dicen que si dos personas están destinadas a conocerse, a pesar de las distancias y del tiempo, se encuentren dónde se encuentren y vivan las vidas que vivan, a pesar de todo, acabarán conociéndose.

Él, en el ánimo de encontrar su alma gemela, anduvo por países de aquí y de allá, subió montañas y bajó hasta los valles, recorrió cauces de ríos y navegó por aguas marinas.

A menudo miraba su dedo meñique, del cual pendía un misterioso hilo de color rojo. Desconocía su trayectoria invisible, cosa que le empujaba a investigar sobre ella. Buscó y buscó el otro extremo sin haber obtenido hasta el momento respuesta a su pregunta.

Ya cansado de caminar, de navegar, de viajar y de buscar, buscó refugio en su sillón preferido. Se dejó caer sobre él y, estirando las piernas, apoyó ambos brazos sobre ellas. La cabeza recostada sobre una de las orejeras de la butaca, su mirada clavada sobre el inquietante hilo atado a su meñique izquierdo.

De pronto, le asaltó un detalle que había pasado desapercibido durante todo ese tiempo. Giró la mano y cuál fue su asombro cuando vislumbró un segundo lazo rojo, paralelo al anterior, atado a su meñique, que le indicaba que antes de conocer a la persona que le hiciera feliz, debería conocerse a sí mismo.


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