La espera

Un doloroso color blanco cubría la superficie de la mayoría de objetos que podía alcanzar con la vista. Mesas, sillas, paredes, lámparas, cortinas, todo el mobiliario compartía la misma insípida decoración que difícilmente podría diferenciarse de la habitación acolchada de un loquero.

Blanco, el color de la neutralidad, de la imparcialidad, del equilibrio, de la serenidad, que, sin embargo, en esas circunstancias no me transmitía más que impaciencia, ansiedad, nerviosismo y una extraña sensación interior que me impulsaba a rebelarme contra el orden y la indiferencia que me rodeaba.

Cuando la incomodidad de la silla ya se hacía insoportable, los paseos de ida y vuelta hacia la ventana mantenían el hilo de pensamientos, elucubraciones y paranoias, alimentando y entreteniendo mi mente.

Porque lo peor de las esperas no es tanto el tiempo que transcurre sino las múltiples y a veces disparatadas hipótesis que se crean internamente, tratando de justificar la tardanza de la obtención de la repuesta esperada.

Constantes miradas al reloj sin ser capaz de prestar atención a la hora que marcaba precedieron a un repaso mental de las palabras empleadas en la escueta nota que nos citaba en aquél lugar, a aquella hora. En ese instante surgían de las profundidades de la creatividad cientos de formulaciones más adecuadas a la que finalmente te envié, pero ya era tarde.

Volví a mirar el reloj y comprendí que mientras la impaciencia fuese menor a las ganas de verte, yo podría seguir esperando, a pesar de la incertidumbre de no saber si finalmente recibiste aquel papel, que convertido en avión y lanzado desde mi ventana, contenía mi primer intento y mi última oportunidad.

Hoy mi canción es: “I’ll be waiting” Lenny Kravitz


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