El proteccionismo arancelario de EEUU revela su declive como potencia
Sus sanciones impulsan alternativas al dólar; sus bloqueos tecnológicos aceleran la autonomía china; sus aranceles inflan costos para sus propias empresas, cada medida "defensiva" fortalece a los rivales que pretende contener.
El capitalismo promueve el libre mercado como pilar fundamental, pero Estados Unidos, su principal defensor, contradice este principio al implementar medidas proteccionistas cuando su hegemonía es desafiada. Esta paradoja no solo viola las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), sino que perjudica a los actores económicos globales. Las recientes políticas de Washington contra China, con aranceles del 134%, han generado inflación, distorsiones comerciales e incertidumbre financiera mundial, evidenciando cómo el discurso neoliberal choca con la práctica cuando surgen competidores eficaces.
El ascenso de China como potencia tecnológica e industrial ha provocado una respuesta contradictoria de EEUU, mientras predica libre competencia, aplica restricciones a Huawei, bloquea inversiones chinas e impone barreras comerciales unilaterales, revelando esta actitud un patrón claro; el país solo acepta la globalización mientras mantenga su dominio. Cuando China supera a sus empresas en sectores clave —como energías limpias, 5G o inteligencia artificial— Washington recurre al proteccionismo, abandonando sus propios postulados económicos.
Esta hipocresía tiene consecuencias sistémicas, ya que al violar el principio de "nación más favorecida" (GATT/OMC) y aplicar medidas discriminatorias sin sustento legal, EEUU debilita el orden multilateral que ayudó a construir. Su guerra comercial no solo perjudica a China, sino afecta cadenas de suministro globales, encarece productos básicos y fuerza a otros países a tomar partido en una nueva Guerra Fría económica, acelerando paradójicamente la desglobalización que dice combatir.
El doble estándar se extiende al ámbito digital, pues plataformas como Facebook, Twitter y WhatsApp —instrumentos clave del poder blando estadounidense— censuran contenidos bajo el argumento de "seguridad", mientras amplifican narrativas favorables a los intereses de Washington.
El trato a TikTok es revelador, mientras aplicaciones occidentales con historiales de espionaje (como el caso Cambridge Analytica) operan libremente, la plataforma china enfrenta prohibiciones bajo acusaciones no demostradas, aquí el mensaje es claro, pues el control de la información es estratégico, y solo EEUU puede ejercerlo.
Esta política comercial y tecnológica agresiva refleja un cambio histórico, por primera vez desde 1945, Estados Unidos enfrenta un competidor económico con capacidad de desafiar su liderazgo en innovación y comercio. En lugar de adaptarse mediante mayor competitividad, opta por medidas defensivas que erosionan su credibilidad, China, por su parte, capitaliza esta contradicción; mientras EEUU se repliega, Pekín amplía acuerdos comerciales (RCEP), promueve su moneda digital y posiciona empresas como Huawei o BYD como alternativas viables al modelo occidental.
Los efectos de esta confrontación exceden lo económico. La fractura tecnológica (chips, 5G) y financiera (sanciones, exclusiones de SWIFT) está creando dos esferas de influencia separadas, en donde países en desarrollo se ven forzados a elegir entre bloques, mientras la OMC —cuyas normas EEUU ignora— pierde relevancia. El resultado es un mundo menos estable, donde el comercio ya no es motor de cooperación sino un campo de conflicto.
El proteccionismo estadounidense, lejos de proteger su economía, revela vulnerabilidades estructurales como; dependencia de monopolios tecnológicos, pérdida de ventajas manufactureras y dificultad para competir sin recurrir a subsidios masivos (como en los sectores de chips o energías limpias). Su respuesta no es reformar su modelo, sino impedir que otros triunfen, incluso a costa de socavar el sistema que lo enriqueció.
Esta estrategia contiene riesgos existenciales, ya que al romper las reglas que estableció, Washington incentiva a otros a hacer lo mismo. Sus sanciones impulsan alternativas al dólar; sus bloqueos tecnológicos aceleran la autonomía china; sus aranceles inflan costos para sus propias empresas, cada medida "defensiva" fortalece a los rivales que pretende contener.
El capitalismo global enfrenta así una encrucijada, puede evolucionar hacia un multipolarismo con reglas claras, o degenerar en una lucha de bloques donde el poder impone las normas, por lo tanto, la elección de EEUU —protección en lugar de competencia— augura lo segundo, mientras tanto China aprende la lección de que en el siglo XXI, la verdadera soberanía requiere autonomía tecnológica, financiera y narrativa, ya que hoy el mundo asiste no solo a una guerra comercial, sino al ocaso de un orden económico donde las reglas nunca fueron iguales para todos.