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Morir en el intento

Buenos Aires no está tan empapelada como me la había imaginado. En esta recta final, de un reñido proceso electoral, pensé encontrarme con la “ciudad de la furia” inundada de pancartas y propaganda política pegoteadas sobre los muros de la que se considera la más europea de las urbes americanas.

Se ve gigantografias, afiches y banderas partidarias. Las baldosas sueltas de sus sucias aceras contienen papel picado y desperdicios de marchas, festines y proclamaciones políticas. Ademas, detrás de torres de cajas de cartón y en las puertas de locales comerciales abandonados aparece —en número creciente— ese 40% de pobreza que está dejando el peronismo (ahora disfrazado de kirchnerismo, uno de sus tantos apodos), después de mas de 80 años de fallido populismo.

La propaganda electoral, de tela y papel, se ha trasladado a las pantallas de los dispositivos digitales. En los bolsillos y carteras de 35.815.436 de argentinos —habilitados para votar—, bullen los mensajes, videos y emoticones de las cinco candidaturas presidenciales. El 22 de octubre, además de la elección del presidente y vicepresidente de la nación, se definirá la renovación de 130 diputados y 24 senadores, y la designación de 43 representantes al Parlasur, el órgano legislativo del Mercosur.

Las imágenes y sonidos, que no puedo ver de los teléfonos celulares, los veo y escucho a través de las pantallas de un televisor y en las coquetas confiterías de la ciudad. Ese demencial formato televisivo, de un panel de casi una decena de participantes, donde todos hablan al mismo tiempo y a los gritos, es la reproducción digital de la charla de la que soy testigo junto a mi taza de café y dos medialunas mientras escribo esta columna: Javier Milei (La Libertad Avanza), Sergio Massa (Unión por la Patria) y Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio) son los nombres, en ese orden, que más resuenan de las conversaciones de la gente.

Al igual que nuestro “matemático”, Milei es también un producto que proviene de los sets televisivos. Este economista, líder del movimiento libertario, se hizo conocido por ser un frecuente invitado a opinar sobre todo y sobre nada en esa televisión farandulera, ávida de personajes excéntricos y estrambóticos.

Este fenómeno político con “secretos místicos” —al que apodan “el loco”—, es un outsider con amplias posibilidades de ser presidente. Javier Milei no pertenece a lo que él mismo llama, “la casta política”. Él representa el hastío y la frustración de la gente que prefiere un salto al vacío y “que se vayan todos”.

Sus propuestas, algunas coincidentes con las del populismo de ultraderecha, han embelesado a los más jóvenes. Un tercio de los votantes tiene menos de 29 años y se informa en redes sociales y audiovisuales. Estos jóvenes electores son quienes, de manera militante, han ayudado a viralizar el mensaje de esta “distopía libertaria”, que funciona como las viejas utopías de la fracasada izquierda: se sabe que es muy improbable que sucedan, pero se está dispuesto a “morir” por ellas. Argentina, en su desmesura y surrealismo, es capaz de eso y más.


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