El funeral de Lucy

¿Qué sucedió cuando Lucy murió? Nuestra antepasada más famosa, Lucy, es el australopithecus afarensis, que vivió hace 3 millones de años en la región de Afar en Etiopía. Murió tras haber caído de doce metros de altura, probablemente de un árbol, señalan algunas investigaciones. Si bien la muerte de Lucy no marca el momento en que la especie humana adquirió conciencia de la finitud de nuestra existencia, podemos preguntarnos qué sucedió cuando ella murió, ¿qué sintieron sus congéneres en ese momento?, ¿cómo la enterraron?, ¿qué ritual hicieron?

La fecha exacta del inicio de los ritos funerarios no se ha determinado con precisión. Sin embargo, llama la atención la existencia de vestigios a lo largo de la historia de la humanidad, en la que la despedida a nuestros allegados ha tomado una forma simbólica interesante y única que nos liga con la conciencia de la muerte. Es así que los ritos funerarios son los más antiguos de los que se tiene vestigio.

Acabamos de despedir a nuestros difuntos que vinieron de visita, como cada año, a estar con nosotros. Con el nombre de Todos Santos, Día de Muertos o Halloween, en el norte, celebramos la muerte y lo hacemos de distintas maneras, lo que constantemente nos lleva a preguntarnos aún qué significa la muerte. La muerte es un hecho que siempre ha inquietado al ser humano. De hecho, la filosofía se centra en responder -entre otras cosas- por la condición de la naturaleza finita del ser humano. En este intento de responder por la muerte, surge una serie de ritos funerarios que se centra en despedir de la mejor manera a los seres allegados o a los “nuestros”, o de realizar cada año rituales y fiestas en las que los recordamos y quizá hacemos notar que ellos aún están presentes.

Los rituales mortuorios están extendidos en todas las culturas, pues son parte del ciclo anual y vital de las personas. En el contexto andino, se espera la llegada de los muertos con el armado de las “mesas”, compuestas por una serie de objetos y elementos. De forma similar, en México la fiesta del Día de Muertos se constituye en un gran acontecimiento relacionado con la esperanza y alegría del retorno de los seres queridos, por eso, se plasma con bastante colorido y, en el contexto occidental, estas fechas están relacionadas con el miedo, el terror a la muerte, en el que predominan la oscuridad y el frío invernal.

Como especie humana, el lenguaje expresado por medio de la conducta simbólica y ritual se encuentra asentado en un desarrollo cognitivo. Es así que los rituales funerarios están llenos de múltiples símbolos en los que se encuentran elementos que están destinados a la preservación del equilibrio individual y social de los miembros de una colectividad. Las creencias o cosmovisiones sobre la manera en la que aprehendemos el mundo se plasman en formas simbólicas y a través de ellas damos sentido a las cosas, a los fenómenos y acontecimientos, por tanto, el Día de Muertos es un acontecimiento central.

De hecho, la mayoría de las religiones y culturas trata de enfrentar la zozobra que causa la conciencia de la muerte y la finitud e intenta atenuar la idea “tenebrosa” de ella; o finalmente se construyen narrativas, mitos destinados a salvarnos de ella, como la idea de la existencia de un paraíso en el más allá o la idea de que nuestra existencia se transforma y nos reencarnamos en otras especies. En este sentido, los ritos funerarios guardan una característica de la capacidad de simbolizar, de transmitir a través de los símbolos el significado que damos a la muerte.

Los rituales y fiestas en los que recordamos a los difuntos nos permiten asumir la muerte como parte de la vida, a pesar del dolor que implica la pérdida de un ser querido, o de la angustia que produce la conciencia de la propia finitud. “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Estos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso” (J.L. Borges).


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