Casa Creart y el fenómeno de la envidia cultural

Con casi 20 años de trabajo en gestión cultural, he compartido con el gremio desde todos los espacios: como artista, gestor, productor, desde una institución pública y desde la diversidad de movimientos, asociaciones y grupos culturales que cada día van en aumento. Siempre trabajando por el bien común, por las demandas justas del sector cultural, por leyes, reglamentos y modificaciones a los instrumentos existentes para mejorar las condiciones.

En todos esos procesos, siempre me ha sorprendido que el sector cultural parezca ser el más dividido, el más vulnerable y con menor credibilidad frente a las instituciones, precisamente por algunos rasgos particulares del trabajador del arte y la cultura, como las diferencias de opinión y/o interpretación, el omnipresente ego, las subjetividades, los malentendidos y demás aspectos que a veces parecen irrenunciables y sin solución. Sin embargo, en momentos de conflicto, de vulneración de derechos o de injusticia en contra de cualquier artista o espacio cultural, el gremio se ha unido y ha sumado fuerzas a pesar de las distancias y diferencias.

En estas dos semanas de conflicto público en redes sociales y medios de comunicación, suscitado por el requerimiento de desalojo que la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho hizo llegar a los 7 espacios culturales ubicados en el predio de la Av. Domingo Paz, con el supuesto motivo de construcción de aulas, se ha generado una movilización que pocas veces he visto. Gente que conoce y ha trabajado especialmente con Casa Creart, alumnos, padres de familia, colectivos feministas, diversidades, grupos jóvenes e instituciones de Tarija y todo el país, han levantado la voz para atestiguar el esfuerzo que profesores y gestores realizaron para levantar esos espacios culturales prácticamente de la basura.

Todos se han sumado al movimiento #Lacasanosemueve, todos menos los que esperaba fueran los primeros en manifestarse. Los artistas y espacios culturales de Tarija, aproximadamente 6 centros que imparten talleres, realizan cursos y exposiciones, no dijeron palabra, y eso me sorprende y me pone en alerta. Quizá sus circunstancias son distintas, quizá no lograron gestionar un espacio como el de la Domingo Paz con la Universidad, o tienen la suerte de tener espacios propios que van construyendo con mucho esfuerzo. Lo cierto es que hay un silencio que no se sabe explicar, y una falta de solidaridad evidente. ¿O es envidia?

A pesar de las diferencias, todos los espacios tienen cosas en común: son independientes y autogestionarios, la mayoría viven de talleres y cursos de arte, con profesores múltiples que no cobran lo que en realidad merecen. En Tarija, apostar por la cultura es un reto que pocos afrontan. Con cero apoyos de las instituciones y un público acostumbrado por sus propias autoridades a que la cultura es gratis, ya es muy difícil. Sumar a esto que tus propios pares o colegas observen en silencio y no se solidaricen con el desalojo injusto de un espacio cultural, sea cual fuere, o que se alegren de tu desgracia, es muy triste porque no solo habla de un espacio, habla de las personas que trabajan en él, de su calidad humana y de lo que transmite a sus alumnos y a la sociedad.

Quiero pensar que no es así.


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