Lo que el doctor Urenda nunca olvidó

Hasta hace algunos meses, pocos fuera de Santa Cruz sabían quién era Óscar Urenda. Ayer, cuando se conoció la noticia de su muerte por coronavirus, gente de todo el país y de diferentes líneas políticas, manifestaron su conmoción en las redes sociales. En cuatro meses, Urenda logró lo que a veces parece imposible: que los bolivianos coincidan en su percepción sobre alguien.

El secretario de Salud de la Gobernación cruceña cobró notoriedad nacional en medio del caos de las primeras semanas de la pandemia. Cuando las autoridades locales y nacionales no podían ponerse de acuerdo y daban información contradictoria, ensombreciendo aún más el nuevo escenario en el que nos tocaría vivir, el doctor Urenda surgió como una voz sensata y serena a la cual acudir en busca de alguna certeza.

Aunque podía haberle jugado en contra, no disimuló las cifras y mostró el panorama tal cual era. Tampoco le tembló la voz cuando tuvo que protestar ante el Gobierno, donde están sus compañeros de partido.

En lo personal, conversé con él varias veces cuando investigué la escandalosa retención de una clínica de ojos donada a Bolivia durante el Gobierno del MAS.

Encontré en él a un hombre con ganas de hacer bien las cosas y con voluntad para reparar injusticias. Gracias a sus gestiones, se logró recuperar una parte de esos equipos y entregarlos al Hospital San Juan de Dios. Sobre los demás, las autoridades de salud del anterior Gobierno ni siquiera respondieron.

El doctor Urenda nunca olvidó lo que muchos funcionarios olvidan en cuanto firman su contrato de trabajo: que los cargos públicos están al servicio de la gente, y quizás eso explique su repentina popularidad. Era un hombre de trato amable, que siempre contestaba el teléfono y estaba disponible para atender consultas, aunque éstas pudieran ponerlo en figurillas.

Al final, Urenda no fue un héroe ni un guerrero de capa y espada como algunos lo ven. Solo fue un hombre de principios que entendió lo que es la función pública y actuó en consecuencia. Esa simplicidad fue su mayor grandeza.


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