La lección del Covid-19: mejorar nuestras vidas
No somos dioses ni demonios, ni bestias. No vivimos en las estrellas. No estamos más allá del bien y del mal. No somos inmortales ni inmunes. El mundo es nuestro único lugar para vivir y para morir. En la sociedad somos en tanto aprendemos a convivir y a respetar las normas. Somos mortales...
No somos dioses ni demonios, ni bestias. No vivimos en las estrellas. No estamos más allá del bien y del mal. No somos inmortales ni inmunes.
El mundo es nuestro único lugar para vivir y para morir. En la sociedad somos en tanto aprendemos a convivir y a respetar las normas. Somos mortales y bien mortales. De pronto, este mundo y esta sociedad se encuentran en la encrucijada, por la llegada de un virus que se ha introducido en nuestras venas, para transmitirnos una enfermedad; pero también nos viene contagiando de más humanidad.
La Tierra y sus habitantes estaban yendo a la deriva, rumbo al abismo. Pero el virus nos puso un freno en seco. Paralizó a casi todo el planeta, para sabernos en carne propia que somos “humanos, demasiado humanos”. Es un terrible virus que nos pide regresar a cada uno; un volver a nosotros; un retornar y a pisar la tierra cada día para repensarnos, redescubrirnos y lanzarnos, de nuevo, al diario vivir. Pero como dice “Matrix”: recargados, revalorados y transformados.
El coronavirus nos trazó otra ruta, no solo la científica, médica o una agenda para los gobernantes, sino que ahora nos está impulsando a filosofar la vida; a asombrarnos por cada detalle, que antes no queríamos apreciar; a comprender lo frágil y grande que es la existencia de la humanidad. A sonreír ante una mirada de un niño o ayudar al ciego que quiere cruzar la calle.
Este virus de fácil transmisión de persona a persona, y que le tenemos un miedo capital, también es de muy fácil transmisión de esos valores que lo habíamos estado archivando y que nos enseña la bondad, la igualdad, la solidaridad, y nos hace recuerdo que a todos nos llega la hora de la enfermedad, cualquier enfermedad, y que ahora o después nos convertimos en alimento para los gusanos y polvo para la Madre Tierra.
Este virus nos despertará el demonio o el ángel que cada uno tiene en su interior. Sin duda, será siempre el bien que triunfará ante el mal. Así lo ha demostrado los más de 350.000 años de historia del homo sapiens.
Sin ser brujos, magos o profetas para adivinar cómo será el futuro inmediato de la humanidad, podemos desde la filosofía predecir que cada uno de nosotros que hemos sobrevivido a una cuarentena de 30, 40 días, ya no seremos los mismos de antes. Cambiarán, ya ha cambiado, nuestras rutinas de alimentación, de diversión, del saludo caluroso, del apretón de manos, de las relaciones sociales y sentimentales, de las fiestas o juntes. Por un buen tiempo, la distancia, aunque corta, marcará las conexiones en el trabajo, en los grupos de amistades, en el cine, en las fiestas religiosas, etc.
También, las miradas de dudas aumentarán. Ahora todos somos sospechosos de portar el virus, ya no sirve el precepto constitucional de la presunción de inocencia. Por ello, cumpliremos con las medidas de bioseguridad, al pie de la letra.
La sospecha está enraizada en cada uno de nuestros organismos. Pero podemos controlar y manejar la situación, con el alto nivel de responsabilidad y disciplina que deberán conducir nuestro accionar colectivo, familiar e individual.
El coronavirus nos está dejando muchas enseñanzas, que debemos recogerlas: a pensar en cada uno, a encontrarnos con la familia, a valorarnos y valorar la vida, nos está despertando todo el potencial creativo de nuestros seres, a reflexionar que el presente y el futuro no lo tenemos asegurado, solo el pasado es seguro, es lo vivido.
Paradójicamente el Covid-19 nos deja la lección más clara y contundente: aferrarnos, luchar y mejorar cada día nuestras vidas; y cuidar y respetar a la Madre Tierra y sus seres vivos.
El mundo es nuestro único lugar para vivir y para morir. En la sociedad somos en tanto aprendemos a convivir y a respetar las normas. Somos mortales y bien mortales. De pronto, este mundo y esta sociedad se encuentran en la encrucijada, por la llegada de un virus que se ha introducido en nuestras venas, para transmitirnos una enfermedad; pero también nos viene contagiando de más humanidad.
La Tierra y sus habitantes estaban yendo a la deriva, rumbo al abismo. Pero el virus nos puso un freno en seco. Paralizó a casi todo el planeta, para sabernos en carne propia que somos “humanos, demasiado humanos”. Es un terrible virus que nos pide regresar a cada uno; un volver a nosotros; un retornar y a pisar la tierra cada día para repensarnos, redescubrirnos y lanzarnos, de nuevo, al diario vivir. Pero como dice “Matrix”: recargados, revalorados y transformados.
El coronavirus nos trazó otra ruta, no solo la científica, médica o una agenda para los gobernantes, sino que ahora nos está impulsando a filosofar la vida; a asombrarnos por cada detalle, que antes no queríamos apreciar; a comprender lo frágil y grande que es la existencia de la humanidad. A sonreír ante una mirada de un niño o ayudar al ciego que quiere cruzar la calle.
Este virus de fácil transmisión de persona a persona, y que le tenemos un miedo capital, también es de muy fácil transmisión de esos valores que lo habíamos estado archivando y que nos enseña la bondad, la igualdad, la solidaridad, y nos hace recuerdo que a todos nos llega la hora de la enfermedad, cualquier enfermedad, y que ahora o después nos convertimos en alimento para los gusanos y polvo para la Madre Tierra.
Este virus nos despertará el demonio o el ángel que cada uno tiene en su interior. Sin duda, será siempre el bien que triunfará ante el mal. Así lo ha demostrado los más de 350.000 años de historia del homo sapiens.
Sin ser brujos, magos o profetas para adivinar cómo será el futuro inmediato de la humanidad, podemos desde la filosofía predecir que cada uno de nosotros que hemos sobrevivido a una cuarentena de 30, 40 días, ya no seremos los mismos de antes. Cambiarán, ya ha cambiado, nuestras rutinas de alimentación, de diversión, del saludo caluroso, del apretón de manos, de las relaciones sociales y sentimentales, de las fiestas o juntes. Por un buen tiempo, la distancia, aunque corta, marcará las conexiones en el trabajo, en los grupos de amistades, en el cine, en las fiestas religiosas, etc.
También, las miradas de dudas aumentarán. Ahora todos somos sospechosos de portar el virus, ya no sirve el precepto constitucional de la presunción de inocencia. Por ello, cumpliremos con las medidas de bioseguridad, al pie de la letra.
La sospecha está enraizada en cada uno de nuestros organismos. Pero podemos controlar y manejar la situación, con el alto nivel de responsabilidad y disciplina que deberán conducir nuestro accionar colectivo, familiar e individual.
El coronavirus nos está dejando muchas enseñanzas, que debemos recogerlas: a pensar en cada uno, a encontrarnos con la familia, a valorarnos y valorar la vida, nos está despertando todo el potencial creativo de nuestros seres, a reflexionar que el presente y el futuro no lo tenemos asegurado, solo el pasado es seguro, es lo vivido.
Paradójicamente el Covid-19 nos deja la lección más clara y contundente: aferrarnos, luchar y mejorar cada día nuestras vidas; y cuidar y respetar a la Madre Tierra y sus seres vivos.