Palabras de agonía

Ignoraba si aquel episodio hubo sucedido realmente, o sólo se trataba de otra leyenda muy arraigada en la “pedagogía popular” latinoamericana. Después me dijeron que Galeano, por ejemplo, solía mencionar aquel desconsuelo, retratando las míseras oligarquías locales que destrozaron la...

Ignoraba si aquel episodio hubo sucedido realmente, o sólo se trataba de otra leyenda muy arraigada en la “pedagogía popular” latinoamericana. Después me dijeron que Galeano, por ejemplo, solía mencionar aquel desconsuelo, retratando las míseras oligarquías locales que destrozaron la Gran Colombia, como si fueran hambrientas bestias –eso último, lo dijo mi interlocutora– peleando a muerte por los despojos de las guerras de la independencia. Ciertamente, Bolívar, no dijo eso en el lecho mortuorio. En realidad, lo escribió algunas semanas antes, y de acuerdo a los especialistas, sólo habría dicho: “el que sirve a una revolución, ara en el mar”.Aunque García Márquez, en su obra, El General en su Laberinto, se ciñó al orden cronológico y a los hechos de la historia real, siquiera en lo concerniente al desencanto político del prócer no se privó de las palabras de agonía. Y ¿cómo un escritor, más aun uno de su calibre habría de omitir un detalle tan importante como ese? Según su visión, mucho más prosaica, y por eso creíble, Bolívar, suspirando agónico, dijo: “carajo, y ahora cómo voy a salir de este laberinto”.No obstante, y muy a pesar del profuso éxito en las ventas que la novela de García Márquez tuvo, una vez más, no son los hechos “reales”, o sea, aquellos reconstruidos como debieron ser con base en la evidencia histórica disponible los que preponderan en la memoria popular, sino la leyenda: Bolívar habría exhalado diciendo “he arado en el mar” (sin ir lejos, ver: http://www.elimpulso.com/opinion/reflexion-he-arado-en-el-mar). Sin duda, aquello constituye un fruto de la pedagogía popular impartida en los ámbitos políticos informales, aunque sólidamente instituidos ¿Por qué?Sigamos recordando a Túpac Katari. Siendo descuartizado, clama: “volveré y seré millones”. El caso de Cristo es siempre inquietante. Desangrándose por una herida mortal con jabalina en el ijar –creo–, Jesús dijo, según la Biblia, “perdónalos, no saben lo que hacen”. Al parecer, nuevamente nos hallamos ante leyendas, no hechos reales, y para constatarlo, basta vivenciar, imaginariamente por supuesto, aquellos espeluznantes, y por desgracia, recurrentes y ordinarios sucesos en las sociedades humanas: ¿cómo es posible articular legados “políticos”, empotrado en la cruz y con una cuchillada en ijar, o perdiendo tus piernas y brazos al unísono?Unos y otros líderes: políticos, sociales o religiosos, evocan las palabras de agonía de sus héroes y heroínas muertas, como un recurso moral, útil y necesario, si no imprescindible, soliviantando a sus seguidores para luchar por su causa. Así, como ya dijimos, lo importante para el fin no es el correlato fáctico del símbolo evocado, sino sus efectos movilizando a las masas. Pero al margen de este casi axioma sociológico, hay más. Vivimos interpelando a la razón para justificar por qué obramos como obramos. Sin embargo, sólo a través del apasionamiento nuestros fines adquieren sentido interior, incluso siendo aquellos llanos afanes de lucro. Acaso Rockefeller, no dijo antes de partir: “creo que puedo hacerlo”.

*El autor es economista


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