Halloween, Todos Santos, el día de difuntos, el marketing y la crisis
El marketing es lo que tiene, entra por lo más vulnerable y poco a poco, va ganando terreno. Los niños son la víctima predilecta, junto a los adolescentes. Disfraz por aquí, máscara por allá, fiesta en la guardería, en el cole o en el boliche de moda. En pocos años más la costumbre...
El marketing es lo que tiene, entra por lo más vulnerable y poco a poco, va ganando terreno. Los niños son la víctima predilecta, junto a los adolescentes. Disfraz por aquí, máscara por allá, fiesta en la guardería, en el cole o en el boliche de moda. En pocos años más la costumbre importada se habrá instalado y posiblemente acomodado a nuestra propia idiosincrasia nacional. No vamos a debatir en este editorial si se trata de una aberración a nuestra raíz cultural, esencialmente mestiza, y tan criolla que mezcla la tradición católica con otros elementos de la creencia popular indígena, aymara y de todos lados y que se manifiesta en las mesitas de difuntos y en las visitas al cementerio, últimamente más ordenadas; o si se trata de una oportunidad más para mostrar nuestra capacidad ecléctica, de incorporar, adecuar y aprovechar el momento y el lugar. Halloween no deja de ser otra oportunidad para impulsar nuestra tremenda capacidad de comerciar al por menor con las cosas más insospechadas, contrabandeadas desde el infinito o producidas con mimo, o no tanto, en algún taller avivado alteño, camba o paraguayo. El susto o dulce norteamericano ya ha empezado a combinarse con las masitas y otras formas de gastronomía local.Lo cierto es que, a este ritmo, el feriado de Todos Santos va camino de consolidarse como uno de los más largos en el calendario, pues empieza desde antes, y como Hallowen va primero, se lleva buena parte de los recursos disponibles para estos días. Entre las máscaras de terror y el paro de transporte, las ferias de las Almitas estuvieron vacías el lunes y el martes. Esperemos hoy no tanto. Tan eclécticos, interculturales, en Bolivia no hacemos tanto caso al calendario vaticano y cuesta explicar que el 1 de noviembre es Todos Santos y el 2 es el día de difuntos. La tradición propia trasciende la unidad temporal del día con su noche. En Bolivia las almitas bajan al medio día del 1 y se van al medio día del 2 y en ese espacio de tiempo, el honrado da buena cuenta de las viandas y cariños que la familia ha logrado reunir en la mesa dispuesta para la ocasión. Todos los lujos, gustos y antojos del difunto, o al menos los que alcanzan en estos tiempos de inflación y crisis, de dobles aguinaldos negados y de exceso de taxis, son dispuestos con una sola intención, recordar al ser querido, mantener vivo su esencia. La tradición boliviana permite establecer diálogos directos con los más pequeños sobre el acá y el allá, hablar de la muerte y de la vida, dándole un sentido concreto, de celebración, de memoria. Un sentido que no se enmarca al cien por ciento ni en la enseñanza católica ni en la pagana, pero que la hace hermosa.La tradición importada, el Halloween norteamericano, también pretende trabajar ciertos valores. Confrontar la muerte y los miedos, la oscuridad y los fantasmas, para darle un sentido. Lo fantástico ha acabado sin embargo por cubrirlo y frivolizarlo todo. Lo grave, sin duda, sería que el marketing que acompaña esta costumbre acabe por opacar la celebración boliviana; que el juego de niños acabe por imponerse al respeto al adulto desaparecido; que la frivolidad niegue el cariño con el que se arman las mesas, con el que se acude al cementerio. Que la individualidad se acabe imponiendo a la tradición tan familiar de honrar a nuestros difuntos que nos acompañaron y nos hicieron ser quienes somos. Sean, por lo tanto, bienvenidos.