Y dele con la corrupción

Y no pasa día en que no sepamos algo más sobre las ingeniosas formas que toma esa práctica de “el uso ilegal del oficio público para el beneficio personal”, según una de las definiciones más concretas. La corrupción política es una realidad mundial; su nivel de tolerancia o de combate...

Y no pasa día en que no sepamos algo más sobre las ingeniosas formas que toma esa práctica de “el uso ilegal del oficio público para el beneficio personal”, según una de las definiciones más concretas. La corrupción política es una realidad mundial; su nivel de tolerancia o de combate evidencia la madurez política de cada país. Pero, además, la corrupción no es sólo responsabilidad del sector oficial, del Estado o del Gobierno de turno, sino que incluye muy especialmente al sector privado, en cuyo caso se puede hablar de corrupción empresarial o de tráfico de influencias entre el sector privado y el público. Hace poco comentábamos y alertábamos, en el caso de Bolivia, sobre los riesgos de que también la sal se corrompiera, es decir que la corrupción cundiera en el poder judicial. No vamos a apelar al “consuelo de tontos”, pero hoy tenemos a la mano por lo menos dos ejemplos próximos de cuánto puede corromperse una sociedad. En Colombia, donde está uno de los ejemplos, llamó la atención el insólito crecimiento de los registros de oro, en un departamento donde no existía la tradición de que se produjera: Chocó, es el nombre del departamento. Sucede que el oro lo producían en un departamento vecino, Antioquia, con larga tradición minera, pero lo registraban en Chocó, porque allí se abren licitaciones públicas, que, según dicen los informes de la secretaría de Minas de Antioquia, se las ganan firmas que ponen un sobre costo en sus pliegos para entregarles luego coimas a una persona influyente en el Departamento y a los mineros metidos en el anillo. El comentarista brasileño Frei Betto, por su parte, dice en una de sus columnas recientes que “la política brasileña siempre se alimentó del dinero de la corrupción. No todos los políticos. Muchos son íntegros, tienen vergüenza en la cara y sinceridad en el bolsillo. Pero las campañas son caras, el candidato no dispone de recursos o evita reducir su economía, y los intereses privados en la inversión pública son voraces…” Explica, luego, de qué modo se “teje la trampa”: El candidato promete, por debajo de la mesa, facilitar negocios privados a la par de la administración pública… y como por arte de magia aparecen los recursos para la campaña. Una vez elegido aprueba adquisiciones sin licitación, nombra a los indicados por el grupo de la iniciativa privada, da luz verde a proyectos sobre-facturados y embolsa su parte del botín. Para una empresa que se propone hacer una obra por valor de 30 millones de dólares (y en la que, de hecho, no se gastarán más de 20, sobre todo en tiempos de subcontrataciones) es un negocio excelente embolsar 10 y aún pasarle 3 ó 4 al político que facilitó la negociación. Confirmado: aquí, como allá y en todas partes, las habas de la corrupción se cocinan en forma similar. Y las obras públicas sobrevaloradas son el excelente caldo de cultivo para eso. Ejemplos tenemos muy próximos y muy reciente en Tarija donde no ha habido forma de someterlos a juicio. Y todos sabemos de qué estamos hablando.

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