La crisis del progresoLa crisis del progreso

El problema de fondo es la visión y la política de desarrollo que postula el actual gobierno, ancladas profundamente en el imaginario moderno del progreso. Es este imaginario el que parece “hablar” a través de las declaraciones progresistas del presidente y vicepresidente, caracterizadas...

El problema de fondo es la visión y la política de desarrollo que postula el actual gobierno, ancladas profundamente en el imaginario moderno del progreso. Es este imaginario el que parece “hablar” a través de las declaraciones progresistas del presidente y vicepresidente, caracterizadas ellas por una piadosa fe en el progreso. No obstante, hoy, en la época de Fukushima y del calentamiento global, esta religión secular ha dejado de ser una solución y se ha convertido en un grave problema. El paradigma occidental del progreso nació a fines del siglo XV, en el apogeo del renacimiento, y tuvo su momento más alto en la filosofía de las luces y, posteriormente, en el pensamiento positivista. Su genealogía permite comprender dos hechos importantes: uno, el imaginario del progreso no es universal, es un producto de la sociedad occidental en un momento dado de su historia; dos, antes que una realidad material o un acontecimiento político, el progreso es una constelación ideológica que articula varias tramas discursivas. Así, la noción del progreso se ha manifestado como dominio de los hombres sobre la naturaleza, pero también como un tránsito progresivo de formas sociales y políticas simples hacia formas superiores (teleología); asimismo, esta ideología ha enfatizado la idea del desarrollo, en todas sus variantes y figuras, como medio para resolver las carencias económicas, políticas y culturales de una población. Esas promesas se han derrumbado. Primero, la extraordinaria expansión de las “fuerzas productivas” (o “destructivas”), basada en los avances científicos y tecnológicos, ha provocado una crisis ecológica que amenaza con destruir toda forma de vida en el planeta Tierra; segundo, la promesa teleológica de la historia ha derivado en la construcción de regímenes políticos totalitarios, en el genocidio y la banalidad de la violencia; finalmente, lejos de haber superado las carencias y dificultades de los segmentos más pobres de la población, el progreso ha creado una sociedad hiper-consumista y ha acentuado como nunca antes la brecha entre pobres y ricos. Pero la mejor ilustración de la crisis del progreso no está en las profecías de los sociólogos y ambientalistas, sino en un cuadro de Paul Klee, Angelus Novus, comentado por Walter Benjamín. El ángel del progreso es empujado por una fuerte tempestad, avanza hacia el futuro a reculones, obligado; quisiera detenerse pero no puede, apenas logra volcar su cabeza al pasado para contemplar las sombras de la historia; quisiera despertar a los muertos, pero el viento del progreso lo conduce inexorablemente a la catástrofe.

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