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El fútbol no es para llorar

Nuestro bulto en la espalda era una joroba bajo la cual los pronósticos más optimistas esperaban que la Argentina nos perdonara tal deformidad, de la cual sólo nos libramos en dos oportunidades desde que el balón de cuero corriera por tierras bolivianas: el Sudamericano del 63 (hace 48 años)...

Nuestro bulto en la espalda era una joroba bajo la cual los pronósticos más optimistas esperaban que la Argentina nos perdonara tal deformidad, de la cual sólo nos libramos en dos oportunidades desde que el balón de cuero corriera por tierras bolivianas: el Sudamericano del 63 (hace 48 años) y la clasificación al Mundial del 94 (hace 17 años). Después, seguimos siendo uno de los patitos feos del fútbol sudamericano; tanto, que nos quedamos casi solos porque hasta a Venezuela le salió un plumaje más vistoso.El 6 a 1 infligido a la Argentina en las eliminatorias últimas fue sólo un buen resultado en medio de malos resultados, tan aislado como que al jorobado de frente no se le ve la joroba.Y así llegamos al estadio de La Plata, cargados de las dudas de siempre, esperanzados en que ocurriera algún milagro inventado que nos devolviera la ilusión –eso, la ilusión- de desembarazarnos por fin de la joroba aquella.El partido, el resultado, la táctica, una voluntad de mirar de frente al enemigo (que venía pesado por el mercado en una friolera de 600 millones de dólares) y  más argumentos futboleros operaron el milagro. La imagen (que corrió como pólvora): Raldes y Messi, dos gallos de pelea, el orgullo y el desencanto; dos caras que por un instante de 90 minutos nos devolvieron al espejo con la imagen límpida de desenfado boliviano.El entusiasmo que cundió en la patria, fue el mismo de David contra Goliat (en su cancha);  contagió incluso a la prensa internacional especializada que afirmó que Bolivia, con esto por fin, confirmaba renovación, cambio, ponerse a tono con las alzas de Chile, Ecuador y Venezuela fundamentalmente. Así, el fútbol volvió a ocupar, después de mucho tiempo, la mesa del comedor, las oficinas, los restaurantes, los bares, los mercados, las escuelas, los micros, la tele, la radio, los periódicos, el internet, incluso las salas de parto y los entierros.Costa Rica era el próximo enemigo, considerado menor, respecto de Argentina. Bolivia estaba obligada a ganar y demostrar que la joroba ya no estaba en el espejo.Pero Jujuy no fue La Plata. Más allá de la táctica y el primer tiempo (que fue casi una prolongación del partido contra  Argentina pero con mirada al frente), Costa Rica sólo necesitó 30 minutos para darnos unas cuantas lecciones de que para hacer goles debes quebrar el alma del enemigo. Y que la única manera de quebrarla es cruzando la media cancha sabiendo que no hay huecos atrás, que cuando el enemigo busque por donde herirte, no hay lanza que penetre.El segundo tiempo abandonamos totalmente el castillo en pos del dragón, dejamos la puerta abierta para que un muchacho de 18 años, destruyera toda la estantería montada contra Argentina. Felizmente Arias anda volando en el cielo de la intuición porque el desastre habría sido mayor.Regresó la joroba? Esa es la pregunta. Mi respuesta personal es: no. Y voy a decir por qué: porque mientras la derrota se consumaba y los televisores lloraban, sonaba una morenada en el estadio de Jujuy. Qué significa esto? Que esta vez perdimos dejando el alma en la cancha (recuerdan en las eliminatorias del 93,  tras la derrota  en Brasil, la selección fue recibida como si hubiese ganado?, a eso me refiero), por lo que no hay nada que reprocharle a la selección.Que nos equivocamos? Claro que sí. Les sucede a todos. Vean lo dura que es la prensa argentina con los errores de su selección. Nosotros no. La lección de Bolivia en Jujuy es que el fútbol no es para llorar. Es para compartir y danzar, por encima del dolor y la pena. Lo que nos dio la selección, más allá de este u otro resultado,  es algo que –casi-habíamos perdido luego de la final contra Brasil en la Copa América del 97: sentirnos bolivianos, con la camiseta orgullosa (Raldes vs. Messi) en un mundo futbolero donde prevalece el negocio, el lucro, las movidas multimillonarias, los escaparates de gladiadores y dioses inalcanzables, el chisme sensacionalista y los jeques del Olimpo de la FIFA de los cuales tengo mis dudas   sobre su transparencia tras sus cristales polarizados. Bolivia se ha desembarazado de la joroba; y ha abierto una cancha más feliz para recorrerla con el desenfado del rebelde: aquel que luego de la derrota baila morenada o taquirari o chacarera o cueca.  El fútbol ya no es para llorar.

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